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5 de diciembre de 2010

Al calor del pasado: la biblioteca conventual del Museo Virreinal de Zinacantepec




Por Aeri Marín


Inaugurado en junio de 1980 –tras una vida azarosa que lo transformó en casa cural y cuartel zapatista–, el Museo Virreinal de Zinacantepec (16 de septiembre s/n, Barrio de San Miguel) resguarda una colección de arte, objetos y mobiliario que recuerda las oscilaciones iniciales de la historia nacional. Mientras los escudos, las espadas y las armaduras evocan el enfrentamiento entre los caballeros indígenas y los guerreros españoles, los óleos, las esculturas y la ornamentación de los muros ilustran el sincretismo entre el rígido monoteísmo europeo y la múltiple espiritualidad local. Paralelamente, la recuperación de los espacios que –hace quinientos años– pertenecieron al Convento Franciscano de San Miguel preserva la atmósfera característica de las comunidades religiosas en nuestro país, signada por la labor colectiva y la reflexión solitaria.

Para ahondar en este aspecto, el Museo Virreinal alberga una magnífica biblioteca, en la cual se traslucen los debates y las contradicciones que marcaron una época particularmente compleja para la fe católica. Enfrentada a la evangelización –que desveló la existencia de un mundo más allá de la Biblia– y la contrarreforma –que difundió las distintas vertientes del pensamiento humano–, pasó por un intenso proceso de definición y concentración, que se tradujo en manuales, oratorios, cánones y devocionarios destinados a fijar las ceremonias y los ritos propios de esta religión.

De este modo, los 4 587 volúmenes de este reservorio conventual se reúnen alrededor de 43 materias fundamentales, relacionadas con temas de teología, filosofía y hagiografía; apologética, ascética y catequética; derecho civil, eclesiástico y canónico; moral, pastoral y pedagogía; política, simbología e historia. Éstas se desarrollan en un espectro lingüístico que viaja del griego y el latín –idiomas oficiales del imperio, el dogma y la cultura– hasta las primeras manifestaciones del inglés, el francés y el español, emanados de la luminosa fricción entre el registro formal y el habla popular.

Aunque el origen de esta sorprendente colección se encuentra sumido en la incertidumbre –puesto que proviene de cinco siglos de movimiento continuo–, las marcas de propiedad que persisten entre sus páginas –sean de fuego, de lacre o de la propia mano de sus lectores– permiten profundizar en su misteriosa procedencia. Así, el primer acervo del Convento Franciscano de San Miguel se entrelaza con libros extraídos de los monasterios del Carmen de Toluca, del Santo Desierto de México, de San Joaquín de Tacubaya y del Rancho Guadalupe, entre otros. En el transcurso de las décadas, éstos gravitaron por distintos derroteros, desde bodegas oscuras, impropias para su conservación, hasta estanterías alejadas de los ojos del público.

De esta manera, la futura biblioteca conventual permaneció depositada en el Museo de Bellas Artes hasta la fundación de la Dirección de Patrimonio Cultural del Gobierno del Estado de México; entonces, se trasladó a la Biblioteca Pública Municipal de Toluca. Durante varios años, la ausencia de catalogación la mantuvo fuera de las nuevas miradas del público; sin embargo, en 1980, debido a la reformulación del guión del Museo Virreinal, el acervo se fragmentó y se destinó a la reproducción escenográfica de una biblioteca franciscana, en una sala del propio convento.

Pese a esta modificación, los libros funcionaron como un objeto de exposición, más que como un recurso de aprendizaje y de estudio. Por ello, en 2004, un segundo replanteamiento del mencionado guión museográfico impulsó la instalación actual de este acervo bibliográfico, en el fondo del segundo piso del antiguo monasterio. Así, esta labor involucró un largo proceso de identificación, clasificación y restauración, a lo largo del cual el equipo del Museo Virreinal contó con la asesoría técnica de Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México. Finalmente, el 5 de julio de 2005, en medio de las celebraciones para el 25 aniversario de este espacio cultural, la biblioteca conventual abrió sus puertas a académicos e investigadores mexiquenses, mexicanos y extranjeros.

Precisamente, el esfuerzo de historiadores, filósofos, literatos y otros expertos en humanidades ha contribuido a descubrir algunas de las peculiaridades más interesantes de este acervo. Por ejemplo, un hermoso volumen de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino constituye, paralelamente, el libro más antiguo de la biblioteca, del Valle de Toluca y –tal vez– del Estado de México. En el mismo sentido, sus robustos libreros –elaborados con maderas, tintes y resinas correspondientes al mobiliario original– acogen varias copias de sínodos papales, entre los que sobresale un tomo del Concilio de Trento, cuya doble relevancia reside en la justificación de las acciones emprendidas por la Iglesia Católica durante la contrarreforma y en la primera representación de Nueva España en este tipo de asuntos internacionales, la cual corrió a cargo de Vasco de Quiroga.

Estos volúmenes, además, conviven con libros de cantos decorados, una extraordinaria Biblia políglota y una Vulgata que encarna el interés por difundir los estudios teológicos entre las poblaciones letradas, más allá de las fronteras del idioma. Por otro lado, sus particularidades físicas rememoran las condiciones de su manufactura y su traslado a América: a juzgar por algunas señales inscritas en la encuadernación, los largos pliegos de papel de algodón –algunos llegados de contrabando, disimulados entre otras mercancías– fueron cortados y empastados ya en Nueva España. Por esta razón, las tapas están forradas de pieles de ternera, de cerdo o de caballo, justamente la clase de ganado que se hallaba disponible en la región.

Con esta inspiradora variedad de elementos, tanto bibliográficos como sensoriales, la biblioteca conventual del Museo Virreinal de Zinacantepec se revela como un espacio para disfrutar, por un lado, de la vertiente intelectual de un amplio periodo en la historia de nuestro país, desde la Colonia hasta mediados del siglo XX; por otro, del testimonio tangible del tiempo que se escapa inevitablemente. Aunque abre sus puertas de lunes a viernes, de 9:00 a 15:00 horas, para realizar investigaciones en este recinto es necesario programar una cita con anticipación, en el (722) 2 18 25 93.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a diciembre de 2010.

26 de noviembre de 2010

Biología transfigurada en En la jaula de las medusas, de Françoise Roy



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La literatura se inspira en todos los acontecimientos, desde la vida cotidiana hasta la antigua –pero cercana– mitología universal, pasando por la propia experiencia lectora. Sin embargo, una conexión entre el lenguaje poético y la terminología científica resulta inusual, sobre todo cuando posee bases sólidas y consigue transgredir los posibles límites de ambos códigos. Así, en este –aún reducido– panorama, destaca En la jaula de las medusas, un libro de Françoise Roy publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario.

Originaria de Quebec y residente en Guadalajara, Roy ha destacado como traductora, con un desempeño que la ha llevado a ser galardonada con el Premio Nacional de Traducción Literaria en Poesía. De manera paralela, ha sido colaboradora de numerosos suplementos culturales y ha recibido el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal. Mediante esta doble formación, no es extraño que posea la habilidad de trasladar un lenguaje que se distingue por su precisión con otro que depende, esencialmente, de su aliento libre y subjetivo. Así, En la jaula de las medusas reconcilia estas criaturas marinas, bellezas y venenosas, con un lenguaje de numerosas lecturas e influencias.

En dos secciones, que, a su vez, se fragmentan en episodios que viajan de la biología a la mitología, el libro ofrece una estilización simbólica de las medusas, que pasan de criaturas temibles a representaciones de figuras femeninas depredadoras, capaces de inocular su ternura y su ponzoña en los seres que las rodean. Así, la voz lírica, protagonista de estos versos, se interna en aguas infestadas de emociones para recrear una poesía de temores, de belleza y de horror, oscilante entre la iluminación y la fatalidad; entre metáforas de amor, maternidad y voracidad carnal.

Esta multiplicidad temática se refleja, en la misma medida, en un conjunto de variaciones formales que le confieren una viva pluralidad. Prosas poéticas, fragmentos científicos y versos de largas estrofas se conjugan para conformar una atmósfera particular, en la cual la sordidez y la pasión confluyen en seducciones, en una lectura reflexiva y emocional, decididamente conmovedora.


