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20 de diciembre de 2009

Declaración de patria (ensayito robado)


Desde su trasfondo humano, el arte es patria común. Por esta razón, compartir estos fragmentos de sensibilidad crea un aura íntima que, justo en estos momentos, estoy disfrutando mucho. Sin embargo, en algunos ambientes, hablar de arte significa extender una temblorosa nómina de autores, incapaz de sostenerse más allá de atalayas, defensas críticas y comentarios al vuelo. Oscilante entre ambos extremos, Leila Guerriero propone este ensayo breve, que aspira a destacar la sutil declaración individual que subyace en cada una de nuestras preferencias artísticas.


El lenguaje mudo


Piensa esto: piensa que lo primero que supo acerca de los libros fue, allá en la infancia, que así como había baños para niñas y baños para niños, había libros para niñas –Mujercitas– y libros para niños –Colmillo blanco, El faro del fin del mundo–, que eran, precisamente, los libros que ella leía y que despertaban, en los adultos, una mirada de caritativa sospecha, como si leer libros sobre fareros y hombres en tierras de lobos pudiera convertirla, a ella, en farero, en hombre, en lobo. Piensa eso la mujer en el vagón del metro mientras intenta ocultar la portada del libro que lleva sobre la falda. El libro es de una autora respetable –Melissa Bank–, pero tiene un título sospechoso –Manual de caza y pesca para chicas– y la mujer no quiere que nadie crea que ella es lo que ese título podría sugerir: una mujer en busca de marido siguiendo, para eso, las indicaciones de un tomo de autoayuda. En la infancia, piensa, era más fácil: había libros para niños y libros para niñas, y el que leía mucho podía parecer un poco raro, pero la lectura no era –además de un placer– especulación, carnet de club: señal de pertenencia.


***


Todo lector es dueño de un lenguaje encriptado que delinea las fronteras de su reino. En ocasiones ese lenguaje es fácil de entender y las fronteras del reino casi obvias: no es lo mismo decir Paulo Coelho que Mario Levrero; Sidney Sheldon que John Banville; La fortaleza digital que Yo el supremo; Isabel Allende que Grace Paley. Pero en ocasiones el lenguaje se pone muy sutil y entonces tampoco es lo mismo decir El palacio de la luna, de Paul Auster, que El libro de las ilusiones, de Paul Auster; ni decir Coetzee que Sándor Márai; ni decir Salinger y Bukowski que DeLillo y Pynchon; ni decir Pedro Páramo que Cien años de soledad.

La mujer del vagón tiene su propio lenguaje encriptado, pero se pregunta si será o no un prejuicio pensar que no hay excepciones a la regla que dice que nada bueno puede esperarse de quien responda “Juan Salvador Gaviota” a la pregunta “¿Cuál es tu libro favorito?”.


***


Alguien parece interesante. De pronto dice: “¿Leíste El Código Da Vinci?”.

Alguien parece interesante. De pronto dice: “Estoy descubriendo a un autor buenísimo. Se llama Paul Auster. ¿Lo conocés?”.

Alguien se asombra: “¿Hermann Broch? ¿No será Brecht?”.

Alguien tiene una enorme biblioteca de libros fabulosos y se nota, enormemente, que jamás ha tocado uno solo de todos esos libros fabulosos.

Alguien, en medio de una reunión banal, siente, de pronto, necesidad de declamar no soy de aquí, no pertenezco, y contrabandea nombres como Georges Perec, Stefan Zweig, Yasunari Kawabata, y tuerce la boca con desprecio cuando alguien dice Murakami.

Alguien deja sobre la mesa de la sala, simulando una pila casual, una novela de Bolaño, un cómic de Art Spiegelman, dos ejemplares del New Yorker, un libro de fotos de Diane Arbus.

Alguien responde, a la pregunta por su libro favorito, El cazador oculto. Alguien piensa que es una respuesta obvia: un típico título de principiante.

Alguien responde, a la pregunta por su libro favorito, El país de las sombras largas, y alguien piensa Ada o el ardor, pero no dice nada, y sonríe, y siente que está bien: que no le importa.

Alguien entierra, tapia, esconde sus libros para salvarlos de la perdición: del fuego.

La mujer, ahora, se pregunta en qué momento los libros se transforman en banderas: en declaraciones de principios.


***


Libros, instrucciones de uso: declarar en público que no se ha leído el Ulises y mucho menos En busca del tiempo perdido (eso, que era antes inconfesable, ahora se lleva mucho porque habla a las claras de alguien que ha leído tanto que puede declamar esa ignorancia sin ser tildado de bestia). No decir nunca nada malo sobre La conjura de los necios, de John Kennedy Toole (la misma regla es válida para cualquier título de Hunter Thompson, si se está en compañía de periodistas jóvenes). Evitar las siguientes discusiones, por peligrosas, con parejas queridas o amigos entrañables: a favor o en contra de American Psycho, de Breat Easton Ellis; a favor o en contra de Las partículas elementales, de Michel Houellebecq; a favor o en contra de Las correcciones, de Jonathan Franzen; a favor o en contra de Las benévolas, de Jonathan Littell. Mencionar, en cualquier reunión, al menos una vez a Berger, a Sebald, a Pessoa. Decir, cuando se tenga ocasión, que Sándor Márai es aburrido. Decir, con la vista perdida en el fondo de un vaso, que Truman Capote era manipulador. Decir, con un suspiro, que las novelas de Cortázar envejecieron mal, pero que en cambio, ah, sus cuentos.

La mujer se pregunta por qué todos los fotógrafos argentinos parecen haber leído Zen en el arte del tiro con arco, del alemán Eugen Herrigel; todos los arquitectos chilenos a Rimbaud; todos los músicos latinos a Castaneda. Se pregunta de dónde vienen, en qué momento se aprenden esas reglas.


***


Sea como fuere, esto sucede una y otra y otra vez: la felicidad infantil de sumergirse en una conversación inesperada con un completo desconocido para descubrirse, horas después –y bajo toneladas hipercalóricas de “¿Leíste a tal?” “¡Sí! ¿Y leíste a tal?” “¡Sí! ¿Y leíste a tal?”– pensando que ese, sí, es el comienzo de una gran amistad.

Y, sea como fuere, esto sucede, una y otra y otra vez: la felicidad íntima de coincidir en Lorrie Moore, en Julio Ramón Ribeyro, en Rohinton Mistry, en Scott Fitzgerald, en los siete pilares y en toda su sabiduría y entender –una y otra y otra vez– que todos esos libros no son una lista arbitraria de amores y rechazos, una demostración de habilidades, la insidiosa bruma de un prejuicio, sino la contraseña que permite reconocer a otro habitante de una patria terca en la que, de todos modos, nunca ha vivido mucha gente. Y quizás, piensa la mujer, por eso importa. Porque los libros son una forma de decir no me confundan. Esta soy yo. En estas cosas creo. Esta es mi patria.



* La versión original de la imagen que acompaña a esta entrada también puede verse aquí.

15 de diciembre de 2009

Un recorrido por la plástica mexicana en el Museo de Arte Moderno


Forjadora de identidad, la plástica mexicana contemporánea constituye el resultado de un largo recorrido, desde la imitación de las tendencias europeas hasta la interpretación de la realidad nacional a través de una óptica cosmopolita. Así, ha saltado de la visión particular -el paisaje autóctono y concreto- a la aspiración universalista -la representación de conceptos abstractos-. En el camino, se ha aliado con tendencias políticas, creencias religiosas e innovaciones estéticas; de esta manera, se ha desarrollado en un panorama de insospechadas riquezas. La colección permanente del Museo de Arte Moderno del Estado de México recoge algunas de ellas; por ello, reproducimos el siguiente comunicado y los invitamos a conocer este espacio.


