RSS

22 de mayo de 2008

Introducing Grandes hits



El ya muy pasado 8 de mayo, Tryno Maldonado publicó en su blog la introducción a la antología Grandes hits: nueva generación de narradores mexicanos. Publicamos su entrada como una especie de epílogo a la discusión que estuvimos siguiendo a lo largo de varias semanas, y con la esperanza de leer el libro muy pronto.

Intro

Por Tryno Maldonado

01. Peligroso pop

¿A qué suena la literatura de esta nueva generación de narradores mexicanos? ¿Tiene aún ecos de canción ranchera, de corrido revolucionario, o será que aquella influencia ha sido sustituida por la violencia del hip-hop urbano y por las historias sórdidas de los narco-corridos? ¿Es todavía su majestad el rock and roll la banda sonora de nuestros narradores jóvenes como lo fue en su tiempo para la Onda, o se trata ésta de una generación que prefiere las modulaciones dóciles y tradicionales de un ensamble de cámara sin apostarle gran cosa a la búsqueda de nuevas formas? ¿Son el jazz y la fusión con sus ritmos salvajes y sincopados lo que sale de las páginas de nuestros escritores emergentes, como sucedió con el Boom latinoamericano? ¿Será tal vez una generación similar a la anterior, la de los narradores mexicanos nacidos en los sesentas, cuya obra suena todavía a chill-out y world music? ¿O probablemente sea que la música electrónica, el indie y las dulces tentaciones mercantiles del pop y del rockstar-system han marcado de alguna forma a nuestros nuevos autores?

¿A qué suena la literatura joven de México? Averiguarlo fue el objetivo de este libro. ¿El resultado? La compilación de diecinueve tracks con la banda sonora que tienen ustedes ahora en sus manos.

02. Mecánica de selección MTV

Para reunir a un grupo de narradores jóvenes que poseyeran las propuestas estilísticas y temáticas más interesantes, opté por establecer un marco de edades que iniciara con los nacidos a partir de 1970 y que cerrara con un arbitrario corte de caja en 1979, todos con al menos una obra publicada en castellano (los narradores nacidos en los ochentas merecen un capítulo aparte). Para concentrar a una generación emergente que empieza a cosechar sus primeras obras maduras, como varios han demostrado, recabé la opinión de un grupo diverso e incluyente de escritores de solvencia probada y de críticos reconocidos. Ellos fueron las voces autorizadas que avalaron la primera etapa de este proyecto.

La mecánica de selección –decididamente influida por el Top Ten de MTV– fue la siguiente. Los escritores y críticos que aparecen como Consejo Consultivo son aquellos que se animaron con la idea, que decidieron respaldarla y con quienes estoy en deuda por su confianza, interés y accesibilidad. Respeté el hecho de que algunos decidieran recomendar menos de los cinco nombres que les requerí –lo que incidió directamente en la formación de un cuello de botella entre “los más votados”, como sucede muy a menudo en el Top Ten: shit happens...–. Mi Consejo Consultivo estuvo conformado como sigue:

Leonardo Da Jandra, Guillermo Fadanelli, Javier García Galiano, Eve Gil, Margo Glantz, Sergio González Rodríguez, Mario González Suárez, Patricia Laurent Kullick, Mónica Lavín, Rafael Lemus, Mauricio Montiel Figueiras, Eduardo Antonio Parra, Sergio Pitol, Cristina Rivera-Garza, Daniel Sada, J. M. Servín, Rogelio Villarreal y Juan Villoro.

La lista preliminar de recomendaciones que arrojó la votación de este Consejo estuvo integrada por más de cuarenta narradores jóvenes dedicados a la escritura de manera profesional, cada uno con al menos una recomendación. De esta primera etapa, estuve obligado a eliminar automáticamente 1) a aquellos que por edad no cumplían el requisito, y más tarde 2) a quienes habían recibido un único voto, quedándome así con una lista más cernida en cuanto a número y calidad para explorar en su obra. El siguiente paso fue leerlos a todos.

Es claro que no necesariamente los escritores más visibles son por consecuencia los más talentosos y que incluso los charts más respetados suelen estar llenos de one-hit-wonders. La mecánica de votación fue sólo una guía, un filtro objetivo y plural para tamizar el campo de mi selección. Por ello, tanto yo como el resto del Consejo Editorial de Almadía, tuvimos también oportunidad de ejercer nuestra propia votación para apuntalar a algunas autoras o autores de evidente talento, aunque quizá no tan visibles por razones varias (como el hecho de haber publicado en editoriales independientes o institucionales, por haber contado con la mala fortuna de una distribución azarosa, por vivir fuera del país, etcétera). Ésas fueron mis apuestas.

