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27 de marzo de 2009

Arquitectura teatral en el Día Internacional del Teatro


El 27 de marzo, el mundo festeja el Día Internacional del Teatro. Cobijada entre numerosos seminarios y festivales; representaciones gratuitas y homenajes a los grandes dramaturgos de la humanidad, esta celebración supone un nuevo acercamiento a una de las vetas artísticas más variadas, pues conjuga literatura, música, danza y pintura, sin olvidar los matices de la historia y la estética vigente. Por estas razones, Jesús Téllez, licenciado en Arte Dramático, investigador y director escénico, propone recordar este día con una breve revisión de la arquitectura teatral en Toluca.



Teatro Principal de Toluca (1851)
La reconstrucción de un espacio desaparecido
como instrumento para la restauración de un espectáculo histórico


I. Arquitectura teatral en Toluca en el siglo XIX


Como antecedente inmediato de este teatro, es necesario citar la construcción del Coliseo de 1827, el cual fue construido en una propiedad del Ayuntamiento de Toluca. Este primer edificio fue planificado por José María González Arratia, quien unos años después inició la edificación de los Portales de Toluca. Sobre el Coliseo de 1827, se cuenta con una bitácora de construcción, la cual da cuenta de todos y cada uno de los materiales empleados en el proceso. Este edificio no tuvo una vida muy prolongada, ya que González Arratia no tenía conocimientos específicos sobre arquitectura. Así, en 1851, fue destruido y la madera sobrante fue utilizada para construir un puente para unir a Toluca, pues en medio de la ciudad atraviesa un río que la divide en las regiones norte y sur.

Conocedor de esta circunstancia y de la pérdida del Teatro del Alva, la cual, seguramente, ocurrió durante el mismo periodo, González Arratia emprendió la tarea de construir un nuevo edificio para la ciudad. De esta suerte se inauguró, el 16 de septiembre de 1851, el Teatro Principal de Toluca, que, según algunas fuentes, fue llamado Teatro de Gorostiza en honor al ilustre dramaturgo. A pesar de las múltiples reparaciones, adecuaciones y reconstrucciones, este inmueble sobrevivió hasta la década de los ochenta. Como los demás teatros de la ciudad, corrió la misma suerte: fue destruido a manos del progreso.


II. Los indicios, las pistas, los caminos


De manera más que afortunada, han sobrevivido algunas imágenes que dan cuenta de las dimensiones de este inmueble y de las posibilidades que ofrecía a los teatristas, cirqueros y demás profesionales de las artes escénicas, quienes lo utilizaron, en nuestra opinión, explotando todos y cada uno de sus recursos. Es importante destacar que el historiador Isauro Rodríguez acotó, a finales del siglo XIX, una descripción muy puntual de este foro, en sus medidas y proporciones, la cual constituye un primer recurso que hemos empleado como instrumento para exponer su reconstrucción. Su estructura fue planteada bajo el principio de una herradura y, al parecer, su maquinaria fue de dimensiones importantes. Isauro Rodríguez, como otros historiadores, dejó memoria precisa del espacio destinado a los espectadores. Sin embargo, detrás del escenario, olvidó pasar y apuntar los detalles propios de un inmueble para este fin, como los telares, los sistemas de aforo, la iluminación, la concha del espectador, el arriba y abajo del escenario, las lumbreras y demás espacios donde se cocinaba el arte teatral.


III. Más pistas. Arquitectura teatral en otros estados durante el siglo XIX


Es imposible descartar que José María González Arratia se haya documentado en algunos otros foros para promover la construcción del Teatro Principal de Toluca. Por supuesto, es necesario citar la existencia precedente de los teatros de Santa Anna e Iturbide, los cuales fueron su referente inmediato. No obstante, la monumentalidad de dichos espacios hace suponer la necesidad de recurrir a edificios menos ostentosos y más consecuentes con la densidad demográfica de Toluca.

En una primera revisión, el espacio que más se asemeja al de Toluca es, precisamente, el Teatro Iturbide de Querétaro, el cual, tiempo después, fue conocido con el nombre de Teatro de la República. Por las dimensiones en el número de butacas, de palcos y características del escenario, se trata de edificios muy similares. Sin embargo, el Teatro Principal de Toluca es, en una escala aproximada, veinticinco por ciento más amplio.

