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25 de enero de 2008

Lazos

En su blog personal, Sergio Ernesto Ríos (cuya biografía puede leerse aquí) consigna este hermoso poema de José Gomes Ferreira. Lo copiamos como un mero recordatorio (para eso es la poesía).

Arena X

¿Por qué este sueño absurdo
al que llaman realidad
no me obedece como los otros
que traigo en la cabeza?

¡He aquí la enorme rabia!

Mézclenla con rosas
y llámenle vida.

17 de enero de 2008

¿Cuánto vale la cultura? (comentario robado)

En una entrada correspondiente al 16 de enero de este año, Pepe Flores reflexiona en torno a la cultura, sus valores y necesidades en México.

Nos robamos su artículo, que también puede leerse (junto con otros comentarios igual de interesantes) aquí.


¿Cuánto vale la cultura?: La contribución económica de las industrias culturales de Ernesto Piedras es el libro que me pidieron como bibliografía obligada para clase de Mercadotecnia Cultural. En la red hay una pequeña adaptación, ideal para darse una idea del panorama general. Y es que, independientemente de la mala [o errónea] imagen que se tiene de algunas industrias culturales [como la discográfica, por ejemplo], no cabe duda que este tipo de industrias activan la economía del país. Pero la pregunta es muy interesante: ¿cuánto vale [en México] la cultura?

Román Guberns, en El eros electrónico, sostiene que este tipo de industrias surgieron con la sociedad de ocio: una sociedad en la que el tiempo libre es altamente valorado. No es de extrañarse, por ejemplo, que una gran cantidad de libros sean traducidos al finés. Por su alto nivel de vida, los habitantes de los países escandinavos tienden a consumir más productos editoriales, lo que mueve la industria hacia la traducción de más títulos a esos idiomas. La ecuación en muy sencilla: a más tiempo libre, más consumo de industrias culturales. Si el consumo es alto, la cotización es alta. Pero, ¿en los países con un consumo bajo, cómo valorar el arte?

México representa varios retos para las industrias culturales. La industria editorial tiene que pelear contra un sistema educativo retrasado, donde los libros se leen por imposición y no por gusto. Marisol Schultz, directora de Alfaguara, alguna vez me comentó que la editorial sólo podía sacar cerca de 20 títulos nuevos por año, en contraste con los 75 que saca España. El teatro, la danza y las artes plásticas vienen en el olvido, cada vez con menos personas que se acercan al consumo del arte. Las discográficas y la cinematografía luchan contra una piratería que crece a pasos agigantados. Y la raíz de todos estos problemas pasa por el factor económico. Por el valor simbólico de la cultura.

¿Cuánto es justo pagar por un libro? ¿Por qué es tan desmedido el costo de un cuadro? ¿Para qué comprar el disco original si el pirata es más barato? En gran parte, porque la industria ha abusado en los precios. Pero, por otro lado, porque el precio de la cultura está sumamente desfasado con los productos de primera necesidad. Y el arte no se considera básico. En los niveles socioeconómicos más altos, el panorama no suele mejorar mucho. El arte se considera un accesorio más, un símbolo de opulencia. Así funciona la industria del best-seller: libros que uno debe [supuestamente] leer, aunque carezca de calidad literaria. Películas que no ofrecen nada nuevo en el horizonte, pero que son un must social. Obras de teatro que sustituyen los petit-comité. Y así, ad infinitum.

La pregunta original es cuánto vale la cultura. Pero la verdadera pregunta es cuánto cuesta la cultura. La industria de la cultura está pensada para mantener activa una economía sana, donde la gente considera al arte como una opción y disfruta de tiempo libre. Por desgracia, México es el caso contrario. En nuestro país, la cultura cuesta mucho, porque pocos pueden darse el lujo de pagarla. Y muchos que pueden, optan por no hacerlo; o en su defecto, por usarla como una accesorio más. Hace no mucho, escuchaba a dos estudiantes de Humanidades refunfuñar sobre las pocas posibilidades que existe de vivir del arte en el país y el nulo apoyo gubernamental. Cruda y pragmáticamente, una amiga internacionalista les espetó: las políticas culturales no son una prioridad. Primero que coman, después que pinten.