Un recorrido por la plástica mexicana
en el Museo de Arte Moderno


Toluca, Estado de México.- El Museo de Arte Moderno del Estado de México, adscrito al Instituto Mexiquense de Cultura, se concibe, ante todo, como un espacio en movimiento. De esta manera, no sólo da cabida a numerosas exposiciones temporales –que expresan, además, los vaivenes del arte contemporáneo–, también renueva periódicamente el contenido de sus salas permanentes. Así, con el montaje alternativo de 80 obras pictóricas en distintas técnicas y formatos, ilustra un conjunto de miradas –plurales, agudas y contrastantes– alrededor del mismo suceso: la interpretación y la crítica de la realidad mexicana, desde la Revolución hasta finales del siglo XX.

Este interesante recorrido abarca las tres primeras salas del citado recinto museográfico y ofrece un espacio de confluencia entre los estilos y las tendencias más representativas de la plástica actual. De este modo, comienza con una serie de piezas naturalistas y románticas, en las cuales se percibe la influencia europea en el arte nacional, específicamente en aquél surgido en la Academia de San Carlos.

Con paisajes, retratos e imágenes costumbristas de pintores tan importantes como Gerardo Murillo, Germán Gedovius, Alfredo Ramos Martínez, Fermín Revueltas y Roberto Montenegro, esta primera sala construye un panorama de óleos religiosos, filosóficos y simbólicos, cuya gran belleza figurativa se acerca más a la exploración de la técnica que a la profundización en los temas.

Sin embargo, el advenimiento de la Revolución motivó a los artistas mexicanos a involucrarse con la difícil realidad circundante. En consecuencia, la plástica nacional entró en un periodo de exploración y confrontación, que se extiende hasta mediados del siglo XX e incluye una variedad de corrientes abstractas y expresionistas.

Así, la segunda sala concentra las aportaciones de Julio Castellanos, José Revueltas, David Alfaro Siqueiros, Manuel Rodríguez Lozano y María Izquierdo. Al fondo de la sala, destacan dos óleos que resumen las oscilaciones entre la tradición y la renovación; entre el apego a los temas folclóricos y el descubrimiento de nuevas manifestaciones plásticas: se trata de Ofrenda, de Francisco Goitia, y Coloquio entre la niña y la Muerte, de Gabriel Fernández Ledesma. Con su óptica renovadora, su empleo del color y su tratamiento temático, ambos desvelan una concepción contemporánea de la identidad mexicana, que se consolida en los trabajos reunidos en la tercera sala del Museo de Arte Moderno.

En ella, las propuestas de Pedro Coronel, Raúl Anguiano, Juan Soriano, Francisco Toledo, Ricardo Martínez, Olga Costa y Guillermo Ceniceros conforman una especie de collage en el que se funden la reflexión y la creatividad; el imaginario artístico más antiguo –signado por la presencia de flora, fauna y habitantes locales– con la transformación inventiva de estos elementos. Paralelamente, las esculturas modifican su volumen para saltar de las figuras realistas a los experimentos abstractos.

Estas innovaciones escultóricas se encuentran, también, en el exterior de las salas, flanqueadas por el llamativo e impresionante Periplo plástico, un mural de Leopoldo Flores que, con una altura de nueve metros y una superficie de 1 100 metros cuadrados, recorre la historia de la humanidad. No obstante, estas obras se encuentran inscritas en el programa Discapacidad y cultura; así, no están destinadas únicamente a la contemplación visual. Se trata de un acervo que se puede palpar; por lo tanto, ofrece diversos tamaños, formas y texturas, los cuales se complementan con cédulas escritas en Sistema Braille.

Con estos rasgos, el Museo de Arte Moderno del Estado de México (ubicado en Boulevard Jesús Reyes Heroles 302, delegación San Buenaventura) plantea los criterios didácticos que rigen su estructura. Mientras el orden cronológico de las salas permanentes permite percibir los cambios en el arte de nuestro país, Periplo plástico los vincula con los orígenes de la humanidad y las áreas tiflológicas posibilitan el acceso a los visitantes con capacidades diferentes. De este modo, aspira a involucrarse con distintas clases de público, desde los jóvenes hasta los historiadores del arte. Así, se ha convertido en un foro excepcional, encaminado a revelar los logros creativos de la experiencia humana.







Vistas de Periplo plástico, de Leopoldo Flores,
en el Museo de Arte Moderno



Una escultura femenina;
al fondo,
Ofrenda, de Francisco Goitia

13 de diciembre de 2009

La variedad de la vida, en el Gabinete Zoológico del Museo de Antropología e Historia


A pesar de las transformaciones en su concepción de fondo, los museos siguen siendo una caja de sorpresas. A veces solitarios y abandonados, a veces poblados y efervescentes, continúan asombrando a quien se atreve a mirarlos con ojos renovados. Puede ocurrir con una sala, con una obra de arte, con un vestigio de otros tiempos, con una brizna de luz sobre la superficie. Por eso, es interesante revisar los aspectos más interesantes de algunos museos del Estado de México, esos cercanos desconocidos que, entre paredes e historia, resguardan memorias impensables. A continuación, un comunicado sobre el Gabinete Zoológico del Museo de Antropología e Historia, quizás una de las salas más apabullantes de este tipo de espacios.


La variedad de la vida, en el Gabinete Zoológico
del Museo de Antropología e Historia


Toluca, Estado de México.- El Museo de Antropología e Historia del Estado de México, adscrito al Instituto Mexiquense de Cultura, se distingue por la variedad y la riqueza de su acervo permanente. Así, abre sus puertas con un impresionante panel de imagen e identidad, conformado por 120 fotografías que despliegan un magnífico muestrario de los pueblos, paisajes, tradiciones y expresiones culturales más representativos de la entidad. Posteriormente, sus salas configuran una retrospectiva de las civilizaciones prehispánicas que se desarrollaron en el territorio estatal, seguida de un panorama general de la Colonia, la Independencia y la Revolución.

Entre sus más de 10 mil piezas, destacan dos colecciones montadas en el Gabinete Zoológico, una sala de pequeñas dimensiones dotada de características que invitan a la curiosidad, la imaginación y la fantasía. Inaugurado en septiembre de 2006 y concebido como una metáfora de los primeros museos de nuestro país, se inspira en una visión del espíritu científico del siglo XIX, signado por la tendencia a explorar la totalidad del universo para comprender cada una de sus partículas.

De este modo, engloba un gran conjunto de 2 mil 500 especies animales, desde diminutos insectos hasta imponentes mamíferos, pasando por diversas clases de aves y reptiles. La mayoría de estos ejemplares se hallan disecados; sin embargo, algunos se encuentran conservados en distintos tipos de resinas y soluciones acuosas.

En el centro de la sala destaca un extraordinario esqueleto de elefante, cuyo tamaño contrasta con las reducidas dimensiones de otras especies. Alrededor, en plataformas de madera policromada, un grupo de pavorreales asiáticos despliega la gracia y el colorido de sus crestas, mientras que gansos africanos, cisnes europeos, gallos sudamericanos y águilas mexicanas muestran la longitud y la belleza de sus alas.

De la misma manera, el Gabinete Zoológico abriga ocho especies de búhos, desde la lechuza real hasta el tecolote llanero, y cinco clases de garzas y de halcones, en las cuales se observan las sorprendentes variaciones de una misma estructura física. Paralelamente, destina un espacio a las aves en peligro de extinción, como las codornices moctezuma, y a las especies ya consideradas desaparecidas, como el carpintero imperial.

Con un enfoque similar, las vitrinas del Gabinete Zoológico se llenan de la sutileza de centenares de mariposas, tanto diurnas como nocturnas. Poseedoras de formas, colores y texturas que evocan la hermosura de la naturaleza, también desempeñan un papel relevante en la historia prehispánica, pues algunas funcionaron como representación de Xochiquetzal, diosa del amor, y de Itzpapálotl, diosa de la pasión carnal.

