Por Jesús Téllez
¿Realmente el teatro se enfrenta a una decadencia como discurso de comunicación? Es vital debatir alrededor de este tema, a fin de plantearlo desde ópticas distintas. Sabemos que la actividad teatral no puede desaparecer, pues se trata de una expresión innata al ser humano. Sin embargo, en lugar de pensar en reflexiones dirigidas hacia “la muerte del teatro”, pensemos en una posible decadencia de la relación entre el público y el montaje del espectáculo teatral, sobre todo en términos de participación.
Con el transcurso de los siglos, el teatro ha demostrado su capacidad de supervivencia, pero, al mismo tiempo, su lenguaje ha mantenido cambios constantes. Éstos se derivan, por una parte, de su contexto; por otra, de los paradigmas estéticos que rigen su creación o su representación. Esta idea de “supervivencia” puede compararse –aunque parezca un ejemplo un tanto extremo– con razonamientos provenientes de las ciencias biológicas. Así lo hace Ernst von Glasersfeld, quien cita a Jean Piaget para reflexionar sobre la evolución de las especies. Para ello, fundamenta su perspectiva en la negación de la adaptabilidad de los organismos y, en cambio, postula algunas características que les permiten sobrevivir ante su entorno.
Así, el sentido técnico del término empleado por Piaget proviene directamente de la teoría de la evolución. En este contexto, “adaptación” se refiere a un estado de los organismos que se distingue por la generación de condiciones para garantizar su supervivencia en un ambiente determinado. De manera contrastante, las ciencias humanas –y, en especial, las artes– se encuentran en permanente estado de sobrevivencia, no de adaptabilidad, ya que, más allá del determinismo de la biología, no se fundamentan en principios absolutos. De este modo, la forma de representación y exposición en el arte es capaz de destruirse, renovarse y redefinirse; como resultado, su naturaleza está ligada a la deconstrucción de paradigmas.
A partir de estos asertos, Glasersfeld agrega que “en la filogenia, ningún organismo puede modificar activamente su genoma y generar características que le permitan adaptarse a un ambiente específico. Según la teoría de la evolución, la modificación de los genes es siempre un accidente […]. La naturaleza no selecciona al más apto, meramente deja vivir a aquéllos que tienen las características necesarias para manejarse en su entorno”.
En efecto, parece que éste es el caso del teatro y del arte en general. El teatro, entendido como una disciplina humanística, se transforma con cada periodo de la humanidad, pues ésta misma se redefine alrededor del significado de la existencia, la belleza, la muerte y la vida, por mencionar sólo algunos conceptos. Quisiera, entonces, concentrarnos en este punto para llevar estas reflexiones a un plano distinto del discurso teatral. De este modo, nuestro enfoque no se limita al andamiaje de este tipo particular de creación artística, sino que comprende al interlocutor de su discurso, el cual consideramos en pleno proceso de extinción.
Anteriormente, mencionamos que el teatro no puede acabar nunca, pero, ¿qué pasa con el espectador? ¿Puede adaptarse a un ambiente modificado o simplemente es apto para sobrevivir a un entorno en constante movimiento? Frente a estas interrogantes, tenemos la certeza de las distintas variables que han asumido tanto espectadores como discursos teatrales. En efecto, el teatro responde a diversos propósitos, en concordancia con una gran diversidad de aficionados. Este amplio espectro de posibilidades se entrelaza, por un lado, con una búsqueda tanto personal como colectiva; por otro, con un sentido peculiar de la identidad y de la pertenencia. De este modo, la articulación de múltiples discursos para múltiples audiencias contribuye, implícitamente, al sentido de regionalización.
Por otra parte, esta circunstancia ha conducido, desde hace varios siglos, al surgimiento de clases específicas de representación teatral, a las que acude un público igualmente específico. Así, podemos hablar de teatro experimental para especialistas, teatro burgués para burgueses, teatro académico para universitarios. De manera paralela, la diversidad de los discursos teatrales ha desembocado en la puesta en crisis del teatro como agente unificador de sectores políticos, capas sociales y grupos generacionales. Sin embargo, lo más preocupante es que el público de las artes escénicas se ha fragmentado en justa correspondencia con la sociedad actual, lo cual difumina la noción de un entretenimiento o, en todo caso, de una convivencia auténticamente comunitaria.
* Artículo publicado originalmente en la plana cultural de El Espectador, correspondiente a junio de 2010.