La lista definitiva, luego de muchos meses de lecturas y de un largo proceso, quedó formada por veinte narradores y narradoras. Sólo uno de ellos no pudo llegar a la fecha límite para la entrega de textos por razones que se salían de su control y del nuestro. Decidí respetar su lugar, no regalar a nadie más ese sitio que justamente fue ganado, dejarlo desierto. Así fue como al final del día me quedé con la lista de los diecinueve narradores que atienden a este libro. Los textos que entregaron son en su mayoría inéditos, varios de éstos parte de una obra en progreso o escritos ex profeso para este libro. Es con ellos, los diecinueve autores, con quien más agradecido estoy por el privilegio y el placer que significó trabajar conjuntamente en esta labor de selección y edición de su obra.

Hay que dejar claro que la intención de este ejercicio nunca fue alcanzar un enlistado jerárquico, ni vertical, ni con pretensiones canónicas ni de establishment. Por el contrario, se trata de poner sobre la mesa del continente narrativo mexicano una apuesta horizontal y diversa por un grupo de narradores y narradoras jóvenes con talento probado, tener la oportunidad de ir inquiriendo como lectores sobre los temas y las formas que estarán apareciendo en la agenda de la literatura mexicana durante los próximos años.

11 de mayo de 2008

De nuevo la literatura



En líneas semejantes a las trazadas por Antonio Ortuño y Jaime Mesa, Heriberto Yépez comentó ayer, en el suplemento Laberinto del diario Milenio, las posibilidades de existencia de la literatura latinoamericana contemporánea. Sus ideas se prestan para una nueva discusión en torno a la situación actual de los escritores, las producciones y las condiciones del mercado editorial, que han condicionado, en gran medida, el desarrollo de la literatura moderna.

El artículo original puede consultarse aquí.


El fin de la literatura latinoamericana

Por Heriberto Yépez

10-Mayo-08

En un foro me preguntaban ¿cuál es el principal fenómeno de la literatura latinoamericana actual? Mi respuesta es ruda: vivimos el fin de la literatura latinoamericana.

Como tal, la literatura latinoamericana no existía antes del siglo XX, en que se consagró la creencia colectiva de que escribir novela, ensayo o poesía era parte de un proyecto de Nuevo Mundo. “Los Nuestros”. Esa voluntad apareció con el fortalecimiento de las literaturas nacionales, el indigenismo y los idearios revolucionarios. No sólo hablo de la novela de la tierra sino sobre todo de la poesía a partir de Huidobro, Neruda y Vallejo.

Aun la filosofía —más “universalista”— se sumó al proyecto. A modo de pregunta. En ese momento se creó la única buena filosofía que tenemos, cuya cima es mexicana. La “literatura latinoamericana” o “hispanoamericana” se concibió como parte de un plan bolivariano. Borges, europeizado, por cierto, terminó descreyendo de él. Empero, se convirtió en su nacional-cosmopolitismo.

La idea terminó de cobrar forma en los sesenta y setenta.

El boom creyó en esa utopía. Fue su portavoz.

Las generaciones posteriores desearon repetir el hit comercial del boom pero no su discurso político. Ese fue el principio del fin. La literatura latinoamericana murió por el “mercado”. Las ideas bolivarianas fueron confundidas con sus últimos portavoces y al canonizarse, éstas también se oficializaron, desprestigiándose entre parricidas y novísimos.

Con los ochenta, la escritura en el continente se desizquierdó cada vez más y, paradójicamente, el influjo de la mentalidad española (que acogió editorialmente el proyecto) fue esparciéndose.

En los noventa, la globalización hizo que las ideas americanistas de nuestros escritores pasaran a ser momias egipcias.

¡Incluso Vargas Llosa se volvió español!

Pronto terminará la década bebé de este árido siglo, y la voluntad de escribir en relación con la historia geopolítica del continente fue prácticamente abandonada.

Los neoescritores, desde Gringoméxico hasta el deshielo patagónico, desean ser parte de la literatura transnacional. En México, incluso, no ha faltado quien ha sugerido que ¡volvamos a la literatura española! Abandonar la mente liberal y “revalorar” lo conservador. ¡Viva lo presorjuánico! “¡Joder! ¿Por qué no tuvimos franquismo?”