Más allá del aire, la sala se adentra en las maravillas del océano; así, recoge un amplio muestrario de estrellas, corales, peces, caracoles y tortugas, que conviven con anfibios, lagartos y otros reptiles raros, como salamandras y ajolotes. Además, sus quince especies de serpientes trazan un mapa de la fabulosa biodiversidad mexicana, una de las más valiosas del mundo.

Por otro lado, el Gabinete Zoológico resguarda un catálogo de mamíferos en el que el esplendor de la biología se reúne con las curiosidades que producen algunos de sus errores. De esta manera, mientras consagra uno de sus exhibidores al asombroso proceso de gestación del ser humano -consecuencia de una larga e interesante transformación evolutiva-, también expone el embrión de un cerdo con dos narices, entre otras especies anómalas.

Finalmente, vale la pena recordar que este espacio constituye el resultado de la combinación de dos colecciones, que pertenecieron a Raúl Colín y Luis Camarena González, dos de los taxidermistas más importantes del Estado de México. Así, el mar, el cielo y la tierra conviven con piezas de gran valor histórico y estético, como el panhuéhuetl monumental, originario de Malinalco, y la escultura de Ehécatl, proveniente de Calixtlahuaca.

Durante estas vacaciones, sorpréndete con la variedad de la naturaleza y no dejes de visitar el Gabinete Zoológico del Museo de Antropología e Historia del Estado de México, que se encuentra abierto al público de martes a sábado, a de 10:00 a 18:00 horas, y los domingos, de 10:00 a 15:00 horas. Además, puedes aprovechar para conocer los museos de Culturas Populares y de Arte Moderno, que también se incluyen en el Centro Cultural Mexiquense, ubicado en Boulevard Jesús Reyes Heroles 302, delegación San Buenaventura, en las afueras de Toluca.





Vistas generales del Gabinete Zoológico





Vistas cercanas de las aves del Gabinete Zoológico



5 de diciembre de 2009

Viento nocturno: veinticinco años de poesía en el Valle de Toluca


Por Margarita Hernández Martínez

Dueña de una larga tradición antológica, la poesía del Valle de Toluca ha madurado entre la melancolía decimonónica y las contradicciones posmodernas. Lejana del aliento provinciano y –al mismo tiempo– del trepidante ritmo de las vanguardias urbanas, oscila entre la solidificación y el derrumbamiento del lenguaje; entre la reflexión, derivada del constante contacto con las propuestas literarias de la Ciudad de México, y la exclamación, emanada de las tendencias, todavía insuperadas, de siglos anteriores. De este modo, se inclina –en proporciones semejantes– hacia el debate y el desahogo; hacia la prolongación y la ruptura de las tradiciones líricas.

Entre estas bifurcaciones se sitúa No aceptamos ser iguales: 25 años, 25 poetas, una antología de doble propósito preparada por Sergio Ernesto Ríos. Por un lado, celebra el 25° aniversario del Centro Toluqueño de Escritores, probablemente la asociación civil vinculada con el arte más antigua y estable del Estado de México. Por otra parte, expone un centenar de poemas que, por su belleza o su capacidad para sintetizar el tiempo, el espacio y la visión de sus autores, manifiestan las preferencias estéticas que se han conglomerado en torno a este organismo. Así, despliega un cuarto de siglo de experimentación con la palabra, que abarca desde la fundación de la poesía local contemporánea hasta las posibilidades de renovación del género.

Inevitablemente deudor de Literatura del Estado de México, de Alejandro Ariceaga –esa antología célebre por su ambición histórica, incluyente y universalista, pero criticada por su aparente carencia de método–, No aceptamos ser iguales puntualiza sus límites desde las primeras páginas, impregnadas, por lo tanto, de preguntas a futuro. Aunque la selección de los autores no constituye sorpresa alguna, pues comprende a los becarios del Centro Toluqueño de Escritores en la categoría de poesía –sumados a los ganadores del Premio Tolotzin, convocado en 1983, y del Premio Estatal de Poesía Joven José María Heredia y Heredia, fallado veinte años después–, su repertorio literario ofrece asombros y sobresaltos.

En primera instancia, el volumen se concentra en los libros publicados tras la conclusión de las becas correspondientes; así, recoge la versión inicial de poemas que, sumidos en el impetuoso oleaje de las reediciones, han pasado por numerosas metamorfosis, desde la estructura hasta la disposición de los versos. No obstante, este regreso a los orígenes desemboca en una intensa interacción entre estilos y modalidades del lenguaje que, según señala Ríos, funciona como “retrato de lo heterogéneo, de lo diverso, de lo opuesto”.

Alrededor de esta idea, el también autor de Piedrapizarnik articula un conjunto de apreciaciones críticas que terminan por definir la identidad de la antología: después de examinar los vaivenes de la poesía toluqueña, se percibe la ausencia de “una identidad análoga o regional”, puesto que los textos, despojados de “referentes inmediatos” y “anécdotas tangibles”, “tienden a la introspección, al recorrido interior, a la inventiva bajo la superficie”. En consecuencia, saltan de registros lingüísticos decantados a usos híbridos y propositivos, de esquemas rígidos como el soneto a construcciones libres como la prosa poética, de temas paradigmáticos como el amor a controversias recientes como la concepción moderna de la democracia. Esta acumulación de disparidades revela la voluntad personal que rige a la creación poética en el Valle de Toluca. Por estos motivos, a los ojos de Ríos, genera “caracteres ensimismados”, destinados a contemplar “faunas cerebrales”. Para reforzar esta premisa, basta recordar algunas líneas de José Alfredo Mondragón: “alguien pasa la noche / embebido en un diálogo con su esqueleto / haciendo arqueología con sus sueños”.

Sin embargo, más allá de esta notoria pasión por las variedades y las conjunciones, la selección poética de No aceptamos ser iguales oculta sus criterios: pocas veces recurre a los poemas mejor logrados o más representativos de los autores, lo cual trasluce una investigación apresurada y restringida. De esta manera, no consigue trascender su naturaleza de lectura individual; tampoco logra rebasar su condición de simple antojolía. Aunque las páginas se dejan recorrer con placer y ligereza, no quedan claros los sentidos de inclusión y exclusión textual; al contrario, parece que se agrupan alrededor de un gusto particular, definido por una inclinación formal y cosmopolita.

Empero, esta característica no produce, necesariamente, un ejercicio de revisión y reescritura de mala calidad; de hecho, constituye el corazón de las antologías personales. Quizás para pulir el pasado y evitar la tentación del séptimo libro –el sexto, Las vestales del naranjo, todavía permanece inédito–, Félix Suárez presenta También la noche es claridad. Antología poética (1984-2009), volumen que depura, condensa y reconstruye veinticinco años de una trayectoria escritural determinada por la brevedad, la contención emocional y la inspiración clásica, desplegada tanto en un puñado de revistas nacionales y extranjeras como en La mordedura del caimán, Peleas, Río subterráneo, En señal del cuerpo y Legiones.

De este modo, más que un trabajo recopilatorio, se configura como un libro nuevo, que busca destacar la continuidad entre los resultados de la beca del Centro Toluqueño de Escritores y sus últimos poemas, publicados en Castálida y La Colmena. En el camino, versículos, epigramas y endecasílabos de imprevista transparencia se entrelazan con un lenguaje atemperado entre la perplejidad, la acidez y la desesperación, que converge –según afirma Oscar Wong– en “un dejo de fugacidad voraz, de perenne llama enfurecida, de ceniza victoriosa”. Con estos elementos –explica el autor de Yo soy el mar–, los poemas “concilian y revelan la excitación memoriosa”, la cual recala “en la embriaguez de lo múltiple y pretende no la salvación, sino descubrir la luminosa caducidad de la existencia”.

Sin embargo, tras los placeres de Ítaca anunciados en la contraportada, vale la pena detenerse en cada derrotero del viaje. Éste excluye la mayor parte de los poemas de La mordedura del caimán –con los que, al parecer, el autor ha dejado de identificarse– y, paradójicamente, engloba algunos textos marginales, de circulación muy limitada. Así, representa el resultado de un largo experimento, a caballo entre la reescritura y la decantación, pues sus reediciones implican un obsesivo proceso de reordenación, más cercano a la circularidad estilística y temática.