¿Realmente el teatro se enfrenta a una decadencia como discurso de comunicación? Es vital debatir alrededor de este tema, a fin de plantearlo desde ópticas distintas. Sabemos que la actividad teatral no puede desaparecer, pues se trata de una expresión innata al ser humano. Sin embargo, en lugar de pensar en reflexiones dirigidas hacia “la muerte del teatro”, pensemos en una posible decadencia de la relación entre el público y el montaje del espectáculo teatral, sobre todo en términos de participación.
Con el transcurso de los siglos, el teatro ha demostrado su capacidad de supervivencia, pero, al mismo tiempo, su lenguaje ha mantenido cambios constantes. Éstos se derivan, por una parte, de su contexto; por otra, de los paradigmas estéticos que rigen su creación o su representación. Esta idea de “supervivencia” puede compararse –aunque parezca un ejemplo un tanto extremo– con razonamientos provenientes de las ciencias biológicas. Así lo hace Ernst von Glasersfeld, quien cita a Jean Piaget para reflexionar sobre la evolución de las especies. Para ello, fundamenta su perspectiva en la negación de la adaptabilidad de los organismos y, en cambio, postula algunas características que les permiten sobrevivir ante su entorno.
Así, el sentido técnico del término empleado por Piaget proviene directamente de la teoría de la evolución. En este contexto, “adaptación” se refiere a un estado de los organismos que se distingue por la generación de condiciones para garantizar su supervivencia en un ambiente determinado. De manera contrastante, las ciencias humanas –y, en especial, las artes– se encuentran en permanente estado de sobrevivencia, no de adaptabilidad, ya que, más allá del determinismo de la biología, no se fundamentan en principios absolutos. De este modo, la forma de representación y exposición en el arte es capaz de destruirse, renovarse y redefinirse; como resultado, su naturaleza está ligada a la deconstrucción de paradigmas.
A partir de estos asertos, Glasersfeld agrega que “en la filogenia, ningún organismo puede modificar activamente su genoma y generar características que le permitan adaptarse a un ambiente específico. Según la teoría de la evolución, la modificación de los genes es siempre un accidente […]. La naturaleza no selecciona al más apto, meramente deja vivir a aquéllos que tienen las características necesarias para manejarse en su entorno”.
En efecto, parece que éste es el caso del teatro y del arte en general. El teatro, entendido como una disciplina humanística, se transforma con cada periodo de la humanidad, pues ésta misma se redefine alrededor del significado de la existencia, la belleza, la muerte y la vida, por mencionar sólo algunos conceptos. Quisiera, entonces, concentrarnos en este punto para llevar estas reflexiones a un plano distinto del discurso teatral. De este modo, nuestro enfoque no se limita al andamiaje de este tipo particular de creación artística, sino que comprende al interlocutor de su discurso, el cual consideramos en pleno proceso de extinción.
Anteriormente, mencionamos que el teatro no puede acabar nunca, pero, ¿qué pasa con el espectador? ¿Puede adaptarse a un ambiente modificado o simplemente es apto para sobrevivir a un entorno en constante movimiento? Frente a estas interrogantes, tenemos la certeza de las distintas variables que han asumido tanto espectadores como discursos teatrales. En efecto, el teatro responde a diversos propósitos, en concordancia con una gran diversidad de aficionados. Este amplio espectro de posibilidades se entrelaza, por un lado, con una búsqueda tanto personal como colectiva; por otro, con un sentido peculiar de la identidad y de la pertenencia. De este modo, la articulación de múltiples discursos para múltiples audiencias contribuye, implícitamente, al sentido de regionalización.
Por otra parte, esta circunstancia ha conducido, desde hace varios siglos, al surgimiento de clases específicas de representación teatral, a las que acude un público igualmente específico. Así, podemos hablar de teatro experimental para especialistas, teatro burgués para burgueses, teatro académico para universitarios. De manera paralela, la diversidad de los discursos teatrales ha desembocado en la puesta en crisis del teatro como agente unificador de sectores políticos, capas sociales y grupos generacionales. Sin embargo, lo más preocupante es que el público de las artes escénicas se ha fragmentado en justa correspondencia con la sociedad actual, lo cual difumina la noción de un entretenimiento o, en todo caso, de una convivencia auténticamente comunitaria.
* Artículo publicado originalmente en la plana cultural de El Espectador, correspondiente a junio de 2010.
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