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29 de abril de 2009

Una más (ahora es música)


El próximo 12 de junio, el Centro Regional de Cultura de Tecámac recordará a Felipe Villanueva con el IV Concurso Nacional de Ensambles de Guitarra. Las bases son muy sencillas, y pueden consultarlas con un clic sobre la imagen. No dejen de participar.

23 de abril de 2009

Día Internacional del Libro (todavía)


Día Internacional del Libro: fluyen las buenas intenciones. Desde los programas institucionales que prometen enamoramientos instantáneos hasta los benévolos análisis de especialistas en la cultura nacional, los discursos indican sólo una cosa: la lectura es indispensable. Sin embargo, no conseguimos integrarla a la vida cotidiana nacional. Los que amamos los libros seguimos siendo bichos raros; mientras tanto, la lectura continúa asociándose a un tipo de ocio completamente improductivo.

El mal no se limita a México: en el mundo entero, carecemos de talento para leer. O, al menos, no hemos tomado en serio el desarrollo de una cualidad tan humana, tan necesaria. Leer no es sólo descifrar signos: llama a involucrarse, a experimentar gozo y desaliento en uno mismo; viajar al corazón y al intelecto. Por ello, les proponemos un vistazo a este brevísimo texto de El País, que, también, se unió a los festejos del Día Internacional del Libro con un micrositio provisto de más de una sorpresa. Para ver la nota original, pueden ir aquí.


El talento del lector

Por Enrique Vila-Matas

Cuando despertaron del ensueño de las hipotecas y de aquel poderío económico que habían creído eterno, cuando despertaron en pleno centro del torbellino que lo arrasaba todo, el libro seguía ahí. Era asombroso, nada ni nadie había conseguido alterarlo, nadie lo había movido del lugar de siempre. Miraron incrédulos, parecía mentira. Allí estaba, totalmente imperturbable. Años de barbarie no habían podido con él, y ahora, a principios de aquel siglo que había comenzado con la gran borrasca, el libro estaba allí para recordarles o simplemente informarles, por si no lo sabían, que la literatura habla un lenguaje distinto, no opresor, muy diferente al resto de los lenguajes perversos que nos esclavizan con sus tiranías cotidianas: el lenguaje económico, político, religioso, familiar, televisivo.

Todo esto no ocurrió en otro tiempo, sino que está sucediendo ahora mismo, 23 de abril de 2009. Parece como si el Cervantes que se entrega a Juan Marsé hubiera abierto horizontes y todos ahora regresáramos a la vieja costumbre del buen libro y a recordar que ese gran libro siempre ha estado ahí y es la distracción por excelencia, porque nos permite la ilusión de un dominio del tiempo, más allá de las catástrofes y crisis. Esa ilusión nos sustrae al devenir implacable que conduce a esa muerte que se esconde en los relojes en una novela de Laurence Sterne. Heredero legítimo de Cervantes, Sterne renovó la relación del escritor con el lector, esa relación que últimamente parece regresar a un primer plano, pues existe la impresión de que algo empieza a moverse. En pleno ensueño de las hipotecas y del becerro de oro de la novela gótica, se forjó la estúpida leyenda del lector pasivo. La caída del monstruo está dando paso a la reaparición del lector con talento y se replantean los términos del contrato moral entre autor y público. Respiran de nuevo los escritores que se desviven por un lector activo, por un lector lo suficientemente abierto como para permitir en su mente el dibujo de una conciencia radicalmente diferente a la suya propia.

Si se exige talento a un escritor, debe exigírsele también al lector. Porque no hay que engañarse: el viaje de la lectura pasa muchas veces por terrenos difíciles que exigen tolerancia, espíritu libre, capacidad de emoción inteligente, deseos de comprender al otro y de acercarse a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas. Como dice Vilém Vok, no es tan sencillo sentir el mundo como lo sintió Kafka, un mundo en el que se niega el movimiento y resulta imposible siquiera ir de un poblado a otro. Las mismas habilidades que se necesitan para escribir se necesitan para leer. Los escritores fallan a los lectores, pero también ocurre al revés y los lectores les fallan a los escritores cuando sólo buscan en estos la confirmación de que el mundo es como lo ven ellos. Los nuevos tiempos traen esa revisión y renovación del pacto exigente entre escritores y lectores. Vuelve el lector con talento. Y hoy, además, premian a Juan Marsé. Sorprendente felicidad doble en un mundo sin alegrías.



* La versión original de la fotografía que acompaña a esta entrada, extraída de Flickr, puede verse aquí.