Por lo tanto, la propia mano de Suárez se esfuerza en construir una especie de epopeya lírica –un canto razonado y, al mismo tiempo, fatalmente desbocado–, enmarcada entre palabras silenciosas y vacíos colmados de sentido. Así, alcanza sus mejores momentos en la captura sucesiva del gozo de los sentidos y de la angustia por la fugacidad, emparejados con alusiones mitológicas e intertextos líricos. En ellos, se traduce su interés por interactuar con la literatura universal y por desvelar la condición humana, más allá de las fronteras del lenguaje y de las tradiciones estéticas. Sin duda –a pesar de las omisiones y las transformaciones–, la aparición de También la noche es claridad reafirma su lugar como uno de los poetas más sólidos e influyentes del Estado de México, capaz de encontrar, en el balbuceo y la desmesura, la palabra certera.



Ariceaga, Alejandro (comp.), Literatura del Estado de México. Cinco siglos: 1400-1900, Gobierno del Estado de México / Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 1993.
Ríos Martínez, Sergio Ernesto (comp.), No aceptamos ser iguales: 25 años, 25 poetas, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca, 2009.
Suárez, Félix, También la noche es claridad. Antología poética (1984-2009), Praxis, México, 2009.



* Artículo originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de diciembre

* La imagen que acompaña a esta entrada proviene del proyecto Visual poetry y puede verse aquí

30 de noviembre de 2009

¿Una especie aparte? (columna robada)


Existen millones de prejuicios acerca de los artistas: desde la promiscuidad hasta la distracción permanente, pasando por un estado de iluminación habitual, una percepción eternamente alterada, una interpretación retorcida de los acontecimientos, una preocupación desmedida por cosas que a nadie la importan. Lo cierto es que los artistas -y conozco a varias decenas de ellos- no constituyen una especie aparte. Al contrario, viven como cualquier otro ser humano y conciben su trabajo del mismo modo en que lo piensan los demás: como una piedra y un par de alas, como una necesidad y una oportunidad de dignificación, como un aprendizaje y una prueba de la propia ignorancia. Por eso leí estos comentarios de Rosa Montero con una sonrisa: aunque su estilo literario no me gusta, ambas sabemos que entregarle la vida a la escritura significa, simplemente, trabajar.



Los artistas no son gente distinta a los demás



Me aburren profundamente los numerosos tópicos y malentendidos que se generan en torno a la figura del artista, y en concreto de los escritores, que es lo que me atañe más de cerca. Por un lado se supone que el escritor es un ser distinto y especial, una persona iluminada y sabia siempre acariciada por el aleteo fulgurante de las musas. Esta idea ridículamente sublime del creador es el origen de muchas decepciones, como cuando un buen novelista resulta ser en persona un miserable (ocurre) o cuando se les pide a los literatos opiniones sobre cualquier cosa cual si fueran el oráculo de Delfos, y al abrir la boca dichos literatos empiezan a soltar mentecateces, porque nadie puede ser un experto al mismo tiempo en economía, sindicalismo agrario, rock progresivo, apicultura e incursiones bélicas, por poner un ejemplo.

Otro lugar común ampliamente extendido dicta que el artista ha de ser desgraciado hasta las cachas y que no puedes escribir nada medianamente bueno si no estás sufriendo como un perro. De hecho se suele mencionar una dicotomía totalmente falsa entre la vida y la obra, como si escoger la escritura fuera renunciar a vivir y meterse en un destino de anacoreta, cuando en realidad es justo al contrario, en realidad escribir es vivir, y hablo de una vida de primera calidad. Una buena vida, una actividad por lo general gratificante, incluso si eres un mal novelista.

Porque esa es otra de las confusiones: la gente piensa que sólo los buenos escritores son escritores, pero no es así, de la misma manera que también son abogados los malos abogados. Quiero decir que escribir es una forma de ser, una manera de vivir, pero también un oficio que se pule y se aprende y se desarrolla. Ser novelista, especialmente, es un trabajo modesto y fabril, una actividad tenaz de picapedrero. Las Musas no existen y la inspiración es un fogonazo del inconsciente que se suele conseguir con mucho esfuerzo. Como decía Picasso, que la inspiración te pille trabajando. Y también decía (Picasso fue una mina de citas célebres): "El arte es un 1% de inspiración y un 99% de perspiración". Aunque creo que esta última frase era originalmente de Edison y se refería a la invención. Los artistas, en fin, déjenme decir una obviedad, no son gente distinta a los demás.

Pero si por un lado existen todos estos tópicos rutilantes sobre los creadores, luego resulta que en la realidad a los autores se les trata como una basurilla. Como bufones de la sociedad, esclavos sin sueldo para el placer del público. Realmente no me explico cómo al personal le cuesta tantísimo entender que los derechos de autor son una cuestión de justicia elemental. La gente, cuando habla de cultura, se suele llenar la boca de grandes palabras, y al hacerlo habitualmente confunde el derecho al acceso a la cultura, con el que todos estamos de acuerdo, con la idea de cultura gratis, un concepto vidrioso que siempre acaban pagando los autores. Qué curioso que, en este mundo en el que todo se mide por lo económico, resulte tan difícil entender que las actividades creativas son un trabajo que también debe pagarse. A veces pienso que se fomenta esa idea ridícula del creador como ser especial justamente para despojarle de sus derechos laborales. Como si el sucio dinero manchara las níveas vestiduras de las musas. Pero no nos parece que el dinero pervierta la vocación hipocrática de los médicos, por ejemplo (comprendemos que cobren). Y además, ya hemos dicho que las musas no existen.

Resulta que el 3.5% del PIB español viene de actividades relacionadas con la propiedad intelectual. Y de eso, el 1.21% procede del sector del libro. Quiero decir que es algo que mueve muchísimo dinero. ¿Y van a ser los primeros generadores de todo ese caudal quienes queden esquilmados? Cuando algunos piden la gratuidad de los contenidos culturales, ¿por qué ni se les ocurre exigir que sean gratis los bienes y servicios que te permiten llegar a esos contenidos? Es decir: queremos que la novela que nos descargamos no cueste ni un duro, pero pagamos religiosamente nuestros ordenadores, o la hora de enganche en un cibercafé. Las nuevas tecnologías posibilitan el acceso a los textos de muchas maneras: por el escaneo, con las fotocopias... Es simplemente elemental, un evidente derecho del autor, que se regule ese acceso, que se estipule un precio, unas licencias, una forma de respetar la propiedad intelectual. De la misma manera que se respeta cualquier otro trabajo. El derecho al acceso a la cultura nunca puede ser ejercido cabalgando en los riñones de los autores (normalmente magros, dicho sea de paso). Como es natural, los artistas quieren poder vivir de su oficio. Ya está dicho que son gente como los demás. También en eso.



* El dibujo que acompaña a esta imagen es de Paul Verlaine y representa a Arthur Rimbaud, quizás uno de los artistas que encajan con la leyenda del artista maldito y singular. Al mismo tiempo, demuestra que es posible renunciar a la escritura por falta de palabras y de dinero.

27 de noviembre de 2009

Museo de Bellas Artes del Estado de México


Aunque se levanta en una zona muy concurrida -para mayores señas, entre una iglesia y una secundaria-, el Museo de Bellas Artes del Estado de México es prácticamente desconocido entre el público toluqueño. Sin embargo, vale la pena sumergirse en sus antiguas paredes y experimentar los contrastes entre la antiguedad del edificio y la novedad de sus exposiciones temporales, que han conseguido cautivar la atención de los espectadores del centro del país y de los artistas plásticos del extranjero. A continuación, un comunicado de prensa bastante completo, con la invitación de que asistan a conocerlo.



