Por Margarita Hernández Martínez
Toluca, Estado de México.- El teatro se caracteriza por su calidez: no sólo se desarrolla en estrecha cercanía con el público –que aviva cada elemento de la representación–, sino que recurre directamente a las fuentes de la naturaleza humana: la emoción, las pasiones y la interacción entre los personajes. De este modo, se define como un arte totalitario, cuya esencia perdurable se atisba en la lectura del texto dramático. De ahí surge la importancia de su publicación, pues permite preservarlo más allá de los breves momentos que dura el montaje.
Centrado en estos rasgos, el Instituto Mexiquense de Cultura se ha dedicado a la edición de numerosas obras teatrales, entre las que destaca Hay mucho de Penélope en Ulises, de Vicente Quirarte. Incluido en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este hermoso volumen aspira a capturar el espíritu de una época que transformó radicalmente los puntos de vista alrededor del arte, la vida y la cultura en nuestro país.
Para ello, recurre a las propuestas de una de las generaciones artísticas más importantes del siglo XX: aquélla constituida por los Contemporáneos. De esta manera, Gilberto Owen, Celestino Gorostiza, Manuel Rodríguez Lozano, Antonieta Rivas Mercado y Clementina Otero cobran carta de existencia para evocar la curiosidad y las tendencias críticas propias de su tiempo, contrastantes con el conformismo emanado de un nacionalismo exagerado y paralizante.
Así, la trama se desarrolla entre marzo y julio de 1928, lapso en el cual el también llamado “grupo sin grupo” se dedicó al montaje de El peregrino, de Charles Vildrac. A pesar de su juventud y su inexperiencia como actores, directores, escenógrafos y productores, estos escritores y pintores consagraron su talento a la estructuración de un teatro diferente, más cercano a los ideales de la estética europea –que exploraba temas como el absurdo de la existencia humana, la relatividad de las emociones y la asunción del arte como vía para la renovación del mundo– que a la atmósfera patriótica del muralismo mexicano. Como resultado, Hay mucho de Penélope en Ulises captura, con un lenguaje claro y altamente poético, los instantes más dinámicos del nacimiento de una época que, en la actualidad, se tiñe de relevancia.
Para fortalecer los vínculos con las influencias culturales que alimentan tanto a la ideología de los Contemporáneos como a la estructura de la obra, ésta toma su nombre de una de las frases más populares de André Gide –“hay un poco de Ulises en Simbad”–, escritor francés que transformó la visión del arte y del mundo a través del reconocimiento público –impensable en ese momento histórico– de su homosexualidad. Sin embargo, Vicente Quirarte también recuerda, mediante la sustitución de personajes mitológicos, la presencia de la mujer en las esferas públicas.
En efecto, los diálogos entre Antonieta Rivas Mercado y Clementina Otero atestiguan la galopante evolución de los papeles asignados a la mujer. Así, Penélope no es ya la fémina que espera en casa; tampoco, simplemente, el objeto de inspiración poética o el destino del viaje vital que, hacia un derrotero u otro, emprenden los hombres. De esta manera, se desvela con una personalidad activa, plena de capacidad de decisión para lanzarse a sus propias odiseas. Sin duda, Hay mucho de Penélope en Ulises se constituye como un texto revelador, cuyas bellas ilustraciones –correspondientes al montaje original de la obra, en la Caja Negra del Centro Cultural Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México– contribuyen a una experiencia memorable.
Vicente Quirarte, Hay mucho de Penélope en Ulises, Instituto Mexiquense de Cultura (Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 136 pp.
* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).
Toluca, Estado de México.- El teatro se caracteriza por su calidez: no sólo se desarrolla en estrecha cercanía con el público –que aviva cada elemento de la representación–, sino que recurre directamente a las fuentes de la naturaleza humana: la emoción, las pasiones y la interacción entre los personajes. De este modo, se define como un arte totalitario, cuya esencia perdurable se atisba en la lectura del texto dramático. De ahí surge la importancia de su publicación, pues permite preservarlo más allá de los breves momentos que dura el montaje.
Centrado en estos rasgos, el Instituto Mexiquense de Cultura se ha dedicado a la edición de numerosas obras teatrales, entre las que destaca Hay mucho de Penélope en Ulises, de Vicente Quirarte. Incluido en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este hermoso volumen aspira a capturar el espíritu de una época que transformó radicalmente los puntos de vista alrededor del arte, la vida y la cultura en nuestro país.
Para ello, recurre a las propuestas de una de las generaciones artísticas más importantes del siglo XX: aquélla constituida por los Contemporáneos. De esta manera, Gilberto Owen, Celestino Gorostiza, Manuel Rodríguez Lozano, Antonieta Rivas Mercado y Clementina Otero cobran carta de existencia para evocar la curiosidad y las tendencias críticas propias de su tiempo, contrastantes con el conformismo emanado de un nacionalismo exagerado y paralizante.
Así, la trama se desarrolla entre marzo y julio de 1928, lapso en el cual el también llamado “grupo sin grupo” se dedicó al montaje de El peregrino, de Charles Vildrac. A pesar de su juventud y su inexperiencia como actores, directores, escenógrafos y productores, estos escritores y pintores consagraron su talento a la estructuración de un teatro diferente, más cercano a los ideales de la estética europea –que exploraba temas como el absurdo de la existencia humana, la relatividad de las emociones y la asunción del arte como vía para la renovación del mundo– que a la atmósfera patriótica del muralismo mexicano. Como resultado, Hay mucho de Penélope en Ulises captura, con un lenguaje claro y altamente poético, los instantes más dinámicos del nacimiento de una época que, en la actualidad, se tiñe de relevancia.
Para fortalecer los vínculos con las influencias culturales que alimentan tanto a la ideología de los Contemporáneos como a la estructura de la obra, ésta toma su nombre de una de las frases más populares de André Gide –“hay un poco de Ulises en Simbad”–, escritor francés que transformó la visión del arte y del mundo a través del reconocimiento público –impensable en ese momento histórico– de su homosexualidad. Sin embargo, Vicente Quirarte también recuerda, mediante la sustitución de personajes mitológicos, la presencia de la mujer en las esferas públicas.
En efecto, los diálogos entre Antonieta Rivas Mercado y Clementina Otero atestiguan la galopante evolución de los papeles asignados a la mujer. Así, Penélope no es ya la fémina que espera en casa; tampoco, simplemente, el objeto de inspiración poética o el destino del viaje vital que, hacia un derrotero u otro, emprenden los hombres. De esta manera, se desvela con una personalidad activa, plena de capacidad de decisión para lanzarse a sus propias odiseas. Sin duda, Hay mucho de Penélope en Ulises se constituye como un texto revelador, cuyas bellas ilustraciones –correspondientes al montaje original de la obra, en la Caja Negra del Centro Cultural Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México– contribuyen a una experiencia memorable.
Vicente Quirarte, Hay mucho de Penélope en Ulises, Instituto Mexiquense de Cultura (Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 136 pp.
* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).