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17 de agosto de 2010

La ruptura de los paradigmas teatrales en “Nuestros dobles son cirqueros / Los locos se visten de dardos”, de Elman Trevizo



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- En su forma más clásica, las obras teatrales se desarrollan alrededor de estructuras limpias y definidas. De este modo, sus tres actos se corresponden con las etapas más determinantes de cualquier relato: el origen, el nudo y el desenlace. No obstante, las propuestas experimentales de mediados del siglo XX han revolucionado esta percepción: así, la improvisación, la ruptura de la cuarta pared, la participación del público y el performance han transformado al texto dramático en una entidad dinámica, abierta a la introducción de elementos tanto lúdicos como reflexivos.

Inspirado por estas tendencias, Elman Trevizo propone Nuestros dobles son cirqueros / Los locos se visten de dardos, dos textos dramáticos editados por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluidos en las colecciones El Espejo de Amarilis y Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Con un lenguaje metafórico y alucinante, densamente imaginativo y retador, estas obras se desenvuelven en un ambiente onírico, en el cual no existe fábula precisa, ni indicaciones de tiempo, modo o lugar. A decir de Gabriela Damián, carecen de anécdota clara; sin embargo, construyen un universo de raigambre esperpéntica, “no desprovisto de belleza o de nostalgia”, en el cual la realidad aparece “tan extravagante como gozosa”.

Por su parte, en el prólogo a esta edición, Antonio Zúñiga señala que, en el corazón de la escritura de Trevizo, “existe la posibilidad de otra dimensión que, además, tiene la misma contundencia y prestancia física que la silla de nuestro comedor”. Por estas razones, aunque la experiencia y los acontecimientos “están en nuestra mente”, los personajes se encuentran “determinados por la coherencia” y, a través de sus viajes por la conciencia y la inconciencia humana, nos devuelven a los rasgos más íntimos de nuestra realidad, como la definición de la personalidad, el enfrentamiento de los temores, el asombro frente a las novedades y la relación con los demás.

En suma, para este guionista y crítico teatral, el autor “le da la vuelta al fenómeno teatral para bajar al personaje al horizonte y subir al espectador al tren de la ficción”; así, tampoco existe una distinción tajante entre el espacio de la representación y la labor paradigmática de los espectadores. En consecuencia, Nuestros dobles son cirqueros / Los locos se visten de dardos hace honor a su epígrafe, una misteriosa observación de Jorge Luis Borges: “a la realidad le gustan las simetrías y los breves anacronismos”.


Elman Trevizo, Nuestros dobles son cirqueros / Los locos se visten de dardos, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Espejo de Amarilis / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 96 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

13 de agosto de 2010

Una estética renovada en “Frida Kahlo. La agonía en la pintura”, de Araceli Rico




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La pintura de Frida Kahlo provoca e intriga. La recurrencia de sus autorretratos invita a sus contempladores a adentrarse en un espíritu tan sensual como atormentado, cuyas íntimas propuestas plásticas –que aspiran a resignificar su visión de la vida, la muerte, el amor y la feminidad– contrastan con el monumental nacionalismo de su época –que pretende representar los tumultuosos vaivenes de la historia de México–. Esta realidad de múltiples aristas se ha diseminado en ríos de tinta, desde ensayos en revistas especializadas hasta minuciosos volúmenes dedicados a esta artista. Sin embargo, pocos poseen el aliento comprensivo y riguroso que puebla Frida Kahlo. La agonía en la pintura, de Araceli Rico.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en La Letra en la Ventana y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este libro parte de una consideración general para aterrizar en las particularidades de la obra de Kahlo. Así, comienza adentrándose en una noción de fatalidad que impregna el arte de las mujeres latinoamericanas. A semejanza de Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Julia Burgos y Violeta Parra, el trabajo de esta pintora revela “una urgencia total por expresar la complejidad de su mundo exterior”, derivada de “un camino de intensidades en el cual el universo de la mujer lleva siempre la primera voz”.