Tres siglos de arte y cultura
en el Museo de Bellas Artes del Estado de México




Toluca, Estado de México.- Ubicado en el centro de Toluca, el Museo de Bellas Artes del Estado de México atestigua tres largos siglos de historia. De la época virreinal a la Guerra de Reforma, su exquisito edificio neoclásico albergó al Convento de la Purísima Concepción de los Carmelitas Descalzos. Después, funcionó alternativamente como asilo para huérfanos, escuela de artes y oficios para señoritas, escuela normal para profesoras, escuela primaria anexa, hospital civil y –de forma temporal– cuartel militar. A lo largo de este periodo, fue integrante de una compleja unidad religiosa, que en nuestros días se fragmenta entre la Escuela Secundaria no. 1, el Templo del Carmen y el propio recinto museográfico.

Actualmente administrado por el Instituto Mexiquense de Cultura (IMC), este espacio se unió a la vida museística el 7 de septiembre de 1945, tras un interesante proceso de expropiación y adecuación. Éste comenzó a iniciativa de Mariano Riva Palacio, entonces gobernador de nuestra entidad; no obstante, concluyó hasta la administración de Isidro Fabela, alrededor de 1943. De este modo, abrió sus puertas al público como un foro único en su tipo, el primero en el Estado de México dedicado a conservar y difundir distintas colecciones representativas del arte de los siglos XVII al XIX.

Sin embargo, la variedad y la abundancia de su acervo, sumada al surgimiento de nuevos museos –también coordinados por el IMC–, lo motivó a replantear su guión museográfico. Así, entre 1999 y 2001, pasó por una profunda remodelación, destinada a rescatar su valor y a formular un concepto diferente del arte religioso, aplicado y decorativo. Este meticuloso trabajo arrojó un resultado más flexible y cercano a las preferencias del público: por un lado, ofrece un recorrido alrededor de las expresiones artísticas de los siglos XVII, XVIII y XIX; por otra parte, muestra un interés vivificante por el amplio espectro de la plástica contemporánea, desde las artes conceptuales hasta las instalaciones.

En consecuencia, el Museo de Bellas Artes abraza una nueva dinámica, en la cual ambas tendencias –la historia y la modernidad– se hallan hermanadas por un peculiar sentido de la estética. En el primer aspecto, sus siete salas de exhibición permanente despliegan, en orden cronológico, 130 piezas que condensan la vivencia espiritual del mestizaje. Éstas abarcan óleos de pintores tan importantes como Miguel Cabrera y Cristóbal de Villalpando; esculturas de madera estofada y policromada; candelabros, vasijas, custodias y crucifijos de metales preciosos; además de casullas y mantos elaborados con fibras naturales y bordados con materiales de la época.

De manera más pormenorizada, la primera sala se enfoca al arte aplicado y decorativo con temas religiosos, que incluyen el sector más memorable de su acervo. Así, en este espacio destaca el túmulo funerario, una impactante pirámide de cuatro niveles y tres metros de altura, adornada con 16 paneles pintados al óleo, en los que se entrelazan la iconografía mortuoria tradicional con la poesía satírica. También sorprenden el manto plumario, hecho con plumón de ganso e hilo de algodón, y la hermosa escultura de San Francisco de Asís, elaborada en madera tallada, estofada y policromada.

Las siguientes salas conjugan el encanto práctico y artesanal de los objetos –entonces– cotidianos con el aire evangélico y reverencial del arte religioso. Dedicadas a la exposición de temas marianos, angélicos y cristológicos, también exploran la presencia de los santos en pinturas alegóricas de gran formato, entre las que sobresalen “Capítulos carmelitanos”, “Visión apocalíptica de San Juan” y “Triunfo de la fe”. Por su parte, el amplio descanso de las escaleras alberga una secuencia de pequeñas escenas de la vida, pasión y muerte de Jesucristo, acompañadas por “La Piedad”, de Matilde Zúñiga, y “El descendimiento”, de Leonardo Sánchez Montaño.

Por último, la colección permanente delinea la trascendencia de estas corrientes artísticas con un espacio dedicado a litografías de diferentes autores del siglo XIX. Así, deja lugar para las 3 salas de exposiciones temporales, en las cuales las columnas robustas y las bóvedas de cañón contrastan con las inclinaciones del arte contemporáneo, oscilante entre el minimalismo y las posibilidades de la producción digital.

Vale la pena recordar que estas salas resultan más adecuadas para exposiciones grandes, compuestas por unas 80 piezas, razón por la cual –según menciona Leonel Sánchez Maldonado, director del Museo de Bellas Artes– es necesario recurrir a una extraordinaria museografía, tanto en los detalles estéticos del montaje como en los aspectos técnicos.

Así, la iluminación y la distribución de las obras contribuyen a concretar una exposición armónica y atractiva, en la que la obra es capaz de expresarse por sí misma y de llamar la atención y la sensibilidad de los espectadores. Al respecto –enfatizó Sánchez Maldonado–, el Museo cuenta ya con un público cautivo que viaja desde la Ciudad de México para participar en esta clase de actividades, que se renuevan, aproximadamente, cada dos meses.

Con esta rica tradición y estas nuevas perspectivas, el Museo de Bellas Artes abarca un concepto muy vasto, que, en los últimos años, le ha permitido organizar desde muestras de instrumentos de tortura hasta auténticas antologías gráficas, en las que el sentido de lo colectivo se aglomera alrededor de las propuestas artísticas más recientes. En este marco, se prepara para festejar sus 65 años con una serie de exposiciones especiales, que, quizás, tomarán su inspiración de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana.

Mientras llega esta fecha, el Museo de Bellas Artes del Estado de México (localizado en Santos Degollado 201, colonia Centro, a unos pasos del Palacio de Gobierno) abre sus puertas de martes a sábado, de 10:00 a 18:00 horas, y los domingos, de 10:00 a 15:00 horas. De manera paralela, ofrece talleres de artes plásticas y visitas guiadas para todo tipo de público.



La gran escalinata del
Museo de Bellas Artes del Estado de México



Vista general de las primeras salas del
Museo de Bellas Artes del Estado de México



Vista general de una de las salas de exposiciones temporales del
Museo de Bellas Artes del Estado de México



La fachada del Museo de Bellas Artes del Estado de México.
A un costado, la Escuela Secundaria no. 1



* Las fotografías que acompañan a esta entrada son cortesía del Instituto Mexiquense de Cultura

23 de noviembre de 2009

Una invitación (comunicado incluido)


Aunque la primera edición del Festival Internacional de Coros de Cámara fue en 2007 -ese año lejano y turbulento-, el Instituto Mexiquense de Cultura le ha sacudido el polvo y lo ha vuelto a organizar. Con más actividades pero menos países participantes, parece un ciclo de conciertos interesante, aunque falta contrastar la calidad de los coros invitados y de la acústica de los foros. Mientras tanto, vale la pena subrayar el esfuerzo por descentralizar las actividades culturales, pues hay rincones de la entidad en los que -desde el punto de vista artístico- no pasa nada. Va, entonces, el comunicado oficial.



Del 25 al 29 de noviembre
El 2° Festival Internacional de Coros de Cámara



Toluca, Estado de México.- Uno de los objetivos primordiales del Instituto Mexiquense de Cultura (IMC) radica en la diversificación de las propuestas artísticas que, en sus numerosos cauces de expresión, fortalecen la identidad del Estado. Por estas razones, ha enfocado sus esfuerzos a la creación de festivales dotados de un carácter propio, destinados a diversas clases de público, desde niños hasta académicos. Así, durante la última semana de noviembre, invita a los amantes de la música al 2° Festival Internacional de Coros de Cámara, cuyo concierto inaugural se llevará a cabo el miércoles 25 de noviembre, a las 19:00 horas, en la Sala de Conciertos Felipe Villanueva.

