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26 de noviembre de 2010

Biología transfigurada en En la jaula de las medusas, de Françoise Roy



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La literatura se inspira en todos los acontecimientos, desde la vida cotidiana hasta la antigua –pero cercana– mitología universal, pasando por la propia experiencia lectora. Sin embargo, una conexión entre el lenguaje poético y la terminología científica resulta inusual, sobre todo cuando posee bases sólidas y consigue transgredir los posibles límites de ambos códigos. Así, en este –aún reducido– panorama, destaca En la jaula de las medusas, un libro de Françoise Roy publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario.

Originaria de Quebec y residente en Guadalajara, Roy ha destacado como traductora, con un desempeño que la ha llevado a ser galardonada con el Premio Nacional de Traducción Literaria en Poesía. De manera paralela, ha sido colaboradora de numerosos suplementos culturales y ha recibido el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal. Mediante esta doble formación, no es extraño que posea la habilidad de trasladar un lenguaje que se distingue por su precisión con otro que depende, esencialmente, de su aliento libre y subjetivo. Así, En la jaula de las medusas reconcilia estas criaturas marinas, bellezas y venenosas, con un lenguaje de numerosas lecturas e influencias.

En dos secciones, que, a su vez, se fragmentan en episodios que viajan de la biología a la mitología, el libro ofrece una estilización simbólica de las medusas, que pasan de criaturas temibles a representaciones de figuras femeninas depredadoras, capaces de inocular su ternura y su ponzoña en los seres que las rodean. Así, la voz lírica, protagonista de estos versos, se interna en aguas infestadas de emociones para recrear una poesía de temores, de belleza y de horror, oscilante entre la iluminación y la fatalidad; entre metáforas de amor, maternidad y voracidad carnal.

Esta multiplicidad temática se refleja, en la misma medida, en un conjunto de variaciones formales que le confieren una viva pluralidad. Prosas poéticas, fragmentos científicos y versos de largas estrofas se conjugan para conformar una atmósfera particular, en la cual la sordidez y la pasión confluyen en seducciones, en una lectura reflexiva y emocional, decididamente conmovedora.


Françoise Roy, En la jaula de las medusas, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 169 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

23 de noviembre de 2010

Reinterpretaciones mitológicas en La caricia de la Esfinge, de Macarena Huicochea



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La mitología se ha constituido como el trasfondo de múltiples vertientes artísticas, desde la pintura hasta la literatura, pasando por esculturas que, a lo largo de los siglos, han conformado el ideal de perfección del cuerpo humano. Poblada de arquetipos y sensibilidades, también ha encarnado nuestras angustias y pasiones; miedos y deslumbramientos; ambiciones y caídas. Basta recordar la pesadez del trabajo cotidiano para pensar en Sísifo; calibrar la vanidad para convocar a Narciso; volar con alas falsas para caer estrepitosamente, a la manera de Ícaro.

Con este amplio bagaje, proyectado en nuestras glorias efímeras y nuestras debilidades más íntimas, Macarena Huicochea presenta La caricia de la Esfinge, un volumen publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Compuesto por treinta y cuatro ficciones breves, de alto contenido lírico, destaca por su abundancia en imágenes y criaturas mitológicas, las cuales aparecen transfiguradas gracias a la intimidad que les imprime la autora, quien proviene de una formación multidisciplinaria y ha destacado como guionista, conductora y productora de televisión.

De este modo, La caricia de la Esfinge permite explorar el otro lado de los mitos: piezas como “Esfinge” y “Gorgona” conceden la voz a las figuras mitológicas para insinuar sus deseos, complejizar sus acciones y humanizar la petrificación que los siglos han impuesto sobre ellas. Así, se levantan como mujeres ardorosamente libres, que exploran sus cuerpos y buscan una satisfacción más allá de los roles tradicionalmente femeninos. En consecuencia, disfrutan de una sexualidad contemplada como poder vital; es decir, como sendero de identidad entre ellas mismas y los otros y, al mismo tiempo, como posibilidad de equiparación con el mundo y con la inmensidad del cosmos.

A través de estos mitos transfigurados –actualizados o individualizados, según cada texto–, Huicochea también persigue sueños y fantasmas; escapa de los paradigmas mediante veneros oníricos de gran intensidad. Con un lenguaje que, en ocasiones, se aproxima a la poesía y al denso simbolismo de la alquimia, La caricia de la Esfinge se alza como una lectura enriquecedora, que invita a repensar tanto el papel social y personal de la mujer como la rigidez de los mitos, que cobran dinamismo cuando, finalmente, nos atrevemos a confrontarlos con nuestra experiencia cotidiana.