Los post-boom se relajaron; creció el autocolonialismo. Vuelta a la tercermunditis: calentura de integrarnos al “primer mundo”.

Si esta tendencia sigue, en dos décadas la Gran Novela Española del siglo XXI será escrita en América. Y la mejor anglonovela será firmada por un latino.

La literatura latinoamericana se acabó. La única pertenencia a la que se aspira es la pertenencia al mercado. La creación telúrica, el pensamiento crítico y las fuerzas psíquicas de nuestros escritores se han secado.

9 de mayo de 2008

¿Poesía? (notas y editoriales robados)



El pasado 7 de mayo, la Suprema Corte de Justicia ordenó sancionar, con una multa “simbólica” de 50 pesos, al poeta campechano Sergio Hernán Witz Rodríguez, acusado de haber ofendido, en un poema bastante gráfico publicado en una revista de circulación estatal, a los símbolos patrios y a la nación.

La sentencia ha servido para poner de nuevo sobre la mesa dos temas bastante manidos: la libertad de expresión y la eficacia de nuestro sistema judicial. Sin embargo, los lectores de poesía nos vemos obligados a interrogarnos sobre una tercera vertiente: la calidad literaria de “La Patria entre mierda”, la elaboración poética de un texto que, en realidad, no propone nada. Ante los quince minutos de fama de Witz Rodríguez, cabe preguntarse si, de verdad, el grueso de la población (y uno que otro autoproclamado poeta) cree que la poesía es ese cálido flujo directo de las vísceras, lejano a la sensibilidad (que no sensiblería) y al rigor estético e intelectual que ha dado los mejores versos de la literatura contemporánea.

Recogemos, entonces, un par de editoriales aparecidos, con varios años de distancia, en El Universal. Además, hay otros textos disponibles aquí y acá.



Patriótica ridiculez

Por José Antonio Crespo

10 de octubre de 2005

Dos valores importantes de la era moderna suelen entrar en conflicto: la democracia y el nacionalismo. Y no porque sea incompatible aquella forma de gobierno con el sentimiento de identidad u orgullo nacional; por el contrario, el nacionalismo ha sido también nutriente de las democracias modernas.

Pero el nacionalismo también ha sido motor y sustento de regímenes autoritarios de diverso signo. En México se sabe muy bien. Durante el priísmo, opositores y disidentes eran incluso invitados no tan cortésmente a abandonar el país. La defensa de la soberanía fue eficaz coartada para impedir la fiscalización internacional en materia de elecciones o derechos humanos. “El patriotismo es el último refugio del pillo”, decía Samuel Johnson.

Quedan herencias culturales de ese tiempo, al fin reciente, como lo refleja el fallo de la Suprema Corte de la Nación al negar amparo al poeta campechano Sergio Hernán Witz Rodríguez, ganador de varios premios literarios, por emitir en un poema ofensas a la Bandera Nacional, delito tipificado en el artículo 99 del Código Penal que ordena castigar “al que ultraje el escudo de la República o el pabellón nacional, ya sea de palabra o de obra”. Aquí el conflicto es entre la libertad de expresión, elemento esencial de la democracia, y el nacionalismo tradicional que presupone la veneración a los símbolos patrios. La Corte, puede argumentarse, simplemente aplica ese precepto legal que, a mi parecer, es obsoleto, chusco en tiempos de democratización. Habría que eliminarlo (al igual que aquel que penaliza que el Himno Nacional se cante incorrectamente). Y es que bajo esa estrecha óptica habría que repartir múltiples sanciones a escritores, analistas, periodistas y más de un político, por razones similares.

El magistrado Sergio Valls argumentó: “En ese seudopoema no sólo se injuria a la Bandera, sino a la patria misma”. Pero si se penaliza la ofensa a los símbolos patrios e indirectamente a la patria, según dice Valls, por qué no hacerlo a quienes critican a la patria misma, como hacemos muchos analistas y escritores, al condenar diversos actos, no sólo del gobierno ni de la clase política, sino de nuestros conciudadanos en general el pueblo y nuestra idiosincrasia. Cuando afirmamos con o sin razón que los mexicanos (o muchos de nosotros) somos irresponsables, corruptos, apáticos, flojos, ignorantes, irresponsables, tramposos o irracionales, ¿no estamos ofendiendo a la patria misma, formada más por el conjunto de sus habitantes que por un pedazo de tela?

