Por Margarita Hernández Martínez
El Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana se han transformado en una confusa marea de festejos. Desde la construcción de nuevos museos –provistos de un difícil y, en ocasiones, dudoso planteamiento– hasta la edición de bibliotecas consagradas al tema –colmadas, sin embargo, de numerosas digresiones–, han inspirado una confluencia de actos esencialmente culturales que, a pesar de sus buenas intenciones, extravían su significado en aras de un sentimiento patriótico que, para bien o para mal, se ausenta de nuestra percepción nacional el resto del tiempo. De este modo, las celebraciones vinculadas con estos temas se encuentran atadas a la subjetividad de las instituciones que las organizan, con lo cual corren el riesgo de convertirse, desafortunadamente, en expresiones de autocomplacencia irreflexiva.
Por estos motivos –más allá de la efervescencia de los centenarios, sólo comparable con la rica extravagancia afrancesada desplegada durante el Porfiriato–, merece la pena contrastar las experiencias culturales mexicanas con aquéllas que se desarrollan en otras latitudes. En noviembre del año pasado, el Museo Modelo de Ciencias e Industria (Miguel Hidalgo y Costilla 201, en el centro histórico de Toluca) anunció la inauguración de la Exposición de las Naciones, un ciclo de muestras mensuales destinado a desvelar la mirada de España, Francia, Alemania, Chile, Estados Unidos, Filipinas, Cuba, Guatemala, Japón, Líbano y Argentina alrededor de nuestro país.
De este modo, encarna un ejercicio multidisciplinario, que engloba desde expresiones artísticas hasta revaloraciones científicas, pasando por manifestaciones pictóricas, escultóricas y musicales; ciclos cinematográficos y degustaciones gastronómicas que, en último término, resumen las raíces del intenso folclor que, inevitablemente, florece en las sociedades contemporáneas. Así, aspira a establecer un lazo más sólido con las afinidades históricas y los constantes intercambios que –también, más allá de la diplomacia– ha mantenido México con las naciones invitadas, tanto en los ámbitos culturales como en sus implicaciones étnicas. Según explica Rocío García Gómez, directora de este espacio museográfico, “la intención radica en que cada país enseñe cómo ve su relación y su influencia con el nuestro. Cada uno contará con un mes completo para presentar su regalo de cumpleaños para México”.
No obstante, más que un regalo amistoso y halagador, esta serie de exposiciones constituye una amplia interrogación acerca del papel que desempeña la cultura mexicana en el complejo panorama internacional. Surcada por las íntimas contradicciones que caracterizan a la auténtica belleza, muchas veces permanece ignorada por sus propios forjadores. Así, frente a la carencia general de educación y de difusión mediática, no existe un interés genuino y duradero por sus múltiples vertientes; tampoco ha surgido un sistema de análisis, interpretación y disfrute que permita desde su abordaje académico hasta su arraigo entre el público no especializado. Por estas razones, las disparidades adquieren un tinte más violento: por ejemplo, mientras en Francia, España, Alemania, Cuba y Argentina los índices de lectura se mantienen elevados y estables, México sigue luchando contra un analfabetismo funcional de raíces profundas; paralelamente, la asistencia a los museos –no sólo en nuestra entidad, sino en todo el país– ocupa un lugar exiguo entre nuestras actividades de esparcimiento.
Más allá de emprender una búsqueda de culpables –empresa que se antoja complicada e inútil, pues involucra la intervención de incontables factores, desde productores y consumidores de arte hasta gestores y promotores de cultura–, la honda diversidad que puebla la Exposición de las Naciones invita a encontrar soluciones acordes con nuestra realidad. Por un lado, ha apostado por una óptica selectiva y cuidadosa, encaminada a ofrecer exhibiciones y espectáculos de calidad que respeten la naturaleza de las celebraciones del Bicentenario. Por otra parte, ha procurado una estrategia de publicidad fundada tanto en las alternativas habituales, como la prensa, la radio y la televisión, como en los medios electrónicos, como los sitios de internet y las redes sociales. Éstas últimas se han distinguido por su coherencia: sin perder su enfoque moderno e inmediato, presentan información bastante completa, con una redacción limpia y accesible, en la cual se trasluce un necesario respeto por la lengua española.
