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29 de diciembre de 2008

No es justificación, pero...


cuando leí este reportaje me sentí, de algún modo, aliviada. Pensé en la extinta República Latitanza, en los trámites -la tesis- y los sueños -el libro que sigue, el que intento escribir- sin cumplir. Y supe que aún hay tiempo. No creo tener tanto talento -en la República sí lo pensaban, pero jamás me sentí tan segura de ello-, así que supongo que me será más fácil superar los bloqueos y los temores que he experimentado a lo largo de este año eterno. Espero que sí. Confío que sí. Y como este blog jamás resulta tan personal, les dejo la nota y el enlace de la versión original, que se publicó en El País (la imagen, por su parte, es una hermosa fotografía antigua japonesa que puede verse aquí). Ustedes también anímense. Y a superar la falta de creatividad.

REPORTAJE
Lo dejo, tengo demasiado éxito

- Profesionales y artistas encumbrados abandonan en plena gloria
- Un triunfo mal llevado puede paralizar la creatividad


Por Silvia Blanco

El 13 de marzo de 1973, Juan Rulfo desveló la razón por la que había renunciado a seguir escribiendo: "pues porque se me murió el tío Celerino, que era el que me platicaba todo". Fue en la Universidad Central de Venezuela, durante una conferencia, mucho tiempo después de que el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas hubiera optado por dedicarse a la fotografía y a los guiones de cine, y fue muchas veces después de que le formularan esa misma pregunta. El mismo camino del portazo a la literatura había tomado, años antes, nada menos que Arthur Rimbaud, quien a los 19 decidió que ya había dicho todo lo que tenía que decir en poesía y se convirtió, entre otras cosas, en traficante de armas.

Ambos tienen algo en común: tras lograr un éxito brutal, se apartaron de la publicación de libros y procuraron permanecer lo más alejados posible de la fama. No es un caso exclusivo de los escritores. Hace un par de semanas, un prestigioso cocinero francés, Olivier Roellinger, se deshizo de lo más parecido a un Nobel que se le reconoce al arte culinario, las tres estrellas que le había otorgado a su restaurante la guía Michelin. Su motivo, su muerte del tío Celerino particular, era el estrés. Declaró que había pasado "26 felices años manejando el timón de los fogones" y que ahora quería "emprender un camino diferente" con el objetivo de "mantener la pasión de vivir".

Hace un mes, Deluxe, uno de los puntales del rock independiente español, dio su último concierto. Xoel López, el alma del grupo, se va "indefinidamente", primero a Argentina y luego a Estados Unidos. "Necesito romper, tomarme un descanso. Estoy un poco harto de tanto rock. Llevamos tres años sin parar, más de 100 conciertos. No sé: necesito un cambio", Seguirá componiendo, pero admite su agotamiento.

El impecable Daniel Day-Lewis, el Gerry Conlon de En el nombre del padre, que acaba de ganar un Oscar, pasó cinco años sin actuar. Aunque evita hablar de ello, se sabe que vivió en Florencia trabajando de aprendiz de zapatero.

Esta es una historia de dilatados parones o abruptos finales. Aunque los primeros son mucho más frecuentes, hablan de las dificultades de la creatividad para soportarse a sí misma y para soportar (y más aún, mantener) el éxito. Manuela Romo es autora de Psicología de la creatividad (Paidós) y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. Al investigar sobre el trabajo de los creadores, se encontró con que se trata de una actividad que exige "un enorme esfuerzo cognitivo y mental al que hay que dedicar cientos o miles de horas. Además, cuando hablamos de auténtica creación, de producir algo nuevo, la persona experimenta fases de gran incertidumbre, no sabe hacia adónde va exactamente, no hay nada definido, y, además, está desafiando paradigmas establecidos, lo que puede ocasionar rechazo o incomprensión. Por otra parte, el hecho de trabajar en soledad puede generar estrés", explica. Visto así, se parece bastante a una especie de tortura. Sin embargo, Romo subraya que nada de esto es capaz de quebrar, por sí solo, la voluntad de un artista, un científico o un compositor. "Es su vida. Una personalidad creativa ama su trabajo, en el que a veces tiene lo que la psicología llama 'la experiencia del fluir': un estado de total inmersión en una tarea, estar absorbido y perder por completo la noción del tiempo".