Macarena Huicochea, La caricia de la Esfinge, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 100 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

21 de noviembre de 2010

Una exploración del exilio en Cuaderno del 94, de Ricardo Bogrand



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- A lo largo de la historia, el exilio ha cobrado múltiples rostros, la mayoría de los cuales ha desembocado en la literatura. Desde el éxodo bíblico hasta las obras centradas en la inmigración –un flagelo que atenaza millones de existencias–, las letras han capturado la gesta, angustiosa por definición, de comunidades que abandonan su lugar de origen para probar nuestra natural condición de extranjeros. En este marco se encuentra Cuaderno del 94, un libro de poemas de Ricardo Bogrand que, con un aliento hondamente contemporáneo, relata líricamente el regreso –en algunos versos, luminoso; en otros, imposible– al terruño perdido.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, Cuaderno del 94 se encuentra animado por un espíritu esencialmente narrativo; sin embargo, se constituye por poemas plenos de música y de símbolos, los cuales manifiestan el oficioso manejo del lenguaje que posee su autor. Centrados en el año de un doloroso retorno a El Salvador, lugar de origen de Bogrand, se detienen en las consecuencias del exilio: la transformación del tiempo, la modificación de los espacios, la pérdida de identidad y la ausencia absoluta de recuperación de estos elementos.

De esta manera, el libro –conformado por poemas escritos en San Salvador, Xalapa y San Cristóbal de las Casas– se decanta entre textos que convocan la vida nueva, en contraste con el peso de los muertos y las víctimas del ostracismo; con la densidad de la historia, ensangrentada por la guerra civil, y la nostalgia, empañada por la fluctuación de memoria. No obstante, sus complejas redes temáticas poseen una extraordinaria fluidez, que se vislumbra en estrofas largas repletas de imágenes rápidas, contundentes y perfectamente hiladas, a las cuales se une la ausencia de signos de puntuación, que le confiere un aura de absoluta libertad.

Ésta también se observa en tres rasgos simbólicos que se repiten a lo largo del poemario: los pájaros, que transmiten desde la paz hasta la dramática caída de los seres alados; el mar, que convoca las raíces vagas, mudables y generosas, y el otoño, que representa las conversiones de la materia –tanto vegetal como humana– y la inevitable caducidad. Del mismo modo, destaca la aparición recurrente de mujeres que, desde diversos ángulos, se levantan como la dulzura de la patria, y del color verde, que, más allá de su significado esperanzador, se revuelve para contrarrestar los matices de la muerte.

Así, Cuaderno del 94 destaca como un volumen colmado de emociones, en la absoluta honestidad que permite la oscuridad del desarraigo. Con pasajes de profunda emotividad y versos de aliento estremecedor, es un firme testimonio de aquellos que sienten que “hasta el derecho / de leer los gorjeos [han] perdido”.


Ricardo Bogrand, Cuaderno del 94, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 64 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

20 de noviembre de 2010

La exactitud de la incertidumbre en Vértigos, de Adán Medellín



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Con frecuencia, la literatura se vuelca alrededor de nuestras obsesiones. Así, se convierte en una radiografía de la condición humana, signada por las dudas y el temor; por la pasión y la incertidumbre. Con un aliento que viaja de la afirmación a la exploración, el cuento se transforma en un vehículo ideal para involucrarse en estos temas: su brevedad, sumada a su flexibilidad para trasponer los límites del tiempo y del espacio, ofrece una visión tensa o serena; particular o universal, de las fijaciones con las que propios y extraños gozan o se atormentan.

En esta atmósfera se ubica Vértigos, un volumen narrativo de Adán Medellín publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Constituido por diez cuentos, poseedores de una fuerza que intriga y seduce, este libro recurre a la agudeza literaria para sumergirse en los entresijos de la mente humana y trastocar algunas fibras incómodas, que pueden paralizar, enloquecer o aliviar tanto a los personajes como a los lectores.

De esta manera, Vértigos conjuga el erotismo, el género policiaco, la ciencia ficción, el humor y una lluvia de imágenes perturbadoras, de impasibilidad altamente contrastante, con una prosa de gran precisión, que, en ocasiones, se aproxima a la poesía. A través de estos recursos, la muerte, el cuerpo, la sexualidad y la enfermedad encarnan la búsqueda original de las obsesiones; es decir, el sustrato primitivo en el cual se asientan el miedo como revelación; el pánico como toma de conciencia absoluta; la escritura como un acto de confrontación y evasión; la risa frente a los propios defectos, más allá de la pasión y la caída.

