Por Margarita Hernández Martínez
Si la ciudad constituye un espacio físico determinado –sea históricamente cosmopolita o densamente provinciano–, los habitantes encarnan sus múltiples contenidos abstractos –desde las rutinas cotidianas, que imponen orden y movimiento, hasta los sustratos culturales, que confieren tradición e identidad–. Diversificados en las interacciones de arquitectura y memoria; fábula e historia; paisaje e iconografía; realidad e imaginación, forma y fondo se entrecruzan en las posibilidades del arte y de la estética, que ascienden por los derroteros de la geografía urbana para desembocar en la imprevisible libertad de la ficción.
Así, mientras Nueva York, Roma y París –entre otras beldades internacionales– despliegan una prolija existencia literaria –que penetra distintas épocas, voces y personajes icónicos–, localidades como Toluca permanecen en un estatismo inaprensible, ocasionalmente interrumpido por cuentos y novelas que –como ha afirmado Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981), a propósito de la poesía regional– carecen de “referentes inmediatos” y “anécdotas tangibles”.
De esta manera, más allá de los esbozos fundacionales de Alejandro Ariceaga (Toluca, 1949 - Barcelona, 2004) y su continuación –de raigambre lírica y universalista– en La agonía de la marmota, de Alonso Guzmán (Toluca, 1980), la capital mexiquense ha cobrado vida literaria –al menos, con nombre, apellido y circunstancias específicamente contemporáneas– en un volumen narrativo que enarbola una de sus calles más representativas para construir un discurso heterogéneo, que sorprende por su frescura y desenfado.
Sobre suelo que serpentea, de Alejandro León Meléndez (Ciudad de México, 1976), no se limita a ahondar en las confluencias históricas, gastronómicas y turísticas de Sebastián Lerdo de Tejada –ese fulgurante reptil que escinde la ciudad, entre el agua subterránea, el aire ceniciento y sus erráticos pobladores–, sino que abreva hábilmente en las pluralidades del lenguaje, a través de las cuales consigue transgredir –y enriquecer– tanto las peculiaridades del pacto ficcional como la concepción unitaria del libro, que se desdobla en una galopante variedad de géneros, modalidades y perspectivas.
Conformado –a decir de su autor– por “diez historias mutantes”, Sobre suelo que serpentea recurre al cuento –en numerosos registros compositivos, desde la introspección poética hasta la fantasía pura–, el drama, el guión, el cómic, la crónica, la disertación académica, la epístola y la nota periodística, para englobar las manifestaciones totalizantes –reales e imaginarias– de una ciudad en la que –en apariencia y en superficie– nada ocurre, sino la nostalgia de un pasado de casonas deslumbrantes, un presente de industrias tambaleantes y un porvenir de caluroso concreto. En el trayecto, crímenes, venganzas, mitos y romances se conjugan con un divertido episodio de crítica cultural sobre funerarias y taquerías, salpimentado con un mosaico de personalidades apócrifas –quizás, una evidencia de la confusión y la ignorancia en que pervive la literatura local– que ilustra la descomposición progresiva del discurso académico, transformado en un objeto de melancólico placer e irónico desencanto.
De este modo, Sobre suelo que serpentea logra –sin convertirse en un acta sociológica ni en una ocurrencia veladamente impersonal– fijar los vértigos de una sinuosa arteria urbana que –entre baches y retales de ríos, fábricas y trenes– reúne los variados rostros de una ciudad atrapada entre la ruina y el progreso: industrial y comercial; política y cultural; mítica e histórica, “esta calle es símil, por su distinción, de la propia personalidad toluqueña: cambiante y estática; ligera y pesada; desgastante y alentadora”.
Al mismo tiempo, su autor ha consolidado las herencias divergentes de una formación informal –pues, sin afanes eruditos, se ha desempeñado como guionista, tallerista, lector en voz alta y promotor cultural–, para reformular los límites de la ficción –y los grados de consciencia a su alrededor–: no sólo asume su papel fuera del mundo textual, sino que participa directamente en la acción, desde la escritura de cartas de amor hasta la persecución de fragmentos de nota roja. Así, desenmascara también a los personajes que, conocedores de su condición narrativa, vertebran los acontecimientos mediante breves viñetas, que contrastan con las descripciones acuciosas, los tintes humorísticos y los diálogos veloces, de ritmo absolutamente contemporáneo.
En último término, esta colección de híbridos literarios –ganadora de la Beca de Invierno para cuento 2009, última distinción otorgada por el Centro Toluqueño de Escritores– confluye en la exploración de una idea central: la naturaleza humana, cercada por sus circunstancias inmediatas y sus figuraciones fantasiosas, se enfrenta permanentemente a la convivencia con la cotidianidad y la plausibilidad del asombro. Más allá de la visión anodina de Toluca –al menos, en el imaginario colectivo–, Sobre suelo que serpentea propone una caracterización renovada de escenarios extraídos de la realidad que, ajena a cualquier romanticismo localista, replantea la posibilidad del descubrimiento diario –y azaroso– de la capital mexiquense.
Alejandro Ariceaga (1985), Ciudad tan bella como cualquiera, Gobierno del Estado de México, Toluca.
Alonso Guzmán (2006), La agonía de la marmota, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
Alejandro León Meléndez (2011), Sobre suelo que serpentea, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
Sergio Ernesto Ríos (2008), No aceptamos ser iguales: 25 años, 25 poetas, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a julio de 2012.
* La fotografía que acompaña esta entrada pertenece a Tania Hernández Arzaluz.