13 de enero de 2008

En la corriente

Pasaron muchos días sin actualizar Vocesfragmentarias; sin embargo, el momento de hacerlo viene cargado de novedades. En primer lugar, tenemos un artículo sobre el trabajo de las casas de cultura y dos reportajes –sobre Norman Mailer y la Biblioteca Mexiquense del Bicentario– con una extensión e investigación mucho más ambiciosa que de costumbre. Por otro lado, estamos felices de estrenar “El pulso y la palabra”, una sección que todavía tenemos flotando –no hemos definido aún qué periodicidad tendrá–, pero que, por lo pronto, nos ha servido de pórtico para presentar el trabajo de escritores nuevos y antiguos, de intentos y trayectorias. Finalmente, con la intención de diversificar los contenidos y los puntos de vista de la página cultural de El Espectador, esperamos la colaboración de todos ustedes. Sabemos –o al menos así lo insinúa nuestro indicador de resonancias– que están ahí y que tienen algo que decir. Los invitamos a enviar sus propuestas críticas y literarias a magy_h@yahoo.com. Los trabajos más interesantes y propositivos pueden llevarse una sorpresa.

La Biblioteca Mexiquense del Bicentenario: tentativas y fallas


Por Isabel Estambul

¿Qué tienen en común los cuentos y las novelas de Alejandro Ariceaga, una monografía ilustrada que gira en torno al ciclo del agua, las memorias circenses de Alfonso Sánchez García y un puñado de consejos que Benito Juárez guardó para sus hijos? A simple vista, no comparten nada más que su basamento en la escritura y, por extensión, su validación dentro del nicho cultural vigente. Sin embargo, desde la perspectiva de los miembros del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal –un grupo por demás heterogéneo, constituido por funcionarios, editores y escritores–, estos textos poseen un conjunto de rasgos –oscuros, indeterminados y probablemente dispares– capaces, por sí mismos, de fortalecer la identidad mexiquense –del mismo modo indefinida, pues el Estado de México se encuentra escindido hasta por la geografía–; por lo tanto, reúnen las condiciones necesarias para unirse a una de las iniciativas editoriales más ambiciosas de los últimos veinte años: la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario.

Este proyecto, concebido como el epicentro de la política cultural de la administración pública actual y definido –con todas las reservas que el discurso oficial impone– como una “labor eminentemente popular”, se propone destinar alrededor de 30 millones de pesos –extraídos de distintas partidas presupuestales, entre las que destacan la de la Secretaría de Educación y la del Instituto Mexiquense de Cultura– a la recopilación, la edición y la publicación, en tirajes oscilantes entre los 20 y 30 mil ejemplares, de un vasto repertorio de obras históricas, literarias, científicas y humanísticas; antologías, manuales escolares y enciclopedias especializadas; libros-objeto y volúmenes de gran formato. De esta manera, según dicho Consejo, la Biblioteca –que, hasta ahora, ha producido 49 volúmenes– aspira a conformar una colección variada que, además, se halle en condiciones de transgredir los límites tradicionalmente impuestos a la cultura: por ejemplo, no se restringe a la presencia del texto en el papel –que, en ocasiones, se considera primitiva y prohibitiva, según ascienden los precios y los furores ecológicos–, sino que pretende ocupar un lugar en el ciberespacio.

En efecto, quienes se aventuran a navegar por web.edomexico.gob.mx/bibliotecabicentenario pueden leer, sin costo alguno, las primeras doce páginas de El agua. Ciclo de un destino. Y con ese tímido coqueteo –que, más bien, sabe a invitación a adquirir un libro que, desde su diseño, no se adivina barato–, pueden percibir, también, las fisuras características de los programas gubernamentales que, pese a sus buenas intenciones –en el fondo, es loable preocuparse por el enriquecimiento del acervo editorial estatal–, carecen de un fundamento práctico y realista: para empezar, resulta imposible acceder al libro completo; por otro lado, este vistazo depende de una gratuidad engañosa, dado que los lectores potenciales se ven obligados a contar con bienes y servicios onerosos, como electricidad, una computadora y acceso a Internet. En consecuencia, desde sus pasos iniciales –se trata, por supuesto, de un proyecto a largo plazo, que concluirá en 2010–, la Biblioteca contradice sus principios básicos y se sitúa fuera del alcance de la totalidad del pueblo mexiquense.