Veamos lo dicho por algunos potenciales “delincuentes”: “La sociedad mexicana es ostentosa, vana, superficial”, Francisco Sosa. “El vicio dominante en la población (mexicana) es la propensión al robo”, Lucas Alamán. “El mexicano no desconfía de tal o cual hombre; su desconfianza no se circunscribe al género humano. Si es comerciante, no cree en los negocios; si es profesionista, no cree en su profesión; si es político, no cree en la política”, Samuel Ramos. “El Himno mexicano nos emociona a nosotros, pero no puede resistir el análisis si uno recuerda esa letra de cruel arrogancia que habla de cañones y sepulcros que se abren”, José Vasconcelos. “De la inmoralidad auténtica, la nuestra es producto directo de la irresponsabilidad, el fraude, el ocultamiento de la verdad, la incompetencia, el latrocinio, el engaño, la torpeza de obras y palabras”, Margarita Michelena. “En México, el sentimiento de nacionalidad es mezquino, carece de autocrítica, de sentido del humor”, José Luis Cuevas.

No creo que quienes así escriben estén afectando “derechos de terceros”, contraviniendo “la paz y seguridad social”, ni perturbando “el orden público” como señala el fallo de la Corte sobre el amparo de Witz. Menos aún que con tales expresiones se afecte “la estabilidad y la seguridad de nuestra nación”, según afirmó la magistrada Olga Sánchez.

Me parece que los tres de los cinco magistrados que condenaron al poeta campechano se envolvieron en la Bandera ultrajada, lanzándose al campo del honor pero cayendo en el del ridículo. A ese paso, cualquier crítica al país o a los mexicanos (que somos la patria de carne y hueso) podría ser considerada como subversiva.

Quienes interpusieron la demanda contra Witz acusaron que con su feo poema “la libertad (de expresión) deja de tener validez individual cuando dañan a terceros y, en este caso, atenta contra nuestra identidad como mexicanos”. ¿De verdad somos tan vulnerables como para que un escrito sin duda de mal gusto y vulgar ponga en riesgo nuestra identidad? Pues habría que acusar a los acusadores por tener una imagen tan deplorable y disminuida de los mexicanos. Eso sí que es una ofensa.

El magistrado José Ramón Cossío, la sangre nueva, la visión joven y moderna de la Corte, dijo que “la libertad de expresión es uno de los pilares de una nación democrática”, en lo cual coincido, pues, al menos en casos como éste, la democracia debe prevalecer por encima de un hediondo y pedestre sentido de nacionalismo.

En todo caso, ¿no es mucho más grave que escribir un mal poema, incurrir desde el poder en corrupción, fraude, tráfico de influencias, represión? Y sin embargo, numerosos perpetradores de tales delitos contra el país pasean tranquilamente, eso sí, llenando sus bocas con discursos de entrega y respeto a la patria.

A la primera provocación entonan, emocionados, el Himno Nacional, aunque no entiendan su obsoleto contenido. Vaya país surrealista éste en el que vivimos, y como dicha expresión bien puede constituir una ofensa a la patria, asumo el riesgo de ser acusado y penalizado legalmente por semejante insulto, que atenta desde luego contra la identidad mexicana y la seguridad nacional.




¡Venga la sentencia!

Editorial EL UNIVERSAL

8 de mayo de 2008


Después de un litigio que absorbió siete años del precioso tiempo de la autoridad judicial, un juez federal impuso una multa de 50 pesos a un poeta que en su opinión ultrajó a la bandera nacional en un poema que escribió y publicó.

Muy pocas personas se habrían interesado en el poema, publicado en Campeche, a no ser por la inusitada publicidad derivada de la denuncia hecha por una asociación civil encabezada por un ex militar.

El juez segundo de distrito, Jesús Bañales Sánchez, radicado en esa entidad, desechó la solicitud de prisión hecha por la Procuraduría General de la República e impuso un castigo simbólico “para desalentar abusos en el ejercicio de la libertad de expresión”, según dijo.

Conocido, el llamado poema “La patria entre mierda”, de sólo 76 palabras, podría ser desdeñado por vulgar y necio, cuando mucho, aunque el artículo 191 del Código Penal Federal prescribe de seis meses a cuatro años de prisión o multa de 50 a 3 mil pesos, o ambas sanciones, a quien ultraje de palabra o de obra al pabellón nacional. En suma, el juez fue benigno.

Hace un siglo, el poeta peruano José Santos Chocano se vio forzado a salir de nuestro país por aludir al escudo nacional mexicano en unos versos: “la serpiente es la traición y el águila la rapiña”.

