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4 de diciembre de 2007

Noticias del Centro Toluqueño de Escritores


Por Margarita Hernández Martínez

A punto de cumplir veinticinco años de existencia, el Centro Toluqueño de Escritores tiene razones para ponerse de manteles largos. Por un lado, según informa Felipe González en la página de Internet del diario estatal Portal, Sol Rubí Santillana Espinosa, autora de la columna semanal Hija de la mala vida y de la bitácora en línea Resabio de luz, ganó la Beca de Invierno para Narrativa organizada por esta asociación civil. A continuación, la nota completa:

Sol Rubí Santillana Espinosa, originaria de Temascalcingo, Estado de México, se adjudicó la Beca de Invierno para Narrativa 2008 del Centro Toluqueño de Escritores. Así lo dio a conocer Laura Zúñiga Orta, secretaria de dicha asociación. Sol Rubí Santillana Espinosa es reportera de Portal desde enero de 2007.

Desde 1983, el CTE convoca a los escritores de la entidad a participar en el que se ha consolidado como el certamen literario más importante del Estado de México, ya que año con año ha permitido la identificación e impulso de nuevos valores literarios en la región.

En esta edición, el jurado, integrado por los escritores Doris Camarena, Ricardo Becerril -miembros del Consejo Editorial de la revista La Mandrágora- y el poeta José Falconi -de la editorial Pestañeo Oscuro-, consideró por unanimidad que, de los 29 proyectos remitidos, El año de las larvas, amparado bajo el pseudónimo Sabina Luz, es el más viable para desarrollarse debido a la coherencia de la propuesta y la calidad del material inédito presentado.

La plica de identificación fue abierta el pasado sábado 1 de diciembre por Eduardo Osorio y Laura Zúñiga Orta, presidente y secretaria del CTE, respectivamente, y en presencia de la asamblea de asociados. La ganadora, Sol Rubí Santillana Espinosa, recibirá durante 10 meses un apoyo económico de cuatro mil pesos mensuales para escribir El año de las larvas, además, será asesorada por un tutor establecido por el CTE. Al término de la beca se publicará un libro con tiraje mínimo de mil ejemplares.



Por otra parte, el escritor Porfirio Hernández –beneficiado, hace algunos años ya, con una de las becas anuales del Centro Toluqueño de Escritores–, refiere, en su bitácora Hormigas, un breve adelanto de los festejos del primer cuarto de siglo de esta organización:

En mayo de 2008, el Centro Toluqueño de Escritores habrá de cumplir 25 años. Nacido en 1983 bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Toluca, hoy está convertido en una asociación civil que publica libros de literatura y que imparte talleres que contribuyen a la preparación de nuevos escritores.

Fundado por el escritor Alejandro Ariceaga (1949-2004), el Centro ha publicado la obra de escritores que luego fueron galardonados con premios nacionales, o que gozan de fama internacional. Sin embargo, su mayor aportación al movimiento literario de la región es la persistente iniciativa de mantener un espacio ajeno a las instituciones públicas.

Prosigue con esa tarea. En ocasión del vigésimo quinto aniversario del Centro, el coordinador actual, Eduardo Osorio García (1957), adelanta que los integrantes del Centro Toluqueño de Escritores preparan ya un ambicioso programa de actividades que pronto darán a conocer.

El bullicio cultural: hacia el descubrimiento de sor Juana








Por Margarita Hernández Martínez

Aunque el pasado 12 de noviembre cumplió 359 años, sor Juana Inés de la Cruz no luce vieja: nos sigue mirando, desde el lienzo de Miguel Cabrera, con gesto resuelto, ojos serenos y sonrisa satisfecha. En una actitud que duda entre la sabiduría y la devoción –una mano reposa en un libro, la otra sostiene un rosario–, parece recordarnos que la discusión tejida en torno a su figura no se encuentra zanjada, no obstante los ríos de tinta que circulan a su alrededor.