Françoise Roy, En la jaula de las medusas, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 169 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

23 de noviembre de 2010

Reinterpretaciones mitológicas en La caricia de la Esfinge, de Macarena Huicochea



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La mitología se ha constituido como el trasfondo de múltiples vertientes artísticas, desde la pintura hasta la literatura, pasando por esculturas que, a lo largo de los siglos, han conformado el ideal de perfección del cuerpo humano. Poblada de arquetipos y sensibilidades, también ha encarnado nuestras angustias y pasiones; miedos y deslumbramientos; ambiciones y caídas. Basta recordar la pesadez del trabajo cotidiano para pensar en Sísifo; calibrar la vanidad para convocar a Narciso; volar con alas falsas para caer estrepitosamente, a la manera de Ícaro.

Con este amplio bagaje, proyectado en nuestras glorias efímeras y nuestras debilidades más íntimas, Macarena Huicochea presenta La caricia de la Esfinge, un volumen publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Compuesto por treinta y cuatro ficciones breves, de alto contenido lírico, destaca por su abundancia en imágenes y criaturas mitológicas, las cuales aparecen transfiguradas gracias a la intimidad que les imprime la autora, quien proviene de una formación multidisciplinaria y ha destacado como guionista, conductora y productora de televisión.

De este modo, La caricia de la Esfinge permite explorar el otro lado de los mitos: piezas como “Esfinge” y “Gorgona” conceden la voz a las figuras mitológicas para insinuar sus deseos, complejizar sus acciones y humanizar la petrificación que los siglos han impuesto sobre ellas. Así, se levantan como mujeres ardorosamente libres, que exploran sus cuerpos y buscan una satisfacción más allá de los roles tradicionalmente femeninos. En consecuencia, disfrutan de una sexualidad contemplada como poder vital; es decir, como sendero de identidad entre ellas mismas y los otros y, al mismo tiempo, como posibilidad de equiparación con el mundo y con la inmensidad del cosmos.

A través de estos mitos transfigurados –actualizados o individualizados, según cada texto–, Huicochea también persigue sueños y fantasmas; escapa de los paradigmas mediante veneros oníricos de gran intensidad. Con un lenguaje que, en ocasiones, se aproxima a la poesía y al denso simbolismo de la alquimia, La caricia de la Esfinge se alza como una lectura enriquecedora, que invita a repensar tanto el papel social y personal de la mujer como la rigidez de los mitos, que cobran dinamismo cuando, finalmente, nos atrevemos a confrontarlos con nuestra experiencia cotidiana.


Macarena Huicochea, La caricia de la Esfinge, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 100 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

21 de noviembre de 2010

Una exploración del exilio en Cuaderno del 94, de Ricardo Bogrand



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- A lo largo de la historia, el exilio ha cobrado múltiples rostros, la mayoría de los cuales ha desembocado en la literatura. Desde el éxodo bíblico hasta las obras centradas en la inmigración –un flagelo que atenaza millones de existencias–, las letras han capturado la gesta, angustiosa por definición, de comunidades que abandonan su lugar de origen para probar nuestra natural condición de extranjeros. En este marco se encuentra Cuaderno del 94, un libro de poemas de Ricardo Bogrand que, con un aliento hondamente contemporáneo, relata líricamente el regreso –en algunos versos, luminoso; en otros, imposible– al terruño perdido.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, Cuaderno del 94 se encuentra animado por un espíritu esencialmente narrativo; sin embargo, se constituye por poemas plenos de música y de símbolos, los cuales manifiestan el oficioso manejo del lenguaje que posee su autor. Centrados en el año de un doloroso retorno a El Salvador, lugar de origen de Bogrand, se detienen en las consecuencias del exilio: la transformación del tiempo, la modificación de los espacios, la pérdida de identidad y la ausencia absoluta de recuperación de estos elementos.

De esta manera, el libro –conformado por poemas escritos en San Salvador, Xalapa y San Cristóbal de las Casas– se decanta entre textos que convocan la vida nueva, en contraste con el peso de los muertos y las víctimas del ostracismo; con la densidad de la historia, ensangrentada por la guerra civil, y la nostalgia, empañada por la fluctuación de memoria. No obstante, sus complejas redes temáticas poseen una extraordinaria fluidez, que se vislumbra en estrofas largas repletas de imágenes rápidas, contundentes y perfectamente hiladas, a las cuales se une la ausencia de signos de puntuación, que le confiere un aura de absoluta libertad.

Ésta también se observa en tres rasgos simbólicos que se repiten a lo largo del poemario: los pájaros, que transmiten desde la paz hasta la dramática caída de los seres alados; el mar, que convoca las raíces vagas, mudables y generosas, y el otoño, que representa las conversiones de la materia –tanto vegetal como humana– y la inevitable caducidad. Del mismo modo, destaca la aparición recurrente de mujeres que, desde diversos ángulos, se levantan como la dulzura de la patria, y del color verde, que, más allá de su significado esperanzador, se revuelve para contrarrestar los matices de la muerte.

Así, Cuaderno del 94 destaca como un volumen colmado de emociones, en la absoluta honestidad que permite la oscuridad del desarraigo. Con pasajes de profunda emotividad y versos de aliento estremecedor, es un firme testimonio de aquellos que sienten que “hasta el derecho / de leer los gorjeos [han] perdido”.


Ricardo Bogrand, Cuaderno del 94, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 64 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

20 de noviembre de 2010

La exactitud de la incertidumbre en Vértigos, de Adán Medellín



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Con frecuencia, la literatura se vuelca alrededor de nuestras obsesiones. Así, se convierte en una radiografía de la condición humana, signada por las dudas y el temor; por la pasión y la incertidumbre. Con un aliento que viaja de la afirmación a la exploración, el cuento se transforma en un vehículo ideal para involucrarse en estos temas: su brevedad, sumada a su flexibilidad para trasponer los límites del tiempo y del espacio, ofrece una visión tensa o serena; particular o universal, de las fijaciones con las que propios y extraños gozan o se atormentan.

En esta atmósfera se ubica Vértigos, un volumen narrativo de Adán Medellín publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Constituido por diez cuentos, poseedores de una fuerza que intriga y seduce, este libro recurre a la agudeza literaria para sumergirse en los entresijos de la mente humana y trastocar algunas fibras incómodas, que pueden paralizar, enloquecer o aliviar tanto a los personajes como a los lectores.

De esta manera, Vértigos conjuga el erotismo, el género policiaco, la ciencia ficción, el humor y una lluvia de imágenes perturbadoras, de impasibilidad altamente contrastante, con una prosa de gran precisión, que, en ocasiones, se aproxima a la poesía. A través de estos recursos, la muerte, el cuerpo, la sexualidad y la enfermedad encarnan la búsqueda original de las obsesiones; es decir, el sustrato primitivo en el cual se asientan el miedo como revelación; el pánico como toma de conciencia absoluta; la escritura como un acto de confrontación y evasión; la risa frente a los propios defectos, más allá de la pasión y la caída.

Con un estilo denso e impecable, sin petulancias ni pirotecnias verbales, Vértigos indaga, también, en los titubeos entre lo sagrado y lo profano, mediante los cuales sus personajes procuran encontrar la purificación antes de vencerse por completo. Así lo suscriben, desde el inicio, los epígrafes de Cesare Pavese y Joseph Roth, que convocan la inminencia del abismo que nos puebla; la imposibilidad de resguardar nuestros secretos, pues se revelan en los umbrales que encarnan los demás.

De este modo, mediante personajes estructurados alrededor de la carencia, historias de amores imposibles y diálogos entre el cuerpo humano y sus descomposiciones, Vértigos se erige como una lectura tan intrigante como placentera, que no dejará indiferentes a sus posibles lectores.


Adán Medellín, Vértigos, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 106 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

3 de noviembre de 2010

Una voz confirmada: Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul, de José Luis Herrera Arciniega



Por Margarita Hernández Martínez


Dice Pedro Salvador Ale (Jujuy, 1953), uno de los poetas y editores más prolíficos de nuestra entidad, que, en la literatura, toda tentativa de reescritura –sea la elaboración de una antología; sea la supervisión de una reedición expurgada– constituye un alto en el camino artístico: una oportunidad para identificar temas obsesivos, reafirmar tendencias recurrentes y consolidar la mitología personal, esa sucesión de símbolos y representaciones que perfilan las afinidades íntimas entre un conjunto de textos. Dijo Juan Rulfo (Sayula, 1917 - Ciudad de México, 1986), uno de los cuentistas más propositivos y consistentes del siglo XX, que corregir es siempre recortar: abandonar la pirotecnia verbal a favor de las expresiones justas; expulsar el peso de la vacuidad para que brille la sencillez de las palabras.