No obstante, sus planteamientos insisten en incorporar la visión cultural del Estado de México –lo que sea que ello signifique: quizás una simple expresión retórica desprovista de referentes semánticos concretos– a las celebraciones nacionales del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución; sin embargo, detrás de las imprecisiones del discurso, parecen justificar un plan que, en términos generales, debe encaminarse a “conocer y reconocer la identidad mexiquense, acrecentar la consciencia histórica y social, difundir creaciones artísticas que representen una aportación a la cultura nacional y divulgar estudios técnicos y científicos”. Esta sola lista de objetivos sugiere, más que un ejercicio de crítica y discernimiento, un trámite burocrático: una manera de simular que el conocimiento y las humanidades le interesan a un país de indiferentes analfabetos funcionales. Y no sólo porque la identidad mexiquense se encuentra todavía en periodo de fragua –no olvidemos que tal gentilicio nació, como parte de un programa político semejante a este, hace apenas 27 años; por ende, no ha conseguido unificar realidades tan distintas como la vida en el Valle de Toluca, en Texcoco o en Nezayork–, sino, también, porque el arte y la historia –aun aquellos gestados y defendidos por organizaciones y voluntades independientes– se desenvuelven en medio de obstáculos y trompicones; de forma paralela, el desarrollo científico y tecnológico permanece en la parálisis y el olvido. En estas circunstancias, es lógico que el referido Consejo encuentre más sencillo incluir en la Biblioteca “tantos títulos como propuestas existan”, con el único requisito de respetar un parámetro de calidad al que, para no perder la costumbre, le falta claridad. Y, en este contexto, resulta igualmente fácil encasillar el sentido auténtico, provocador y revelador por antonomasia, del arte y la cultura.

Independientemente de estos problemas, el telón de fondo en el cual ambiciona desplegarse la Biblioteca muestra, asimismo, múltiples fracturas: el Estado de México –acorde con las proporciones nacionales, que registran 523 librerías para poco más de 100 millones de habitantes– sólo cuenta con un puñado de librerías y bibliotecas –insuficientes para atender sus 125 municipios–, las cuales proveen un servicio limitado que, la mayoría de las ocasiones, deja mucho que desear. En un tenor similar, la desintegración entre los proyectos culturales emprendidos por las diversas administraciones gubernamentales y las instituciones educativas propician que este tipo de tentativas queden suspendidas en el vacío –dado que la generalidad de los niños y los jóvenes se aproximan a la lectura mediante los textos presentes en las aulas–. Por estas razones, resulta inútil emprender una tarea de estas magnitudes –pues editar libros no es un trabajo sencillo: consume una gran cantidad de tiempo y recursos, tanto materiales como humanos– sin haber establecido y solidificado los vínculos necesarios para asegurarse de que tanto esfuerzo rendirá frutos –y, en última instancia, reforzará la identidad mexiquense: al menos habremos leído los mismos libros–. De lo contrario, la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario se convertirá en un empeño estéril, adecuado para alardear y pararse el cuello, pero distante de sus finalidades originales.


* Texto correspondiente a la página cultura de El Espectador del mes de enero.


** La ilustración corresponde a una fotografía de Flickr que puede verse aquí.

El lector macho: Norman Mailer sin nostalgias




Por José Antonio Romero Reyes

La ironía más amarga para un espíritu combativo y un alma libre: los homenajes post mortem: el INRI de Jesucristo se toma en serio, se exhibe orgullosamente en fino acabado, con la finalidad expresa de decorar alguna habitación de similares condiciones. Por ejemplo, seguro que Ernesto Guevara no imaginaba convertirse en el icono, tan famoso como la Coca Cola, del rebelde fracasado y, por lo mismo, querido; sin embargo, ¿cuántos se respaldan en los muertos?