Rulfo o Rimbaud siguieron, en este sentido, un camino excepcional. Se esfumaron. Estaban aquejados de lo que el narrador de Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas (Anagrama), llama "el síndrome de Bartleby" en su brillante rastreo por la literatura del no y sus protagonistas, entre los que destaca.

Si se escribiera algo parecido sobre cocineros, se incluiría la renuncia de Jordi Parramón, aunque sus motivos son más claros y vitalistas. "Un día mandé un fax a los autores de la guía Michelin. Les explicaba que renunciaba a mi estrella. No lo entendieron. Me llamaron, pero no se convencían de que yo quisiera renunciar. Así que enviaron a un señor, charlamos y me dijeron que no les había pasado nunca", cuenta por teléfono. De esto hace tres años. Ahora Parramón vive en el campo, dedicado a la fotografía. "Un trabajo así te ocupa todo el día y toda tu energía, aunque te guste mucho. Me dediqué 20 años a la cocina, nunca busqué ni la fama, ni el éxito. Cuando nos dieron la estrella, coincidió con el boom de la cocina, de Ferran Adrià. Hubo buenas críticas, llegó la prensa, me invitaban a actos. Una mañana iba en un avión hacia Milán a dar una conferencia sobre cocina, y me di cuenta de que antes de despegar sólo estaba pensando en volver. Me dije '¿pero dónde vas?' y ahí empecé a plantearme dejarlo y cambiar de vida. Quería hacer más cosas. Al principio no todo el mundo lo entendió, se ve raro cambiar una vida con dinero y reconocimiento".

Introducir la variable del éxito en la creatividad puede descompensarlo todo. Por extraño que parezca. "Ocurre cuando se orienta la obra hacia la consecución de un resultado", comenta Javier Mañero, director de la Escuela de Inteligencia. Después de un gran triunfo, entre la crítica o el público, de un libro, un disco, un cuadro o un plato, lo más temido y estresante para el autor puede ser la pregunta: "¿Y ahora, qué?".

"Los fracasos no cuentan, excepto si vienen después de un éxito", asegura el escritor Santiago Roncagliolo. En 2006 obtuvo el premio Alfaguara por Abril rojo y se adaptó al cine Pudor, su primera novela. "Cuando escribí esas obras, sobre todo Pudor, nadie tenía expectativas sobre mí. Sólo quería publicar. Se tradujo a varias lenguas, vendió. El error es tratar de hacer lo mismo para no defraudar", dice.

No hay creatividad sin riesgo. "Es muy difícil mantener indefinidamente la admiración de los otros. Tanta expectativa de la gente puede desarrollar un miedo al fracaso que bloquea, es paralizante", explica el psicólogo Gonzalo Hervás. En el mundo de la música esa presión es elevada.

"Después de haber sacado un disco muy potente, todos los grupos tienen ese vértigo, el de superarse. Y justo el segundo es muy complicado, porque repetir la fórmula ya no vale. Hay que igualar como mínimo, o experimentar", explica Carlos Mariño, manager de grupos como Dover, Fangoria o Kiko Veneno. Es que "ser creativo o tener talento no tiene nada que ver con saber gestionar el éxito, y mucho menos la fama", asegura Javier Liñán, ex director artístico de EMI España, donde trabajó con Amaral, José Mercé o Manu Chao. Ahora es manager de Los Planetas, Albert Pla y Astrud.

