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6 de junio de 2011

El cuerpo y sus señales: la gestualidad escultórica en Retrospectiva, de Rodrigo Lara



Por Margarita Hernández Martínez


Cuerpos oscilantes: la mirada tensa, la sonrisa esquiva, los brazos anhelantes y las piernas suspendidas. Entre el cielo y el suelo; entre la certidumbre y el azar, las esculturas de Rodrigo Lara (Toluca, 1981) sorprenden por ese aire circunspecto, ese deseo tamizado en la materia: caídas de Ícaro y pesadumbres de Sísifo; fascinación de Narciso e incendios de Eros se reinterpretan en siluetas que, a la usanza griega –una clara influencia en su trabajo, más allá de Auguste Rodin y Alberto Giacometti–, se despojan de sus ropas para revelar la vulnerabilidad de la figura humana, hogar de la gracia, la belleza y los placeres; derrotero último de la angustia, el misterio y los desgarramientos.

Con una estética alejada de los convencionalismos, sumada a una osadía que disuelve el espacio y propone la intervención volumétrica, Rodrigo Lara presenta su obra más reciente –que abarca ya una década de exhibiciones colectivas e individuales en México y en el extranjero– en Retrospectiva, una exposición que permanecerá abierta hasta el 30 de junio en el Museo de Arte Moderno del Estado de México –Boulevard Jesús Reyes Heroles 302, delegación San Buenaventura, en las afueras de Toluca–. Curada por Juan Luis Rita (Ciudad de México, 1970), artista que ha favorecido la experimentación en el panorama plástico contemporáneo, se revela como un oasis tan inquietante como iluminador: las cuatro series que la conforman poseen identidad propia y, al mismo tiempo, una congruencia colectiva que se traduce en precisión técnica y pluralidad de materiales, que convocan desde la delicadeza de la arcilla de Zacatecas hasta la accidentada nitidez de la resina cristal, pasando por bronces, metal herrumbroso y elementos orgánicos.




Así, hermanadas por su vocación hacia un amplio espectro de emociones, entrelazadas por su impacto con la experiencia humana, estas series comienzan con “Devastación en carne propia”, la cual se inspira en la situación actual del país, asfixiada por el temor, la inseguridad y la violencia. Por ello, sus figuras se refugian –y, al mismo tiempo, se exasperan– alrededor de un icono primordial, que evoca la visión futurista posterior a la Segunda Guerra Mundial: máscaras antigás, que se ciñen a los rostros de las esculturas, apenas vestidas con atuendos que van de la cotidianidad a la seducción –desde pantalones de mezclilla y camisas hasta medias y ligueros–, como un reclamo frente a las circunstancias, que reflejan a la humanidad como su peor enemigo. Un conjunto de óleos sobre tela flanquean esta sección, provistos de una densidad expresiva que se precipita del lienzo al observador: los colores, llevados al extremo de la luz y la saturación, saltan como una denuncia que no olvida, empero, su proposición artística, centrada en la postura de los cuerpos.

En el siguiente apartado, “Enjambre” ahonda en las interacciones, inevitablemente devoradoras o parasitarias, entre el hombre y sus semejantes. Poblado por grandes híbridos de aliento surrealista, que oscilan entre la naturaleza humana y la condición animal –sin eximir, en un arrebato estético, el sentido primario de la belleza–, este conjunto de cerámicas suspendidas, con alas de resina cristal, extremidades de varilla, aguijones móviles y un turbador color blanco –que se funde con cascadas de luz cruda–, se refiere a las luchas de poder y de influencias que ocurren, de manera inherente, en todas las relaciones, las cuales derivan –según sugiere el semblante de las piezas, conmovedoras hasta la convulsión y la incandescencia– en la corrupción, la debilidad y la pérdida de inocencia. Como resultado, se despliega como un debate visual alrededor de las imprevisibles pulsiones pasionales, que se injertan en el cuerpo entre picaduras y ardientes venenos.




Por otro lado, en un montaje de evidente atrevimiento; de subversivo cromatismo que contrasta con la abundancia de materiales naturales empleados en el resto de la exposición, “Máscaras” constituye una reflexión sintética en torno a la transparencia de las personas, en abierta contraposición con lo que aparentan sus gestos y sus actitudes cotidianas –desde esta óptica, siempre impregnados de intenciones ocultas–. Ante los rostros indemnes, capturados –hasta los íntimos detalles– en momentos tan serenos como grotescos, Rodrigo Lara interroga a los espectadores sobre las posibilidades de la claridad interna, que solamente se revelan de forma confusa –hasta el límite de la contradicción–, a través de los vaivenes del rostro; de los oleajes especulares que traicionan la primera mirada.

Finalmente, “Artefactos” simboliza un ejercicio de imponente repetición, entreverado con la cotidianidad y la monotonía. Náufragos en una sociedad restrictiva, bruscamente penetrada por actos que anulan la libertad e instauran una especie de perfección mecanizada, los cuerpos cautivos en esta sección se representan tensos y desarticulados, montados mediante rígidas suspensiones y adoloridos fragmentos atornillados –que convierten los antebrazos, los codos, las manos, las vértebras, las rodillas y los pies en un tejido que estalla desde la perspectiva orgánica hasta la petrificación–. Inmersos en una atmósfera de soledad y resistencia, hombres y mujeres cifran el último reducto de la espontaneidad en las ramas que emergen de sus cabezas, en una tentativa por superar la condición mineral para transformarse –aún accidentalmente– en recintos vitales.




De este modo, el trabajo de Rodrigo Lara manifiesta, en una exposición que sobresale por su capacidad de correspondencias temáticas, estéticas y estilísticas, los logros de una formación marcada por el movimiento y el consecuente desarraigo –sus obras existen, por ejemplo, en colecciones privadas en Canadá, Estados Unidos, Suiza, República Checa y China–. Originario de Toluca, pero residente en diversas ciudades de Norteamérica, ha tenido la oportunidad de profundizar y contrastar la riqueza de expresiones que permean la piel, los gestos y la postura del ser humano. Con una próxima mudanza, destinada a reforzar las fortalezas técnicas de su autor, Retrospectiva se ofrece como una alternativa básica para conocer las tendencias del arte mexicano contemporáneo que, más allá de las pirotecnias formales y la vacuidad discursiva, pretende abarcar una visión universal de las particularidades que, desde el alba de los tiempos, han discurrido en el lenguaje escultórico.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a junio de 2011.


* Las fotografías que acompañan esta entrada son de Helmut Ruiz.