Y otra convocatoria (para crear y pintar)


Hace unos días, los invitamos a escribir con nosotros. Sin embargo, si sus talentos se acercan a las artes plásticas, esta convocatoria puede resultar mucho más atractiva: la Universidad Autónoma del Estado de México y el Instituto Mexiquense de Cultura están organizando el Salón Nacional de Gráfica en el Estado de México, que tendrá como sede el Museo de la Estampa. Para ver las bases completas -y, con suerte, llenarse de ganas de participar-, den clic en la imagen.

19 de abril de 2009

¡A escribir! (otra convocatoria, para todo el año)


Algunos de ustedes saben que, desde hace prácticamente un año, me encuentro a cargo de la Agenda Cultural AcéRcaTE del Instituto Mexiquense de Cultura. Si han tenido la oportunidad de hojear este folletito, se habrán dado cuenta de que ha experimentado cambios sustanciales: en general, sus contenidos se han enfocado a la cultura internacional, en contraste y convivencia con el arte local. De este modo, las efemérides han abandonado su carácter civil y se han restringido al campo del arte y la ciencia; Sextante ha dejado los datos curiosos generales para enfocarse en conocimientos culturales específicos; Esquina del cuervo ha recuperado el humor caústico de personalidades de todos los ámbitos.

En este afán de renovación, hemos optado por incluir, al inicio de cada agenda, un texto breve acerca de personalidades, obras de arte y conmemoraciones internacionales relacionadas con los acontecimientos más relevantes del mes. Así, recordamos a Alejandro Ariceaga en septiembre; celebramos al teatro en marzo; evocamos un punto de vista sobre la lectura en abril. Los textitos han aparecido, también, en este espacio, de modo que la difusión es doble.

Este esfuerzo no estaría completo sin invitarlos a participar y a escribir con nosotros. Para ello, les proponemos a continuación una lista de los posibles temas mensuales, a los cuales pueden agregarse sus sugerencias. Les recuerdo, para terminar, que los textos son muy breves (entre dos y tres páginas, en arial 11 a espacio cerrado) y van dirigidos a todo tipo de público. Para más información, dejen un comentario al final de esta entrada. Recuerden que su colaboración es vital para mantener en movimiento los espacios públicos, aún los provenientes de instituciones gubernamentales. Esperamos su cooperación.

Julio:

- Pablo Neruda
- Fray Bartolomé de las Casas
- Vincent van Gogh
- Miguel Hidalgo y Costilla

Agosto:

- Juan Ruiz de Alarcón
- Alfred Hitchcock
- Wim Wenders
- Elena Garro

Septiembre:

- Antonin Artaud
- Nicanor Parra
- Día Internacional de la Alfabetización
- Independencia de México
- Juan José Arreola

Noviembre:

- Día Mundial del Urbanismo
- Arthur Rimbaud
- Carlos Fuentes
- José Saramago
- Eugène Ionesco
- William Blake

Diciembre:

- Diego Rivera
- Día Internacional de la Inmigración
- Día Internacional de la Diversidad Biológica



* La imagen que acompaña esta entrada es de Gonzalo GM. La versión original, con otras fotografías, puede verse aquí.

En el Día Internacional del Libro, una lectura gozosa


El próximo 23 de abril, el mundo festeja el Día Internacional del Libro y los Derechos de Autor. Establecida por iniciativa de la Unión Internacional de Editores de la Unesco, esta jornada recuerda –reajustes calendáricos aparte– las coincidencias entre los aniversarios luctuosos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega; al mismo tiempo, representa la ocasión para proponer, enriquecer y evaluar las actividades destinadas a difundir la lectura y a reforzar la protección de los derechos intelectuales.

En este marco, Enrique Villada (San Miguel Almaya, 1964), poeta y ensayista egresado de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, sugiere volver a los orígenes de la lectura: a su capacidad para evocar otros universos, a sus hondas raíces en el gozo, en la sensibilidad que nos liga, por un lado, a los matices de la materia; por otro, a la intensidad espiritual que nos remite, de manera inevitable, a la naturaleza humana. Reproducimos la introducción a uno de sus libros más emblemáticos, Ensayo de mi dulce gozo, cuya primera edición corrió a cargo del Instituto Mexiquense de Cultura, en la colección El corazón y los confines, en 2001.


Ensayo de mi dulce gozo
Introducción


Leer es un placer. No estaría mal que lo combináramos con algún otro: con estar en la cama, con tomar chocolate, con estar en la terraza de cara al horizonte.

Leer es embarcarse en aventuras desconocidas, ser hombres de nuevo, sentarnos a escuchar al compañero de la tribu que, en su expedición, hizo hallazgos insospechados, se encontró con otros seres como nosotros, o diferentes, o mejores.