Así, el sentido de la esencia femenina se despliega en los primeros apartados del libro, destinados a la exploración del cuerpo y su transfiguración en la pintura. Con un lenguaje tan preciso como evocativo, Rico puntualiza que el cuerpo, visto como centro del espacio, encarna el punto en el que se concentran la identidad y la subjetividad de la autora, quien emprende, entonces, un intenso relato plástico alrededor de la fatalidad y la desolación, pero también de la luz y la fascinación vital. Al mismo tiempo, establece una aguda estética de la enfermedad, la cual se desarrolla como un diálogo entre la forma y la sensación; la persistencia del dolor y la fugacidad de la metamorfosis.

De esta manera, según detalla Rico –quien también se ha desempeñado como bailarina y coreógrafa, además de historiadora de arte–, cuerpo y pintura se funden como el arma, la rebelión y la palabra figurativa de Kahlo, quien, además, decanta la impactante iconografía mexicana de su tiempo en la influencia de ex votos –pequeñas ofrendas pictóricas para agradecer una curación casi milagrosa–, salpimentados con fantasía, colores folclóricos y un humor negro que, en ocasiones, ilustra contradictoriamente su vigor y su fragilidad.

Sobre todo, apunta Rico, el bagaje global de la obra de Kahlo se relaciona profundamente con la plenitud de sus sentimientos y la violenta ruptura con las convenciones sociales de su tiempo; por estas razones, resulta lo suficientemente poderosa y auténtica como para trascender su carácter personal y encaminarse al ámbito universal que ocupa en nuestros días. Así, este libro, bellamente ilustrado y editado con una gran calidad, permite observar las numerosas caras de un conjunto artístico que “como un espejo dobla y desdobla a su autora en un continuo y maravilloso diálogo con su biografía”.


Araceli Rico, Frida Kahlo. La agonía en la pintura, Instituto Mexiquense de Cultura (col. La Letra en la Ventana / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 125 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

9 de agosto de 2010

Elena Garro: memoria y exilio


Por Aeri Marín


"Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga". Con estas palabras, Elena Garro inaugura Los recuerdos del porvenir, novela central en la historia literaria mexicana y en el desarrollo del realismo mágico, uno de los movimientos artísticos más sólidos de Latinoamérica. Con estas palabras, también, evoca las tensiones que, de manera fatal, signaron su escritura –e, inevitablemente, su vida–: la fugacidad y el recuerdo; el olvido y la traición.

Alrededor de estos tópicos, Garro construyó una obra que, de forma paralela, se decanta en el drama –Un hogar sólido (1958) y Felipe Ángeles (1979)– y en el cuento –La semana de colores (1964) y Andamos huyendo, Lola (1980)–; en los guiones cinematográficos y en varios géneros periodísticos. En todos los casos, constituye la revelación, ávida y tempestuosa, de una conciencia exaltada, capaz de entrecruzar las manifestaciones más crudas de la realidad con la elaboración poética más compleja; el lenguaje directo con el poder de la metáfora. Sin embargo, este interesante conjunto literario se deja eclipsar por un trayecto vital contradictorio, pleno de matices que, en último término, han conducido a su autora a las orillas del mito y la desmemoria.

Hija de padre español y madre mexicana, Elena Garro nació en Puebla en diciembre de 1920; no obstante, pasó su infancia, alegre y apacible, en la Ciudad de México. Ahí, dio muestras de una asombrosa precocidad, fustigada por los inicios de la Guerra Cristera, que obligó a la familia a mudarse a Iguala. Tras una adolescencia igualmente pacífica –aunque dolorosamente marcada por las experiencias bélicas–, Garro regresó a su lugar de origen con el propósito de estudiar literatura, coreografía y teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México.

A pesar de su determinación, no estaba segura de sus pretensiones; tampoco del rumbo que tomaría su vida: "yo no pensaba ser escritora", dijo una vez. "La idea de sentarme a escribir en vez de leer me parecía absurda. Abrir un libro era empezar una aventura inesperada. Yo quería ser bailarina o general. Mi padre creía que podía escribir por mi afición a la lectura: en ese caso, todos en la casa deberíamos ser escritores".