El escritor dominicano Junot Díaz obtuvo el premio Pulitzer -uno de los más importantes de las letras estadounidenses- en abril pasado con su novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Pero han tenido que pasar 11 años para que volviera a publicar: su anterior trabajo, una antología de cuentos titulada Drown, es de 1996, la que le convirtió en la promesa literaria de su país. En una reciente entrevista con este periódico, aseguró que ese lapso temporal "fue un infierno". "No sé cómo sobreviví. Soy terriblemente duro conmigo mismo, padezco la enfermedad del perfeccionismo", dijo.

La alta autoexigencia creativa puede paralizar. Pero puede que también influya el hecho de que "cuanto más tiempo pase entre una novela y otra, más prestigio adquiere la segunda", dice Roncagliolo. Y más presión: "Si la primera novela es buena, la segunda novela, más diez años después, tiene que ser genial". El proceso creativo no es, ni mucho menos lineal. "Hay muchos abortos", confiesa Roncagliolo. "Y existe el terror al vacío. Puedes tirar una novela de 200 páginas. Si has tenido éxito, es parecido a una borrachera. Cuando acaba la atención sobre la obra, la promoción, llega la resaca, te preguntas si podrás hacer otra, si estás acabado... Es parte del ciclo". Manuela Romo explica que "es un fenómeno complejo, en el que hay repetidas cumbres y repetidos abismos".

Varios experimentos sugieren que el éxito puede fagocitar parte de la creatividad. A finales de los ochenta, la profesora de Psicología Theresa Amabile, de la Universidad de Brandeis (EE UU), trabajó con varios grupos de niños. Les pidió que dibujaran lo que quisieran. A una parte de ellos les ofrecieron recompensas por hacerlo, y a otros no. Quienes habían sido premiados presentaron los dibujos menos creativos. "Si la motivación externa, es decir, la necesidad de reconocimiento, la fama, es más fuerte que el placer por crear (la motivación interna), puede aparecer el estrés", explica Alfredo Muñoz, psicólogo social de la Universidad Complutense de Madrid y profesor de talleres de creatividad en empresas. Ahí sí puede darse el abandono temporal para recuperar el equilibrio o la renuncia definitiva. Cantautoras como Tracey Chapman o Lauryn Hill, ex miembro de The Fugees (con los que vendió 17 millones de discos con sólo un álbum, The Score) frenaron su carrera cuando mayor fama tenían, por ejemplo.

Aunque para fobia a la fama, la del escritor estadounidense Thomas Pynchon (El arco iris de gravedad). De él apenas hay media docena de fotos de hace más de 40 años. No concede entrevistas. Lo último que se conoce de él es su voz: aparece con una bolsa de papel en la cabeza en un cameo excepcional en Los Simpson. Se interpreta a sí mismo asesorando a Marge, que publica una novela. El caso de J. D. Salinger es también misterioso. Tras la publicación de El guardián entre el centeno, una auténtica novela de culto desde el momento en que apareció (1951), se borró de la vida pública y apenas se editaron un par de libros suyos más. "Un rasgo fundamental de la personalidad creativa es que necesita hacer lo que le da la gana. La libertad, que se olviden de ellos para volcarse en su trabajo", asegura Romo. Apenas hay compositores, escritores o artistas que no se quejen, en algún momento, de la pesadez de la promoción y la fama. Lo sufren, por ejemplo, los managers: "Es muy cansino, repiten lo mismo en las entrevistas, la gente les para por la calle, llaman 200 veces al día, aparecen por todas partes", ilustra Mariño.

Con todo, quienes abandonan para siempre son una excepción. "La personalidad creativa siempre está produciendo, tiene una gran confianza en su trabajo y una fuerte tolerancia a la frustración, aunque se pueda resentir puntualmente", dice Romo. Muñoz también cree que, si no es así, pierden "la capacidad de jugar, la creatividad es tan gratificante que no puede estresar". Y quienes desaparecen un tiempo al final "siempre vuelven. Es su vida", dice Romo.