Así, desde una perspectiva crítica –mediante la mirada ajena, pero comprometida– o desde una óptica individual –a través de los deseos y las percepciones propias–, volver sobre los pasos literarios implica un deliberado ejercicio de depuración, atemperado por un aliento de revisión, de contraste y de reformulación; de emprender el registro de las conversiones entre la voz del autor –esa entidad concreta y finita– y los ojos del lector –esa conciencia móvil e inevitablemente temporal–. Este ánimo se respira, de manera justa y serena, entre las páginas de Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul, de José Luis Herrera Arciniega (Tasquillo, 1962).

Quizás uno de los prosistas más relevantes del Valle de Toluca –no sólo por la constancia y la calidad de su trabajo, sino por la variedad que ha asumido a lo largo de veintiséis años, en los cuales se ha decantado por el periodismo, la crónica, el ensayo, la novela, el cuento y la minificción–, el también Becario del Centro Toluqueño de Escritores ofrece un volumen que, por una parte, representa un replanteamiento enriquecido de El Conejo Azul: crónicas para duendes; por otra, encarna un intento de exclusión y reescritura que, de modo casi imperceptible, desemboca en un aliento de mayor madurez, tendiente a solidificar sus huellas de identidad a través de la exposición de un rico mundo de referencias que convocan, en igual medida, tanto la presencia de la cultura de masas como la descripción del mundo personal.

De esta manera, el aliento tenuemente infantil que predomina en el libro original –conformado por doce cuentos de extensión mediana, centrados en los pequeños asombros de la vida doméstica y enlazados con una serie dedicada a los ascensos por la Peña Partida, ubicada en Hidalgo– se transforma en una confluencia de relatos signados por un sentido renovado de la unidad. La sustitución de algunos textos por otros, sobre todo al inicio del libro, le confiere un significado más cercano a la preservación emotiva de la memoria que al simple recuento de los días. De hecho, a diferencia de las propuestas que predominan en la narrativa contemporánea, las cuales se estructuran alrededor de la experimentación formal –simbolizada en la constante metamorfosis de los narradores y en la desarticulación del tiempo y el espacio–, la voz de José Luis Herrera Arciniega prefiere destacar el valor de la anécdota, en oposición con la trepidante impasibilidad del presente.

Así, los cuentos de Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul giran en torno al descubrimiento y a la construcción de un mundo propio, desde un punto de vista íntimo y caluroso, salpimentado por toques de humor que, aun a riesgo de perder sus referentes –dentro de algunas décadas, ¿quién recordará a los tranvías?, ¿quién sentirá tanta compasión por los pájaros citadinos?, ¿quién memorizará los nombres de la tradición familiar?–, resumen las veloces contradicciones del mundo contemporáneo. Para lograrlo, recurre a narradores que superan la acrobacia retórica y desembocan en un lenguaje sencillo –pero no exento de alusiones poéticas: lo confirma la tierna personificación de duendes y pingüinos–, pleno de desviaciones conversacionales que, al mismo tiempo, devuelven el hecho literario a su vertiente oral, espontánea y primigenia. Como resultado, el discurso adquiere una familiaridad cautivadora, suspendida entre la nostalgia y la alegría; entre la precisión del recuerdo y la limpia vaguedad de las emociones.

Desde otra perspectiva, la condición reescritural de Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul es una invitación para sondear en las distancias y las conexiones que caracterizan el amplio corpus narrativo de José Luis Herrera Arciniega. Por ejemplo, Los taches de Dolores y otros estudios de género –el libro de cuentos que antecede a esta reformulación de El Conejo Azul: crónicas para duendes– explora la visión moderna del amor desde un enfoque cáustico y descarnado, ajeno a toda complacencia romántica. De este modo, también accede a otras formas narrativas, como la minificción, cuya brevedad permite configurar voces provistas de la contundencia de un balazo. Sin embargo, en algunos de estos relatos pervive un acento de dulzura, precisamente relacionado con la prolongación y la relectura de los personajes centrales de Danza rota –la primera novela de este autor, después galardonado con la Presea Estado de México José María Cos en 2001–, inspirados, a su vez, en las canciones de Litto Nebbia (Rosario, 1948) y Gustavo Cerati (Buenos Aires, 1959).

Por su parte, en La reina de nieve y otros cuentos predomina una versión desintegrada del mundo, particularmente en las concentraciones urbanas que, de modo provocativo y falaz, pretenden englobar una cotidianidad dispersa. De nuevo, estos rasgos se propagan por la esfera formal; así, las referencias literarias conviven con actas legales, fragmentos de canciones y jingles de televisión; con personalidades como Cary Grant, Pink Floyd y Gloria Trevi. En consecuencia, los narradores contrastan los sobresaltos de la realidad con los previsibles alcances de la ficción; la fugacidad del presente con las posibilidades reestructurales de la evocación. Éstas también se vislumbran en Con diez años de menos y Rey de nada, pues plantean, de manera precisa y desenfadada, los estragos provocados por “la sensación de haber llegado tarde”, tanto a las vivencias intransferiblemente personales como a la fundación de la sociedad que las enmarca.

En efecto, la obra de José Luis Herrera Arciniega puede situarse en la aprehensión individual de un conjunto de lugares comunes, los cuales se convierten en sujetos de debate desde el valor de los sucesos cotidianos. La política, el arte, el amor, la muerte y el titubeante impulso de la juventud vuelven obsesivamente sobre sus páginas, las cuales sostienen una relación tensa y nutritiva con acontecimientos como la Revolución Cubana, la Matanza de Tlatelolco y el asesinato de Salvador Allende y, en paralelo, con casos tan particulares como el consumo de un cigarrillo, la adopción de una mascota y el encuentro y la separación de los amantes.

En última instancia, esta variedad de elementos han contribuido a la formación de una voz con solvencia y tesitura propias; a la articulación de un discurso que, según demuestra el transcurso de las décadas, resulta decisivo para la vitalidad del panorama literario mexiquense, que él mismo ha pugnado por definir. De esta manera, el ganador del Premio Estatal de Narrativa comprueba que todo acto de escritura es un método de acción, una vía para construir y transformar al mundo, desde la trinchera personal hasta la conmoción del universo; desde el primer instinto literario hasta la tentación de la reformulación.


Herrera Arciniega, José Luis (1984), Con diez años de menos, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
______ (1987), Rey de nada, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
______ (1993), La reina de nieve y otros cuentos, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca.
______ (1997), Danza rota, Presencia Mexiquense, Toluca.
______ (1999), El Conejo Azul: crónicas para duendes, Presencia Mexiquense, Toluca.
______ (2007), Los taches de Dolores y otros estudios de género, Ediciones Latitanza, Toluca.
______ (2010), Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul: crónicas con duendes, Presencia Mexiquense, Toluca.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a octubre de 2010.

30 de octubre de 2010

Una imagen y un poema (para recordar los cien años)


Hace diez días fue el cumpleaños de Arthur Rimbaud, pero me siguen pareciendo más conmovedores los primeros cien años de Miguel Hernández: un soldado evidentemente mortal que continúa deslizando sus palabras entre acontecimientos cotidianos. Las guerras, los amores y la belleza encarnan en poemas como el que reproducimos a continuación, que igualmente se enlaza con mi reciente obsesión por las ruinas y con esta fotografía: una casa olvidada, sostenida por el agua.


Canción última


Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.

Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.

27 de octubre de 2010

De nuevo, las Almas



Este año, caótico en la vida nacional, se ha llenado de festivales culturales de distintas calidades, centrados en un programa -¿casualmente?- similar. El 8° Festival de las Almas, organizado por el Instituto Mexiquense de Cultura, promete ser el corolario de esta trayectoria, que se antoja cuestionable, pero, al mismo tiempo, sirve como pretexto para visitar uno de los municipios más bellos del Estado de México. Habrá que consultar el programa y aquilatar las posibilidades, para perderse en calles empedradas y brillos de agua y de sol.