Y se siguen produciendo etiquetas, nostalgias hipocritonas para clasificar y archivar a los Grandes Hombres del Siglo, los dignos de ocupar un puesto en el prestigioso podio de la Alta Cultura. Norman Mailer, uno de los que hubiera odiado los fáciles halagos después de muerto, ya tiene el suyo: los más importantes diarios y no pocas bitácoras electrónicas lo anuncian como “el padre del periodismo moderno”. Y lo que falta en este merecido reconocimiento a Mailer es responder a la pregunta: “¿y por qué?”. Temerosos de la divagación, de la subjetividad, hacemos explícito el hecho (“Norman Mailer, el padre del periodismo moderno, falleció el 10 de noviembre de 2007, a los 84 años”) y en esa inmediatez expresiva, paradójicamente, se mata gran parte de lo que pudo generar interés. Se pierde la capacidad de generar hipótesis a cambio de una información concisa que nos promete ofrecernos un trozo de realidad, desprovista de los prejuicios de la subjetividad de un periodista; esta pretensión de condición y objetividad resulta engañosa, la noticia se vuelve estéril.

Norman Mailer, sin duda, pensó en el periodismo como la facultad de gestar conjeturas, la habilidad de asumirse plenamente dejando ver su visión de mundo. Despreocupado por la fidelidad a la Verdad (esa verdad oficial que parafrasean el mismo día los mismos diarios) y sin temor a la subjetividad, Mailer se mantuvo comprometido y polémico al asumir esa necesidad de acercarse aún a costa y riesgo de equivocarse; al respecto, comentaba que “una hipótesis abre el intelecto al pensamiento, a la comparación, a la duda, a lo esquivo de la verdad. Los mitos, por su parte, son hipótesis congeladas”. El dinamismo de sus textos está en tomar a la verdad no como algo dado sólo a través de los hechos, sino como el juego en el que uno aventura suposiciones y sospechas, las deja sobre la mesa y, en el trabajo de asimilarlas o refutarlas, hace participar activamente al lector, lo provoca para ser crítico: “el valor de una hipótesis es que puede estimular nuestro entendimiento y avivar nuestra concentración”. Leer se vuelve, esencialmente, intentar hipótesis, convivir con el texto, maltratarlo y hasta reírse de él; leer es asumirse como parte de un tiempo.

Aventuro la hipótesis de que desconozco qué le da la paternidad a un hombre con respecto a un hecho que se considera significativo; desconozco qué hace a alguien “padre de la patria”, “padre del periodismo”, “padre del surrealismo” o cualquier paternidad rimbombante. Desconozco, asimismo, qué se entienda por periodismo moderno y hasta qué punto ese concepto nos lleve a leer de otra manera un texto (como lectores machos, en términos de Julio Cortázar) y nos comprometa a intentar un periodismo más creativo; ese periodismo no temeroso de la subjetividad o de la ficción. Un periodismo que, desde el ejercicio de Mailer, buscaba el tono exacto para decir las cosas y se mostraba en un estilo ágil y expresivo. Un estilo que se atrevió a ser polémico y jamás pretendió en sus opiniones adoctrinar a nadie; un periodismo con vocación agudamente crítica que tampoco puede reducirse a un epíteto más con el que se celebra a Mailer: “la conciencia social de los Estados Unidos de América”. De acuerdo, pero no sólo eso, y dudo que Mailer escribiera para serlo.

Tal vez la meta principal del periodismo sea movilizar nuestra sensibilidad y nuestra razón, sentirnos parte de un momento histórico y de una realidad llena de matices, sentirnos lejos del desdén a cualquier manifestación cultural (en el más amplio de los sentidos), sabernos hijos de nuestro tiempo. Aquel que no experimente el gozo de vivir y la necesidad de ver, no puede crear lectores machos; esto es, lectores activos que no se queden con la mera percepción y asimilación de datos y hechos, sino que lleguen al análisis, a la toma de posición con respecto a su condición particular.