Con un estilo denso e impecable, sin petulancias ni pirotecnias verbales, Vértigos indaga, también, en los titubeos entre lo sagrado y lo profano, mediante los cuales sus personajes procuran encontrar la purificación antes de vencerse por completo. Así lo suscriben, desde el inicio, los epígrafes de Cesare Pavese y Joseph Roth, que convocan la inminencia del abismo que nos puebla; la imposibilidad de resguardar nuestros secretos, pues se revelan en los umbrales que encarnan los demás.

De este modo, mediante personajes estructurados alrededor de la carencia, historias de amores imposibles y diálogos entre el cuerpo humano y sus descomposiciones, Vértigos se erige como una lectura tan intrigante como placentera, que no dejará indiferentes a sus posibles lectores.


Adán Medellín, Vértigos, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 106 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

3 de noviembre de 2010

Una voz confirmada: Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul, de José Luis Herrera Arciniega



Por Margarita Hernández Martínez


Dice Pedro Salvador Ale (Jujuy, 1953), uno de los poetas y editores más prolíficos de nuestra entidad, que, en la literatura, toda tentativa de reescritura –sea la elaboración de una antología; sea la supervisión de una reedición expurgada– constituye un alto en el camino artístico: una oportunidad para identificar temas obsesivos, reafirmar tendencias recurrentes y consolidar la mitología personal, esa sucesión de símbolos y representaciones que perfilan las afinidades íntimas entre un conjunto de textos. Dijo Juan Rulfo (Sayula, 1917 - Ciudad de México, 1986), uno de los cuentistas más propositivos y consistentes del siglo XX, que corregir es siempre recortar: abandonar la pirotecnia verbal a favor de las expresiones justas; expulsar el peso de la vacuidad para que brille la sencillez de las palabras.

Así, desde una perspectiva crítica –mediante la mirada ajena, pero comprometida– o desde una óptica individual –a través de los deseos y las percepciones propias–, volver sobre los pasos literarios implica un deliberado ejercicio de depuración, atemperado por un aliento de revisión, de contraste y de reformulación; de emprender el registro de las conversiones entre la voz del autor –esa entidad concreta y finita– y los ojos del lector –esa conciencia móvil e inevitablemente temporal–. Este ánimo se respira, de manera justa y serena, entre las páginas de Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul, de José Luis Herrera Arciniega (Tasquillo, 1962).

Quizás uno de los prosistas más relevantes del Valle de Toluca –no sólo por la constancia y la calidad de su trabajo, sino por la variedad que ha asumido a lo largo de veintiséis años, en los cuales se ha decantado por el periodismo, la crónica, el ensayo, la novela, el cuento y la minificción–, el también Becario del Centro Toluqueño de Escritores ofrece un volumen que, por una parte, representa un replanteamiento enriquecido de El Conejo Azul: crónicas para duendes; por otra, encarna un intento de exclusión y reescritura que, de modo casi imperceptible, desemboca en un aliento de mayor madurez, tendiente a solidificar sus huellas de identidad a través de la exposición de un rico mundo de referencias que convocan, en igual medida, tanto la presencia de la cultura de masas como la descripción del mundo personal.

De esta manera, el aliento tenuemente infantil que predomina en el libro original –conformado por doce cuentos de extensión mediana, centrados en los pequeños asombros de la vida doméstica y enlazados con una serie dedicada a los ascensos por la Peña Partida, ubicada en Hidalgo– se transforma en una confluencia de relatos signados por un sentido renovado de la unidad. La sustitución de algunos textos por otros, sobre todo al inicio del libro, le confiere un significado más cercano a la preservación emotiva de la memoria que al simple recuento de los días. De hecho, a diferencia de las propuestas que predominan en la narrativa contemporánea, las cuales se estructuran alrededor de la experimentación formal –simbolizada en la constante metamorfosis de los narradores y en la desarticulación del tiempo y el espacio–, la voz de José Luis Herrera Arciniega prefiere destacar el valor de la anécdota, en oposición con la trepidante impasibilidad del presente.

