Por Margarita Hernández Martínez
Toluca, Estado de México.- A pesar de su basamento cultural –que, al mismo tiempo, la restringe y la ilumina– la poesía no se encuentra alejada de la naturaleza. De este modo, se inspira en sus formas y en sus ritmos; en sus tendencias al desorden y a la simetría; en la constancia de sus cantos y en la sabia serenidad de sus silencios. Así, no es extraño que esta relación, tan cercana y complementaria, desemboque en libros como Silencios de agua, de Estephani Granda Lamadrid.
Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en Piedra de Fundación y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este breve –pero sustancial– recuento de poemas constituye una búsqueda emotiva alrededor de una multiplicidad de temas, como la vida, el deseo, el amor, el odio, la memoria y las trayectorias por la ciudad. Aunque la mayoría de estos tópicos –tan antiguos como actuales, pues provienen de lo intemporal de la esencia humana– se identifican con diversos estados del agua –desde la llovizna hasta el océano–, para Adriana Tafoya, poeta y editora capitalina, en este volumen “tienen lugar todos los elementos: el mar y su tormenta; el viento soplando al fuego; la tierra hecha de polvo”.
En efecto, a lo largo de Silencios de agua, Granda Lamadrid despliega una capacidad de percepción altamente minuciosa, de sorprendente exactitud, que se traduce en imágenes de aliento adánico y revelador. De esta manera, la voz lírica descubre un mundo nuevo, desenvuelto entre himnos que festejan la sensibilidad –“qué ligera es esta lluvia / qué hermoso ángel te vuelves para tocar mi lengua”– y salmos que custodian la introspección espiritual –“yo canto en mi lengua con la voz escrita / con el polvo de mis huesos arados por el mar”–. Al final, encarna una tentativa por reconciliar el gozo carnal con la elevación espiritual; el amor con las destrucciones del tiempo.
Por estas razones, Silencios de agua también consigue conjuntar el fondo –es decir, los temas y las perspectivas adoptadas por su autora– con la forma –o sea, el lenguaje y la disposición de los versos–. De este modo, los versos fluyen con una naturalidad líquida que, según Oscar Wong, poeta y crítico chiapaneco, encarna “una respiración salmódica, basada en un universo acústico que conduce al lector del plano habitual, cotidiano, a una dimensión estética más dinámica”. En último término, esta primera entrega de Granda Lamadrid gravita con la intensidad de las obras iniciáticas, con la luz de los poemas que anticipan nuevas mañanas.
Estephani Granda Lamadrid, Silencios de agua, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Piedra de Fundación / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 79 pp.
* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).
Toluca, Estado de México.- A pesar de su basamento cultural –que, al mismo tiempo, la restringe y la ilumina– la poesía no se encuentra alejada de la naturaleza. De este modo, se inspira en sus formas y en sus ritmos; en sus tendencias al desorden y a la simetría; en la constancia de sus cantos y en la sabia serenidad de sus silencios. Así, no es extraño que esta relación, tan cercana y complementaria, desemboque en libros como Silencios de agua, de Estephani Granda Lamadrid.
Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en Piedra de Fundación y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este breve –pero sustancial– recuento de poemas constituye una búsqueda emotiva alrededor de una multiplicidad de temas, como la vida, el deseo, el amor, el odio, la memoria y las trayectorias por la ciudad. Aunque la mayoría de estos tópicos –tan antiguos como actuales, pues provienen de lo intemporal de la esencia humana– se identifican con diversos estados del agua –desde la llovizna hasta el océano–, para Adriana Tafoya, poeta y editora capitalina, en este volumen “tienen lugar todos los elementos: el mar y su tormenta; el viento soplando al fuego; la tierra hecha de polvo”.
En efecto, a lo largo de Silencios de agua, Granda Lamadrid despliega una capacidad de percepción altamente minuciosa, de sorprendente exactitud, que se traduce en imágenes de aliento adánico y revelador. De esta manera, la voz lírica descubre un mundo nuevo, desenvuelto entre himnos que festejan la sensibilidad –“qué ligera es esta lluvia / qué hermoso ángel te vuelves para tocar mi lengua”– y salmos que custodian la introspección espiritual –“yo canto en mi lengua con la voz escrita / con el polvo de mis huesos arados por el mar”–. Al final, encarna una tentativa por reconciliar el gozo carnal con la elevación espiritual; el amor con las destrucciones del tiempo.
Por estas razones, Silencios de agua también consigue conjuntar el fondo –es decir, los temas y las perspectivas adoptadas por su autora– con la forma –o sea, el lenguaje y la disposición de los versos–. De este modo, los versos fluyen con una naturalidad líquida que, según Oscar Wong, poeta y crítico chiapaneco, encarna “una respiración salmódica, basada en un universo acústico que conduce al lector del plano habitual, cotidiano, a una dimensión estética más dinámica”. En último término, esta primera entrega de Granda Lamadrid gravita con la intensidad de las obras iniciáticas, con la luz de los poemas que anticipan nuevas mañanas.
Estephani Granda Lamadrid, Silencios de agua, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Piedra de Fundación / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 79 pp.
* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).
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