El placer de los cuentos italianos



Las herencias son caprichosas. Hace varios meses, uno de mis compañeros de trabajo -que ya no labora más ahí- me regaló -creo que ya no lo quería- el segundo tomo de Lighea. Un siglo de cuento italiano, una atractiva antología elaborada por Guillermo Fernández, con quien coincidí en un taller de poesía hace ya un par de años. La edición, además, corrió a cargo de Félix Suárez, uno de los culpables de que el proceso editorial de Antes del polvo haya sido tan riguroso. En fin. El asunto es que el libro se quedó durmiendo en mis papeles pendientes, hasta que recibí el encargo de escribir el siguiente boletín, que, concebido entre la prisa cotidiana, no logra hacerle justicia. El volumen es una joya, no es caro ni difícil de conseguir. Así que no dejen de leerlo y de poner sus comentarios.


Un homenaje a la cultura italiana: Lighea. Un siglo de cuento italiano,
de Guillermo Fernández



Toluca, Estado de México.- Como afirmaba Alejandro Ariceaga –responsable de uno de los ejercicios antológicos más bellos y ambiciosos de nuestra entidad: los volúmenes de poesía y narrativa de Literatura del Estado de México. Cinco siglos (1400-1900)–, toda antología es producto del antojo. En efecto, el trabajo de lectura, selección y disposición de un conjunto de piezas literarias depende más de los gustos del antologador, salpimentados por su criterio y sus conocimientos, que de un canon de belleza previamente establecido. Por estas razones, resulta muy agradable encontrarse con una buena antología, sostenida en una postura estética y crítica, como en el caso de Lighea. Un siglo de cuento italiano, publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluida en la colección La Canción de la Tierra.

Distribuida en dos volúmenes, esta obra parte de la traducción, la selección y las notas de Guillermo Fernández, poeta originario de Guadalajara, quien, a lo largo de su trayectoria, ha cosechado innumerables premios y distinciones; además, en la actualidad, coordina un taller de traducción al italiano, el cual se lleva a cabo todos los lunes, de 18:00 a 20:00 horas, en el Centro Regional de Cultura de Toluca.

Constituido por 37 cuentos, provenientes de la pluma de 30 autores, Lighea. Un siglo de cuento italiano comienza su recorrido en el verismo, la vertiente italiana del costumbrismo, y concluye en la narrativa contemporánea, representada por Antonio Tabucchi. En el camino, se detiene en corrientes tan relevantes como el surrealismo, encarnado en los cuentos de Alberto Savinio; y nombres tan notables como Italo Svevo, Luigi Pirandello, Giovanni Papini, Giuseppe Tomaso de Lampedusa, Alberto Moravia, Cesare Pavese, Italo Calvino y Pier Paolo Passolini, los cuales comparten las páginas de esta antología con Elsa Morante, Natalia Ginzburg, Carlo Coccioli, Giovanni Testori y Dacia Maraini, quienes gozan de una celebridad menor, a pesar de la calidad de su obra. Finalmente, la edición se nutre y se completa con una breve nota biográfica, acompañada de la bibliografía de cada escritor.

Por otro lado, vale la pena destacar que La Canción de la Tierra es una colección especial destinada al rescate y a la difusión de obras literarias clásicas que sólo se conocen a través de referencias o fragmentos dispersos; sin embargo, han contribuido de manera decisiva a ampliar nuestra visión sobre la humanidad y la literatura universal. De este modo, también incluye textos como Diálogos de amor, de León Hebreo; Escritos literarios, de Leonardo da Vinci; El labrador y la Muerte, de Johan von Saaz; Reflexiones literarias, de Giacomo Leopardi, y La amorosa iniciación, de Oscar Wladislas de Lubicz Milosz. Estos volúmenes se encuentran disponibles en la Librería del Estado de México, ubicada en el Centro Cultural Mexiquense (Boulevard Jesús Reyes Heroles 302, delegación San Buenaventura, en las afueras de Toluca).