Pese a que ocupa un lugar sólido en la literatura novohispana –lo cual, al mismo tiempo que la arriesga a la petrificación, le garantiza cierto reconocimiento institucional–, la vasta obra artística producida por Juana Inés de Asuaje y Ramírez de Santillana (que no Asbaje, según indican algunos análisis paleográficos recientes) ejemplifica, con una viveza que se ha prolongado por centurias, el salto del silencio de la celda al bullicio de la cultura popular. A semejanza de la figura de Frida Kahlo –quien, con motivo del primer centenario de su nacimiento, ha tolerado, con la trivialización que ello implica, homenajes, exposiciones, zapatos deportivos y desfiles de moda–, la imagen de la autora de Inundación castálida ha recorrido distintos ámbitos de la vida nacional y se ha instalado en la memoria colectiva mexicana. Desde el papel moneda –¿quién no recuerda los billetes de 1000 pesos que, debido a la inflación, se transformaron en piezas metálicas de valor escaso?– hasta los pliegos que constituyen uno de los textos mayores, tanto en extensión como en profundidad, de Octavio Paz –Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, editado en 1982 por el Fondo de Cultura Económica–, el nombre y el rostro de la monja jerónima han vencido los años y reencarnado en calles, parques, universidades, centros culturales y asociaciones civiles tan distantes a la realidad de su época como El clóset de sor Juana, organización lésbica afincada en México desde 1992. Incluso, han inspirado innumerables actividades artísticas, como el recientemente anunciado Festival Internacional “sor Juana, Musa de los Volcanes”, organizado por el Instituto Mexiquense de Cultura y el Consejo de la Cultura de Tepetlixpa, el cual servirá para recordar, el próximo mes de abril, su 342 aniversario luctuoso.

Sin embargo, esta presencia constante en las expresiones culturales oficiales se traduce en un arma de doble filo: si bien contribuye a afianzarla en el recuerdo popular, también la sumerge en una confusión de mitos y estereotipos en la que profundiza, en una interesante colección de ensayos, Alejandro Soriano Vallès. Estas circunstancias han impedido el discernimiento y la evaluación de los rasgos de una mujer que vivió intensamente su tiempo y cuya trayectoria intelectual sólo puede comprenderse desde una rigurosa revisión de su contexto –tarea que, premios y distinciones aparte, nadie ha emprendido–. Mientras esto ocurre, quienes usamos los billetes impresos con su efigie nos descubrimos ante una obra que ni siquiera ha comenzado a apreciarse: quizás en esa falta de crítica radique la perpetua juventud de Juana Inés. Por estas razones, querido lector, más que provocarlo para que asista a cualquier actividad conmemorativa, lo invitamos a visitar las librerías de Toluca –increíblemente, los libros de sor Juana aún pueblan sus catálogos– o, si lo prefiere, la Biblioteca Cervantes, donde encontrará una selección de poemas y textos dramáticos.


* Texto correspondiente a la plana cultural de diciembre.


** Las imágenes corresponden a un billete de 1 000 pesos emitido hace unos quince años y al retrato de sor Juana pintado por Miguel Cabrera.

La máquina de los deseos o cuando navegar es naufragar




Por José Antonio Romero Reyes


“Sólo existe la lucha por recobrar lo que se ha perdido”
T. S. Elliot.


Thomas Stearns Eliot hoy podría ser nuestro bisabuelo: nació en l888 y se extinguió en l965, dejando problemas pendientes para esa máquina de deseos que es la humanidad. A pesar de los años, Eliot resulta más vigente que nunca; desde entonces se vivía la maquinización del individuo, el hombre masa, el prototipo del vacío y prepotente hombre americano. El abuelo Eliot, hombre conservador mas no gazmoño, deja en su poesía la evidencia de la sinrazón y la soledad humana, del sinsentido del hombre moderno en busca de más placeres de los que puede disfrutar y de falta de honestidad ante nuestra propia realidad.

El que redacta estas tímidas líneas podría salir de su ensimismamiento citando versos y anécdotas del abuelo que aparece en el epígrafe, y con ello tendría la plena seguridad de no impacientar o aburrir a sus lectores; sin embargo, me acompaño de él para presentarle una nueva máquina de los deseos, un juguetito bastante entretenido y tan vasto que nunca pierde su novedad, pues todos los días nos deja la promesa de conocer una nueva función o truco del famoso muñequito cumplidor de deseos. Sí, estoy hablando de la Red, el Internet, la Web, o como mejor le conozca.