En efecto, su entorno terminó de colmarse de escritura con la presencia de Octavio Paz, quien también estudiaba en la Universidad y ya era considerado el poeta más prometedor de la capital mexicana. Tras un noviazgo que escandalizó a su familia y a sus amigos más cercanos, Garro abandonó sus estudios y se casó con él en 1937. Desde entonces, su existencia cobró matices erráticos, que redundarían en la solidez de su vocación y en la transformación de su personalidad. Así, ese mismo año se trasladaron a Mérida, donde Paz se desempeñó como profesor rural, y viajaron a España, donde participaron en el Congreso de Escritores Antifascistas. A su regreso, Garro dio a luz a su única hija, Helena, y Paz se incorporó al Servicio Exterior Mexicano.

Al mismo tiempo, ambos se dedicaron a perfeccionar sus recursos literarios. Mientras Paz optaba por un estilo reaccionario y reflexivo, hondamente comprometido con los conflictos de América Latina, Garro ensayaba con las posibilidades de un luminoso repertorio de voces e hilos narrativos, a través de los cuales exploraba temas como la injusticia social, la libertad política y las paradojas de la Revolución, especialmente frente al caciquismo y las condiciones miserables de la vida rural.

De este modo, su trabajo mereció un sitio privilegiado en el panorama artístico nacional; sin embargo, sus adelantos no la sorprendían y, obnubilada bajo la sombra ascendente de Paz, ella misma descartaba sus aportaciones: "No me considero original. Me ha interesado, sobre todo, tratar el tema del tiempo, porque creo que hay una diferencia entre el tiempo occidental que trajeron los españoles y el tiempo finito que existía en el mundo antiguo mexicano". Esta fuente de inspiración, que fraguó en cuentos como "La culpa es de los tlaxcaltecas", atrajo la atención sobre la cosmovisión indígena, vista más allá de las teorías del siglo XIX, centradas en la imagen del primitivismo y el buen salvaje.

Por estos motivos, algunos críticos la consideraron la escritora mexicana más importante del siglo XX; otros la señalaron como sucesora de sor Juana Inés de la Cruz y precursora del realismo mágico. Por otra parte, Garro se granjeó el apoyo y el reconocimiento de sus contemporáneos: en 1940, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares incluyeron algunos textos suyos en Antología de literatura fantástica. No obstante, estas colaboraciones provocaron tensiones entre ella y Paz; finalmente –en una decisión tan escandalosa como su matrimonio–, la pareja se divorció en 1959.

A partir de la separación, Garro se sintió más libre y expresó opiniones inevitablemente radicales. Por ello, en 1968, no dudó en sucumbir a la confusión y culpar a un grupo de intelectuales por la masacre de Tlatelolco. Estas acusaciones –sumadas a una leyenda negra que la asociaba al espionaje gubernamental y a la locura– le ocasionaron el rechazo general de la comunidad artística mexicana y marcaron su entrada al territorio de los exiliados, del cual ya no consiguió volver.

Este aislamiento, además, asumió distintas vertientes. En prinicipio, sus comentarios la expulsaron de una Ciudad Letrada que se apuntalaba alrededor de Paz. Enseguida, se vio obligada a abandonar el país. Instalada durante veinte años en Estados Unidos y en Francia, su escritura, lúcida y fortalecida, se consagró a la indagación de los temas desterrados de la historia nacional, desde las penumbras de la Conquista hasta las sombras de la Guerra Cristera, cuyas intenciones originales comenzaban a diluirse.

De regreso en México, su obra, cada vez más intermitente, se prolongó hasta el 23 de agosto de 1998, cuando el cáncer de pulmón le arrebató la vida. Para entonces, la figura de Garro se había convertido en la encarnación de sus propias palabras, expuestas en Los recuerdos del porvenir: "quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme". Sin embargo, sus libros aún convocan la huella de su paso y la firmeza de sus aspiraciones: innovar la expresión literaria y fijar la mirada en las zonas oscuras, olvidadas, de la historia de México.



* Texto originalmente publicado en el número de agosto de la Agenda Cultural AcéRcaTE, del Instituto Mexiquense de Cultura.