De esta manera, el ciclo de exposiciones arrancó, durante enero y febrero, con 300% Spanish Design, un recuento de la aportación ibérica a la cultura del diseño internacional a lo largo del último siglo. El acervo, que incluyó muebles, carteles y pinturas en distintas técnicas, combinó una rica nómina de artistas plásticos, entre quienes destacaron Antoni Gaudí (Ruidoms, 1852 - Barcelona, 1926), Pablo Picasso (Málaga, 1881 - Mougins, 1973), Joan Miró (Barcelona, 1893 - Mallorca, 1983) y Salvador Dalí (Figueras, 1904 - 1989); además, ya había protagonizado exhibiciones en distintos espacios de Atenas, Lisboa, Pekín, Shangai, Sao Paulo, Bogotá y Costa Rica. Con una tendencia menos inclinada hacia la densidad de los íconos –pero igualmente transversal y revisionista–, se ha prolongado, en marzo y abril, con Cultura francoalemana, un conjunto de exposiciones artísticas, conciertos, conferencias, proyecciones de cine y muestras gastronómicas que entrecruzan la delicada sensualidad francesa con el inquisitivo espíritu alemán.
Inspirada en los antiguos gabinetes de ciencia –que lo mismo albergaban modelos de anatomía animal que posibles concepciones del universo–, Cultura francoalemana comprende algunas cuestiones ligadas con la astronomía, la salud y el medio ambiente; en idéntico sentido, engloba los últimos avances de las investigaciones relacionadas con el descubrimiento del sistema solar, la lucha contra el paludismo y el calentamiento global. De manera paralela, propone una visión particular de la fauna y la flora latinoamericanas, a través de los estudios de Alexander Von Humboldt (Berlín, 1769 - 1859) y Aimé Bonpland (La Rochelle, 1773 - Santa Ana, 1858), exploradores y naturalistas que –quizás sólo de forma tangencial– atestiguaron los movimientos independentistas del subcontinente.
La veta artística se imbrica, de manera delicada y altamente evocativa, con esta excepcional temporada de agitaciones y hallazgos. En primera instancia, Ruth Tesmar (Postdam, 1951) ofrece El ascenso al Chimborazo, una interpretación pictórica de las aventuradas expediciones de Von Humboldt. En una aproximación lúdica, oscilante entre la gracia ornamental y la sutileza introspectiva, esta profesora alemana configura un juego de collage, montaje y caligrafía, en el cual el equilibro de la estética se funde con la ardiente vitalidad que emana de todo descubrimiento.
Por otro lado, Willy Ronis (París, 1910 - 2009) explora las calles y las intimidades de su ciudad natal en Al filo del azar, una exposición retrospectiva que gira alrededor de la luz y la sombra; lo público y lo privado; la ausencia y la presencia; la lucha social y los instantes solitarios. Centrada en el cambiante rostro de Francia desde la década de 1930, se desenvuelve en sesenta y tres fotografías rigurosas y sensibles, en las cuales la fluidez de los ritmos se entrelaza con una composición tan bella como estricta. Así, el desfile del 14 de julio de 1936, el retorno de un prisionero en abril de 1945 y la Plaza des Vosges en 1985 conviven con niños que corren por los barrios populares de la capital y que se esconden para jugar debajo de unas escaleras; con enamorados que se besan y se separan en silencio; con obreros que trabajan y protestan. A pesar de esta extraordinaria variedad, es notoria la ausencia de retratos posados. “Me gustaba mucho más el movimiento, la gente, los hechos, las cosas que se mueven”, afirmó alguna vez este artista de la segunda posguerra, cuyo sentido de la naturaleza humana se trasmina a la propia definición del arte moderno. Para consultar más información alrededor de esta serie de actividades –que continuarán a lo largo de abril–, es posible visitar www.culturafrancoalemana.htm.mx.
* Artículo originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a abril de 2010.
El Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana se han transformado en una confusa marea de festejos. Desde la construcción de nuevos museos –provistos de un difícil y, en ocasiones, dudoso planteamiento– hasta la edición de bibliotecas consagradas al tema –colmadas, sin embargo, de numerosas digresiones–, han inspirado una confluencia de actos esencialmente culturales que, a pesar de sus buenas intenciones, extravían su significado en aras de un sentimiento patriótico que, para bien o para mal, se ausenta de nuestra percepción nacional el resto del tiempo. De este modo, las celebraciones vinculadas con estos temas se encuentran atadas a la subjetividad de las instituciones que las organizan, con lo cual corren el riesgo de convertirse, desafortunadamente, en expresiones de autocomplacencia irreflexiva.