Estos accesos de patrioterismo, aun justificados por la letra de la ley, parecen desmedidos cuando el Poder Judicial, marcado por controvertidas resoluciones, por decir lo menos, abrumado por rezagos colosales y expuesto por sus espléndidos emolumentos y prebendas, así como por su pretensión de no pagar impuesto sobre nómina ni el suministro de agua, gasta energía en cuestiones adjetivas muy lejanas de los grandes problemas sustantivos que en materia de derecho existen en el país.

Nos sentimos de ese modo inevitablemente reducidos al espacio y al ambiente de los cómicos que hacen chocar con gracia y sarcasmo el código penal en La tremenda Corte.

Los atropellos e injurias a los símbolos nacionales están en otras partes, a la vista de todos, en tanto no logremos un nuevo modelo de convivencia, con un verdadero estado de derecho.

La ley es letra y espíritu, es decir, intención de justicia. Si el poeta Sergio Hernán Witz Rodríguez difícilmente alcanzará la inmortalidad con la calidad actual de su obra, ya obtuvo notoriedad con una condena ridícula, más que simbólica, por lo que fue un exabrupto, no un delito.

Hay otros muchos casos en espera de verdadera justicia.

5 de mayo de 2008

Aún alternativa: veinticinco años del Centro Toluqueño de Escritores



Por Margarita Hernández Martínez

Como abril, mayo se anuncia lleno de celebraciones. Así, mientras algunos festejan el primer día con una sensación paradójica –la agenda en blanco en pleno día del trabajo–, otros recuerdan a las madres mexicanas –quienes, liberación femenina aparte, aún son las receptoras favoritas de planchas y lavadoras– y algunos más, a los maestros –cuya labor se encuentra permanentemente enturbiada por el desempeño del SNTE, los resultados de ENLACE y otros demonios profesionales–. De manera contrastante, entre estas fechas consagradas por la costumbre, un grupo de artistas se concentra alrededor de una fiesta marginal, casi subterránea: los primeros veinticinco años del Centro Toluqueño de Escritores.

Puesta en funcionamiento por Alejandro Ariceaga el 10 de mayo de 1983 –“en un día prácticamente incelebrable”, según Eduardo Osorio, su actual presidente–, esta organización cultural se propone captar, estimular y promover la actividad de numerosos escritores, esas “agujas perdidas” entre “incómodos y apabullantes montones de palabras de paja”. Para ello, ha procurado favorecer, a través de distintas vías de comunicación y difusión, la construcción de las tribunas –término que representa su época de formación: un momento de efervescencia, de toma de consciencia respecto con el oficio artístico– necesarias para remover el silencio y la indiferencia en torno a la literatura, pues, desde la perspectiva de su fundador, ésta proviene de una experiencia dialógica y dinámica: “el escritor vive y después trabaja sobre el papel en blanco, en espera de ser leído; más aún: ausculta las reacciones que suscita su obra en los demás. Es participativo. Está para consignar la vida, para señalar y proponer, para inducir estados de ánimo, para intentar cambios”.

Desde esta óptica vivaz y vigorosa, el Centro Toluqueño de Escritores ha consagrado sus esfuerzos a generar resultados concretos, los cuales se han extendido desde la emisión de sus Cuadernos –que, entre 1983 y 1987, a lo largo de dos temporadas y cuarenta números, lograron convertirse en un órgano de difusión y crítica que, visto a la distancia, acentúa el vacío de las publicaciones contemporáneas– hasta la concesión anual e ininterrumpida de las becas literarias más antiguas y con mayor tradición en el Estado de México. Éstas, conjugadas con sus talleres vespertinos (los lunes, de lectura; los miércoles, de poesía; los jueves, de narrativa), han arrojado como resultado poco más de 90 títulos de poesía, narrativa, crónica, ensayo, dramaturgia y prosa poética, muchos de los cuales se hallan ligados a algún autor galardonado con un premio nacional o internacional. Del mismo modo, este fondo editorial se ha enriquecido con la participación de Maricruz Castro Ricalde, Alberto Chimal, Luis Humberto Crosthwaite, José Luis Herrera Arciniega, Flor Cecilia Reyes, Sergio Ernesto Ríos, Félix Suárez, Enrique Villada y Eduardo Villegas.