Leer hace posible la vida en otros tiempos y otros pueblos, multiplica nuestras vidas, nos hace ubicuos aunque sigamos siendo mortales, comunes.

Leer es conversar. Escuchar. Saber. Es aprender la voz del otro, ponernos en su lugar, ser otro. Dialogar con nosotros mismos en una atmósfera especial, en un clima de silencio.

Es como si actuáramos en distintos papeles siempre con la posibilidad de volver a nuestra personalidad, pero con el caudal de cosas vistas.

Quien lee busca un contacto porque se sabe solo. Es vulnerable pero quiere ser fuerte y su fuerza le es dada a través de las palabras. ¿Qué clase de fuerza es entonces? Tan ilusoria, castillo de arena, torreón de palabras.

Sí, pero es siempre más que eso, porque las palabras son ideas, nuestra justificación como seres que piensan, que sienten. Cómo viviríamos sin la conmoción que produce la naturaleza, la mínima brizna de hierba, el clima. Legamos constantemente nuestro trabajo de pensar a personas extrañas, queremos que los demás sientan por nosotros, que vivan por nosotros, pero estamos solos frente a la vida que es una novela, un cuento cuyo final desconocemos en sus detalles. Ojalá que fuera como un poema, glorioso, donde todo está justificado.



* Texto y fragmento originalmente publicados en la Agenda Cultural AcéRcaTE de abril, emitida por el Instituto Mexiquense de Cultura

5 de abril de 2009

Sorpresas cinematográficas (y una invitación abierta)



El cine se ha vuelto banal. Por ello, rara vez nos atrevemos a hacer recomendaciones. Pero, en esta ocasión -y en un rato de ocio prolongado- descubrí un filme maravilloso, con una excelente fotografía, un buen maquillaje y un guión que, salvo algunos saltos, se defiende bastante bien. Se trata de The Reader -nuestros magníficos traductores la nombraron Una pasión secreta, título que no tiene nada que ver con el auténtico corazón de la película-, un recorrido por el primer amor y las decepciones vitalicias; por la belleza y la literatura, pero también por la verguenza, la culpa y el arrepentimiento.

No voy a quemarles la trama, sólo les contaré que se trata de una reflexión profunda sobre los poderes de la literatura -tan soslayados- disfrazada de romance de época. Si vamos más allá de la simple historia de amor entre un cálido muchacho de quince años y una silenciosa mujer mayor, vislumbraremos a la literatura como un instrumento de comunicación -incluso como un vehículo erótico- y como un pasaje de inocencia y de salvación. Como volver a las raíces de la poesia. Algo que ya no vemos muy seguido, y mucho menos retratado con tanta fluidez y belleza. Se estrenó en México el viernes pasado, así que no dejen de darse una vuelta por su sala cinematográfica cercana. Para leer más, pueden visitar este vínculo.

Amar a los libros


Por Enrique Villada

La lectura es un acto amoroso, de convivencia, de diálogo con el otro. Involucra todos los sentidos; es caricia, depuración de sentimientos. Se lee un rostro, el cielo, la mano; el cuerpo mismo es un pliego de señales.

Pero los libros de papel son invaluables, objetos hermosos que pueden llevarse a todas partes. Viven al alcance de la mano y, sin embargo, resultan tan lejanos. Se tiene con ellos frecuentemente una relación absurda, de compromiso. Abomino el trato que se da con ellos en las escuelas, en las que se convierten en obligación, en mero requisito. Los libros son vistos como vías a la información, no al placer ni a la paciencia.

Si algo me da risa es la promesa de la lectura rápida. Hay métodos que lo proponen. Es tanto como promover una fórmula para comer a toda velocidad, a cinco platillos por minuto, o una técnica para meditar en cinco minutos y sin esfuerzo. Creo que pronto escribiré un libro que se titule Método de lectura lentísima. Sé que a casi nadie le interesará, pero a los que decidan rumiar, como decía Nietzsche, tal vez les resulte grato.

Andar lento, vivir la eternidad de un día, meditar, anclarse en el corazón es la lectura. Para los programas llenos de nombres y de fechas, tal definición no sirve. Para los que van corriendo en busca de un título, tampoco. Los placeres más grandes no se dan a los que tienen prisa. Quien quiere leer un libro debe volverse un fino degustador, un caprichoso aristócrata, hedonista y aprendiz.

Ahora que quieren cambiar, con maquillaje, la educación en nuestro país, sugiero la vuelta al sentido común: a la calidad humana, antes que a la palabrería insustancial; al amor a la palabra, por encima de la retórica del político de moda; a la lección del silencio, antes que a la urgencia por hablar sin decir.