Norman Mailer, independientemente de la leyenda que se construye alrededor de su vida privada, constantemente tuvo que tomar decisiones –muchas veces– comprometedoras: denunció la cacería de brujas en el macartismo, se mostró opositor a la guerra de Vietnam, escribió, en 1948, una de las principales y más importantes novelas acerca de la Segunda Guerra Mundial, Los desnudos y los muertos, de carácter autobiográfico. De hecho, su incursión en la ficción no está exenta de trabajos biográficos o de investigaciones sobre personajes de la época: Marilyn (1973), sobre la famosa actriz y cantante Marilyn Monroe; Oswald, un misterio americano, sobre el conocido asesino de John F Kennedy, y Retrato de Picasso (1995), sobre el célebre pintor malagueño, entre otros. Sus ensayos y sus artículos, desde el título, están lejos del reporte desapasionado de los hechos: El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el hipster, polémico ensayo sobre la discriminación racial, y Advertencias a mí mismo, entre centenares de textos más.

Una hipótesis será siempre una toma de postura, una buena ficción, un ataque a la naturaleza de la realidad. Un no estar de acuerdo y un mostrarnos vivos, libres en nuestro pensar, comprometidos con la intención de comprender, conscientes de la equivocación. La gran meta lejana de Mailer radica en acceder a esa combinación de investigación no exenta de fuerza expresiva, en absoluto tímida o contenida. Cabe agregar, recordar y comprometerse con la causa central del periodismo, pues, según Mailer: “los periodistas se aventuran en este meritorio e intrincado camino cavando la dura tierra en busca de esas criaturas viscosas que llamamos hechos, que casi nunca son lo suficientemente claros como para aflorar como ciertos o falsos”.


* Texto correspondiente a la página cultura de El Espectador del mes de enero.

¿Pa' qué?




Por David Coronado

I

Le pregunté hace tiempo a quien fungía como profesor de guitarra en la Casa de Cultura de Santiago Tianguistenco: “¿Por qué no les enseñas a los muchachos otra cosa que no sean canciones de rondalla?”, pregunta surgida tras varios meses de pasar cerca de su lugar de ensayo y de escuchar invariablemente las melosas notas de los saltilleros. Su respuesta fue muy clara: “¿Pa’ qué?”. Y siguió estirando sus cuerdas hasta lograr la afinación requerida.

II

En un tiempo inmemorial, pugnaba yo por que le dieran a mi modesto taller de creación literaria un mejor espacio para trabajar que el que hasta ese momento había tenido junto a los baños. Nos alejaron de los baños y terminamos en el sótano, donde se podía fumar a gusto. Decisión acertada la de subterranizarnos: nuestra pequeña horda de escribas ponía nerviosas a las señoras que llenaban los talleres de globoflexia, tarjetería española, migajón y macramé, y a los chavos de kung-fu.

III

Cuando me encontré con la agradable noticia de que en mi pueblo, Xalatlaco, el director de la Casa de Cultura era un jovenazo avezado en las lides del quehacer cultural y artístico, mi alegría se desbordó. Acudí a enterarme de las actividades que tenía y a ofrecer mi granito de talco para trabajar. Todo bien. Cine club, talleres, exposiciones, presentaciones de libros, conferencias… el amor eterno duró seis meses. Cuando a los gallardos integrantes del cabildo se les ocurrió que sus ingresos no eran apropiados para la envergadura de su puesto, la casita de cultura perdió los sueldos (pocos) de sus coordinadores de talleres, para el engrose necesario de la cartera de munícipes y comparsas.

IV

Valgan como antecedentes las tres mini historias de arriba, para llegar al punto que me interesa ahora: Casas de Cultura de nuestro Estado, qué y para qué.