26 de octubre de 2010

Una exposición (a punto de cerrar)



Las exposiciones plásticas abren y cierran, con la misma constancia de nuestros ojos asombrados. El próximo 31 de octubre, finalizará Academia y modernidad: homenaje a pintores de los siglos XIX y XX, actualmente disponible al público en los museos Felipe Santiago Gutiérrez y José María Velasco. Vale la pena aprovechar sus últimos días y contemplar algunos originales de Luis Coto, Isidro Martínez, Petronilo Monroy, Gonzalo Carrasco, Pastor Velázquez, Vicente Mendiola, Edgardo Coghlan, Luis Nishizawa y Leopoldo Flores, entre otros artistas que han marcado las artes nacionales. Además, ambos museos descansan en casonas antiguas, ejemplares restaurados de lo que deberían de ser algunas calles del centro de Toluca. Pero todo, inevitablemente, se desmorona.


25 de octubre de 2010

Dos invitaciones (para mirar del otro lado)




La Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México y la Alianza Francesa de Toluca continúan ofreciendo alternativas culturales interesantes, ligadas a su condición esencial de umbrales entre el mundo cotidiano y el universo artístico; entre un lenguaje y las posibilidades de otro. Así, ofrecen estas invitaciones para el 28 de octubre, en la antesala del 8° Festival de las Almas, que se desplazará hasta Valle de Bravo con un puñado de expresiones culturales de otros países, notablemente latinoamericanas.

24 de octubre de 2010

La intensidad de las voces colectivas en El mar y el hombre, de Saint-John Perse



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Una voz de ardientes temblores, con la misma proporción de ternura y de impulsos destructivos, impregna la poesía de Saint-John Perse. Este escritor francés, traductor de tempestades y silencios, construyó una obra esencial para la poesía francesa del siglo XX, cuyo resplandor también han alcanzado el horizonte de la literatura latinoamericana. Por estas razones, el Instituto Mexiquense de Cultura se ha encargado de la reedición de El mar y el hombre, una breve antología seleccionada y prologada por Raúl Cáceres Carenzo, quien también destaca como uno de los poetas y dramaturgos más memorables de nuestra entidad.

Incluido en Raíz del Hombre y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este libro reúne una sucesión de textos del también diplomático galo, algunos extraídos de volúmenes tan trascendentales como Exilio, Elogios, Anábasis, Mares, Lluvias, Vientos, Marcas y Crónica. Con traducciones de Jorge Zalamea, José Lezama Lima, Rosario Castellanos, Lorenza Fernández del Valle, Juan Carvajal y Lysandro Z. D. Galtier, sus versos retratan un mundo en renovación y destrucción incesante, teñido de un idealismo profético que, a semejanza de poetas como Arthur Rimbaud, Paul Verlaine y Charles Baudelaire, aspira a crear estremecimientos nuevos, a conectar sensibilidades mediante un profundo trayecto por la geografía de otros continentes. De este modo, el Caribe, Asia, América, Provenza, entre otros parajes, se transforman en la sede del descubrimiento y la aventura; la soledad y el exilio.

Según señala Cáceres Carenzo, estos poemas se desarrollan en torno a “los signos, las semillas, los vientos, las mareas, el ritmo incesante de las empresas humanas, la fundación de ciudades y culturas, el choque de las civilizaciones y el devenir social”. De este modo, la concepción artística de Saint-John Perse muestra una tendencia hacia la unificación de la voz colectiva; es decir, la recuperación del canto poético como identidad de pueblos enteros, como la posibilidad de tender puentes entre comunidades y celebrar los acontecimientos que cimbran el alma plural. Para lograrlo –de acuerdo con los textos que reúne El mar y el hombre– recurre a versos de largos metros y alientos, enriquecidos con exclamaciones y ocasionalmente transformados en prosas poéticas; así, no sólo se pueblan de metáforas: también convocan presencias y personajes.

Con estos elementos, el también ganador del Premio Nobel de Literatura en 1960 propone una obra poética de espíritu universal y universalista, cuya frescura original se conserva, pero también se enriquece, hasta nuestros días. Con una óptica tan arrebatada como cautivante, El mar y el hombre se erige como una lectura necesaria, en tiempos en los que la poesía experimental ha privilegiado la pirotecnia verbal sobre la vitalidad del sentido.


Saint-John Perse, El mar y el hombre, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Raíz del Hombre / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 166 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

19 de octubre de 2010

Una invitación (para mirar hacia Oriente)



Pocas veces tenemos la oportunidad de contemplar un espectáculo japonés: lejano geográficamente, se convierte en una veta de misterio, envuelta en auras de tradición. Por ello, vale la pena asistir mañana, 20 de octubre, a la Sala de Conciertos Felipe Villanueva, donde, a las 19:00 horas, se presentará el Ballet de Danza Clásica Okinawa. A continuación, reproducimos el boletín de prensa e insistimos en esta inusual invitación.


En la Sala de Conciertos Felipe Villanueva
AcéRcaTE un Miércoles a la Cultura se engalanará
con el Ballet de Danza Clásica Okinawa


Toluca, Estado de México.- AcéRcaTE un Miércoles a la Cultura, programa permanente que, mes a mes, organiza el Instituto Mexiquense de Cultura, se distingue por su apertura frente a las manifestaciones artísticas de México y el mundo. Así, incluye grupos artísticos de distintas regiones de nuestra entidad, de diversas zonas de la República Mexicana y de otros países del orbe. En esta ocasión, toca el turno al Ballet de Danza Clásica Okinawa, que ofrecerá un magnífico recital de baile tradicional el 20 de octubre, a las 19:00 horas, en la Sala de Conciertos Felipe Villanueva.

Con la finalidad de conmemorar 400 años de intercambios entre México y Japón, así como el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, el recital encarnará la serena belleza y la sorprendente fluidez de la danza japonesa, la cual destaca en el panorama internacional por su carácter milenario, que permite a los espectadores olvidarse del tiempo y sumergirse en cálidas historias de amor y en intrincadas intrigas cortesanas. De igual manera, el programa, denominado Fly on a dream, incluirá piezas de raigambre histórica, además de coreografías destinadas a convocar animales, plantas y otros elementos característicos de Japón.

Por último, el recital englobará algunas piezas de danza folclórica, en las que personajes como pescadores, militares, campesinos y jóvenes vendedoras del mercado contarán historias y mostrarán los rasgos de sus oficios de una manera artística, con la estilización propia de la danza oriental. No pierda la oportunidad de disfrutar esta gran presentación de danza y acuda el 20 de octubre, a las 19:00 horas, a la Sala de Conciertos Felipe Villanueva.

La entrada es libre y las cortesías se encuentran disponibles en la Dirección de Servicios Culturales del Instituto Mexiquense de Cultura, ubicada en el Centro Cultural Mexiquense (Boulevard Jesús Reyes Heroles 302, delegación San Buenaventura); en el Centro Regional de Cultura de Toluca (Pedro Ascencio 103, colonia La Merced-Alameda) y el Restaurante Biarritz (Nigromante 200, esq. 5 de Febrero, colonia Centro). Para mayores informes, es posible comunicarse al (722) 2 74 23 94 y 2 74 23 95.

La cotidianidad poética en Aromarena, de Yunuen Esmeralda



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La obra poética de Yunuen Esmeralda destaca por su joven solidez: mientras su autora recurre a la espontaneidad de su edad, sus experiencias y sus lecturas, sus versos concilian un lenguaje desbordante y preciso, producto del asombro y el hallazgo de la belleza, con construcciones verbales que se aproximan al versículo y a la canción. Dotados de una sonoridad rotunda, provistos de emoción y, al mismo tiempo, de una propuesta estética que se detiene en el poder de las palabras, sus textos alcanzan nuevos derroteros con Aromarena, un volumen publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario y El Corazón y los Confines.

Centrado en las contradicciones reveladoras que, inevitablemente, permean nuestra vida, Aromarena se define como un libro colmado de pájaros y mareas; es decir, de elementos que convocan el flujo de la existencia. Paralelamente, acude a imágenes que escapan de la continuidad temporal; así, sugieren la cíclica perpetuidad de las transformaciones humanas; la imposibilidad de cualquier viaje, pues todo es presente perenne, sin punto de partida ni de arribo; el transcurso inexorable del amor, que nace, muere, revive, tiembla, se desconsuela y se redime entre paisajes interiores.

Para desarrollar estos temas, Aromarena se fragmenta en cuatro secciones, entrelazadas por afinidades como el lenguaje, el estilo de versificación y la presencia de símbolos que condensan el tramado general del poemario: relojes ajenos a la prisa, brújulas rotas y sin rumbo, casas que “no terminan de resquebrajarse” y cuerpos transfigurados, en los cuales los ojos y las manos encarnan desde “diáfanos misterios” hasta el olvido de volar.