Este Festival –que se extenderá hasta el 29 de noviembre y cuenta con el apoyo de la Coordinación General del Fondo Regional para la Cultura y las Artes, Zona Centro– obedece varios propósitos. Por un lado, busca propiciar un acercamiento renovado entre la sociedad y las artes corales, pues constituyen una de las manifestaciones más hermosas del poder de la voz humana. Por otra parte, aspira a promover el intercambio entre grupos nacionales e internacionales; de este modo, prepara el terreno para enriquecer las habilidades artísticas e interpretativas de los participantes, quienes, en esta ocasión, provienen de México y de Guatemala; del Estado de México, Oaxaca, Hidalgo y el Distrito Federal.

Con una finalidad paralela, este Festival pretende llegar a la variedad de regiones que comprende la geografía mexiquense. Así, extenderá sus sedes en Atlacomulco, Chalco, Texcoco, Toluca, Valle de Bravo y Nezahualcóyotl. Además, la Sala Felipe Villanueva compartirá su condición de foro con el Templo de Tepetlaoxtoc, el Teatro del Pueblo de Atlacomulco, la Iglesia de Chiautla, la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Cocotitlán, el Museo de Arte Moderno del Estado de México y los centros regionales de cultura de Nezahualcóyotl, Texcoco y Valle de Bravo, también administrados por el IMC.

En estos espacios, se desarrollarán 30 actividades de acceso libre que permitirán que el público se acerque a la bella complejidad del canto de cámara, cuya estructura en ensamble requiere de una gran calidad vocal y de un elevado sentido de la armonía, sumado a la precisión y la intensidad de la interpretación. De esta manera, mientras la inauguración y la clausura –que se verificará el 29 de noviembre, a las 13:00 horas, en el Museo de Arte Moderno– reunirán las voces del Coro Hilos de Plata –proveniente de Guatemala–, el Coro Allegro Cantorum –procedente de Hidalgo–, el Coro de la Ciudad de México, el Coro de la Ciudad de Oaxaca, el Coro de Cámara de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) y el Octeto Vocal del IMC, el resto del programa se funda en la participación alternativa de dos coros.

Así, el 26 de noviembre, a las 17:00 horas, la Iglesia de Chiautla recibirá a los coros de la Ciudad de México y de la UAEM. A las 18:00 horas, el Coro Hilos de Plata y el Octeto Vocal se presentarán en Atlacomulco. Por último, a las 19:00 horas, el Coro de la Ciudad de Oaxaca y Allegro Cantorum desplegarán sus voces en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Cocotitlán. Al día siguiente, a las 12:00 horas, este último coro cantará con los representantes de la UAEM en el Centro Regional de Cultura de Valle de Bravo.

El mismo día, nuevamente a las 18:00 horas, el Centro Regional de Cultura de Nezahualcóyotl dará la bienvenida al Coro de la Ciudad de México y al Octeto Vocal. La jornada finalizará, a las 19:00 horas, en el Templo de Tepetlaoxtoc, donde se encontrarán el Coro Hilos de Plata y el Coro de la Ciudad de Oaxaca. El 28 de noviembre, en punto de las 18:00 horas, el Centro Regional de Cultura de Nezahualcóyotl se llenará con las voces de los participantes de Guatemala y de la UAEM. Una hora más tarde, el Centro Regional de Cultura de Texcoco gozará con la presentación del Octeto Vocal y del Coro Allegro Cantorum.

Con este amplio espectro de foros, sedes y participantes, el 2° Festival Internacional de Coros de Cámara promete convertirse en un auténtico festejo alrededor de las vertientes del canto y de la creatividad humana. Para mayores informes, es posible comunicarse al 2 74 13 02, 2 74 12 88, 2 14 73 78 y 2 15 10 75.



* La imagen que acompaña a esta entrada es Terpsichore, muse of music and dance, un óleo de Jean-Marc Nattier.

20 de noviembre de 2009

Una invitación (y más allá)


Si no pudieron asistir a la presentación de También la noche es claridad en el Museo de Numismática, vale la pena darse una vuelta por el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México. No sólo es un espacio hermoso: los extraordinarios poemas que recoge este volumen comprueban la solidez literaria de Félix Suárez.

14 de noviembre de 2009

Poderosos poetas (opinión robada)


La idea de que la literatura confiere carta de existencia a las posibilidades de la realidad no es nueva: desde épocas atiquísimas, las civilizaciones conquistadoras arrasaban con las tentativas de papel de los pueblos conquistados. De este modo, se entregaban a un juego de reescritura que, muchas veces, desembocaba en el sincretismo y en la asunción de una nueva mitología originaria e, incluso, identitaria. Desde entonces, la historia es una versión -quizás unilateral- de los acontecimientos, una explicación cuidadosamente simplificada de fenómenos complejos y subjetivos. Por ello, no dejó de sorprenderme esta columna, aparecida en Babelia, la cual resume con impresionante acidez -y la debida distancia- los sucesos ficticios que han constituido a la realidad mexicana de los últimos meses.



Poderosos poetas



Por Yuri Herrera


Las narrativas sirven para darle sentido a la historia. En México, por ejemplo, si la conquista fue una historia trágica, la independencia la contamos como una épica y el advenimiento de la democracia unas veces como comedia y otras como epopeya. Mirar nuestro devenir en términos poéticos es una manera de entender cómo nos ha pasado el tiempo y de cargar de propósitos el futuro. El éxito de un gobernante depende en buena medida de la narrativa que sepa contar a los ciudadanos. La promesa de aquel culto borracho de que sólo vendrían "sangre, sudor y lágrimas" no evitó que cayeran las bombas nazis, pero sí le dio sentido a la resistencia. Sin embargo, Churchill hay pocos. Lo que abundan son los que no saben contar su historia, tal vez porque no sienten el compromiso de explicar nada. Dentro de la clase política mexicana, el más reciente empobrecimiento de la poesía comenzó, tal vez, a fines de 2005, inmediatamente después de que la policía detuvo a una pareja de secuestradores y liberó a sus prisioneros, y el director de la Agencia Federal de Investigaciones -hoy todopoderoso director de la Secretaría de Seguridad Pública- autorizó que se devolviera a los protagonistas del hecho a la casa de seguridad donde habían ocultado a los cautivos, para que la televisión pudiera transmitir "en tiempo real" la liberación. A pesar de que el montaje fue descubierto de inmediato y de que no sólo fue criticado ferozmente sino que, a la postre, dio argumentos a los abogados defensores de los secuestradores, el uso de este tipo de ficción parece haberse vuelto una costumbre en la vida política mexicana. Es como si uno de estos poetas de gobierno hubiera tropezado con Más allá del bien y del mal y leído: "¿Por qué el mundo que nos concierne en algo no iba a ser ficción?", y entonces haya pensado no que aquello era una diatriba contra Platón, sino un programa de gobierno. Pues lo que se ha hecho recientemente, más que prefigurar poéticamente la historia que realizamos, ha sido privilegiar la ficción televisiva con la esperanza de que la realidad se ajuste a ella. No hablo sólo de ese otro caso patentemente inverosímil, el de un pastor boliviano que, hace unas semanas, secuestró un avión en Cancún con el objetivo de que sobrevolara siete veces la ciudad de México y luego le permitieran hablar con el presidente para alertarlo de que se acercan grandes catástrofes. Pronto se descubrió que ni el tipo iba armado, ni los pasajeros se enteraron de que había un problema, ni era necesario que docenas de agentes "asaltaran" el avión cuando ya había sido desalojado todo el mundo; mas para entonces ya se había transmitido en directo, desde un sitio a un centenar de metros del avión, la heroica hazaña que sucedió, cuán oportunamente, justo después del anuncio de nuevos impuestos. Hablo también de la narrativa que el gobierno se cuenta a sí mismo con una serie de gestos y declaraciones: la reinstauración del besamanos priísta el día del informe de gobierno, en Palacio Nacional, ya sin el estorbo de diputados opositores que pudieran perturbar el autoengaño; o las declaraciones de algunos secretarios de Estado, que serían risibles de no ser porque quienes las dicen actúan como si tuvieran sustento en el mundo real: "La guerra se está ganando", "La crisis económica será sólo un catarrito", "El nuevo impuesto no va a afectar a los pobres". La ficción ayuda a decir la verdad cuando desborda los clichés y las fórmulas maniqueas que hacen del mundo un lugar simple. Y sirve, si acaso -parafraseo a Harold Bloom-, para conocernos mejor a nosotros mismos, no por lo que diga, sino en virtud del ejercicio intelectual que propone al narrar complejamente la condición humana: en última instancia, hacernos responsables de nuestros horrores y virtudes. Pero responsabilidad es una palabra vedada entre los poderosos poetas. Satisfechos con su ficción televisiva, deben encerrarse en un cuarto limpio y bien iluminado en el que, mientras el país se desmorona, ellos se repiten: "Sí, todo tiene sentido".