No obstante, la trayectoria del Centro Toluqueño de Escritores se encuentra salpicada de altibajos. Tras enfrentar múltiples conflictos con diversas autoridades gubernamentales, se ha convertido en una asociación civil, lo cual implica una curiosa combinación de libertad, autonomía y problemas económicos difíciles de solventar, que, desafortunadamente, han mermado sus capacidades de autogestión. De manera paralela, el Centro ha tenido problemas para adaptarse a –y tomar provecho de– las nuevas tecnologías: basta visitar su página de Internet para observar la falta de actualizaciones oportunas.

De esta forma, el paso de cinco lustros se muestra propicio para la cosecha y el balance. Por un lado, resulta una excelente oportunidad para festejar con la publicación conmemorativa de veinticinco libros –nuevos y viejos, originales y antojolías– y de una antología de cuento breve, derivada de la producción, durante ocho años consecutivos, del Festival Internacional de Cuento Brevísimo: los Mil y un Insomnios. Por otro lado, supone la ocasión para un intenso ejercicio crítico: a una generación de distancia, ¿qué papel juega el Centro Toluqueño de Escritores en el ámbito de la cultura local y nacional? ¿Sigue cumpliendo con sus objetivos? ¿Requiere una renovación profunda? Desde un punto de vista amplio e incluyente, constituye todavía una alternativa de formación y de difusión literaria; sin embargo, la cuestión exige un análisis más exhaustivo. Para comenzar, recomendamos darse una vuelta por sus instalaciones y su librería, ubicada en la Plaza Fray Andrés de Castro, edificio A, local 9, en el centro de Toluca. Como en otros momentos, estamos seguros de que la mejor manera de celebrar es abrir los ojos: entregarse a la lectura y a la discusión.

* Texto correspondiente a la plana cultural del mes de mayo.

¡Bendita sea la madre que la parió y la patria que forjó ese monumento, reina hermosa! (diálogo por la supervivencia de lascivos y mirones)


Por José Antonio Romero Reyes

Jardiel Poncela: Lo más a que puede aspirarse de una mujer que tenga los ojos negros, azules o verdes es a que los ponga en blanco.

Periodista: (en voz muy baja) ¡Cállese, cállese! ¿No ve que somos vigilados?

J. P.: ¡Ah, caramba! ¿Con que ya tenemos al Gran Hermano en Mexiquito lindo?

P.: Para nada, señor. Nosotros lo tenemos mejorado: no necesitamos de costosos sistemas de espionaje, de cámaras ocultas e incorruptibles inquisidores; es más, logramos que la vigilancia, lejos de costosa, sea rentable.

J. P.: Eso sí que es ingenio. Seguro que no será egoísta y me compartirá el secreto.

P.: Desde luego. El secreto está en hacer leyes que nadie respeta. Por poner ejemplos, imagínese que inventamos una ley en la que multamos con mil pesos a quien tire basura en la vía pública o en la que clausuramos un sitio público donde se prohíba fumar. Mejor conservamos el caldo y decimos que lleva albóndigas. Para que me entienda bien, si alguien aplica la ley salimos perjudicados los dos (el multador y el multado), así que mejor hacemos un reparto equitativo y llegamos a un acuerdito.

J. P.: Mire qué ingeniosos e inteligentes son los mexicanos. Oiga, ¿y por qué dice que nos están vigilando?

P.: Ah, es que ahora debe tener mucho cuidado con sus ojos. ¡Por la nueva ley! (silencio expectante de don Jardiel Poncela) Nomás cheque lo bonito que se escucha: a partir del 8 de marzo del presente año –Día Internacional de la Mujer–, la Gaceta Oficial del Gobierno del Distrito Federal determina en la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia…

J. P.: ¡Pare, pare, licenciado!

P.: ¡No me interrumpa, por favor! ¿No ve que pierdo el porte y la inspiración? Sigo: será causal de sanción económica todo aquel ciudadano que profiera e incurra en la emisión de palabras y/o miradas lascivas e insinuantes… como quien dice, que vea a una dama de forma cochinota.

J. P.: ¿Me van a multar por decirle “mamacita” a una mujer que no sea mi sacrosanta progenitora?

P.: Así como lo oye.

J. P.: ¡Qué barbaridad! ¿Y quién vigilará que se cumpla tan humanitaria ley?

P.: Nuestro ínclito, galante y muy refinado cuerpo de policía.

J. P.: ¡Oh, muy bien! ¡Finísimas personas todos ellos! Estoy seguro de que harán muy bien su trabajo. Ya hacía falta que alguien se preocupara por la educación, los modales y las buenas costumbres. El problema está en que los ojos no me traicionen.