Así, densamente acuñado en el polvo “que anhela levantarse”, Aromarena explora, de la misma manera, en las inasibles trampas de la memoria, que convierten el recuerdo en deseos subvertidos, interrumpidos por la falta de certezas y la abundancia de “raíces fuera de la tierra”. En suma, este volumen, que sorprende nuevamente por su capacidad creativa y renovadora, se erige como una lectura de resonancias imprevisibles, cuya concepción estética cautiva en la misma medida que sus palabras.


Yunuen Esmeralda, Aromarena, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 71 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

17 de octubre de 2010

Y derivamos en Quimera...



Después de meditaciones conceptuales, numerosas Fridas; algunos aciertos y variadas frustraciones, Derivantes abrió sus volúmenes e imágenes al público que se reunió el pasado viernes 15 de octubre en la Casa de Cultura de Metepec. Esta breve nota es sólo un recordatorio: la exposición plástica, que agrupa la obra de Anamena, Luis Barrón, Fernando Cano, Raúl Arturo Díaz Sánchez, Guillermo Espinosa, Elizabeth Flores, Lesley González Cisneros, Miguel Ángel Hernández, Mauro Hernández Gaona, Rodrigo Lara, Andrés Medina, Juan Luis Rita, Helmut Ruiz, Juan Silva y Juliana Vázquez -la mayoría de los cuales aparecen, con el debido desorden, en la foto que acompaña esta entrada-, permanecerá abierta durante todo el XIX Festival Internacional Quimera 2010; es decir, hasta el 24 de octubre. No dejen pasar la oportunidad y visiten esta muestra, que realmente logra conjuntar las tendencias del arte mexiquense contemporáneo, desde la pintura de paisaje hasta la fotografía delicadamente abstracta.

Nuevas perspectivas de la sensibilidad femenina en Derrumbes, de Flor Cecilia Reyes



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Teñida de una sensibilidad única, producto de una capacidad intelectual altamente definida y de una naturaleza generadora de profundas resonancias, la poesía escrita por mujeres emana de un aliento tan delicado como perturbador: misteriosa y reveladora, poblada de mitos y descubrimientos, ha adquirido, en décadas recientes, una relevancia imprevisible, que la ha conducido por caminos experimentales y tendencias revitalizadoras, gracias a las cuales ha superado su condición de testimonio marginal y se ha transformado en epicentro de nuevas propuestas literarias.

El Estado de México, caracterizado por la riqueza y la densidad de sus tramas artísticas, no ha permanecido ajeno a este proceso; así, ha encontrado en Flor Cecilia Reyes –oaxaqueña por nacimiento, pero mexiquense por convicción– a una de las voces más sólidas y constantes de su panorama poético. Por esta razón, el Instituto Mexiquense de Cultura se ha encargado de la reedición de Derrumbes, una reunión de poemas originalmente publicada en la colección Cuadernos de Malinalco, dirigida por Luis Mario Schneider, uno de los investigadores y ensayistas más destacados de nuestro país.

Incluido, en esta ocasión, en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario y El Corazón y los Confines, Derrumbes se define como una trayectoria de poemas contundentes, provistos de imágenes altamente evocativas, que exploran tanto el universo interior como el mundo exterior de la autora, quien igualmente se ha desempeñado como promotora cultural, conductora y locutora. Construidos con imágenes veloces, poseedores de un lenguaje de luminosa precisión, sus textos encarnan una veta de sensibilidad femenina renovada, que va más allá de los cánones y se instala en la cálida individualidad del cuarto propio de anhelaba Virginia Wolf.

Así, Derrumbes entrelaza un aliento definitorio, propio de quien se encuentra por primera vez con el mundo –“mariposa de humo es el silencio” y “es corteza la sed”, por ejemplo–, con temas concretos, como la corrupción de la rabia; el reconocimiento del cuerpo a través de su fragmentación; el agridulce peso de la memoria y la repentina mordedura de la nostalgia. Concentrado, también, en las contradicciones que acechan a la pasión –que se traducen en metáforas de húmedo fuego y tibia intensidad–, el libro ofrece una perspectiva muy interesante alrededor de la vida, la muerte, el amor y la maternidad, en un genuino despliegue de oficio y creatividad que, asimismo, demuestra la solidez de la poesía de Flor Cecilia Reyes.



Flor Cecilia Reyes, Derrumbes, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

11 de octubre de 2010

Una invitación (para derivar entre imágenes)



Los días nos derivan entre imágenes: profundamente visuales, los seres humanos nos aventuramos entre bancos de memorias luminosas, entre invitaciones al resplandor y a la sombra, entre sonidos y texturas que nos sugiere, en primera instancia, la mirada. De ahí surgen el atractivo y la importancia de esta invitación, en la cual se solidifican los esfuerzos de un grupo de artistas tan plural como talentoso, tan abierto como propositivo. Esperamos que puedan acompañarnos el próximo viernes 15 de octubre, a las 16:00 horas, en la Casa de Cultura de Metepec, para atestiguar el primer resultado de estas desembocaduras, de belleza errante, pero certera.



En el XIX Festival de Arte y Cultura Quimera 2010
Artistas locales proponen
Derivantes. Panorama de la Plástica Mexiquense



Metepec, Estado de México.- En el marco del XIX Festival de Arte y Cultura Quimera 2010, un grupo de artistas locales proponen Derivantes. Panorama de la plástica mexiquense, una exposición de pintura, escultura y fotografía que se inaugurará el próximo viernes 15 de octubre, a las 16:00 horas, en la Casa de Cultura de Metepec. Conformada por la obra reciente de poco más de una docena autores con arraigo e identidad mexiquense, esta muestra se halla signada por la diversidad y la apertura, pues reúne las múltiples tendencias en las que ha desembocado la vasta herencia cultural del Estado de México; al mismo tiempo, conjuga los puntos de vista de artistas de amplia trayectoria con las perspectivas de algunos talentos emergentes.

Así, en el primer rubro, destacan las aportaciones de Anamena, Luis Barrón, Fernando Cano, Mauro Hernández Gaona, Rodrigo Lara y Juan Luis Rita –quien también funge como museógrafo y curador–; en el segundo, sobresalen Elizabeth Flores, Lesley González Cisneros y Helmut Ruiz. De la misma manera, la nómina artística de Derivantes se enriquece con las participaciones de Raúl Arturo Díaz Sánchez, Guillermo Espinosa, Miguel Ángel Hernández, Andrés Medina, Juan Silva y Juliana Vázquez. Esta pluralidad confluye en un concepto básico, que funciona como punto de partida para las concepciones estéticas aquí plasmadas: las artes contempladas como medio de representación de visiones y expresiones individuales, que constituyen el legado de sus predecesores, enriquecido con el devenir cotidiano y transfigurado en las señas identitarias de una nación.

En el caso de nuestro país y específicamente del Estado de México –en el cual se centran, justamente, las líneas de inspiración de Derivantes–, se han gestado verdaderas tendencias artísticas: estos territorios han sido un semillero de intelectuales y artistas destacados, desde la remota época prehispánica, pasando por el arte virreinal, el arte sacro y artistas decimonónicos de la talla de Felipe Santiago Gutiérrez, Luis Coto y José María Velasco, hasta llegar a nuestros iconos actuales, como Leopoldo Flores y Luis Nishizawa, entre otros. Según este horizonte, la actualidad exige presencias nuevas, que den continuidad al legado de tales maestros.

Por ello, Derivantes recrea una visión contemporánea de los valores de la plástica mexiquense, que viaja más allá del colorido folclor nacional para instalarse en la exploración del concepto, la forma, el volumen, el color, la textura y la percepción del mundo, generando propuestas de gran aliento innovador. Así, el aspecto identitario del arte mexiquense no necesariamente es un reflejo o una revisión del pasado: es también la proyección de nuestros días, como espejo de la diversidad, las variantes y las derivaciones que confluyen en esta muestra colectiva, que parte de la individualidad para conformar una sola propuesta estética, destinada a resignificarse y a compartirse en la mirada de los espectadores.

Derivantes. Panorama de la plástica mexiquense, se inaugurará el 15 de octubre, a las 16:00 horas, en la Casa de Cultura de Metepec, ubicada en Avenida Estado de México 10, Barrio de Santiaguito, en el mencionado municipio mexiquense.