* La versión original de la imagen que acompaña a esta entrada puede verse aquí.

Tres poemas (para resumir el año)


Si la poesía no me prestara sus alas, me habría resignado a continuar de polvo. Pero la ceniza -pregúntenle al Fénix- tiende a ser rebelde. Por eso, estos meses de dolor y de luz -de paz y de cambios- me han regalado tres poemas indelebles, que transcribo a continuación como un recordatorio del tiempo que, en un ritmo ajeno, insiste en agotarse. Como una señal, también, de que la vida transcurre a pesar de todo. El primer texto es de Félix Suárez; el segundo, de Porfirio Barba-Jacob; el tercero, de Jorge Manuel Herrera.



Lares



Ésta era la casa: allá crecía el ganado y las vacadas tiernas de leche; más al fondo había un granero, repleto y tibio, abierto siempre para abastecer la mesa y los espléndidos banquetes; y justo aquí, en el umbral, el altar doméstico de nuestros lares, los celosos guardianes, los ingratos y terribles protectores.

Un día de pronto se marcharon, y las ubres del ganado se partieron, se cubrió de sal y de ceniza el campo. No oí a mi padre nunca más cantar, ni a mi madre la volví a mirar cepillándose la oscura trenza.

Una nube de cuervos ensombreció de pronto los tejados. La más dura piedra se volvió caliza y azogue tormentoso el insumiso estanque.

Ésta era la casa. Hoy es un largo y silencioso gemido que me ahoga.



Canción de la vida profunda



El hombre es cosa vana, variable y ondeante
- Michel de Montaigne

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos
-¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!-,
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pintar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.

Mas hay también ¡oh, Tierra! un día... un día... un día
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables.
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!



Aerodinámica



En tu cuerpo soy
Nube
etéreo
palmípedo
y vuelo sobre vuelo
diáspora
torbellino
Mira y siente esas ganas este cóncavo de luz
de mi aromática brea
En tus rincones vuelo
Tan alto sin ir a pique
Sustentándome fijo
En ti
Sobre tus olas...
por que no existe viento en tu grupa que mi norte
¿Lo sientes? Yo te siento
Yo te siento entre mares
Y así es tu cuerpo la marina profunda.
Mi puerto
mi solsticio
y tal vez seas antiaérea ballena
la que duele
Mas luego esta aurora
Sorpréndete
¡Milagro!
Pertenencia
Tu misma y sin pudor
febril preñez
de un cosmos más eterno para alcanzar el pleno
la
dimensión
lo
ingrávido



* La fotografía que acompaña a esta entrada es de Jan Saudek y puede verse, también, aquí.

6 de noviembre de 2009

El Museo Virreinal de Zinacantepec: una época viva (segunda parte)


Por Margarita Hernández Martínez

Más allá de las alusiones a la orden franciscana –que convierten la pintura y la piedra en teología viva–, el Museo Virreinal de Zinacantepec (16 de septiembre s/n, Barrio de San Miguel) esboza un magnífico itinerario por la Conquista de México, desde el enfoque militar hasta la perspectiva espiritual. Para ello, destina su primera sala al despliegue de una colección de armaduras que, entre lanzas, hachas y espadas, dispara la imaginación: la disposición de las piezas y la solidez de sus materiales rememoran el asombro de las comunidades invadidas; convocan la súbita violencia entre los guerreros indígenas –depositarios del soleado poderío de los animales sagrados– y las tropas ibéricas –vigorosa encarnación de dioses ambiguos–. De manera contrapuesta, en el fondo del recinto, una estrecha escalera de altos ventanales alberga –y, paralelamente, desvela– un imponente grupo de sangrientas crucifixiones, en las cuales se traduce el auténtico sustrato del yugo español: la evangelización.



Armadura medieval,
en la primera sala del Museo Virreinal


Complementadas con decenas de óleos del amplio periodo entre los siglos XVI y XIX, estas figuras crísticas simbolizan la interpretación local de una fe con aspiraciones universales. Así, los rasgos corporales europeos –la piel blanca, los ojos claros, la barba abundante– se transforman ante el baño de sangre característico de las religiones autóctonas, para las cuales significa el flujo de la vida; el sustento esencial de las divinidades; la paradójica fecundidad del desamparo humano. Impregnadas de un sentido sacrificial, estas representaciones de madera tallada –que aún podrían colgar sobre el altar de centenares de iglesias mexicanas– entretejen a Jesús con Quetzalcóatl, al intenso dolor físico con la sobrecogedora elevación espiritual. De este modo, trascendentes a cualquier concepto de agresiva profanación, estas esculturas demuestran los efectos del sincretismo virreinal, a caballo entre las convergencias propias de la condición humana y los voraces forcejeos entre dos sistemas sociales, políticos, estéticos y culturales radicalmente distintos.



Gran Cristo crucificado,
en la escalera del Museo Virreinal



Una vez superada la escalera, un largo pasillo ambulatorio se abre ante la luz y el aire de otras épocas; ante la altura que también recuerda castillos y fortalezas medievales. Distribuidas a la izquierda y la derecha, las silenciosas celdas monacales –apenas cal, lana y dinteles de madera– se transfiguran en una reveladora secuencia de salas museográficas en las que la austeridad inherente a estos espacios –que reproducen alcobas, oratorios, confesionarios, pequeñas bibliotecas– se contrapone con la riqueza de la decoración. La delicada grisura de las paredes y columnas acoge rostros angélicos, imágenes de santos y grandes patrones vegetales que, en las habitaciones importantes, alcanzan un grado de abstracción que evoca la fina lacería de la Alhambra, espléndida ciudad granadina en la que el fulgor de la cultura hispanoárabe –surgida, igualmente, tras cruentas batallas, desencuentros espirituales y ávidos mestizajes– convive con un convento franciscano que, siglos antes, funcionó como palacio nazarí.



Sala de estudio con frescos,
en la planta alta del Museo Virreinal



Altar y oratorio,
en la planta alta del Museo Virreinal


No obstante, los hermosos colores originales –pues los frescos aún conservan trazos amarillos, verdes y rojos– se han deteriorado debido a las filtraciones de agua, inevitables –e incalculables– en un edificio tan antiguo. Por estas razones, el Museo Virreinal cerró sus puertas entre septiembre de 2007 y diciembre de 2008. Así, gracias a un convenio entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Mexiquense de Cultura y otras organizaciones privadas –como la Fundación Alfredo Harp Helú, la cual se encargó parcialmente del financiamiento–, pasó por una remodelación profunda, que no sólo contribuyó a recuperar su aspecto primigenio: también favoreció la protección de su patrimonio.

Las labores de mantenimiento se desarrollaron en tres etapas centrales. En primer término, fue necesario restituir los tejados y las vigas, gravemente afectados por la lluvia y el viento. Para respetar la atmósfera arcaica del Museo, los restauradores emplearon técnicas propias de la Edad Media, resultado de varias décadas de investigación. En consecuencia, tras una cuidadosa labor de albañilería, recobró la estructura típica de los edificios del siglo XVI. En segundo término, la madera del convento –desde el mobiliario hasta los postigos– recibió un tratamiento de fumigación y limpieza, para la cual se utilizaron elementos naturales, como recubrimientos de linaza y cera de abeja.