¿Qué son las Casas de Cultura?
a) Edificios que toda la comunidad conoce, pero que nadie visita.
b) Centro de reunión de niños(as), jóvenes(as) y adultos(as) cuyas características hiperactivas no permiten a sus familias tenerlos todo el día en su casa.
c) Punto de encuentro para artistas loquitos que la utilizan como plataforma para irse a otro lado.
d) Castigo político para molones de campaña.
e) Un empleo por tres años.
f) Ventana hacia las manifestaciones sensibles del ser humano por medio de las artes.
g) Todas las anteriores.

Sí, puede ser que todas las opciones sean la respuesta. El asunto está en el manejo de quienes las dirigen. Hay, como en todos lados, excepciones esperanzadoras que me hacen creer en la posibilidad de mejora y verdadero ejercicio de estas instituciones, por ahora, municipales.

Mientras los encargados de dirigir los centros culturales no tengan una mínima idea de la promoción y la generación cultural, tendremos siempre gente tras un escritorio, cubriendo un horario y cuidando de no moverse para no salir de la foto. Se me ocurre que si, en cada municipio, los promotores, artistas, artesanos, escritores y demás nos uniéramos en grupos de trabajo y nos olvidáramos por un rato de bogar en nuestro beneficio personal, se podría ejercer presión en los señores del gobierno, para que cedan la dirección y la ejecución de los programas culturales.

Que dejen hacer las cosas a quienes saben hacerlas y que no nos pregunten: “¿Pa’ qué?”.



* Texto correspondiente a la página cultura de El Espectador del mes de enero.


** La ilustración es una fotografía de la Casa de la Cultura de Metepec, en la cual se observan problemas semejantes a los descritos en este artículo.

10 de enero de 2008

Conjura


Por Margarita Hernández Martínez

A veces
él
o la poesía
se confabulan,
secretean,
me interpelan.

Amo
sus ocultas
maneras.

Abrigan
mi cara
en marañas
de signos.

Me abren
los ojos
con dedos
futuros.

A veces
él
o la poesía
me muestran
sus cuerpos.

Transfiguran
mi forma
en las líneas
del sueño.

Amo
su piel
de escándalo
honesto.

Entonces
me tocan
con alas
y hojas.

Hacen
señales o
trazan
caminos.

Los ando
con todas
mis piernas
furiosas.

Amo
que apaguen
cansancios
con lluvias.

A veces
él
o la poesía
me citan
de noche.

Entonces
me llenan
de frío
o de esperma:

abrazan
el fuego,
las dobles
blancuras:

sacan
de pronto
el diablo
que hay
en mí.



* Texto correspondiente a “El pulso y la palabra” del mes de enero.


** La versión original de la fotografía, tomada por Juanjo Fernández, puede verse aquí.

Letras al vacío



Por Jonathan del Carmen

Azares

Entonces jugamos a la moneda, se lo dejamos todo a ella. Este ejercicio tiene unas ventajas notables, por ejemplo, es inapelable el resultado, además de gozar de aceptación y simpatía generalizadas. La moneda no va a aceptar reclamos y ninguno de nosotros está lo suficientemente chiflado como para persuadirla de su decisión equivocada, pero, gran paradoja, sí lo estamos como para cederle decisiones de diversa importancia. Sin embargo, a pesar de notar estos detalles, persistimos. En mi particular caso será: águila, te llamo; sol, pues no. Dos de tres. ¿Resultado? Tres soles, contundentes y luminosos soles de a diez. Es claro que con dos me bastaba para no llamarte, pero te amo tanto que me resisto a suponer que el azar controla mi existencia.

¿Será que por eso tampoco tú me llamas?

Madeixa

“¿Cómo puedes gustar de los gatos y no tener uno?”, preguntó, resentida, la Portuguesa poseedora de dos, así como era, amante de los gatos. Pero entiendo, víctima de las circunstancias incontrolables, y no digo nada. No los comparo a los unos con las otras, sin embargo, no puedo evitar pensar: yo gusto de las mujeres como de pocas cosas… y no tengo una…


* Texto correspondiente a “El pulso y la palabra” del mes de enero.