El Teatro Principal de Toluca fue, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, el espacio más importante para la presentación de todo tipo de espectáculos. Ello se debió a que, en 1939, fue construido el Cine - Teatro Coliseo de la Revolución, como resultado de un proyecto del arquitecto Vicente Mendiola. Durante la vida útil del Teatro Principal, surgieron otros espacios, como el Teatro de Urteaga y el Teatro Edén, los cuales dispusieron de una maquinaria teatral mucho más modesta y propicia para diversiones más discretas o de corte local.


IV. Más y más pistas. La programación espectacular. Circo, maroma y teatro


Sobre la programación exhibida en el Teatro Principal de Toluca, debe apuntarse que se conserva documentación a partir de 1867, en justa sincronía con el Triunfo de la República. A partir de entonces, tenemos noticia de representaciones de todo tipo, en géneros como teatro, danza, música, circo, ópera y zarzuela. Es importante traer a colación que los montajes teatrales eran los espectáculos más frecuentemente ofrecidos en este espacio.

Desde 1865 tenemos registro de que se presentaron obras de teatro bien distintas de lo que tradicionalmente concebimos como tal. Caso concreto: el drama Los tres enemigos del alma: gloria, dinero y amor, la cual prometía que “en el cuarto acto aparecería el canal de Venecia, con todas sus góndolas iluminadas y en la orjía [sic] del festivo carnaval”. Asimismo, encontramos otra obra intitulada La loca de Sevilla, en cuyo programa el director de la compañía explica que “los profesores de la orquesta [le] han ofrecido unas delicadas piezas”, lo cual indica la existencia de un elenco estable y presumiblemente ex profeso para la ubicación de la orquesta respectiva.

En otro orden de ideas, la cartelera de espectáculos permite asegurar que el estilo de escenificación no se circunscribía al empleo del escenario. Gracias a un cartel donde se habla de la presentación del artista ruso Mr. Airec y gracias, también, a una reseña de Ignacio Manuel Altamirano, sabemos que la representación tuvo lugar en el patio de butacas, justamente por encima de los espectadores, lo cual nos hace pensar en el dinamismo que los artistas imprimían a sus presentaciones. De igual suerte, se puede citar la presentación de espectáculos ecuestres, en los cuales la compañía exhibía caballos de alta escuela con parte del elenco, quien desarrollaba algunas rutinas en el escenario.




* Texto originalmente publicado en la Agenda Cultural AcéRcaTE de marzo, emitida por el Instituto Mexiquense de Cultura

18 de marzo de 2009

Va la tercera


Entre tanto trajín, seguimos promoviendo Gajos de humo, de Elías Jaramillo, y Antes del polvo, de su corresponsal. Esta vez iremos, el 27 de marzo a las 18:00 horas, al Centro Regional de Cultura de Ocoyoacac, donde habrá una celebración muy parecida a la del Centro Toluqueño de Escritores: vino, bocadillos, largas conversaciones y libros con descuento (¡y autógrafos!). En esta ocasión, sin embargo, los comentarios correrán a cargo de David Coronado, para el primer libro, y Alonso Guzmán, para el segundo.

Esperamos que puedan acompañarnos en este nuevo acercamiento o, en todo caso, que acudan al CTE, a la Librería Castillo y a las librerías universitarias dependientes de la UAEM, en donde se encuentran disponibles estos primeros títulos, a un precio muy accesible. Recuerden que su apoyo y su colaboración son vitales para mantener en movimiento al arte independiente.

8 de marzo de 2009

Correspondencias


Hace un par de años, Heber Quijano, recién egresado de la licenciatura en letras latinoamericanas por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, recogió el Premio Internacional de Poesía "Gilberto Owen". Apenas enterada y con el tiempo encima, tuve la oportunidad de presentar el libro galardonado, Derroteros del alba (variaciones sobre el deseo), con un texto titubeante que, si les da mucha curiosidad, pueden leer aquí, en el número julio-septiembre de 2007. A la vuelta de los años, Heber y yo hemos coincidido otra vez con Antes del polvo. Fue la primera persona (conocida) que compró el libro, y ahora ha publicado una brevísima reseña en su columna Mantaraya, que aparece en Impulso. La reproduzco aquí, con una nueva invitación para leer dicho librito, de venta en el Centro Toluqueño de Escritores y las librerías universitarias dependientes de la UAEM.