P.: Hay opciones, caballero. Por si las dudas, vaya siempre de lentes oscuros hasta para entrar al cine –por aquello del disimulo, ¿no?– o alegue que padece de tortícolis.

J. P.: Todo sea por el bien de la patria. Tendré que privarme de admirar la belleza femenina, de extasiarme en la contemplación de aquellas figuras sin arista, supremas creaciones de Dios, de sus progenitores o del cirujano plástico.

P.: No es para tanto, don Jardiel. El éxito está en saber disimular. Usted mismo lo ha dicho: hay dos sistemas para conseguir la felicidad: uno, hacerse el idiota; otro, serlo.

J. P.: Habrá que inventar el lujuriómetro. Qué resulta lascivo, en qué condiciones, con quién y hasta dónde, ¿no cree?

P.: O hacerse policía, por aquello de que si no puedes con el enemigo, únetele. O tener a la mano cien pesitos, por aquello de hombre prevenido que quiere llegar a un acuerdo mexicano. O bien, optar por los piropos inocentes: preferible ser tachado de inocente que de guarro; así, al menos, su cartera no pagará las consecuencias.

J. P.: Pues entonces celebremos esta gran iniciativa, que dignificará plenamente a la mujer. Me pregunto qué pasará con el galante arte del piropo.

P.: Lo resguardaremos como joya lúdica que trabajarán los especialistas y académicos o le haremos una página en Internet. Ya sabe que la cultura es mejor guardarla y protegerla antes que vivirla. (En voz baja, de nuevo) Se acerca una belleza, ponga usted su mejor cara de palo.

J. P.: Ni hablar. Benditas leyes de la hipocresía.



* Texto correspondiente a la plana cultural de mes de mayo.

** La fotografía que ilustra esta entrada es de Francesc Catalá Roca. La versión original puede verse aquí.

2 de mayo de 2008

El sutil arte de cazar lectores (reportaje robado)


Esta mañana, el periódico español El País publicó un reportaje acerca de las editoriales independientes que, ventas bajas y consorcios internacionales aparte, subsisten en la Península Ibérica. El panorama resulta enriquecedor e interesante, sobre todo por que invita a poner en balance el estado de las editoriales independientes en nuestro país, a unos cuantos días de haber sido aprobada la Ley del libro.

La nota original, ilustrada también con este dibujo bastante revelador, puede consultarse aquí.

Editar en los márgenes: el sutil arte de cazar lectores

Por José Andrés Rojo

Madrid - 02/05/2008

Hay datos suficientes para alarmarse. Algunos sostienen que el libro ha perdido ya su prestigio como camino privilegiado para llegar al conocimiento. Como entretenimiento, tiene demasiados rivales, y las nuevas tecnologías facilitan cada vez más el acceso a los contenidos audiovisuales. El lamento sobre el descenso de lectores viene de lejos y, periódicamente, un nuevo soporte tecnológico (ahora es el Kindle) amenaza al tradicional, el que está hecho de páginas. Con ese panorama, ¿hay alguien que pueda explicar la consolidación de tantos proyectos editoriales independientes en España? Un dato del reciente informe sobre la producción editorial de 2007, hecho por el Instituto Nacional de Estadística (INE), revela que la tirada media de los casi 64 000 títulos publicados es de 3 111 ejemplares. Tiradas menores, búsqueda de lectores concretos. Lo pequeño se impone.

Buena prueba de ello son las editoriales convocadas para este reportaje. Sus catálogos rigurosos, la presentación elaborada y pasión por el oficio les unen. No sólo eso. Son tantos los nuevos y pequeños editores que el criterio para elegirlos ha sido en esta ocasión su nombre. Periférica, Minúscula, Libros del Asteroide… Todas comparten desde su bautismo un campo semántico que remite a lo marginal.

“Conservamos intacta nuestra confianza absoluta en la potencia explosiva de la palabra escrita cuando entra en resonancia con la experiencia vivida”, dice Amador Fernández Savater. Es uno de los amigos que pusieron en marcha Acuarela (se fundó en 1999, ha publicado 28 títulos y da nombre también a un sello discográfico, una revista y un grupo de música), que ahora trabaja con la editorial Antonio Machado. No Irish, No Blacks, No Dogs, de Johnny Rotten (Sex Pistols) resume lo que persiguen: “Un relato en primera persona, una crítica radical de lo existente, una invitación a experimentar sin miedo fuera de lo conocido”. “Preferimos proponer libros sin recurrir a estridencias, casi en voz baja”, comenta Valeria Bergali, de Minúscula (2000; 40 títulos). “Esto no significa que renunciemos a ser ambiciosos”. Lo han sido. En su catálogo hay perlas como LTI. La lengua del Tercer Reich, de Victor Klemperer, o Las ciudades blancas, de Joseph Roth, e irán publicando los seis volúmenes de Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov.

