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4 de enero de 2012

De la forma al movimiento: la sensualidad orgánica en Bosque humano, de Flora Goldberg



Por Isabel Estambul


Si la inspiración primigenia del arte radica en la exploración de la naturaleza humana, no resulta extraño que sus manifestaciones iniciáticas se remitan, precisamente, a la reproducción transfigurada del cuerpo. Desde la exuberante celebración de la fecundidad –encarnada en las sorprendentes curvas de las Venus de Willendorf y Lespugue, labradas en piedra y deseo– hasta la descomposición estética propuesta por las vanguardias europeas –centrada en la reformulación significativa de los fragmentos, desencadenada por las numerosas crisis existenciales del último siglo–, la escultura ha convertido el efímero esplendor y la inevitable finitud de la figura humana en una de las vetas estilísticas de mayor convocatoria simbólica, capaz de capturar desde la –aún insuperable– perfección helénica hasta la experimentación con diversos materiales, técnicas, montajes y enfoques, que –con resultados altamente dispares– ahondan tanto en su belleza como en sus propiedades sensibles.

Así, contemplado como cristalización temporal de la armonía eterna; como hogar del dolor y el placer; como estuario entre el universo exterior y su percepción interior; como templo de la sensualidad y la decadencia, el cuerpo humano, en sus variados contrastes interpretativos, permanece expuesto en dos espacios prominentes del arte mexicano. Mientras el Museo Nacional de Antropología –Reforma y Gandhi, colonia Chapultepec, delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México– exhibe, hasta el próximo 22 de enero, Cuerpo y belleza en la Grecia antigua –una selección de 131 piezas de arte volumétrico griego y romano, en diferentes formatos, procedentes del acervo permanente del Museo Británico–, el Museo de Arte Moderno del Estado de México –Jesús Reyes Heroles 302, delegación San Buenaventura, Toluca– despliega Bosque humano, una colección de 25 esculturas de Flora Goldberg, la cual destaca por su aliento clásico y su originalidad material, oscilante entre la tradición figurativa del desnudo estilizado, provisto de delicados elementos abstractos, y la apertura a la espontaneidad natural de la madera, que construye su propio discurso mediante volutas, muñones y texturas de efectos impredecibles.

Alumna y heredera de las tendencias representadas por artistas mexicanos como Diego Rivera y Frida Kahlo, la también pintora y grabadora nacida en París ofrece una muestra que, indiscutiblemente, se sostiene alrededor de las implicaciones de la vida –en su acepción más amplia– y su metamorfosis en motivo artístico. Para ello, ha elegido un soporte con existencia propia, cuyos rasgos –eminentemente orgánicos– se distancian de las gélidas evocaciones minerales: la madera, cálida y sugerente, aloja una vertiente de sensualidad vegetal que se asume en luz y en movimiento; en ondulación y en profundidad; en maternidad y en erotismo. De esta manera, la propuesta vislumbrada en las piezas que constituyen Bosque humano trasciende la relaboración de la belleza como una finalidad estética en sí misma –lograda, además, con una exactitud excepcional, que atestigua el largo oficio multidisciplinario de su autora–, para articular un diálogo alrededor de los sentidos contemporáneos del cuerpo.

Como resultado, las esculturas de Flora Goldberg recurren a numerosos elementos visuales de gran expresividad –y de imprevistas significaciones–, desde el color natural de las maderas –entre las que sobresalen cedro, caoba, sabino, ceiba, nogal y jacaranda– hasta la armonía de sus perfiles, que se desprenden, con una desenvoltura inusual, de los troncos y las ramas delicadamente desbastados por la naturaleza –como “Arrecife” y “La canoa”–. Así, su visión demuestra una estimulante heterogeneidad que, paralelamente, evoca formatos monumentales, apenas insinuados con suaves trazos y hendiduras –como “Una faena”–, y conjuntos de figuras entrelazadas y abstractas, de impactos tan atractivos como perturbadores –como “Dos más uno” y “Encuentro”–. En el trayecto, la exposición se complementa con una especie de ensayos clásicos, que rememoran la estructura canónica de la proporción corporal –como “Venus”, “Adonis” y “Afrodita”– y consiguen actualizarla mediante su inserción en la atmósfera renovada, indiscutiblemente reveladora.

La comunión de estas características produce un repertorio alejado de los convencionalismos y más cercano a la aprehensión posmoderna del cuerpo, que se concibe y se comparte desde perspectivas múltiples: desde la fusión carnal de una pareja que se mira fijamente hasta la súbita transposición de tres cuerpos que se acarician y demudan, pasando por la breve inocencia de las rondas infantiles y el silencio contemplativo del reposo y la meditación, las esculturas de Bosque humano se sumergen en su íntima voluptuosidad para devolver una imagen reflexiva, densamente dinámica y sensorial, a sus espectadores. Abierta hasta el 29 de enero en el Museo de Arte Moderno del Estado de México, esta muestra coincide con Holistic Landscape. Variantes del paisaje, de Juan Luis Rita, que también propone, desde una óptica innovadora, la recomposición de un género artístico consagrado, titubeante entre la tradición y la ruptura, pero signado por la búsqueda inextricable de la belleza.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a enero de 2012.