Margarita Hernández, Antes del polvo

Por Heber Quijano

En los grandes mercados literarios y editoriales, las editoriales independientes han tenido gran éxito, incluso hay algunas que han generado un círculo alternativo de “lectores” mediante la publicación de autores “alternativos” de gran valía literaria y con una visión verdaderamente sensible en cuanto a la labor del “editor”, Sexto Piso y Almadía entre las más importantes. A pesar de que los círculos literarios toluqueños adolecen de nepotismo, compadrazgo y una holgada autocomplacencia, a pesar incluso de que el esfuerzo (encomiable, claro) de publicar un libro está cerca del nirvana ascético, hay todavía quienes apuestan por editar poesía en Toluca. La editorial Cosmoción es apenas una naciente oportunidad, que publicó Antes del polvo, de nuestra colega Margarita Hernández.

El primer libro de Margarita nos habla, “entre el polvo y la pólvora”, de la pasión estremecida y lúbrica que vive de sus propias brasas y condenada a la extinción y a la muerte de los amantes envueltos en su fragor: “antes del polvo, el amor […] un grano de arena / cae sobre la muerte”. Así, el tiempo con su guillotina inevitable afila a cada instante su filo: “El tiempo nos asalta”, “El tiempo nos corroe. / El saludo es principio de extinción. / Vamos un día más cerca de la muerte”. La poesía de Margarita se convierte entonces en la bitácora de una pasión ventral que se humedece con tinta en la página en la remembranza del vacío: “Por un instante sólo / en la memoria: nada quedará de este deseo”. La sentencia es inequívoca, la pasión sólo tiene una afluente: “Y no vendrás a iluminarme / –caléndula o candil del ansia– / a horadar la tarde entre caderas. / No vendrá tampoco ya el consuelo”.

Si bien llega a percibirse su escritura más cerebral de la esencia intempestiva que narra, queda claro que la madurez poética de esta periodista cultural pronto habrá de recoger frutos de gran intensidad. En Antes del polvo se leen algunos versos certeros como dardos, que conmueven y estremecen (como un humilde servidor entiende la poesía): “perra equivocada, / ladro ante la sed”, “Mi lecho es una interrogación”, “¿En donde perdí el gozo? // […] // Tu mirada se desgaja / en mi útero sombrío”, quizá los más penetrantes del libro. En otros, se percibe la ansiedad por la posesión, con un erotismo tan femenino en su apremio: “Déjame viajar al sur, / gorjear en su íntimo lenguaje, / triscar los frágiles veneros / en que se queman tus arterias”, “Asciendo curvaturas en tu vientre / se encabritan las orquídeas seminales”.

El gozo erótico se liba entre la desolación y la brevedad propia del apetito sexual: “Arroja mi ceniza por tus venas, / túrbate de mí, / incéndiate conmigo. // No quiero pasar por tu cuerpo como por los aires”. Esa misma intensidad con la que quiere dejar “huella” es la misma que llevará a la pasión a su despilfarro y término: “También sé tu muerte, / el cuerpo despojado de señales, / hijo de la tierra rumorosa, / vuelto hacia el murmullo y la sequía. // Y yo, todavía / […] / diré tu nombre / y será el del frío”. La entrega amorosa con todas sus desoladoras consecuencias, para Margarita, sólo puede ocurrir antes del polvo y de la ceniza.


Margarita Hernández, Antes del polvo, Toluca, Cosmoción, 2008.

Y navegamos en Texcoco


El 28 de febrero, Enrique Villada y yo tuvimos la oportunidad de participar en el Tercer Maratón de Poesía que organiza la Nave de los Locos, un grupo cultural que se desarrolla (qué verso sin esfuerzo) como pocos: sin perder el dinamismo y la frescura de su autonomía, ha logrado coordinarse con las autoridades municipales y, mediante el Centro Regional de Cultura de Texcoco, con el Instituto Mexiquense de Cultura.