Así, los cuentos de Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul giran en torno al descubrimiento y a la construcción de un mundo propio, desde un punto de vista íntimo y caluroso, salpimentado por toques de humor que, aun a riesgo de perder sus referentes –dentro de algunas décadas, ¿quién recordará a los tranvías?, ¿quién sentirá tanta compasión por los pájaros citadinos?, ¿quién memorizará los nombres de la tradición familiar?–, resumen las veloces contradicciones del mundo contemporáneo. Para lograrlo, recurre a narradores que superan la acrobacia retórica y desembocan en un lenguaje sencillo –pero no exento de alusiones poéticas: lo confirma la tierna personificación de duendes y pingüinos–, pleno de desviaciones conversacionales que, al mismo tiempo, devuelven el hecho literario a su vertiente oral, espontánea y primigenia. Como resultado, el discurso adquiere una familiaridad cautivadora, suspendida entre la nostalgia y la alegría; entre la precisión del recuerdo y la limpia vaguedad de las emociones.

Desde otra perspectiva, la condición reescritural de Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul es una invitación para sondear en las distancias y las conexiones que caracterizan el amplio corpus narrativo de José Luis Herrera Arciniega. Por ejemplo, Los taches de Dolores y otros estudios de género –el libro de cuentos que antecede a esta reformulación de El Conejo Azul: crónicas para duendes– explora la visión moderna del amor desde un enfoque cáustico y descarnado, ajeno a toda complacencia romántica. De este modo, también accede a otras formas narrativas, como la minificción, cuya brevedad permite configurar voces provistas de la contundencia de un balazo. Sin embargo, en algunos de estos relatos pervive un acento de dulzura, precisamente relacionado con la prolongación y la relectura de los personajes centrales de Danza rota –la primera novela de este autor, después galardonado con la Presea Estado de México José María Cos en 2001–, inspirados, a su vez, en las canciones de Litto Nebbia (Rosario, 1948) y Gustavo Cerati (Buenos Aires, 1959).

Por su parte, en La reina de nieve y otros cuentos predomina una versión desintegrada del mundo, particularmente en las concentraciones urbanas que, de modo provocativo y falaz, pretenden englobar una cotidianidad dispersa. De nuevo, estos rasgos se propagan por la esfera formal; así, las referencias literarias conviven con actas legales, fragmentos de canciones y jingles de televisión; con personalidades como Cary Grant, Pink Floyd y Gloria Trevi. En consecuencia, los narradores contrastan los sobresaltos de la realidad con los previsibles alcances de la ficción; la fugacidad del presente con las posibilidades reestructurales de la evocación. Éstas también se vislumbran en Con diez años de menos y Rey de nada, pues plantean, de manera precisa y desenfadada, los estragos provocados por “la sensación de haber llegado tarde”, tanto a las vivencias intransferiblemente personales como a la fundación de la sociedad que las enmarca.

En efecto, la obra de José Luis Herrera Arciniega puede situarse en la aprehensión individual de un conjunto de lugares comunes, los cuales se convierten en sujetos de debate desde el valor de los sucesos cotidianos. La política, el arte, el amor, la muerte y el titubeante impulso de la juventud vuelven obsesivamente sobre sus páginas, las cuales sostienen una relación tensa y nutritiva con acontecimientos como la Revolución Cubana, la Matanza de Tlatelolco y el asesinato de Salvador Allende y, en paralelo, con casos tan particulares como el consumo de un cigarrillo, la adopción de una mascota y el encuentro y la separación de los amantes.

En última instancia, esta variedad de elementos han contribuido a la formación de una voz con solvencia y tesitura propias; a la articulación de un discurso que, según demuestra el transcurso de las décadas, resulta decisivo para la vitalidad del panorama literario mexiquense, que él mismo ha pugnado por definir. De esta manera, el ganador del Premio Estatal de Narrativa comprueba que todo acto de escritura es un método de acción, una vía para construir y transformar al mundo, desde la trinchera personal hasta la conmoción del universo; desde el primer instinto literario hasta la tentación de la reformulación.


Herrera Arciniega, José Luis (1984), Con diez años de menos, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
______ (1987), Rey de nada, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
______ (1993), La reina de nieve y otros cuentos, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca.
______ (1997), Danza rota, Presencia Mexiquense, Toluca.
______ (1999), El Conejo Azul: crónicas para duendes, Presencia Mexiquense, Toluca.
______ (2007), Los taches de Dolores y otros estudios de género, Ediciones Latitanza, Toluca.
______ (2010), Goyo el Gato y el regreso del Conejo Azul: crónicas con duendes, Presencia Mexiquense, Toluca.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a octubre de 2010.