5 de agosto de 2010

Arar en el mar: el derecho a la creación y al disfrute de los bienes culturales



Por Margarita Hernández Martínez


En el sentido más amplio, la cultura impregna cada uno de nuestros actos sociales e individuales. Concebida como el conjunto de formas y modelos que regulan el comportamiento de los miembros de una sociedad, incluye costumbres, prácticas y códigos que determinan desde la forma de vestir hasta el ejercicio de la fe, pasando por patrones de conducta, preferencias gastronómicas y producciones artesanales, por mencionar sólo algunos aspectos. De esta manera, también comprende una idea de la belleza, un sentido de la estética y, en último término, una cosmovisión global que, desde el principio de los tiempos, ocupa las reflexiones de filósofos, sociólogos, antropólogos y humanistas.

En una óptica más restringida, la cultura deriva en la capacidad del hombre para reflexionar sobre sí mismo. Para la UNESCO, en ella reside la especificidad humana, racional, crítica y éticamente comprometida; asimismo, de ella emanan nuestra conciencia y nuestras habilidades de expresión y búsqueda de significados, además del impulso para crear obras trascendentes. Desde estas perspectivas, es indispensable garantizar el acceso a la cultura entre las poblaciones humanas, independientemente de su estatuto social, su composición étnica o su localización geográfica. No obstante, precisamente por estos rasgos, entraña una tarea compleja, que se extiende mucho más allá de la acción gubernamental.

Si bien las instituciones contemporáneas manifiestan interés por asegurar a los ciudadanos el acceso a los medios que conduzcan a su desarrollo integral –entre ellos, la cultura–, se trata de una labor que rebasa, por definición, sus competencias y aspiraciones. En consecuencia, la garantía de acceso a la cultura requiere de una participación global de doble compromiso: por un lado, la sociedad debe exigir la satisfacción de esta necesidad; por otro, debe estar dispuesta a asumir una postura tan gozosa como crítica, puesto que el arraigo y la diversificación de las actividades culturales obedecen a una dinámica de oferta y de demanda; por extensión, de diálogo y de conciliación. Quizás, en este caso, se trata de uno de los fenómenos que requieren mayor disposición al intercambio entre ciudadanos, instituciones y, aún más, entre creadores, asociaciones civiles y organizaciones independientes.

Cada uno de estos actores posee una esfera de acción determinada; sin embargo, convergen en el planteamiento de políticas públicas, entendidas como espacios de participación multilateral y responsabilidad compartida. En primer término, éstas deberán preocuparse por definir el alcance, el contenido jurídico y la posibilidad de hacer respetar el derecho de acceso a la cultura; de igual forma, habrán de dilucidar, clasificar y evaluar las vías destinadas a fortalecerlo. Es importante subrayar que deberá asumirse desde un horizonte generalizado; o sea, con miras a democratizar auténticamente el acceso a la cultura, pues, aunque la dinámica de oferta y demanda de bienes de este tipo se verifica en ciertos estratos sociales, también abundan las comunidades en las que, más allá de precarios espacios educativos, no existen escaparates mínimos de desenvolvimiento cultural, como bibliotecas o museos.

En consecuencia, la mayoría de sus pobladores carecen de las competencias y la estrategias para disfrutar de los beneficios implícitos en las expresiones artísticas, lo cual contradice los fundamentos de la escasa legislación alrededor del acceso a la cultura; incluso, representa un problema para la creación –a la cual, también, toda persona tiene derecho–, ya que no fomenta un ambiente propicio para su concepción, su desarrollo y su puesta en contacto con el público. Así, un primer curso de acción reside en abrir las vías para establecer un acceso continuo a estas manifestaciones. Pese a la escasez de locaciones, es posible habilitar espacios públicos para su difusión, como las escuelas y, en algunos casos, plazas o templos religiosos. A partir de experiencias personales, es posible afirmar que las comunidades rurales encarnan una audiencia ávida, deseosa de contactar con cualquier expresión artística. Por tanto, resulta imperioso articular planes que garanticen el tránsito del arte por estas comunidades, pero, más aún, actuar en concordancia con estas aspiraciones.