Por estos motivos –más allá de la efervescencia de los centenarios, sólo comparable con la rica extravagancia afrancesada desplegada durante el Porfiriato–, merece la pena contrastar las experiencias culturales mexicanas con aquéllas que se desarrollan en otras latitudes. En noviembre del año pasado, el Museo Modelo de Ciencias e Industria (Miguel Hidalgo y Costilla 201, en el centro histórico de Toluca) anunció la inauguración de la Exposición de las Naciones, un ciclo de muestras mensuales destinado a desvelar la mirada de España, Francia, Alemania, Chile, Estados Unidos, Filipinas, Cuba, Guatemala, Japón, Líbano y Argentina alrededor de nuestro país.
De este modo, encarna un ejercicio multidisciplinario, que engloba desde expresiones artísticas hasta revaloraciones científicas, pasando por manifestaciones pictóricas, escultóricas y musicales; ciclos cinematográficos y degustaciones gastronómicas que, en último término, resumen las raíces del intenso folclor que, inevitablemente, florece en las sociedades contemporáneas. Así, aspira a establecer un lazo más sólido con las afinidades históricas y los constantes intercambios que –también, más allá de la diplomacia– ha mantenido México con las naciones invitadas, tanto en los ámbitos culturales como en sus implicaciones étnicas. Según explica Rocío García Gómez, directora de este espacio museográfico, “la intención radica en que cada país enseñe cómo ve su relación y su influencia con el nuestro. Cada uno contará con un mes completo para presentar su regalo de cumpleaños para México”.
No obstante, más que un regalo amistoso y halagador, esta serie de exposiciones constituye una amplia interrogación acerca del papel que desempeña la cultura mexicana en el complejo panorama internacional. Surcada por las íntimas contradicciones que caracterizan a la auténtica belleza, muchas veces permanece ignorada por sus propios forjadores. Así, frente a la carencia general de educación y de difusión mediática, no existe un interés genuino y duradero por sus múltiples vertientes; tampoco ha surgido un sistema de análisis, interpretación y disfrute que permita desde su abordaje académico hasta su arraigo entre el público no especializado. Por estas razones, las disparidades adquieren un tinte más violento: por ejemplo, mientras en Francia, España, Alemania, Cuba y Argentina los índices de lectura se mantienen elevados y estables, México sigue luchando contra un analfabetismo funcional de raíces profundas; paralelamente, la asistencia a los museos –no sólo en nuestra entidad, sino en todo el país– ocupa un lugar exiguo entre nuestras actividades de esparcimiento.
Más allá de emprender una búsqueda de culpables –empresa que se antoja complicada e inútil, pues involucra la intervención de incontables factores, desde productores y consumidores de arte hasta gestores y promotores de cultura–, la honda diversidad que puebla la Exposición de las Naciones invita a encontrar soluciones acordes con nuestra realidad. Por un lado, ha apostado por una óptica selectiva y cuidadosa, encaminada a ofrecer exhibiciones y espectáculos de calidad que respeten la naturaleza de las celebraciones del Bicentenario. Por otra parte, ha procurado una estrategia de publicidad fundada tanto en las alternativas habituales, como la prensa, la radio y la televisión, como en los medios electrónicos, como los sitios de internet y las redes sociales. Éstas últimas se han distinguido por su coherencia: sin perder su enfoque moderno e inmediato, presentan información bastante completa, con una redacción limpia y accesible, en la cual se trasluce un necesario respeto por la lengua española.
De esta manera, el ciclo de exposiciones arrancó, durante enero y febrero, con 300% Spanish Design, un recuento de la aportación ibérica a la cultura del diseño internacional a lo largo del último siglo. El acervo, que incluyó muebles, carteles y pinturas en distintas técnicas, combinó una rica nómina de artistas plásticos, entre quienes destacaron Antoni Gaudí (Ruidoms, 1852 - Barcelona, 1926), Pablo Picasso (Málaga, 1881 - Mougins, 1973), Joan Miró (Barcelona, 1893 - Mallorca, 1983) y Salvador Dalí (Figueras, 1904 - 1989); además, ya había protagonizado exhibiciones en distintos espacios de Atenas, Lisboa, Pekín, Shangai, Sao Paulo, Bogotá y Costa Rica. Con una tendencia menos inclinada hacia la densidad de los íconos –pero igualmente transversal y revisionista–, se ha prolongado, en marzo y abril, con Cultura francoalemana, un conjunto de exposiciones artísticas, conciertos, conferencias, proyecciones de cine y muestras gastronómicas que entrecruzan la delicada sensualidad francesa con el inquisitivo espíritu alemán.