Si fuera posible la lección elemental de amar a un libro, desarmarlo, volverlo a armar, con paciencia y cuidado, habría una revolución. Tal vez no toleraríamos horas vacías de radio y televisión en las que se difunde el mal gusto, la grosería y la mentira. Seríamos atentos lectores del ser amado, recorreríamos los planetas infinitos que nos habitan. Viviríamos, comeríamos y dormiríamos con todo lo que somos.

Pues cuando todos quieren tener algo, los lectores simplemente quieren ser. Aventureros intemporales, diseccionan su interior para descubrirse a cada paso, sin prejuicios. En contraste, adentrarse en un libro es, para las mentalidades cuadradas, aburrimiento, malestar o, cuando mucho, acumulación de créditos para reclamar, en esta carrera a ciegas, un puesto, un poco de poder.

A veces creo que me equivoqué de mundo, que voy al revés, pero me agrada la idea de la lectura en voz alta, la conversación ante una taza de café, mirar a los ojos, estrechar una mano. No soporto el ruido, la incomunicación, las multitudes donde campea la soledad. Quisiera que triunfara la belleza, la libertad, la verdad. El poeta lucha por los más altos valores: la eternidad y el absoluto. Por eso, antes de que esta construcción mecánica se derrumbe, abramos un libro, o mejor, abramos nuestros corazones al día que comienza.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de abril.

Miradas añejas (segunda parte)



Por María Guadalupe Díaz Guerra

“La casa donde vivimos fue del presidente, don Pascual Ortiz Rubio. Mi madre trabajó ahí de sirvienta y cuando vino la Revolución se quedó cuidándola. Con el tiempo, nadie llegó a reclamar la propiedad y pasó a manos de ella. El arreglo de las escrituras salió en 500 pesos. Mi madre nos contaba que don Pascual se fue con los de fuera cuando la Revolución entró a Santa María por la loma de la Puerta Blanca. Hacía ahí corrieron todos los soldados. Del kiosco salían los cañonazos y balazos que tumbaron casi al pueblo entero”.

“Terminé la primaria ya grande, como a los 50 años, por iniciativa de la fábrica de muebles de madera Señal S. A. de C.V., que llegó a Santa María, creo, cuando yo tenía 18 años. Fui de las primeras contrataciones. Ahí aprendí a trabajar la madera y me hice carpintero. Entraba a las ocho de la mañana y salía a la una a comer; volvía a las dos y el día terminaba a las cinco de la tarde. Comencé ganando 75 pesos, pero conforme iba aprendiendo y hacía cosas más detalladas el sueldo subía. Por desgracia, salí a mi padre y lo poco que ganaba me lo gastaba en vino. Pero no todo el tiempo que trabajé en esa empresa fue malo, me gustaba el deporte, en especial el básquetbol y el fútbol. A pesar de mi mediana estatura, tengo un trofeo en básquetbol, por mejor canastero, y en fútbol, ni qué decir, fui uno de los fundadores del Club Santa María, que obtuvo varios trofeos y que, actualmente, tiene primera y segunda división y hasta reservas”.

“Con algunos achaques y ya jubilado, sigo trabajando. Todos los días salgo a las ocho de la mañana rumbo a la bandera monumental, un mirador que está sobre la carretera que lleva a Jesús del Monte, otro pueblo de Morelia. Ahí barro y recojo basura, además de que no dejo de trabajar la madera. Estoy haciéndole un buró a mi mujer. Siempre es bueno mantenerse activo, ya que en esta perra vida que en lo particular me tocó vivir, uno tiene que ver de dónde rasca para sacar un poco más, por que si no se gana se pierde y lo único que queda cuando uno muere es el cadáver. El alma, el alma, pues también se muere”.

Por su parte, doña Francisca no se queda atrás y cuenta: “Nací en el rancho de San Lorenzo en el año de 1941, cuando Pascual Ortiz Rubio ocupaba la presidencia. San Lorenzo era un rancho, bueno, pues, una zona… cómo le dicen… ejidal. Tenía su casco a unos cuantos metros de la iglesia. Las casas eran de adobe y teja. Cerca de la casa grande, donde vivían los patrones, había una galera enorme donde se almacenaba el maíz, rodeada de árboles de pera, granada, capulín y durazno, además de que en ese lugar se cultivaban la lechuga y la fresa. Esa era la zona de los trabajadores donde viví y crecí”.