4 de octubre de 2010

La poesía de Miguel Hernández: un centenario en España


Por Margarita Hernández Martínez


Las palabras se desgranan con sugerente rapidez –“llegó con tres heridas”–; luego, se vuelven entre versos de imprevista claridad –“la del amor, / la de la muerte, / la de la vida”–. La carencia de adornos, sumada a la delicada desnudez de sus reiteraciones –“la de la vida, / la del amor, / la de la muerte”; “la de la vida, la de la muerte, la del amor”–, demuestran que la poesía proviene de un aliento elemental, de un instinto por reconciliar la trepidante fugacidad de la existencia con el anhelo de permanencia natural a la escritura. Por ello, un poema así –extraído de Cancionero y romancero de ausencias, el último libro de Miguel Hernández (Orihuela, 1910 - Alicante, 1942)–, surgido en una época tan difícil y contradictoria como la Guerra Civil Española, no se comprende ni se olvida fácilmente.

A cien años de distancia, la Fundación Cultural Miguel Hernández, el Ayuntamiento de Orihuela y otros organismos, entre ellos la Generalitat Valenciana, recuerdan el nacimiento de este renovador del lenguaje con una celebración nacional que incluye más de quinientas actividades y que, por momentos, hace palidecer a los festejos mexicanos asociados con el Bicentenario de la Independencia.

Si bien algunas de ellas resultan extravagantes –el director de la citada fundación, Juan José Sánchez Balaguer, anunció la contratación de Celestis, una empresa estadounidense que llevará una cápsula con los versos de Hernández a la superficie lunar–, el programa comprende asuntos tan diversos como la realización de un congreso internacional de literatura, un foro de música nacional y un festival de cine, además de conciertos, obras teatrales, exposiciones plásticas y la convocatoria para el III Premio de Poesía Infantil, considerado el de mayor dotación económica en su categoría en España. Del mismo modo, aspira a llegar a más de 5 mil bibliotecas públicas, a través de la distribución de nuevos materiales de divulgación académica.

Por otro lado, la vertiente masiva y popular de este homenaje se relaciona, de forma inevitable, con Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943). En 1972, la poesía de Hernández volvió a los rumorosos labios de la gente gracias a la guitarra de este compositor catalán, quien musicalizó un puñado de textos hondamente afincados en el mundo personal de este autor. Sin embargo, en esta ocasión, se ha decantado por trece piezas de alientos contrastantes, desde Palmera levantina –un poema de juventud más cercano a la pirotecnia verbal que a la emoción contenida– hasta fragmentos de obras teatrales, entrelazados con Hijo de la luz y de la sombra. Este tríptico, más allá de dar nombre al disco, encarna los veneros centrales del conjunto de su obra: el amor como una efímera potencia primitiva, que viaja del ansia por la posesión física hacia la comunión espiritual; la vida como una oposición entre el acechante impulso animal y la súbita calidez de la intimidad; la muerte como una interminable sucesión cósmica, una pausa en el estremecedor flujo del universo.

Así, animada por un enfoque plural, multidisciplinario y –a la vez– definitorio, esta celebración parece inspirarse en los comentarios de José Carlos Rovira, catedrático de literatura hispanoamericana que, de la misma manera, se ha especializado en la poesía de este escritor. Desde sus perspectiva, el creador de Imagen de tu huella se yergue como “un artista universal y necesario”, capaz de concentrar los acontecimientos históricos de su tiempo con un espíritu profundamente estético.

En efecto –y en más de un sentido–, sus poemas superan las barreras temporales y extienden sus raíces hacia la posteridad. En el plano estilístico, se trasladan de la escasa educación formal hasta la transformación lingüística; es decir, de la vida rural y la creatividad mimética hasta el aterrizaje de las vanguardias, pasando por un arduo periodo de claroscuros con el clasicismo español, desde san Juan de la Cruz (Fontiveros, 1542 - Úbeda, 1591) hasta Lope de Vega (Madrid, 1562 - 1635). En el camino –forjado en los mismos pasos que Pablo Neruda (Parral, 1904 - Santiago de Chile, 1973) y Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898 - Madrid, 1984)–, sus palabras ganan serenidad y transparencia; de este modo, se acercan a la terrible belleza de lo sagrado, expresada en la densidad rítmica de conceptos firmes y absolutos.

Por ello, en el ámbito temático, los versos emigran de la explosiva naturaleza levantina, figurada en árboles, plantas y animales, hasta la oscura familiaridad de los propios sentimientos, simbolizada en la casa, los hijos y el vientre luminoso de la esposa. Como resultado, las páginas de Hernández ofrecen un canto épico que se desarrolla entre la abundancia verbal y la sobriedad discursiva; entre la apariencia exterior y la vivencia interior; entre el viento impetuoso y la cárcel opresiva. En consecuencia, a pesar de su arraigo en un conflicto determinado –que, en apariencia, podría resultarnos ajeno–, consigue propagarse con extraordinaria sencillez por los vaivenes de la condición humana.

Por estas razones, pese a las distancias geográficas –y, por tanto, de la improbabilidad general para asistir a esta variada suma de actividades–, este centenario constituye una magnífica oportunidad para valorar una obra que decanta las transiciones entre el arte –y el estado del mundo– del siglo XIX y las metamorfosis del siglo XX, que ahonda tanto en las crisis existenciales derivadas de la guerra como en el infinito espectro de la identidad humana. Paralelamente, establece contrastes entre la experiencia cultural española –y, por extensión, europea– y el tratamiento que reciben los poetas mexicanos –y, por reducción, mexiquenses– en la memoria colectiva.

Aun en los casos más populares, como el de Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, 1926 - Ciudad de México, 1999), los escritores mexicanos pasan por nuestra vida cotidiana como por el aire. En la mayor parte de las ocasiones –y a confesión abierta–, los poetas destinan su escritura a la propia comunidad artística, lo cual reduce sus posibilidades para generar nuevos significados y, sobre todo, para producir un vínculo permanente con el público. Así, una celebración similar a la destinada a Miguel Hernández, pero centrada en la vigencia de las aportaciones de Octavio Paz (Ciudad de México, 1914 - 1998) o de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 - Tel Aviv, 1974), resulta simplemente difícil de imaginar, no sólo por la diversidad de ópticas que es necesario reconciliar, sino por los obstáculos implicados en cualquier esfuerzo de coordinación civil e interinstitucional. Ante este panorama, queda, al menos por el momento, volver con el espíritu despierto –y propositivo– al ancho río de la lectura, auténtico cauce de independencia intelectual.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a octubre de 2010.

25 de septiembre de 2010

Inquietudes contemporáneas en Semillas en espera, de Augusto Isla



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Temas provocadores, minuciosas interrogantes y alentadores asombros se conjugan en la obra de Augusto Isla, uno de los escritores mexicanos más lúcidos de la escena literaria de nuestros días. Con un lenguaje ágil, determinado por la brevedad y la profundidad, este autor recurre a todo tipo de detonadores para emprender una aguda reflexión alrededor de las múltiples aristas que configuran nuestra vida, desde el arte hasta política. Así, en Semillas en espera, un volumen publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, reúne treinta y un textos de diferentes procedencias, a través de los cuales se detiene a examinar las luces y las sombras de la existencia humana.

Incluido en la colección Cruce de Milenios, esta colección de artículos y ensayos –de largo aliento y, sin embargo, modestas ambiciones– reúne visiones y convicciones que abarcan desde 1997 hasta 2005, en publicaciones periódicas como Castálida, La Colmena, Portal y La Jornada Semanal. Aunque, a decir del autor, estos textos han pasado por un riguroso proceso de selección y corrección, conservan la frescura de sus circunstancias, vinculadas con lecturas de sucesos concretos: un libro, un comentario de un personaje público, una charla entre amigos, un recuerdo o un hecho histórico parcialmente olvidado estimulan la imaginación de Augusto Isla, quien, entonces, emprende “pequeñas cacerías, juegos de feria con dardos que apuntan a objetos móviles e inciertos”.

De este modo, contemplado como “amasijo de dudas” o “augurio de claridades”, Semillas en espera se estructura alrededor de un punto de vista moral; no obstante, éste se matiza “no en el sentido de alguien que predica valores podridos, sino de quien observa actitudes individuales o colectivas, reveladoras de ambiciones, crueldades, intolerancias y miserias humanas; pero también de afanes, devociones y promesas”. Conjurados por la indiscutible energía de la escritura, estos atisbos de la “pirotecnia cotidiana”, cuyas intensidades dan para “una indagación de toda la vida”, invitan más al debate abierto que a la coincidencia ciega; a la discusión antes que a la condescendencia.