De manera paralela, estas reformas se tradujeron en el replanteamiento del guión museográfico, cuya mayor innovación radica en la confección de muebles específicos para alojar algunas piezas del acervo. Éstos se diseñaron según el estilo sobrio que predomina en el resto de la construcción, con el objetivo de no anular el brillo de las obras y no competir con los detalles de los pisos y los muros. Por último, la cantera de los exteriores pasó por un meticuloso proceso de limpieza, también centrado en el empleo de métodos tradicionales; por lo tanto, involucró la intervención con cepillos de alambre y raíz, seguida de la aplicación de selladores naturales.



Jardines y pozo,
a un costado del Museo Virreinal


Si bien estas renovaciones han seguido una trayectoria eminentemente artesanal, no ocurrirá lo mismo con el próximo proyecto del Museo Virreinal, pues contempla –según afirma Alfonso Sandoval, director de este espacio– una nueva instalación de luz para las salas. Mientras tanto, continúa invitando a sus visitantes a formular un discurso personal y reflexivo alrededor de la Conquista y la Colonia, capaz de poner en movimiento el luminoso basamento de la cultura mexicana, cada vez más lejano debido a las evidentes deficiencias de nuestra educación. Con este propósito, permanece abierto de martes a sábado, de 10:00 a 18:00 horas, y los domingos, de 10:00 a 15:00 horas.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de noviembre.

2 de noviembre de 2009

Hacia una revaloración de la pantomima en el Día Internacional del Mimo


El 13 de noviembre, el mundo se reúne para pintarse el rostro de blanco y celebrar el Día Internacional del Mimo. Cobijado entre homenajes, festivales (como el que anunciamos más arriba, organizado por la Universidad Autónoma del Estado de México) y representaciones masivas –algunas encaminadas al fomento de la paz y la comprensión intercultural–, este festejo supone un acercamiento renovado a una de las manifestaciones artísticas más antiguas de la humanidad, pues antecede, incluso, a la consolidación del lenguaje verbal. Por estas razones, vale la pena recordar la introducción a uno de los ensayos fundacionales de esta disciplina en el Estado de México: Pantomima, de Alfonso Virchez. Publicado por primera vez en 1986, este libro propone un viaje desde los orígenes hasta las transformaciones de este arte, del cual todos nos convertimos, inconsciente y cotidianamente, en ejecutantes.



Pantomima



Nuestro cuerpo es reflejo de nuestra historia. Cada individuo lleva consigo, en sí mismo, su propio universo, sus propios demonios, sus propios ángeles, sus propios fantasmas. También lleva su genialidad, sus complejos, sus virtudes, sus frustraciones, sus deseos, sus penas, sus alegrías. Por la calle vemos pasar seres humanos, rostros anónimos que representan rutas y caminos que se han ido construyendo poco a poco, con la lentitud de los años. Laberintos intricados que ocultan secretos, que escapan al control de quien los posee y, sin embargo, ahí están, presentes e invisibles como el aire que respiramos.

Por la calle vemos pasar cuerpos, cuerpos diversos vestidos de historia. Cada estructura corporal grita un pasado, un presente y un futuro; refleja una individualidad y, al mismo tiempo, toda la humanidad. La espalda curva, la cabeza delante del cuerpo, los ojos vivos, los hombros levantados, el rostro duro, las extremidades relajadas, el cuello oculto, todo el cuerpo humano es un libro que nos permite profundizar en las complejidades de la humanidad.

Además, en ese cuerpo que habla por sí mismo hay lenguajes, que se han ido formando en cada cultura, de alguna manera ignorada, misteriosa. Estos lenguajes se aprenden de una forma no especificada, a través de la historia personal de cada individuo, dentro de un contexto social y geográfico determinado. La gramática del gesto, entonces, existe y se aprende. Es un lenguaje que pertenece a cada pueblo, a cada cultura, y que se utiliza de manera consciente, más allá de la primera impresión.

El italiano que junta la punta de los dedos y los mueve de arriba hacia abajo; el mexicano que lleva su brazo con un movimiento fuerte y rápido; el francés que golpea con la palma de la mano el antebrazo del lado contrario; el estadounidense que junta el dedo índice con el pulgar, son signos que nos enseña nuestra cultura y que pensamos que son innatos; sin embargo, no pertenecen a la humanidad general, sino a sus fragmentos étnicos.

No obstante, detrás de cada signo encontramos una historia. Uno dice adiós al amigo que se va moviendo los dedos de la mano con la palma vuelta hacia el interior, como intentando retenerlo. Otro, lo hace moviendo los dedos hacia fuera y con la palma de la mano hacia abajo, como tratando de alejarlo. Otro, simplemente mueve la mano de un lado hacia el otro, en claro tono de indiferencia. Cada gesto expresa muchas cosas. El nórdico no mueve un músculo cuando habla, mientras que el mediterráneo no habla si no mueve todo el cuerpo. Pero siempre respondemos a los gestos con especial viveza, y podríamos decir que siempre lo hacemos de acuerdo con un código que no está escrito en ningún lado, que nadie conoce pero todos comprendemos perfectamente.

Por ello, el movimiento de nuestro cuerpo está lleno de sentido. Si bien la gente de teatro no ha conseguido descifrar la totalidad de su lenguaje, lo ha traducido, quizás de manera espontánea, en el juego escénico. Los personajes de Shakespeare y Molière nos ofrecen una aproximación clara y real de los diferentes universos humanos, poblados de energía y emoción. Varios siglos después, Chaplin, ese impresionante actor que nos ha hecho sonreír y llorar, que nos presenta un personaje con una estructura corporal contradictoria –piernas abiertas, torso cerrado, espalda alta–, ha mostrado una serie de tipos: el bueno, el sensible, el ingenuo y –a la vuelta de la esquina– el policía, el malo, el envidioso, el gordo bigotón de grandes cejas diabólicas. Así, nos ha hablado del amor, la ingenuidad, la ternura, la valentía.

Más allá de estas representaciones dramáticas, plasmadas en la mágica novedad del cine mudo, la naturaleza del movimiento humano se vuelve francamente asequible con las interpretaciones de Marcel Marceau. Sus actos de pantomima se caracterizan, sobre todo, por su capacidad para explorar el lenguaje de la actitud, del gesto puro, de la ilusión en el espacio y en el tiempo. Sin escenografía ni utilería, este actor francés convirtió su cuerpo en el centro de su arte; así, contó historias de leones y mariposas, de trenes y navíos, de restaurantes y salones de baile.

A partir de su aparición en el escenario, tanto actores como espectadores se encuentran frente a un nuevo lenguaje o, mejor dicho, un lenguaje que había sido abandonado y excluido completamente de las artes. De esta manera, el arte del gesto vuelve y cobra nueva fuerza. Los mimos y las escuelas de pantomima se multiplican con una velocidad insospechada y los públicos llenan las salas en las que se presentan los comediantes del silencio. Esta manifestación tan real, tan presente, es la mejor prueba de que el individuo desea expresarse con su cuerpo, sumergirse en la maravillosa contemplación del silencio, alejarse un poco del caos y de los espacios en los que el ruido se ha instalado en cada rincón.

En esta atmósfera fascinada y efervescente, el mimo, la pantomima y el teatro gestual empiezan, poco a poco, a encontrar un amplio espectro de posibilidades expresivas que revolucionan las concepciones escénicas de otros tiempos. Después de mucho tiempo de discriminación hacia las artes de tipo corporal, éstas comienzan –finalmente– a encontrar el lugar que les corresponde y, por lo tanto, se desarrollan con una fuerza y una vitalidad que, seguramente, las impulsará estrechar los lazos entre la esencia humana y el cuerpo que la aloja.