Además de algunas editoriales independientes que ya han hecho historia como Anagrama, Tusquets o PreTextos, desde hace unos años hay otras muchas que se lanzan a la batalla del libro. Lengua de Trapo fue una de las primeras de esta nueva hornada. Le siguió Páginas de Espuma, y luego llegó el aluvión: Gadir, Nórdica, Barataria, Bartleby, Ediciones del Viento, Laetoli, Menoscuarto, Candaya, Global Rhythm, Cabaret Voltaire, Rey Lear, Melusina, Berenice, KRK, Bassarai, Abada, Katz, Marbot… En este mundo hace falta pasión, pero también importa hacerlo bien.

Es el caso de Libros del Asteroide (2005; 34 títulos), que consiguió poner en el mapa a un escritor como Robertson Davies con su Trilogía de Deptford y que, entre los españoles, ha rescatado El maestro Juan Martínez que estaba allí, de Manuel Chaves Nogales. “Rechazamos deliberadamente que lo nuevo sea necesariamente un valor en sí mismo y por eso proponemos libros que ya han sido leídos y disfrutados por multitud de lectores en otros países”, explica Luis Solano. “Son las pequeñas editoriales las que menos libros malos publican”, afirma Julián Rodríguez, de Periférica (2006; 24 títulos). “Porque su programación es tan corta que pueden elegir sólo lo mejor, lo más interesante, y porque su prestigio, aún en vías de consolidación, se fundamenta en la calidad constante”. Enrique Redel, de Impedimenta (2007; 10 títulos), insiste en una idea que comparten todos: “El culto por la estética es una especie de signo de los tiempos, y no somos ajenos a él. Creo que es por eso por lo que la mayoría de las nuevas editoriales cuidamos hasta la exasperación nuestra imagen de cara al público”.

Y entonces, llegamos a sus nombres. Porque desde ahí ya muchos definen el terreno que pisan. “Periférico como autónomo”, explica Julián Rodríguez recordando a Leonardo Sciascia, “es decir, como dueño de su propio destino”. Santiago Tobón, de Sexto Piso (2002; 65 títulos), lo cuenta así: “El nombre es una combinación entre una idea muy clara que siempre tuvimos del logo (un sujeto lanzándose desde un edificio) y una muletilla que utilizamos desde hace años entre nosotros: ‘Prefiero lanzarme de un sexto piso a…’. La intención de búsqueda permanente del riesgo implica emprender proyectos basados en el gusto y en la calidad literaria”.

Cierto espíritu suicida igual es necesario, pero la juventud de los proyectos, y de los propios editores, revela que sigue habiendo un público interesado en leer. Las tiradas de las primeras ediciones van de los 1 000 ejemplares a los 5 000 (en contados casos). La aventura es casi la de salir a buscar uno a uno a los lectores. Enrique Redel (Impedimenta) reconoce haber editado “rarezas” y “exquisiteces”, pero celebra haber apostado por los cuentos de Andrés Ibáñez. En Periférica el abanico es más amplio: clásicos y contemporáneos y una apuesta decidida por autores latinoamericanos desconocidos (Carlos Labbé, Yuri Herrera…), aunque sus cifras de venta sean “ruinosas”. De la variedad de caminos que explora da idea su exitoso empeño en dar a conocer las novelas del serbio Goran Petrovic y arriesgar con títulos como Memorias de un enfermo de nervios, de Daniel Paul Schreber.

“¿Quién le compra hoy a su hijo una enciclopedia en papel?”, se pregunta Solano (Asteroide), que considera que el libro ha perdido la batalla “por ser el primer transmisor de cultura”. Pero no ve mal el momento editorial de nuestro país: “Se leen más libros, de más calidad y mejor editados que nunca”. Julián Rodríguez apunta a otro sitio: “Hemos nacido en una época donde podemos ser editores sin ser ricos”. Lo permiten las nuevas tecnologías.

Eso sí, al libro electrónico no le tienen mucho temor. “El libro es muy práctico, está por demostrar que pueda haber algo mejor que el libro… para lectores”, dice Fernández Savater. Y Valeria Bergali: “El libro sobrevivirá, es casi perfecto. Y digo casi porque la perfección, dicen, no existe”.