Fue una experiencia verdaderamente placentera, con la que recordamos, desde las voces de otros, por qué la poesía es un ejercicio vital, esencial, del que más vale no librarse nunca. Sin embargo, nos hubiera gustado ver más gente, desde más participantes -aunque la presencia de Diego José fue una sorpresa maravillosa: de El camino del té aprendí que la mayor virtud de la poesía es el silencio- hasta más público. De cualquier modo, la labor -inusualmente constante- de estos locos es loable: atienden a todos los públicos, se comunican con artistas de tres entidades diferentes y consiguen recursos monetarios de diversas instancias gubernamentales. En fin, les dejo el comunicado oficial de esta actividad, que no consigue hacerle justicia al último día del Festival Cultural "La nave va...".


CON MARATÓN LITERARIO,
CULMINA FESTIVAL CULTURAL EN TEXCOCO

Toluca, Estado de México.- El fin de semana culminó el Festival Cultural “La nave va…”, que se realizó durante todo febrero en el Centro Regional de Cultura de Texcoco, coordinado por el Instituto Mexiquense de Cultura, y que reunió expresiones artísticas como teatro, cine, literatura, plástica, música e historia.

Un maratón de poesía donde participaron Eduardo Langagne, Diego José, Omar Rubio, Alfonso Sánchez Arteche, Rolando Rosas Galicia, Luis Antonio García Reyes, Patricia Castillejos, Álvaro Luna, Moisés Zurita, entre otros poetas originarios del Estado de México, Hidalgo y el Distrito Federal, fue el evento elegido para cerrar este festival en su séptima edición, organizado por el Grupo Cultural “La Nave de los Locos” y el mencionado centro cultural.

Así, se vivió una velada donde la fuerza de la palabra poética hizo vibrar a los asistentes, ya que los escritores abordaron temas variados como amor, paternidad, desamor, e incluso la misma creación, vistos desde ópticas distintas.

Esta actividad se amenizó también con música de jóvenes intérpretes, como el trovador Ulises Villagrán “Hule”, “Encuentro Andino” y “Muerte Chiquita”, quienes pusieron a bailar a los asistentes y los contagiaron de sus ritmos.

Cecilia Cruz Patiño, directora del Centro Regional, se mostró satisfecha por la respuesta de los texcocanos en cada una de las actividades programadas: “el público cada vez nos exige más, y eso es bueno, pues nos estimula a preparar actividades cada vez mejores”, afirmó.

Mientras tanto, Agustín Gutiérrez, director del Grupo Cultural “La Nave de los Locos”, destacó que en esta edición hubo altibajos como en todos los festivales, sin embargo, hubo mucho más gente. “El seminario de historia llegó en promedio a 30 personas por día, en todos los conciertos se llenó el foro; en teatro la entrada igual se mantuvo en promedio con 30 espectadores, sólo nos fue mal un día que llovió toda la tarde, pero en la obra de cierre, donde participó el grupo “Tsubaru”, con la obra “El tercer gemelo”, entraron 111 personas con boleto pagado, lo cual fue muy bueno”, destacó. Asimismo, resaltó que la exposición “Miradas contemporáneas” estuvo concurrida y hubo varias presentaciones de libros.

“Ahora la idea es mantener los contactos y hacer mas cosas -expuso-, incluso hacer más ruido para generar un premio de poesía en Texcoco. Lo mejor de todo es que todos los participantes se fueron contentos, y de eso se trata: que todos se queden contentos y con ganas de regresar”.

Y concluyó que se planea ahora agendar trimestralmente presentaciones de libros y revistas literarias, hacer cortas temporadas de teatro. “Y para los niños igual habrá que organizar más actividades, pues todos los talleres dedicados a ellos fueron muy concurridos”, puntualizó Gutiérrez, quien además expresó su agradecimiento a Adriana Garay, promotora cultural independiente que “ayudó mucho, sobre todo con los niños y en varias gestiones”, puntualizó.


2 de marzo de 2009

Polvo y cosmos: alternativas culturales en el Valle de Toluca




Por Aeri Marín

Hace justamente un año, José Antonio Romero Reyes compartió, en este espacio, sus primeras impresiones sobre Polvareda. Actitud crítica en movimiento. Fundada como una revista inquisitiva, consagrada a la investigación multidisciplinaria, esta publicación independiente ha completado su primera vuelta al sol con buena salud: para comenzar, ha llegado a los ojos de sus lectores de manera ininterrumpida, lo cual, al menos, habla de un compromiso constante. Por otro lado, ha sufrido transformaciones que, tropiezos aparte, dan cuenta de un proyecto en plena consolidación: mientras el diseño gráfico gana en atractivo y pertinencia, el contenido presenta ligeras fluctuaciones; así, en más de una ocasión, la crítica se ha convertido en balbuceo y la argumentación se ha extraviado en un idealismo que, desde sus trincheras analíticas, no corresponde en absoluto con la esencia del proyecto. Tampoco ocurre con los defectos de redacción, que ha arrastrado desde su origen y restan impecabilidad a su factura.