12 de diciembre de 2008

Otra vez Castálida (y una invitación)


Desde hace varios años, soy una lectora intermitente de Castálida, una de las revistas más bellas del Estado de México. Y aunque he atestiguado sus transformaciones, jamás había advertido (es parte de las distracciones de este trabajo fragmentario que me ocupa, desde mayo, los días) su compromiso con esa posible historia de la literatura mexiquense, que se perfila, de manera más o menos fragmentaria, en su número más reciente. Vale la pena leerlo y darse una vuelta por la presentación, el próximo 16 de diciembre. Para mayores referencias, les dejo el boletín de prensa correspondiente.


Aparece el número de aniversario de Castálida,
revista literaria del Instituto Mexiquense de Cultura


Toluca, Estado de México.- Han pasado veinte años desde que el Instituto Mexiquense de Cultura (IMC) emprendió una de sus tareas más representativas, gracias a la cual es reconocido en la mayor parte del territorio nacional: consolidar un fondo editorial extenso y variado, en el cual la calidad de los contenidos combine perfectamente con la belleza de su manufactura. Así, en la actualidad, el Fondo Editorial del IMC cuenta con casi mil títulos editados, los cuales se reúnen en nueve colecciones y un vasto conjunto de coediciones, a las cuales se suman dos publicaciones periódicas de gran alcance. Por estas razones, Castálida, la revista literaria de este organismo, dedica su número más reciente al festejo y el análisis de estas dos décadas, las cuales se definen por sus logros y sus próximos retos.

De este modo, en el texto introductorio a este volumen, Agustín Gasca Pliego, director general del IMC, afirma que éste es el momento para celebrar y reforzar “la difusión cultural que se ha llevado a cabo desde entonces, a partir de su objetivo primordial: el de promover, el de provocar la lectura en esta ciudad, en el estado y en el país. De esta suerte, ahora, nos colma de orgullo que a esta institución se le considere como el organismo que publica más libros en la República Mexicana”. Efectivamente, el IMC se ha distinguido, a lo largo de los años, como una de las dependencias gubernamentales con mayor presencia en el ámbito editorial.

Por estos motivos, el análisis se presenta desde diversos enfoques: por ejemplo, Félix Suárez habla, en una evocativa entrevista, sobre los orígenes del Fondo Editorial, desde las funciones primigenias de la Subdirección de Publicaciones hasta la creación de la convocatoria anual para publicación de obra. Por su parte, Miguel Ángel Guzmán viaja por los orígenes de la industria editorial y examina la producción actual del IMC. Igualmente, Rosaluz Velásquez plantea los retos, complejos pero estimulantes, que deberá enfrentar este organismo en los próximos años. En un sentido semejante, Becky Rubinstein analiza los fenómenos de la traducción en una de las colecciones más hermosas del IMC, denominada La Canción de la Tierra.

Asimismo, las páginas del número de aniversario de Castálida dan cabida a los textos, las fotografías y las ideas de otros escritores, intelectuales, editores, promotores culturales y artistas plásticos, como Felipe Garrido, Vicente Quirarte, Javier España, Ezequiel Ander-Egg, Eugenio Núñez Ang, Carmen de la Fuente, Guillermo Schmidhuber, Delfina Careaga, Lucía Rivadeneyra, Elisa Buch, Daniel Báez, Adrián Zárate, Héctor Serrano Barquín, José Luis Caballero, Crispín Amador Ramírez y Mauro Hernández Gaona, quienes abordan, desde una perspectiva incluyente, otros temas relacionados con la creación, la edición, la lectura, la interpretación y la historia de los textos literarios.