En el caso del Estado de México, existen organismos dedicados a la cultura, además de sistemas de apoyo a artistas, intelectuales y académicos. Éstos van desde estímulos económicos hasta programas editoriales que han convertido a esta entidad en una de las más dinámicas en este ámbito. Por estos motivos, se perfila como uno de los estados que requieren mayor atención en esta materia, ya que el ciclo de necesidad, oferta y demanda se amplifica y enriquece según la densidad poblacional y su distribución geográfica. En este sentido, es deseable, en primer lugar, redoblar los esfuerzos destinados a la descentralización del acceso a la cultura. Ello supone ir más allá de la instalación de casas de cultura, pues implica elaborar un plan incluyente, capaz de sortear las diferencias entre los posibles grupos culturales afincados en cada región. Paralelamente, invita a regresar a una de las ideas centrales del programa vasconcelista: la asunción del libro como detonador del desarrollo cultural. Esta propuesta trasciende la formulación de planes de fomento a la lectura y se decanta por la instalación de bibliotecas escolares y municipales, en las cuales el acervo se encuentre efectivamente a la disposición del público. Además, éste debe actualizarse, a fin de evitar el descuido en que suelen caer este tipo de espacios.

De esta manera, las bibliotecas representan un primer camino al desarrollo de la cultura y el arte comunitarios, ya que no sólo se destinan a la reunión, la conservación y la puesta en circulación de un catálogo bibliográfico, sino que extienden sus funciones como salas de exposiciones y conciertos; así como foros para conferencias, talleres de lectura y de creación literaria. Para lograr este objetivo, es posible partir de la tradición oral local hacia temas de complejidad creciente, que demanden mayor apertura y análisis. Ello exige una estructura que excede las tentativas actuales, puesto que requiere de recursos, tanto humanos como materiales, que no se encuentran permanentemente disponibles en estos momentos y que, en muchas ocasiones, fluyen lejos de la transparencia y dependen de los mudables intereses propios de las administraciones.

En un sentido semejante, la óptica de los creadores entraña una relevancia particular, ya que de ella dependen sus innovaciones y su vitalidad contemporánea. Ésta se revela como una veta de riqueza imprevisible: a través de una visión ética y estética, transmiten una postura crítica y racional, en la cual se transparenta la conciencia humana y la búsqueda de significados alrededor de ella. Por estos motivos, es imposible excluirlos de cualquier propuesta vinculada con el derecho de acceso a la cultura: así como todos los miembros de la sociedad deben tener la oportunidad de contactar con las manifestaciones culturales que los rodean, también tienen derecho a convertirse en factores activos de estas expresiones. Esta idea se liga con el derecho a la educación y a la información; así, los planes de estudio han de contemplar una formación artística de presencia y calidad superior a la actual, con tendencia a cimentar las competencias para la recepción, el disfrute y la configuración de obras artísticas; de este modo, también procurará democratizar la creatividad, puesto que no se trata de un privilegio, sino de una capacidad latente en cada individuo, que, incluso, desborda el campo del arte: la ciencia y la tecnología parten de idénticos principios de sensibilidad, curiosidad e inquisición.

En segundo término, los apoyos para los creadores exigen una evaluación profunda, destinada a convertirlos en un aporte funcional. Después de tres lustros del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico del Fondo Especial para la Cultura y las Artes del Estado de México (FOCAEM) y de más de una década de la Convocatoria Anual del Fondo Editorial del Instituto Mexiquense de Cultura –junto con otras iniciativas emanadas de la Universidad Autónoma del Estado de México, el Colegio Mexiquense y el Centro Toluqueño de Escritores, por citar sólo algunas organizaciones de larga tradición de participación en el ámbito cultural estatal–, resulta relativamente sencillo resumir sus logros y sus carencias. Por un lado, sus intenciones se han fortalecido con una amplia respuesta: en el primer caso, se han otorgado más de seiscientos estímulos en numerosas categorías; en el segundo, el Fondo Editorial se erige como uno de los más vastos de la República Mexicana.