No obstante, Polvareda destaca por que, en un ambiente cultural que disputa becas, subvenciones y convenios, ha conseguido preservar su independencia y, con ello, “levantar el polvo de las conciencias amodorradas, [que terminan por] empolvarse en el cómodo sitial de una oficina”. Comprometida con su propio concepto de la realidad, la publicación trasluce la formación universitaria de sus colaboradores, quienes, paralelamente, han comprendido que su trabajo no constituye un escaparate de exhibición personal, sino un servicio para los lectores. De este modo, con una distribución mejorada –y un sitio de internet, sin embargo, atrasado– Polvareda sigue conformando “un rico cóctel y un amplio campo por explotar”.

Contrastante con este primer año, Cosmoción, editorial independiente establecida por Elías Jaramillo, acaba de lanzar sus primeros libros, con los cuales ha cumplido ya un mes de vida pública. Vinculado inicialmente con el Centro Toluqueño de Escritores –una de las asociaciones civiles más estables del Valle de Toluca–, el incipiente catálogo de este nuevo proyecto incluye un conjunto de volúmenes doblemente especializados: en el género literario, prefiere la poesía; en la experiencia de los autores, la ópera prima. Pese a ello, Cosmoción no se define, hasta ahora, como una editorial joven, mucho menos improvisada: Gajos de humo, del propio Jaramillo, esperó treinta años –llenos de dudas y enmiendas– para publicarse; mientras tanto, Antes del polvo, de Margarita Hernández, representa el resultado de cinco años de trabajo, cuyas fases preliminares merecieron el Premio Universitario de Poesía 2007, otorgado por la Universidad Autónoma del Estado de México. Ambos volúmenes se hallan complementados, además, por un concepto gráfico interesante, que ha optado por devolver el protagonismo a la idea central de cada poemario y a las técnicas de impresión tradicionales. De esta manera, Cosmoción defiende uno de sus planteamientos centrales: “todos los caminos conducen a la poesía”, entendida como el empleo creativo y personal del lenguaje, el cual deriva en opciones combinatorias infinitas.

Con un año o un mes de existencia, con el sol o la luna como signo de vida, Polvareda y Cosmoción comparten un aspecto esencial, que justifica su fundación y arroja luz sobre su desarrollo: contra el aire vacuo que parece emanar de las instituciones culturales –más preocupadas, sorprendentemente, por las elecciones que vienen–, el ejercicio periodístico evoca la naturalidad del polvo –que se sacude dentro y fuera de nosotros– y la poesía iniciática recuerda los antiguos estremecimientos del cosmos –que se encuentra en rotación permanente–. De cualquier modo, ante el incierto panorama de la cultura local –cada vez más agonizante; es decir, alejado de este tipo de empresas–, sólo quedan las certeras palabras de Oscar Wilde: “todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos hacia las estrellas”.


* Texto publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de marzo.

Miradas añejas (primera parte)


Por María Guadalupe Díaz Guerra

Luchaba entre varias memorias
y la memoria de lo sucedido
era la única irreal para él
- Elena Garro

Es importante el rescate –pero, sobre todo, el reconocimiento y la divulgación– de lo que saben los de antes, los abuelos, acerca del crecimiento o del desarrollo de un pueblo y, por qué no, de una nación, pues, a diferencia de los textos de la historia oficial, en ellos se encuentran las memorias y las raíces a las que pertenecen. Desde esta perspectiva, lo que importa es conocer y reconocer la historia desde quienes la vivieron y la viven, que no es precisamente la versión de los historiadores, sino la de los viejos, quienes guardan las historias.