Por otro lado, la revista se presentará al público en general el próximo 16 de diciembre, en punto de las 12:00 horas, en el Museo “Felipe Santiago Gutiérrez”, ubicado en Nicolás Bravo 303, casi esquina con Sebastián Lerdo de Tejada, a un costado del Palacio de Gobierno. La mesa de diálogo será presidida por Agustín Gasca Pliego, director general del IMC, y contará con la participación de Felipe Garrido, narrador, traductor, editor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua; Flor Cecilia Reyes, poeta, ensayista y directora de la Escuela de Escritores de la SOGEM en Metepec; y Félix Suárez, poeta, ensayista y editor, fundador de Castálida y actual responsable del Programa Editorial de la Universidad Autónoma del Estado de México. A su vez, esta publicación ya se encuentra a la venta en la Librería del Estado de México, situada en el Centro Cultural Mexiquense.

8 de diciembre de 2008

Llamando a los papeles (o cálida invitación)


Siempre me ha dado risa la traducción literal del calling for papers que llega de vez en cuando a mi correo: llamando a los papeles para que se escapen de sus dueños y se atrevan a tener una vida autónoma, libre. Por que eso es, justamente, lo que sucede cuando uno se aventura a publicar: el texto se va a vivir su vida, y nosotros nos quedamos mirando, hilando plumeros para desempolvar esas otras ideas que nos venían torturando. O iluminando, depende.

¿Se acuerdan de la entrada del conejito que adornó esta página durante varias semanas? Ha rendido sus frutos. Después de un descanso de dos meses -noviembre y diciembre-, la página cultural de El Espectador volverá a la circulación. Y, nuevamente, los invitamos a que escriban. Los criterios siguen siendo los mismos: una o dos cuartillas críticas y concisas, sobre cualquier aspecto de la vida cultural de (en orden de preferencia) nuestra ciudad, nuestro estado y nuestro país, además de reseñas de libros, discos y otras obras de arte, que sean asequibles en cualquier parte de América. También nos gustaría leer, esta vez, comentarios generales sobre la situación de la cultura y la educación en México.

Los interesados pueden ponerse en contacto conmigo, a través de los comentarios que pueden insertarse en esta entrada. Estamos gestionando la posibilidad de una remuneración, aunque sea simbólica, para nuestros colaboradores. Así que no dejen de participar, sobre todo si les gusta escribir. La convocatoria está abierta.

El pasto siempre es más verde del otro lado (reportaje robado)


Cuando leí el reportaje que aparece a continuación, extraído de El País, me quedé sin habla: ¿Qué perspectiva tiene un periodista ibérico de nuestra realidad nacional? ¿Cómo se acomoda esta óptica en el contexto latinoamericano, signado por la violencia, la pobreza y el analfabetismo? Me pareció una nota optimista, llena de algo que yo no noto en las actividades culturales que, por azares del destino, suelo cubrir a menudo: dinamismo, fuerza, vida. A eso me refiero cuando digo que la cultura se experimenta todos los días. Al mismo tiempo, me sorprende lo seca que aparece la realidad: una feria del libro de este tamaño, así de concurrida, en un país lleno de asesinatos. La literatura como salvación. Lo importante no es sólo ir a comprar -a precios estratosféricos- los libros: se trata de abrirlos, de volver a ser humanos. De conmoverse, vamos, en el sentido más llano, más liso del término.

Les dejo el reportaje (cuya versión original pueden consultar aquí) y una fotografía de Teté Almeida, que resume muy bien dos de los mayores placeres de la vida (¡oh, la subjetividad!): leer y besar.



Aquí viene todo el mundo

La Feria del Libro de Guadalajara, en México, recibe miles de visitantes pese a la crisis económica
Por Juan Cruz

¿Crisis? Las librerías están llenas, el público entra a chorros, y las actividades de la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) están a rebosar, para hablar de literatura, de artes marciales o de periodismo: se llena todo. ¿Por qué? Porque a la gente le interesa, y además paga un euro y medio por ello.

Ya eso es sabido, dirán ustedes. Lo extraordinario es que se mantiene, año tras año, durante 22 años. Y sin desmayo. Ahora el mundo vive una crisis galopante, que afecta no sólo al bolsillo, sino al ánimo de las personas, y a la feria de Guadalajara parece que no llega ese eco. ¿Y eso?