Inspirada en los antiguos gabinetes de ciencia –que lo mismo albergaban modelos de anatomía animal que posibles concepciones del universo–, Cultura francoalemana comprende algunas cuestiones ligadas con la astronomía, la salud y el medio ambiente; en idéntico sentido, engloba los últimos avances de las investigaciones relacionadas con el descubrimiento del sistema solar, la lucha contra el paludismo y el calentamiento global. De manera paralela, propone una visión particular de la fauna y la flora latinoamericanas, a través de los estudios de Alexander Von Humboldt (Berlín, 1769 - 1859) y Aimé Bonpland (La Rochelle, 1773 - Santa Ana, 1858), exploradores y naturalistas que –quizás sólo de forma tangencial– atestiguaron los movimientos independentistas del subcontinente.
La veta artística se imbrica, de manera delicada y altamente evocativa, con esta excepcional temporada de agitaciones y hallazgos. En primera instancia, Ruth Tesmar (Postdam, 1951) ofrece El ascenso al Chimborazo, una interpretación pictórica de las aventuradas expediciones de Von Humboldt. En una aproximación lúdica, oscilante entre la gracia ornamental y la sutileza introspectiva, esta profesora alemana configura un juego de collage, montaje y caligrafía, en el cual el equilibro de la estética se funde con la ardiente vitalidad que emana de todo descubrimiento.
Por otro lado, Willy Ronis (París, 1910 - 2009) explora las calles y las intimidades de su ciudad natal en Al filo del azar, una exposición retrospectiva que gira alrededor de la luz y la sombra; lo público y lo privado; la ausencia y la presencia; la lucha social y los instantes solitarios. Centrada en el cambiante rostro de Francia desde la década de 1930, se desenvuelve en sesenta y tres fotografías rigurosas y sensibles, en las cuales la fluidez de los ritmos se entrelaza con una composición tan bella como estricta. Así, el desfile del 14 de julio de 1936, el retorno de un prisionero en abril de 1945 y la Plaza des Vosges en 1985 conviven con niños que corren por los barrios populares de la capital y que se esconden para jugar debajo de unas escaleras; con enamorados que se besan y se separan en silencio; con obreros que trabajan y protestan. A pesar de esta extraordinaria variedad, es notoria la ausencia de retratos posados. “Me gustaba mucho más el movimiento, la gente, los hechos, las cosas que se mueven”, afirmó alguna vez este artista de la segunda posguerra, cuyo sentido de la naturaleza humana se trasmina a la propia definición del arte moderno. Para consultar más información alrededor de esta serie de actividades –que continuarán a lo largo de abril–, es posible visitar www.culturafrancoalemana.htm.mx.
* Artículo originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a abril de 2010.
2 comentarios:
híbridos pseudo-culturales y anuncios que mis ojos rechazan, preferí saludar a Magritte en Bellas Artes (DF), espero que alguien más esté de acuerdo conmigo, primero lo de las cuatro fachadas convertidas en un cubo feo con hoyitos, después la poca importancia que se le dio al concepto y al carácter del museo que ahora es cine, bar y no dudo que McDonalds en un futuro, y después consagrar el Bicentenario de nuestra Independencia a exposiciones temporales que bien pudieron ser planeadas por algún creativo de Telerisa, que va!, si leer en el parque de enfrente sigue siendo más cómodo..., por cierto, me gustó esta entrada..., gracias por alimentarme.
Hola, Niamm:
Muchas gracias por seguir leyendo este blog. La crítica es nutritiva, pero difiero de tus puntos de vista por múltiples razones, que pueden inferirse fácilmente de la lectura de esta entrada. De todos modos, coincido en algo contigo: la exposición de René Magritte es mucho más interesante y no hay qué perdérsela. Estamos hablando de un artista de reconocimiento internacional, al que se le ha hecho justicia con ese tipo de exposiciones.
Y leer en un parque siempre será maravilloso, ni duda cabe.
Saludos y espero leerte de nuevo por acá.
Publicar un comentario