No obstante, estos logros encuentran su reverso en retos nuevos. Aunque el FOCAEM ha capturado una asombrosa variedad de proyectos, éstos no han establecido un contacto duradero con el público, pues no poseen mecanismos para ello. Los libros resultantes de esta convocatoria se ven obligados a buscar un canal de publicación y distribución ajeno a ella; lo mismo ocurre con las obras plásticas, los montajes teatrales y los proyectos musicales que, en todo caso, consiguen un reducido número de presentaciones en algunos espacios administrados por el Instituto Mexiquense de Cultura o la Universidad Autónoma del Estado de México. Como resultado, falta completar el círculo de comunicación que infunde vitalidad no sólo a las artes, sino a todas las expresiones culturales. Si ya se están destinando recursos humanos y materiales a esta empresa, lo menos a lo que podemos aspirar es a construir un ciclo virtuoso, en el cual el arte y la cultura alimenten –y se nutran– de las aportaciones intelectuales, sensoriales y emocionales que, en tanto seres humanos, se sujetan a nuestra experiencia.

En suma, propongo utilizar los recursos destinados a garantizar el acceso a la creación y al disfrute de la cultura de una forma más eficiente, con un impacto social más notorio y estimulante. Se trata de establecer políticas públicas enfocadas a mejorar las estrategias actuales y a proveerlas de instrumentos nuevos. Asimismo, sería deseable englobar el trabajo de los creadores en este tipo de esfuerzos, con el fin de completar el circuito de comunicación y retroalimentación entre la totalidad de los actores de la actividad cultural. Esto permitirá, en el mediano plazo, construir una atmósfera cultural con mayor participación común.

El arte y la cultura nacen y mueren con cada uno de nosotros: con nuestras visiones particulares, con el ejercicio de una sensibilidad irrepetible e irremplazable. Asegurar su creación y su disfrute se asemeja, en ocasiones, a arar en el mar: aunque nos empeñemos en dejar una marca en el terreno, su naturaleza movediza resulta tan vertiginosa que es imposible imprimir una huella perdurable. Se trata, entonces, de una tarea de eternos comienzos. Sin embargo, la condición original de la cultura justifica cada tentativa por conservarla, difundirla y enriquecerla. En estos tiempos, más preocupados por la acumulación de riquezas materiales que por el desenvolvimiento de bienes artísticos, culturales y hasta espirituales, valdría la pena detenernos en nuestras propias contribuciones a la cultura nacional.



* Fragmentos de una ponencia expuesta en el Foro Estatal de Análisis sobre el Marco Jurídico de la Cultura en México, celebrado el pasado 14 de julio en el Centro Cultural Mexiquense.



* Artículo originalmente publicado en la plana cultural de El Espectador, correspondiente a agosto de 2010. La fotografía que acompaña a esta entrada también puede verse aquí.

2 de agosto de 2010

Aniversario de un beso (reportaje robado y barcos cruzados)



El sol ha dado varias vueltas: tú y yo también. Seguimos girando alrededor de besos furtivos y escrituras galopantes: perpetramos, inevitablemente, la misma larga nostalgia. Sé que extraño tus cartas instantáneas, tu denso aroma a tiempo y a tabaco, tus ojos delicados y violentos, tus manos de obrero enamorado. Tus ganas de ocuparme el lugar y proyectarte en mí. De leer en mi edad tu madurez. Pero el sol ya vuelve a atropellarnos. Encuentro estas breves palabras de Rosa Montero y me pregunto, latitante, qué es peor: ¿haberte conocido y celebrar –a solas, estos días– el callado aniversario de un beso que revolvió el gozo y el verano?, ¿haberte mirado de lejos y no establecer contacto, por exiguo que fuera? A dudas ociosas, recuerdos luminosos. Feliz aniversario a un beso tan real como los barcos que se cruzan en la noche.



Barcos que se cruzan en la noche



Una amiga mía, la escritora francesa Myriam Chirousse (preciosa su novela Vino y miel, en Alfaguara), me ha enseñado un dicho inglés que yo no conocía: ships passing in the night, barcos pasando en la noche. Se trata de una metáfora para describir los desencuentros que el azar procura; puede referirse a cualquier cosa, una amistad que no cuajó o un trabajo que no salió por pura mala suerte, por no estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, pero por lo visto la frase se utiliza sobre todo para los asuntos sentimentales. Y sin duda es ahí, en el estremecido e incierto territorio del amor, en donde la imagen adquiere mayor emoción: es fácil visualizar dos grandes trasatlánticos cuajados de luces cruzándose en el mar, demasiado lejos el uno del otro, y perdiéndose lenta y majestuosamente en la noche oscura, sin haber tenido otro contacto que el eco lejano, casi idéntico, del ulular de sus sirenas.