El hecho de hacer memoria conlleva una reflexión y, por qué no, una interpretación de lo vivido, en la cual el proceso de rememoración está ligado a la búsqueda de los recuerdos, en tiempos y espacios distintos. Éstos resultan de suma importancia, pues, a partir de ambos elementos, se da una construcción psíquica o mental de los acontecimientos pasados, que, si bien no son fidedignos, sí se someten a una posible realidad. En otras palabras, la imagen mental que se extrae de la memoria se observa o se reconstruye en función de aquello que se pretende enunciar, lo cual permite establecer un diálogo entre lo que se quiere decir y lo que se recuerda. Dialogan, por tanto, infinidad de tiempos y espacios: los presentes –por decirlo de alguna manera–, con los pasados y los futuros, siempre de acuerdo con un espacio de experiencias, un horizonte de expectativas y una suma de posiciones y perspectivas que se ajustan a posibles cambios y que, de manera conjunta, crean lo que Paul Ricoeur llama “presente histórico”; aquello que Elena Garro atinadamente nombró “los recuerdos del porvenir”. Así, cada persona puede constantemente ir y venir en el mar de los recuerdos de formas incomparables, avivando múltiples reflexiones e interpretaciones.

Si se trata de hablar de los recuerdos y la memoria, no hay nada mejor que cederle la voz a aquellos que quieren hablar y hacer historia: don Bernardo Díaz y doña Francisca de la Cruz. Ambos pertenecen a realidades distintas, pero tienen algo en común: la palabra hecha viento, la palabra cantada y contada, la palabra oral.

A sus 75 años, tras una sonrisa desdentada, el cabello encanecido y la mirada siempre en busca del recuerdo, Bernardo Díaz Hernández sigue luchando por la sobrevivencia, en un país donde los conflictos políticos y sociales, incluyendo las constantes devaluaciones de la moneda nacional, están a flor de piel. Desde el lejano pueblo de Santa María de Güido, en Morelia, Michoacán, don Berna, el General, platica de su infancia y adolescencia difusas, llenas de penurias y hambres; de una madurez con sabor a licor y de una vejez todavía cargada de trabajo.

Del otro lado de la moneda se encuentra Francisca de la Cruz, una mujer de andar lento pero seguro, con la mirada cargada de sueños e imágenes de antes, deseosa de contarlas a quien sea capaz de escuchar y entender. Una mujer de carácter jovial y divertido, que sólo se atreve a recordar con los ojos cerrados. Una mujer que, a sus 67 años, todavía disfruta de un buen mambo o un danzón, los ritmos que espera escuchar cuando llegue al cielo –si es que en este mundo aún cabe la posibilidad de creer en él–. Música, sí, mucha música para poder bailar con su esposo, a quien, en definitiva, no piensa dejar nunca.

Sus relatos se entrelazan para dar paso a la historia que no va a quedar asentada en los libros, sino en las memorias de quienes se hayan acercado a ellos para aprender de su experiencia, que no es poca, y escuchar lo que tienen que decir.

Al respecto, don Bernardo dice: “Nací el 20 de agosto de 1933 en Santa María de Güido, lugar donde he radicado casi toda la vida. Fui el quinto hijo de siete hermanos. Estudié hasta tercer grado de primaria porque no había el suficiente capital para seguir estudiando. Mis padres, Félix Díaz Chávez y Catalina Hernández Hurtado, siempre fueron buenas personas con mis hermanos y conmigo; bueno, a veces nos golpeaban, pero era por desobedientes. Por ejemplo, a mi hermano Roberto y a mí, nos golpeaba mi madre porque nacimos zurdos. Siempre fuimos pobres, mi padre se emborrachaba mucho y nos dejaba en el abandono. Él fue zapatero, pero, como el vino lo hizo caer, vendió sus máquinas para coser y terminó de remendón. Mi madre, en cambio, lavaba y hacía quehacer ajeno para darnos de comer. Cuando me salí de la primaria tuve que trabajar, me levantaba a las cinco de la mañana para llevar a almorzar a los bueyes por Barranca Seca, una loma no lejos del pueblo; a las nueve, yo, junto con mis hermanos y otros muchachos, sembraba frijoles y maíz en las huertitas que rentábamos. Era el tiempo de la hambruna, despuecito de los cristeros. Santa María, más que pueblo, parecía rancho: había caballos, vacas, puercos, chivos, gallinas y carretas con bueyes; eso sí, nada era de la gente como nosotros, sino de los pocos hacendados que quedaron”.


(continúa en el próximo número)



* Texto publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de marzo.