“Mi padre fue mayordomo de la casa principal, por eso nosotras, mi madre, mis hermanas y yo, teníamos acceso a ella. Era retebonita. También, dentro del casco, había un establo donde vivían vacas, cabritas y borreguitos. ¡Te digo que era un rancho!, con su estanque y toda la cosa, con perdón de ustedes. En ese lugar se hallaban hartos gansos, patos y hasta pececitos”.

“Cuando había que sembrar o cosechar, mi padre se iba solo, por que mi madre decía que no le gustaba andar en la milpa. Así me crié yo, jamás anduve entre milpas y, por eso, seguí los pasos de mi madre: fui y todavía soy sirvienta. Con decirles que una vez, cuando vivía en México con mi esposo y mi hija, me tocó plancharle a una de esas estrellas de cine que salía en las películas con Pedro Infante: se llamaba Dolores del Río. Cuando entré a su casa y vi sus retratos junto a Pedro, casi me voy de espaldas, pero no me fui nomás por no dar qué decir y quedar mal, porque, eso sí, nunca fui tan ignorante, yo me fui dando una idea de las cosas que pasaban a mi alrededor. Por ejemplo, descubrí que cuando nos fuimos del rancho no fue por gusto, sino porque mi padre discutió con el patrón por unas cosas del reparto de la tierra y lo corrió. ¡Qué injusto!, pero así estuvieron las cosas”.

“Desde aquel entonces, San Lorenzo ha cambiado mucho con las reformas que dieron fin al reparto agrario. El pueblo creció hasta formar parte de la urbanización, nomás basta con mirar alrededor y ya no hay nada más que puras fábricas y puras casas, de esos conjuntos habitacionales. La gente ya no es la misma, ya nadie se conoce ni se saluda como antes, pero bueno, así es esto que uno de mis nietos llama globalización. Eso no lo entiendo mucho, pero nomás veo y creo lo que dice”.

En sus discursos, Francisca y Bernardo evocan el pasado, lo traen al presente y logran con ello una refiguración; es decir, un cambio o una transformación adecuada al mismo tiempo y espacio, desde el aspecto físico hasta el mental. Así, comienza el encuentro o choque entre el universo, lo que los rodea –en este caso, la relación con las imágenes pasadas y presentes– y el contexto social: para Francisca, San Lorenzo Tepaltitlán, Toluca, Estado de México; para Bernardo, Santa María de Güido, Morelia, Michoacán. Además, ninguno de los dos olvida sus espacios de experiencias y sus horizontes de expectativas, los cuales marcan el camino de sus recuerdos.

No hay que olvidar que la memoria busca perpetuarse en los otros. Qué mejor manera que hacerlo por medio del testimonio, el cual permite dar cuenta de uno en los demás y de los demás en uno; es decir, permite percibir que las combinaciones entre mundos interiores y exteriores abren posibilidades infinitas, tanto sociales como culturales e históricas. Francisca y Bernardo, al ser testigos de los acontecimientos que cuentan, convierten su relato en un testimonio de historia y permiten que el recuerdo se presente como imagen verdadera de los hechos vividos. En ese sentido, vale la pena agregar que, según Begoña Pulido Herráez, el testimonio se define como “la descripción y la explicación de sucesos” que le constan a la persona que los cuenta. De este modo, el testimonio se convierte en la comunicación directa de una serie de hechos de los que se tiene prueba fehaciente a partir de lo que se dice.

Los recuerdos se asocian o confrontan en el momento de la enunciación. Así, según Mijail Bajtin, la comunicación dialógica es la auténtica esfera de la vida de la palabra. Toda la vida de una lengua en cualquier área de su uso –sea cotidiana, oficial, científica o artística, entre otras– está compenetrada de relaciones dialógicas, donde lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. En los relatos aquí citados, los tiempos se conjugan y dan paso a la memoria histórica, la cual deja a un lado las voces oficiales de los historiadores, acaparadores de varias realidades, por una nueva versión de la verdad. En consecuencia, comprendemos que la realidad sólo representa una opción del gran informe que constituye el pasado.

Por tanto, las voces de los entrevistados conforman un cúmulo de posibilidades, en las que existen tantas verdades como imágenes creadas y recordadas; paralelamente, la historia se conserva y vive en la memoria, tanto oral como escrita. Así, es importante escuchar al otro porque nunca sabemos qué maravillas se encuentran en sus relatos, en sus historias, que permiten ver el mundo con otros ojos, desde otra perspectiva: la de quienes saben sin saberlo.


Carlos Huamán (coord.) (2007), Voces antiguas, voces nuevas. América Latina en su transfiguración oral y escrita, UNAM / UAEM, México.
Elena Garro (2007), Los recuerdos del porvenir, Joaquín Mortiz, México.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de abril.