¿Y por qué esta escena nos resulta más conmovedora si la dotamos de un contenido amoroso? Pues probablemente porque partimos de una viejísima leyenda profundamente hincada en nuestra conciencia: la ilusión del otro que nos completa, del alma gemela que supuestamente nos espera en algún lado, de ese ser tan idéntico a nosotros que podría ser nuestra consabida media naranja. Se han rodado decenas de películas románticas y se han escrito infinidad de novelas rosas abundando en la misma ñoñería, en la idea de que existe un ser predestinado para ti que anda dando tumbos por la Tierra y al cual conocerás si tienes suerte (y por cierto que haría falta tener muchísima suerte para colisionar en tu breve vida con ese único individuo entre los 6 000 millones de habitantes del planeta). Y es el peso de esta leyenda lo que cargaría de tragedia el ciego entrecruzar de barcos en la noche. Maldición, para una vez que te topas con el hombre o la mujer de tu vida, ¡resulta que por algún casual y menudo desencuentro no llegas a hablar, a quedar, a poder establecer una relación! Sudores y temblores.

La idea de la media naranja es un ensueño disparatado, pero también profundo y antiguo y poderoso, porque la pasión siempre es fusional, porque al amar queremos deshacernos en el otro, porque es fácil que te ciegue el espejismo de la semejanza con el amado. Cuántas veces, al empezar una relación, repetimos llenos de entusiasmo a quien nos quiera escuchar la lista de todos los detalles que nos unen: ¡A los dos nos encantan las películas de ciencia-ficción! ¡A los dos nos gusta bailar! ¡Hablamos los dos inglés! Y nos las apañamos de maravilla para ignorar todo lo que nos separa, esa lista de diferencias fundamentales que luego también endilgamos a los pacientes y resignados amigos una vez que hemos roto: ¡Era un bruto insensible incapaz de leer un solo libro! ¡Se pasaba las horas sin hablar una palabra! ¡No tenía el menor sentido del humor!

Ah, sí: ¡cómo ansiamos que nuestros amados se nos parezcan! Si pudiéramos de verdad identificarnos totalmente con alguien, si consiguiéramos unirnos a ella o a él como el dedo a la uña, nos libraríamos de la terrible soledad existencial y de la muerte que nos espera muy dentro de nosotros, agazapada. Tal vez este anhelo de la pareja idéntica no sea más que un recuerdo enterrado en nuestras células, la añoranza del útero materno, la borrosa nostalgia de ese tiempo primero en el que fuimos dos siendo sólo uno. Todos hemos sido expulsados del paraíso, y el Edén estaba hecho de carne y agua tibia; y quizá nos pasemos el resto de nuestras vidas buscando un sustituto para ese corazón que latió durante algunos meses junto al nuestro.

Luego, en realidad, nos las apañamos como podemos con lo que hay. Y nos las apañamos bastante bien, porque los humanos somos animales adaptativos por naturaleza. Quiero decir que si hay un pueblecito con treinta habitantes en mitad del desierto australiano, y no vive nadie más en cuatrocientos kilómetros a la redonda, y en el pueblo sólo hay dos adolescentes de la misma edad, es casi seguro al cien por cien que esos dos chavales van a enamorarse. Queremos querer, necesitamos querer, y lo hacemos pase lo que pase. En una gran ciudad y con una existencia más movida que la de esos supuestos adolescentes australianos, las posibilidades de elección son mucho más amplias, desde luego, pero eso no asegura un éxito mayor de la pareja. Yo creo que, en realidad, y a partir de una base mínima de compatibilidad, las relaciones dependen sobre todo de lo que uno haga con ellas. De lo que sepas dar y lo que hayas aprendido a esperar. Total, que no hay un solo trasatlántico en la noche. Digamos más bien que estamos instalados en mitad de una ruta oceánica, y los barcos vienen y van con las orquestas tocando confusa y ruidosamente.