Habanero



Por Heber Quijano

El ritmo del aroma se perfila en la calle
como una sangre turbia
como la profunda noche rubia
la palma abierta de la mano
entre mar y lluvia y zafra
y la vida fingiéndose balsa.

El ritmo de la historia se bambolea
se queda, se marea,
se tuerce y toma oleaje en las palabras
de mármol, de caña, de arena,
de ropajes suaves y luces veladas
con una nueva calle en cada aroma
en que estallan las cascadas
de ron, tabaco y arroz.


* Texto correspondiente a “El pulso y la palabra” del mes de enero.

Bitácora del Capitán



Por Luis Alberto García Sánchez


Viernes 26, octubre 1938


Hoy desembarcamos en una isla al oeste de las Canarias, donde la gente es regida por niños que no rebasan los 8 años, y se adora un cerdo negro de proporciones descomunales. Varios de mis hombres, escogidos al azar, fueron sacrificados; al final del día ofrecimos tesoros y piedras preciosas para salvar la vida. Después nos enteramos que el viernes es el único día en que aquellos miserables pueden mentir.



* Texto correspondiente a “El pulso y la palabra” del mes de enero.


** La ilustración es un extracto de Flickr que puede verse aquí.

Desdobles




Por Eduardo Osorio

El cúmulo de nuestras existencias está aquí y a través del vaso en que bebes te contemplo, niña de cinco, correteando entre mesas de comida rápida hasta que chocas contigo misma, contra tus piernas de muchacha de catorce, mientras buscas a las amigas y por un momento tu mirada se distrae conmigo, niño de seis, que hace pataleta por un helado o por el repentino cambio de antojo, de hamburguesa a hot dog, pero la mesera no me pela y su pretexto es atender solícita al anciano torpe, que soy yo, que derrama café caliente sobre la falda de su mujer, o sea, tú dentro de cuarenta, y no te enojas pues eres comprensiva; no te rebelaste a ser la señora de al lado, con nuestros cuatro hijos latosos y el embarazo quinto, mientras grita su macho, yo mismo con neurosis distinta y discurso de revancha. No sé si somos mejores que nosotros en la mesa junto al ventanal, persiguiendo con ojos vencidos el automóvil que nunca tendré o el abrigo de piel que no podrás adquirir, pues los caballos, el box, mis pronósticos deportivos te convencieron de arriesgarlo todo y no hubo disputa porque al final estamos de acuerdo: ambos miramos hacia la izquierda, sentados frente a frente por horas, días, siglos que la muerte no separa… ¿Cómo sería tu vida si hubieras sido firme con lo del divorcio?, te preguntas y sueñas o recuerdas o fantaseas otros modos de amanecer junto al otoñal tipo, yo en circunstancias diferentes, que pide la cuenta y se despide con elegancia de solterón empedernido. ¿Qué sucedería, me interrogo a la vez, si no hubiéramos acordado esta cita? Seguro que no serías aquella solitaria del rincón que escribe poemas sin pasión para una revista oficial de cultura, haciendo tiempo, matándolo, acuchillándolo para que nunca llegue la noche de sábanas intactas, para no cuestionarte jamás entre sollozos porqué dijiste “no” aquella tarde, esta misma tarde en que, cerca de los sanitarios, el licor nada amortigua en mí y el café de la barra es amargo y me reprocho tanto con una pistola que, en estos sesenta de edad abandonada, no supe dónde adquirí y pienso si la bala duele y sufro y me tiemblan las piernas y el alma… Esta tarde, esta cita de nuestra juventud que es incapaz de reconocerse en los otros: niña de cinco entre las mesas, muchacha con amigas, señora embarazada, mujer comprensiva, poeta solitaria, compañera aquí de mi cerveza, jóvenes ambos de veintitantos en la cita crucial…

Entonces, qué (te pregunto ajeno a mi pataleta de seis, a mi torpeza de anciano, perdedor eterno de los dados, macho neurótico, suicida a los sesenta):

–Entonces, qué… ¿Nos casamos?


* Texto correspondiente a “El pulso y la palabra” del mes de enero.