El Internet, es bien sabido, cubre una necesidad de comunicación y de información. A diferencia de los mass media, la Red se nos ofrece como la self media; el espacio que forma en gran medida el propio usuario, el rincón de libertad donde nuestros deseos se cumplen ante nuestros ojos con tan sólo teclear las palabras mágicas en el ordenador y (¡cataplum-cataplam, chum, cham!) ¡aparece lo que buscamos! En su intento de adaptarse a nuestras necesidades particulares, la Red ofrece la enciclopedia electrónica o Wikipedia (bien usada, no hay ningún delito en darle crédito de fuente de consulta. Lo malo, como en todo, es depender totalmente de ella), o bien, los blogs o bitácoras electrónicas; una forma más se encuentra en las listas de correos. El genio de la Red nos ha concedido tres deseos para no perdernos en el mar de la información; sin embargo, cada deseo se termina pronto y nos muestra que a cada maravilla del juguetito siempre le hace falta más.

Doy un giro a la nostalgia y pienso, junto al abuelo Eliot, en Séneca, en los moralistas castellanos, en el mismo Gabriel Zaid y hasta en aquella rara avis de mi amigo sacerdote, cuya dote principal era ser un osado crítico y gran pensador; todos recordarían: “tenemos más de los que podemos disfrutar”. La máquina de los deseos, el Internet, nos muestra la gran paradoja: nunca se había tenido tantos satisfactores, tanta información, acceso a mundos tan lejanos, compañías cada vez más afines a nosotros y, sin embargo, como en el principio de los tiempos, no somos felices; el conocimiento se ha trivializado, todo está al alcance de un clic.

Quizá el mayor desencanto ocurre cuando la pitonisa Google nos avasalla con una cantidad enorme de datos, de los cuales descubrimos que muchos son basura y que no tenemos toda la semana para abundar en toda la información ni la valentía para arriesgarse a recibir a un extraño visitante llamado virus. Bien hacía Eliot al cuestionarse acerca del conocimiento que perdemos en la información, de la sabiduría que se pierde entre el mar de novedades y datos; nos une la esperanza de que la gran falacia de la Red nos saque del miedo de existir. Un esfuerzo más para poner un poco de orden a ese lío que se ha vuelto buscar información en Internet, aparece con el buscador kratia.com, el cual promete estar sostenido por los usuarios, que elimina sitios spam, ilegales o de poca calidad; así, si usted busca “revistas literarias electrónicas” obtiene la modesta cantidad de cincuenta páginas, algunas de ellas nos llevan a nuevos enlaces; de esta forma, se obtiene una selección más cuidadosa que en otros buscadores, navegar ya no se vuelve un naufragio entre informaciones.

Los buscadores tradicionales, al igual que cualquier empresa, tienen sus bemoles. Lo que aparece en los resultados después de que se escribe una palabra en el buscador, se supone que son las páginas que más han sido consultadas por los usuarios (popularidad que de ninguna manera es respaldo de calidad), pero también hay quien paga porque sus contenidos o sus páginas aparezcan en los primeros resultados y tengan mayores posibilidades de ser visitadas; otros ocultos cerebros pudientes, sencillamente, censuran información que consideran inconveniente. Al final, la gran Red, la máquina de deseos, sólo nos ofrece una lista preparada por una máquina cuyos resultados están determinados, o al menos influidos, por las recomendaciones de la gente con mayores recursos económicos. Kratia.com pretende, tal como su nombre promete, paliar un poco esta problemática de medios que ya se presenta con visos de competencia desleal, sólo que el gran prestidigitador dejaría de serlo si nos mostrara las argucias de sus mejores trucos. Sería un suicidio y un mal negocio.

Y, por salud mental, matemos a todos los ídolos aunque cueste vivir sin certezas. Quiero decir, así como en los primeros años de la tele se pedía que la apagáramos una temporada, lo mismo puede decirse del Internet; quizá algo primordial en estos tiempos sea reflexionar un poco sobre lo que se ve. Ya lo advertía el invitado de hoy, T. S. Eliot:

¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas
brotan de este cascajo?
Hijo de hombre,
tú no puedes decirlo, ni imaginarlo, pues sólo conoces
un cúmulo de imágenes donde reverbera el sol.


* Texto correspondiente a la plana cultural de diciembre.


** La imagen, extraída de la Paleta gráfica de Agustín Espina, se llama Navegar.