RSS

24 de septiembre de 2007

Imagen profesional

Una caricatura de Trino para reírnos un poco de nosotros mismos, enfrascados como estamos en la defensa de la lengua española (se supone).
(Den clic en la imagen para poder leerla mejor)

11 de septiembre de 2007

Allá donde caga el diablo


Por José Antonio Romero Reyes

Querido lector, celebre conmigo el nacimiento de El cagadero del diablo (cagaderodiablo.webcindario.com), una travesura gracias a la cual puede descargar, directamente de la red, los textos que mamá jamás hubiera querido para sus lindos retoños; sí, por el desagüe virtual viaja el feto mutante que hará crecer su cabeza hasta reventarla de sustancias grises.

Este escasamente aséptico proyecto comenzó como una biblioteca virtual que ofrecía la posibilidad de obtener libros electrónicos sin necesidad de registrarse; es decir, constituía una comunidad que todos debían luchar por mantener y no suscribirse a una biblioteca y dejarla en santa paz (sería el equivalente intelectualoide del que tiene Sky para sólo ver El canal de las estrellas). En efecto, su sustento esencial radicaba en la efervescencia de la participación, con la conciencia de estar haciendo algo indebido –burlarse del sacrosanto copyright–, pero divertido. Esto, en términos agradables para los oídos de la gente seria, se llama autogestión cultural.

Se me preguntará qué ocurrió con la susodicha biblioteca: fue detectada y, como resultado, alguien arrojó blanqueador al inodoro; así, fue suspendida por respeto a los derechos de autor. Sin embargo, los iniciadores del proyecto se vengaron mediante la creación de una revista electrónica, irreverente pero no pueril; sabiamente anónima, al margen de las academias y las ambiciones por engrosar el currículo en las huestes de la política cultural; no comprometida a nada pero capaz de recuperar –sin aspavientos y sin rasgarse las vestiduras– el ambiente de crisis, el nihilismo concentrado en el sarcasmo.

El hombre invitado a esta tertulia electrónica es Ezio Flavio Bazzo, protagonista de la llamada Guerra Fría y la inminente guerra nuclear, hacedor de manifiestos, visionario de vanguardias y autor del Manifiesto abierto a la estupidez humana. Asimismo, resulta altamente recomendable el bien documentado ensayo bautizado con el filosófico y haragán título de Metafísica del pedo, hijo de las ideas vertidas por grandes escritores, como Francisco de Quevedo, Juan Goytisolo y Baltasar Gracián. En resumen, la revista procura transmitir que la escatología no tiene que ver con parámetros tan hipócritas como el buen o el mal gusto; más bien, se trata de una posición que manifiesta nuestro lado miserablemente humano; implica también una actitud más vital frente a la literatura y alejada de la idea de estar produciendo obras inmortales. A riesgo de concluir con una gedeónica frase, puede decirse que la cultura y la literatura son armas que sólo ejercen su efecto en sociedades vivas, no en las bibliotecas; más en estos tiempos en que, al decir de Lalo Galeano, los libros no los prohíbe la policía ni la Inquisición, sino los precios.



* Texto aparecido originalmente en la plana cultural correspondiente al mes de septiembre.

3 de septiembre de 2007

Multiplicación de los espacios





Por Aeri Marín

Construido con la finalidad de promover e investigar múltiples cosmovisiones desde una perspectiva ajena a toda convención, el Museo Universitario Leopoldo Flores conforma un auténtico bastión para la variedad de manifestaciones culturales gestadas durante el último lustro. Inicialmente destinado para la exhibición de algunas series iconográficas del afamado pintor mexiquense cuyo apelativo ostenta –El hilo de Ariadna y El rojo brota desde fuera, entre otras–, sus espacios trascienden su consigna primigenia y logran conjugar los sobresaltos del asombro con la excitación del reto.

Esta afortunada conjunción resulta perceptible desde su exterior: el Museo se ubica en la cima del Cerro de Coatepec, al costado de La liberación del hombre contemporáneo, un vasto mural atmosférico constituido por una inconmensurable cantidad de pintura aplicada en alrededor de diez mil metros cuadrados de roca y en la totalidad de las gradas del estadio deportivo de la Universidad Autónoma del Estado de México. Dichos aspectos, además, confluyen en su disposición interna: el concepto museográfico aprovecha las sinuosidades topográficas circundantes para producir un recorrido impredecible –pleno de espirales descendentes y ventanas que juguetean con la luz–, acorde con las atrevidas propuestas estéticas del artista oriundo de Tenancingo.

