
Hace diez días fue el cumpleaños de Arthur Rimbaud, pero me siguen pareciendo más conmovedores los primeros cien años de Miguel Hernández: un soldado evidentemente mortal que continúa deslizando sus palabras entre acontecimientos cotidianos. Las guerras, los amores y la belleza encarnan en poemas como el que reproducimos a continuación, que igualmente se enlaza con mi reciente obsesión por las ruinas y con esta fotografía: una casa olvidada, sostenida por el agua.
Canción última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
1 comentario:
Miguel:
Wilde, como siempre, tenía razón. Y se pasó el centenario de Miguel Hernández sin reflexionar auténticamente sobre su causa. Una pena. Se vieron mexicanísimos.
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