Para ello, concentra su atención en líneas temáticas esencialmente polémicas: el SIDA, el sistema político mexicano, las fallas de los medios de comunicación, el sueño americano, las posibilidades de la civilización posmoderna, la creación literaria y las transformaciones de los espacios urbanos se entrelazan para sugerir un paseo por numerosas inquietudes contemporáneas, de la mano de un intelectual tan preciso como inconforme, dispuesto a penetrar en los laberintos de la argumentación para extraer nuevas preguntas, apenas huellas de conclusiones. Sin duda, una lectura nutritiva, que cautivará la mirada del lector a través del movimiento de la inteligencia.


Augusto Isla, Semillas en espera, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Cruce de Milenios), Toluca, 2005, 207 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

21 de septiembre de 2010

Redescubrimientos urbanos en Tras las huellas del arquitecto Carlos s. Hall, de Sonia Palacios Díaz



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Caminar por una ciudad implica adentrarse en su identidad, en su manera particular de organizar el tiempo y el espacio, en su forma de evocar tanto la historia como el presente, en su modo de concebirse, más allá de la intervención de sus habitantes en un momento determinado. Por ello, la arquitectura desempeña un papel importante, pues no se limita a la construcción de un elemento específico –una catedral, un museo, una casa o un edificio de departamentos–, sino que involucra el desarrollo integral de los espacios urbanos.

Paralelamente, la arquitectura se encuentra signada por su doble propósito: por un lado, convierte una necesidad –la de resguardar a los seres humanos y a sus creaciones de las condiciones climáticas– en una expresión artística, en la cual una concepción estética de la luz, la sombra, la altura y el volumen convive con un conjunto de piezas ornamentales. Por otra parte, éstas se enfocan a un aspecto esencialmente funcional, que se traslada desde establecer un hogar hasta ejercer una profesión de fe; desde organizar el Estado hasta disfrutar del tiempo libre. Así, la ciudad depende de la configuración de sus edificios; por ello, no sorprende constatar el vínculo que existe entre la una y los otros, tampoco entre el nombre de un espacio urbano y el de sus arquitectos.

Con estos enfoques, Sonia Palacios Díaz presenta Tras las huellas del arquitecto Carlos S. Hall. La casa Díaz Gómez Tagle en la ciudad de Toluca, un volumen de investigación publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. A través de una perspectiva gráfica, documental y bibliográfica, enriquecida con testimonios orales, la autora –quien también es especialista en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México– despliega el estudio transdisciplinario de un espacio que forma parte de una historia social, pues representa el pasado y sus opciones de continuidad, desde la rememoración del estilo de vida de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX hasta la adecuación del inmueble a las necesidades contemporáneas.

Para ello, centra su atención en una hermosa casona ubicada en José Vicente Villada 308, cuya construcción corrió a cargo de uno de los arquitectos más importantes de nuestro país. De ascendencia inglesa, Carlos S. Hall interpretó las necesidades de los usuarios para crear formas habitables y construcciones de valor, que aún se encuentran presentes en diversos estados de la República Mexicana, sea en el Palacio de Gobierno de Puebla, estaciones de ferrocarril y fachadas de residencias.

En este caso, el edificio posee características muy particulares, que permiten identificar las diferentes etapas constructivas que se desarrollaron en una época altamente influida por el estilo francés. Al mismo tiempo, el libro aspira a adentrar a sus lectores en la vida privada del Porfiriato, oscilante entre el refinamiento y la miseria. De este modo, se detiene en un amplio contexto urbanístico de Toluca y la existencia provinciana; de sus transformaciones socioeconómicas y sus repercusiones en la ciudad moderna.

Profusamente ilustrado con fotografías de la época, Tras las huellas del arquitecto Carlos S. Hall consigue, entonces, un objetivo doble: mientras se esfuerza por recrear un periodo histórico, plantea la necesaria revaloración de los inmuebles que han sobrevivido al paso del tiempo. En último término, invita a sus lectores a respetar obras arquitectónicas, como encarnación de la identidad de los espacios urbanos y sus habitantes.


Sonia Palacios Díaz, Tras las huellas del arquitecto Carlos S. Hall. La casa Díaz Gómez Tagle en la ciudad de Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Documentos y Testimonios / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

19 de septiembre de 2010

Un viaje por la tradición literaria latinoamericana en El dictador latinoamericano en la narrativa, de Luis Ernesto Pi Orozco



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- A semejanza de toda entidad artística, más allá de su origen y de la evolución de sus propuestas, la tradición literaria latinoamericana se sostiene en un conjunto de arquetipos que incesantemente se transforman. Entre ellos, destacan la noción del buen salvaje, las contradicciones entre civilización y barbarie y las tensiones entre las culturas prehispánicas y la herencia española. Éstos han desembocado en derroteros ricos y diversos, como la discusión entre la historia oficial y los auténticos acontecimientos, de la cual surge, a su vez, la figura de dictadores que, anclados en la naturaleza contrastante del poder, ensombrecen la realidad cotidiana de poblaciones atemorizadas y oprimidas.

En estas fuentes abreva El dictador latinoamericano en la narrativa, un ensayo de Luis Ernesto Pi Orozco que profundiza en la presencia de estos personajes, en un espectro de piezas literarias que van desde los aspectos fundacionales de El matadero, de Esteban Echeverría, hasta su interpretación contemporánea en La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. En este amplio trayecto, que abarca varias décadas y tendencias, también desmenuza los rasgos centrales de Tirano Banderas, de Ramón del Valle-Inclán; Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos; El recurso del método, de Alejo Carpentier; El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez; El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias, y Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, este libro –incluido en Raíz del Hombre y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario– distribuye sus contenidos en dos apartados, los cuales configuran un marco referencial alrededor de una especie de saga que traspasa las fronteras espaciales y temporales para explorar el tema del poder personal y sus vínculos con la sociedad, la política, la economía, la cultura y la mitología nacional que, de manera inevitable, asciende desde la historia oficial. Así, también sondea en la recuperación de la memoria histórica a través de la creación artística, la cual confluye en una consideración particular de la identidad latinoamericana.

De este modo, el autor –quien es especialista en literatura hispanoamericana por la Universidad Nacional Autónoma de México– ofrece dos vías para comprender este vasto cuerpo de narraciones: como una posibilidad de síntesis histórica, particularmente en la recreación y la reinterpretación de los regímenes dictatoriales que han asolado a América Latina, y como obra artística de confluencia regional, puesto que ha determinado fórmulas estilísticas persistentes, vinculadas a la condición esencial el lenguaje: lo que es posible decir y lo que no, lo que es necesario metaforizar para poner al alcance de los ojos de los lectores.

En último término, El dictador latinoamericano en la narrativa despliega una perspectiva muy interesante alrededor de la cohesión de este tipo de textos en diferentes regiones del continente y, al mismo tiempo, invita a reflexionar alrededor de la absurda pretensión del poder absoluto. Con un lenguaje sencillo, pleno de ejemplos y matices, constituye también una excelente puerta de entrada a obras fundamentales de la literatura en nuestro idioma, más allá de la época contemporánea.


Luis Ernesto Pi Orozco, El dictador latinoamericano en la narrativa, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Raíz del Hombre / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 248 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

17 de septiembre de 2010

La conquista de nuevas libertades en Letras de madera. Sultepec y el periodismo insurgente, de Gerardo Lara González



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Pese a las difíciles circunstancias actuales, resulta imposible imaginar un mundo contemporáneo sin libertad de expresión ni su encarnación cotidiana, el periodismo. No obstante, varios siglos atrás, la información se filtraba en una angustiosa censura, sujeta a los intereses de los gobernantes en turno. Las complejidades técnicas que entraña la elaboración de un periódico, sumadas a la persecución y al clandestinaje, contribuyeron a ensombrecer un panorama que, gracias al esfuerzo de personalidades como José María Cos, fue ganando la luz.

Fragmentos de esta historia se conjugan en Letras de madera. Sultepec y el periodismo insurgente, un volumen de Gerardo Lara González publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura. Incluido en las colecciones Documentos y Testimonios y Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, se detiene, desde la generalidad de la historia de México y el periodismo nacional, en tres vestigios impresos que colaboraron con la construcción de nuestro país. Así, resume los pasos de una gesta profesional y humanística, que consiguió plasmarse en El Ilustrador Nacional, El Despertador Americano y, finalmente, en El Semanario Patriótico Americano.