El año pasado, como reconocimiento a estas singularidades, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Secretaría de Educación Pública concedieron al Museo la oportunidad de acceder al Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural de los Estados. Esta colaboración posibilitó la inauguración, durante la primera quincena de agosto, de tres espacios esenciales para el desempeño de este joven recinto: un centro de documentación –que conservará los numerosos repertorios bibliográficos, hemerográficos y visuales relacionados con las obras artísticas depositadas en el Museo, el cual podrá consultarse a través de la red de bibliotecas de la Universidad–, una bodega de acervo –que cobijará, bajo un estricto control de las condiciones de humedad, temperatura e iluminación, los trabajos donados por Leopoldo Flores– y un taller de restauración –que funcionará como centro de diagnóstico y preservación de los objetos culturales pertenecientes a la Universidad–. El resultado de estas labores ha añadido 357 metros cuadrados al edificio original y ha contribuido a completar un ciclo de transformaciones iniciado hace poco más de un año, con la instalación de seis kioscos interactivos que permiten profundizar en la vida y los procesos creativos de Leopoldo Flores.

Estas herramientas facilitarán el cuidado de este reducto para las artes y, por tanto, ayudarán a resguardar y difundir uno de sus propósitos centrales: conducir a los visitantes del Museo (quienes pueden asistir de viernes a domingo, de 10:00 a 18:00 horas, por una módica suma de $10) por una experiencia estética y cognitiva concordante con las aspiraciones del pintor que le da nombre, encaminadas a contemplar y comprender el arte –por extensión, el mundo– no como un objeto decorativo ni didáctico, sino como una entidad ligada a los conflictos existenciales que fundan la humanidad.



* Artículo originalmente aparecido en la página cultural correspondiente al mes de septiembre.

Chichén Itzá: ¿sesenta días maravillosos?


Por Margarita Hernández Martínez

Desde la cabalística conjunción del séptimo día, mes y año, Chichén Itzá, cual joven celebridad hollywoodense, ha enfrentado un asedio mediático inusitado: en sus poco más de mil años de existencia, jamás se había encontrado rodeada de tal cantidad de fotógrafos, turistas, políticos, empresarios y vendedores ambulantes, todos unidos con el propósito de favorecer u obstaculizar su candidatura y posterior certificación como una de las siete maravillas del mundo moderno.

Pese al carácter reciente de este inconcebible acoso –más adecuado a los romances estivales de las cantantes en boga que a uno de los monumentos culturales más representativos de la antigua cultura maya–, esta densa vorágine de revelaciones, debates y tentativas de expropiación ha desencadenado, en este país tan propenso al olvido, la oportunidad de reconstruir los acontecimientos precedentes a estos sesenta días –presuntamente– maravillosos: en efecto, pocos recordamos que, ya desde septiembre del año pasado, el entonces presidente, Vicente Fox, emprendió una discreta campaña encaminada a impulsar la nominación de Chichén Itzá como una de las nuevas maravillas del mundo. Desde entonces, asimismo, emergieron a la luz pública dos escollos fundamentales: en primer término, la incapacidad de los distintos ámbitos gubernamentales para abatir las diversas manifestaciones del rezago que acechan esta zona arqueológica, oscilantes entre las dudas en torno a la propiedad legal del terreno en el cual se encuentra afincada y la carencia de un aparato infraestructural que combata de manera eficiente el daño provocado por los impredecibles fenómenos ambientales y la constante afluencia de visitantes. Por otra parte, pocos nos hemos detenido a recordar la incesante intervención de numerosos empresarios –que, para ciertos sectores, resultó francamente controversial–, quienes, valiéndose de latas de refresco y tarjetas telefónicas, se encargaron de reproducir hasta la saciedad la imagen del Castillo de Kukulcán –a semejanza de la película más popular del verano–, para que, según sus declaraciones, “la gente lo conozca” y “se llene de orgullo al emitir su voto por Chichén Itzá”.

Lo cierto es que estas breves observaciones demuestran, mal que nos pese, la ignorancia histórica que, desde hace décadas, anida sobre nuestros hombros –después de todo, ¿alguien se ha preguntado por las repercusiones que ejercerá el nuevo estatuto de Chichén Itzá en el destino de la comunidad maya contemporánea?–; en consecuencia, nos obliga a admitir que el furor desatado en torno a la votación electrónica concluida en tan cabalística fecha obedeció más a la confluencia de una mercadotecnia insistente y un cúmulo de falso patriotismo –parecido al que ronda cada quince de septiembre– que a la auténtica intención de revalorar nuestro mellado patrimonio cultural. En último término, cabría preguntarse si Chichén Itzá, al igual que sus maravillosas compañeras –la Muralla China, la ciudad de Petra, el Cristo de Corcovado, Machu Picchu, el Coliseo Romano y el Taj Mahal–, necesita alguna certificación aparentemente internacional y democrática para validar su naturaleza fascinante; empero, sin lugar a dudas, sí requiere ayuda urgente: no obstante el bullicio de los festejos, entre los cuales destaca la cancelación de un sello postal con su imagen –el cual le permitirá volar alrededor del orbe, cual novísima estrella pop–, ya encara problemas serios, como la duplicación de la cantidad habitual de turistas, con el impacto social y ambiental que ello implica.



* Artículo originalmente aparecido en la plana cultural correspondiente al mes de septiembre.