Un día dijo Fernando Henrique Cardoso, el ex presidente de Brasil, que a su país le iba bien "porque no sabemos cómo vamos". El público sí sabe en México cómo le va al país, pero quiere cultura y jolgorio, y esa combinación la da a manos llenas la Feria del Libro en Guadalajara. Hay como dos mundos, el de las actividades que llenan de energía las salas -en el homenaje a Carlos Fuentes de anoche había cerca de 2 000 personas-, y el de los conciertos, que llenan de decibelios las noches de la capital tapatía.

En un solo día, anteayer mismo, en México mataron a cuarenta 44 personas. Por nada: como en el viejo Oeste de las películas, un tipo mira a otro, éste no le mira bien y le descerraja un tiro. ¿Qué pasa? Carlos Monsiváis, el gran ensayista mexicano que hizo delirar al público (como Sergio Ramírez) con su divertidísimo discurso en torno a su memoria con Carlos Fuentes, nos decía anoche que la Procuraduría General de la República ha documentado 700 000 puestos de venta de drogas en la capital mexicana. Y esos asesinatos tienen relación directa, en todo el país, con esa mancha terrible que no son capaces ni los gobiernos ni la sociedad de atajar del todo. Un periodista de Culiacán salió el otro día a la calle con una pancarta contra la droga; la policía investigó a ver si detrás de esa pancarta había algo, y como se vio que no, regresó a sus cuarteles el tiempo suficiente como para que el hombre fuera asesinado... por los narcos.

Con ser dramática la realidad, son peores las declaraciones, entiendan la paradoja: el presidente de México dijo el otro día que el 51% de la población policial es corrupta. Y en algunos lugares nueve de cada diez policías lo son. ¿Qué sociedad puede soportar eso? Soportar viene de sopor, y en ese sopor viven muchas sociedades, soportando. Esta sociedad mexicana tiene, para contrarrestar esos datos, e incluso esas declaraciones, un antídoto que está en la calle, en los bares, y hasta en las universidades, y por supuesto está aquí en Guadalajara: la alegría. Tú vas al hotel donde sesudos estudiosos o retranqueados escritores están decidiendo el sexo de los ángeles o la amplitud de sus anticipos, y son aún las ocho de la mañana, y ahí escuchas corridos, boleros, a todo trapo. Lo que en Europa sería un desayuno tan silencioso como García Márquez en los actos públicos, aquí es algarabía.

Un día Jorge Luis Borges fue requerido por un periodista mexicano para una entrevista. Encantado, dijo el ya viejo genio argentino, "me apasionan los mexicanos. Son cultos, saben lenguas, escriben muy bien, son muy inteligentes". El periodista se sintió atacado en su orgullo nacional, a favor, y le preguntó a su entrevistado: "¿Y conoce usted a muchos mexicanos?" "No. Sólo conozco a Alfonso Reyes, pero imagino que todos serán como él".

No todos los mexicanos son como aquel gran sabio polígrafo, y mujeriego, ni mucho menos; aquí hay sabios, polígrafos y mujeriegos, y en lo primero ayer estuvimos ante uno de ellos, aparte de Monsiváis y Fuentes, que ya han sido citados: José Emilio Pacheco. Un tipo formidable, que se ríe hasta de su sombra y que acaso por eso es el poeta excelso que es. Pero no todos son Monsiváis, Fuentes, Pacheco, como es natural, aunque a Borges le hubiera gustado.

Pero estos que no son Alfonso Reyes y que están aquí tienen una ansiedad por saber y por disfrutar que conmueve cuando uno piensa que al tiempo que pasa esto, y que es verdad, por las venas de la sociedad quiere pasar una gangrena que la gente combate a veces con inconciencia pero también con alegría. Es decir, con cultura, con la ansiedad de mantenerla.