Estas publicaciones –impresas, parcial o totalmente, en Sultepec, localizado en el sur del Estado de México– representan tres momentos cruciales en la transición de un periodismo controlador a una tentativa concreta por la libertad de expresión. Con un lenguaje directo y una exposición certera de los hechos, el autor –quien también ha trabajado como reportero y coordinador de prensa en diversas empresas de la iniciativa privada– se interna en ellos para confirmar una frase de Saint-Charles: “los periódicos son los mejores instrumentos de la historia de una época”, pues, contemplados desde una perspectiva que entrelaza el pasado con el presente, “son los oráculos de la Sibila escritos en hoja de encina”.

Para reforzar la importancia de este periodo, el libro reproduce algunas notas informativas, las cuales se enriquecen con el contexto en que se desarrollaron. De esta manera, explica que El Despertador Americano, primer periódico esencialmente insurgente, se consagró a atraer adeptos a la causa libertaria, a través de la difusión de los objetivos de la lucha por la Independencia. Su aliento renovador contrastaba de forma muy llamativa con los pocos periódicos coloniales, regidos por la censura y la contradicción; asimismo, su elaboración posee un trasfondo conmovedor, pues era facturada en una imprenta de tipos de madera entintados con añil, hecha a mano por José María Cos.

Posteriormente, la prensa dio un vuelco con El Ilustrador Americano, tendiente a legitimar la causa independentista. Con un equipo más moderno, esta vez ubicado en Tlalpujahua, consiguió editar veintiséis números. Su herencia ideológica se propagó por las páginas de El Semanario Patriótico Americano, que, en sus veintisiete ediciones, sentó las bases de un periodismo tan crítico como propagandístico, naturalmente combativo. Y, de este modo, también transmitió una idea de nuestra nación que, desde entonces, no ha dejado de cambiar. Así, este libro se constituye como una lectura obligada para aquellos que valoran nuestras libertades actuales y desean internarse en las revoluciones paralelas que trajo la Independencia.


Gerardo Lara González, Letras de madera. Sultepec y el periodismo insurgente, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Documentos y Testimonios / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 148 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

7 de septiembre de 2010

La dispersión de la ceniza: la destrucción arquitectónica de Toluca



Por Margarita Hernández Martínez


Desde los melancólicos versos de Enrique Carniado –“tacita de plata con olor a sacristía”– hasta las dolorosas imprecaciones de Alonso Guzmán –“ciudad levadiza, huidiza, guanga como el pabilo de una vela derretida”–, Toluca ha experimentado más de una transformación. Sin embargo, este proceso –parcialmente capturado en el dinamismo de sus tradiciones literarias– no se ha verificado en una dirección positiva: generación tras generación, los transeúntes atestiguamos la destrucción de una rica herencia arquitectónica y cultural, acosada por la ignorancia y la indiferencia; la desmemoria y la estandarización.

Si bien el desarrollo industrial ha convertido a esta zona en una de las más activas y populosas del centro del país, con una contribución determinante a la vida económica nacional, también la ha despojado gradualmente de sus posibles fuentes de identidad e, incluso, de sus potenciales atractivos turísticos. Como resultado, la capital del Estado de México se erige apenas como un pueblo de futuros fantasmas, un cúmulo de cenizas impulsadas por un aire incierto. Basta emprender una breve caminata por Sebastián Lerdo de Tejada, entre Nicolás Bravo y Andrés Quintana Roo, para advertir una gran cantidad de inmuebles abandonados, en diferentes estados de descomposición y diversas vertientes del anonimato: casonas de las que sólo subsiste la fachada, naves probablemente industriales invadidas por la humedad y la maleza, paredes desmoronadas que ya no pueden preservar ni instantáneas históricas ni intimidades cotidianas. Éstas contrastan con otros espacios icónicos todavía conservados –a pesar de modificaciones, a veces, inexplicables e inaceptables–, como los Portales, las secciones antiguas del Centro Cultural Mexiquense y los actuales museos de Numismática, de la Acuarela, de Bellas Artes, José María Velasco, Luis Nishizawa y Felipe Santiago Gutiérrez, resguardados por el Instituto Mexiquense de Cultura.

No obstante, más que consignar un fenómeno de pérdida en progreso, este recuento debería impulsar una reflexión alrededor de las causas de la progresiva desaparición de los edificios de Toluca. Éstas se apuntalan en algunas observaciones de Alejandro Rossi, vertidas en su ecléctico e iluminador Manual del distraído: “un mal poema implica un mal poeta y un relato defectuoso supone un escritor inhábil. Una ciudad deshecha remite, por el contrario, a múltiples autores: arquitectos avaros, funcionarios complacientes, especuladores, ciudadanos sumisos y fraccionadores disfrazados de urbanistas. Personajes activos, termitas infatigables que trabajan y roen desde hace años”. El aspecto actual de Toluca, entonces, obedece a una asociación de factores que lo mismo incluye la sucesión de autoridades estatales y municipales que los pobladores de la ciudad, quienes se acostumbran a pasear entre los escombros con una actitud evasiva, oscilante entre la duda y la irreflexión.

De esta manera, los elementos involucrados sostienen una relación tensa que, pese a todo, no es posible calificar como estática. Su impacto intelectual más directo y asequible radica en la literatura local, que se ha entrelazado, de forma abierta o tangencial, con las conversiones de esta urbe indecisa. Desde la demolición de la casa de Enrique Carniado –que, controversias aparte, terminó funcionando como un estacionamiento más, adornado con una placa conmemorativa– hasta las crónicas noveladas que aparecen en Camada maldita, de Alejandro Ariceaga, y El año en que se coronaron los Diablos, de Eduardo Osorio, pasando por las afirmaciones de Alonso Guzmán en La agonía de la marmota, la ciudad también se ha destruido en el lenguaje y, por extensión, en la conciencia colectiva. Vista como una causa perdida, víctima de su propio progreso o camino de paso hacia la Ciudad de México, no deja de configurarse como un territorio nostálgico, cuyo breve esplendor resuena en los orígenes de su decadencia: la súbita pasión industrial, que desplazó la atención de los fastuosos edificios porfirianos, con su depurado estilo neoclásico, y prefirió la producción textil, electrónica, química y alimenticia.

Aunque estas actividades impulsaron el crecimiento de la población –que, décadas más tarde, se tornó desbordado y explosivo– y el desenvolvimiento de una urbe que continuaba oliendo a provincia, también desviaron la atención de sus legados históricos, particularmente en el terreno arquitectónico. Las consecuencias, sin embargo, no se limitan a la destrucción de ejemplares de siglos anteriores, sino que se prolongan en la proliferación de elementos altamente antiestéticos: abundante cableado eléctrico, estridentes bardas publicitarias, serpenteantes vías rápidas que han cercado las pocas construcciones sobrevivientes y han derivado en la existencia de absurdos colectivos como una terminal de autobuses inoperante, como señala Susana Bianconi en Letras Libres. Un ingrediente final para este cóctel de escombros reside en la desaparición de inmuebles enteros, con distintos grados de relevancia para la vida social, cultural, intelectual e, incluso, política de Toluca: el Teatro Coliseo, inaugurado en 1827, y el Teatro Principal, abierto en 1851, entre otras construcciones que han desembocado en jardines mediocres o en estériles planchas de cemento.

Por estas razones, caminar por el centro de Toluca equivale, en muchas ocasiones, a viajar por el vacío. Las lagunas urbanas en que se sumergen muchos de sus edificios antiguos son, más que un recordatorio de bellezas pasadas, un desafío para evitar su destrucción absoluta. Habría que recurrir, en todo caso, a la sensibilidad general, desde las autoridades hasta los habitantes y turistas, para estructuran un proyecto que trascienda las celebraciones fatuas –por ejemplo, las vinculadas con el Bicentenario del inicio de la Independencia– y permita remover la indiferencia: aquilatar el valor real, más allá del actual estado ruinoso, de las construcciones que, en épocas pasadas, identificaron a la capital mexiquense.



Ariceaga, Alejandro (2004), Camada maldita, Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca.
Guzmán, Alonso (2006), La agonía de la marmota, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
Osorio, Eduardo (2009), El año en que se coronaron los Diablos, Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal, Toluca.
Rossi, Alejandro (2006), Manual del distraído, Random House / Gandhi, México.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a septiembre de 2010.