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9 de febrero de 2011

Insensibilidad y olvido: la destrucción de los edificios antiguos de Toluca



Por Margarita Hernández Martínez

A lo largo de la última década, el internet y las redes sociales se han convertido en un instrumento tan poderoso como trivial: mientras millones de usuarios dan cuenta de actos vanos e intrascendentes –que manifiestan, además, la vacuidad en la que se desenvuelve la existencia contemporánea–, otros tantos han recurrido a la red como un vehículo de denuncia y de protesta; una alternativa de apertura frente a las insuficiencias de la libertad de expresión. Así, blogs como Generación Y, de la cubana Yoani Sánchez, han consolidado una tendencia a la reconfiguración ideológica en derroteros estériles, a través de las experiencias, las personalidades y los paisajes cotidianos. Con un aliento notablemente más pacífico, pero igualmente inclinado a la reflexión, a la toma de conciencia y a la forja de una posible identidad colectiva, Toluca ha encontrado su sitio en este panorama, mediante un perfil de Facebook que difunde desde actividades de interés general hasta catástrofes como la paulatina destrucción de los edificios antiguos de la ciudad.

A pesar de las declaraciones del Ayuntamiento local, que aspira a transformar al centro de la capital del Estado de México en un espacio de rememoración histórica, las calles que rodean a la Plaza de los Mártires se encuentran repletas de construcciones abandonadas, erosionadas por la ignorancia y la insensibilidad de ciudadanos, propietarios y autoridades. De acuerdo con información del Ateneo Mexiquense, asociación que congrega a artistas e intelectuales de la entidad, en los últimos treinta años, Toluca ha atestiguado la desaparición de tres mil inmuebles históricos, los cuales han sido reemplazados por obras de poca identidad para la ciudad. Entre ellos, destacan el Teatro Coliseo, la casa de Enrique Carniado, el Zoológico de la Alameda Central y las instalaciones originales de la Cervecería Modelo, así como residencias porfiristas y edificios decimonónicos que han dado paso a estacionamientos y plazas públicas –en ocasiones, simples explanadas de cemento– de estilo ecléctico, alejado de las modalidades arquitectónicas que, en su día, caracterizaron a una de las primeras –y más relevantes– urbes industriales de nuestro país.

A ellos se unirán, en cuestión de pocos años, dos casonas del siglo XIX ubicadas en Sebastián Lerdo de Tejada, entre Nicolás Bravo y 21 de marzo –de las cuales sólo persisten las fachadas, sujetas (y, en la misma medida, dañadas) por vigas metálicas–, además de la Antigua Estación de Ferrocarriles Nacionales –en su día, una de las más importantes de México–, el Molino de la Unión –fundado como Molino de Vapor alrededor en la década de 1860, por Arcadio Henkel– y la Jabonera Longares, cuyos derruidos interiores pueden atisbarse, en sus más desoladores detalles, en los apartados fotográficos del mencionado perfil de Facebook. Ahí, contrastan con un conjunto de imágenes consagradas a Toluca la Bella, en el cual las calles de la Concordia, la Ley, la Libertad y la Igualdad despliegan una multiplicidad de comercios, mercados, cines, jardines, templos, monumentos, edificios administrativos, instituciones educativas y vías férreas que han desaparecido por diversas razones: desde demoliciones motivadas por la gradual remodelación de avenidas y áreas públicas, hasta incendios, inundaciones, traspasos y otros descuidos, que afectan considerablemente el estatuto histórico de la ciudad.

Las consecuencias y las contradicciones de esta situación se contemplan desde varias vertientes: mientras refuerzan el desarrollo urbano ilógico y desordenado que asola a una capital desvinculada de sus habitantes –quienes ahogan los citados catálogos de fotografías con comentarios ácidos y dolorosos; acertados y propositivos; oscilantes entre la nostalgia del pasado y los desencantos del presente– revelan las ineficiencias –rayanas en la absoluta anarquía– del aparato burocrático, tanto del municipio como de la República. Actualmente, los postulados legales del Instituto Nacional de Antropología e Historia dictan el resguardo de las construcciones de más de cien años de antigüedad; sin embargo, no existen facilidades para su conservación, sea individual, colectiva o, incluso, gubernamental.

De este modo, los propietarios de edificios con estas particularidades se ven obligados a seguir reglamentos inoperantes, razón por la cual prefieren la demolición hormiga: ventanas rotas, balcones caídos, techos podridos y maleza creciente, acompañados por toda clase de vestigios, anteceden a frontispicios vacíos, que se derrumban, piedra a piedra, sobre la historia y los peatones. Su aniquilación no sólo constituye un daño irremediable al patrimonio cultural, artístico y hasta industrial de la ciudad –y, por extensión, del estado y del país–, sino que representa un peligro latente a los habitantes cercanos, especialmente en Sebastián Lerdo de Tejada: ambas casonas –una de ellas, según un rumor en internet, perteneció a Isidro Fabela– se localizan en las inmediaciones de escuelas, con altas concentraciones de automóviles y gente que, al mismo tiempo, aceleran su destrucción y detonan el riesgo de un accidente.

Ante este panorama, resulta indispensable emprender un plan de acción dual: por un lado, es urgente concientizar a todos los actores vinculados con este problema, desde el gobierno federal hasta los pobladores más jóvenes, a fin de prevenir una devastación de mayores alcances. Ésta puede lograrse a través de una educación integral, tendiente a combatir el olvido y la indiferencia y a recuperar los pasajes históricos más relevantes de Toluca, la mayoría de los cuales encarnan en sus calles y edificios antiguos.

Por otra parte, legislar de manera realista, pertinente y flexible alrededor de la preservación, la custodia y la difusión de las reliquias arquitectónicas de la ciudad –y del resto del país– contribuirá a asegurar su restauración y a prolongar su ocupación con nuevas funciones, como centros educativos y culturales. Así ha ocurrido, de forma más o menos exitosa, con el Archivo Histórico Municipal de Toluca, el Centro Regional de Cultura de Toluca, el Cosmovitral, la Casa de las Diligencias, el Edificio Central de Rectoría y los museos Modelo de Ciencias e Industria, de la Acuarela, de Bellas Artes, de Numismática, Virreinal de Zinacantepec, José María Velasco, Felipe Santiago Gutiérrez y Luis Nishizawa, además de algunas secciones del Centro Cultural Mexiquense, que han trascendido sus orígenes para transformarse en memoria dinámica. Más allá de estos recintos, la Alameda Central, los Portales y el icónico Andador Constitución continúan avivando los acontecimientos diarios de una capital que no merece perder las titubeantes huellas de su belleza. Antes de destinar recursos a la construcción de portales despojados de auténtico sentido, habría que pensar en la configuración de un centro histórico acorde con su vocación y con su nombre.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a febrero de 2011.

** La imagen que acompaña esta entrada es de Chuchomotas para Toluca en Facebook.