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20 de agosto de 2009

La poesía desbordada (reportaje ultramarino)


Nacida como canto, la poesía vuelve, inevitablemente, a su vocación oral. Aunque la imprenta, la lectura silenciosa y la alfabetización se han encargado de transformarla en una experiencia individual, su aliento colectivo aún reverbera en las presentaciones de libros y en los festivales literarios que, desde las instituciones o la independencia, animan la vida cultural de numerosas ciudades, sin importar índices demográficos, niveles educativos y registros de ventas por librería. Pocos enamorados de la palabra resistimos al encanto de escuchar nuestros poemas favoritos -leídos tantas veces en silencio- en boca de sus autores.

Por otro lado, en Toluca y Metepec, las lecturas de poesía son siempre una sorpresa. A veces concurridas, a veces vacías, ponen en evidencia la susceptibilidad de los públicos, tan variados como inconstantes, y ponen a prueba el valor de cada poema: su capacidad de invocar ritmos, ideas e intuiciones, más allá de la blanda sensiblería. A continuación, les dejo una crónica que, entrecruzada con reportaje y reflexión, recupera la experiencia poética más allá de los libros.


El futuro de la poesía no cabe en los libros


Por Javier Rodríguez Marcos

El pasado 27 de mayo, poco antes de que Samuel Eto'o marcara en Roma el primer gol del F. C. Barcelona en la final de la Liga de Campeones frente al Manchester United, el escritor colombiano Darío Jaramillo leía, en la propia Barcelona y junto a otros poetas, sus versos ante la multitud que llenaba el Palau de la Música: "Ese otro que también me habita, / acaso propietario, invasor quizás o exiliado en ese cuerpo ajeno o de ambos, / ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel, / ese otro que está solo siempre que estoy solo, (...) / eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo, / el dueño de mi embrollo, el pesimista y melancólico y el inmotivadamente alegre, / ese otro, / también te ama".

Es cierto que los 600 espectadores instalados en el auditorio diseñado por Domènech i Muntaner son pocos al lado de los 85 000 que abarrotaban el Estadio Olímpico, pero su presencia allí es un síntoma de que las minorías, como quería Juan Ramón Jiménez, también pueden ser inmensas. Un dato por tener en cuenta en tiempos en los que la cultura ha terminado como las manifestaciones callejeras: midiéndose con el criterio de la masa, ya se trate de los clics de una página web o de las entradas a un museo de arte.

"Al salir, la ciudad estaba desierta. Todo el mundo viendo la tele. Pero la sala estaba llena", recuerda Jaramillo. "Además, ¡habían pagado entrada para escucharnos! ¡Seis euros!". El autor colombiano, uno de los referentes de la lírica latinoamericana viva y autor de títulos como Aunque es de noche y Cantar por cantar, nació en la región de Antioquia, pero ha pasado buena parte de su vida en Medellín. En esa ciudad tiene lugar el festival de poesía más popular en lengua española. En julio pasado celebró su 19ª edición, en la que, durante siete días, participaron 65 autores de 43 países.

En ese festival, el leonés Antonio Colinas, que acaba de publicar la antología Nuestra poesía en el tiempo, recuerda haber leído, en una edición anterior, ante 10 000 personas en un campo de futbol. En su opinión, en América la poesía tiene mucha más presencia en la vida de la gente: "Aquí tal vez la intelectualizamos más y eso nos ha hecho perder un poco la conexión con la calle. Se ha ido quedando como materia de estudio".

Más allá del festival, el propio Jaramillo relata una lectura organizada en 1989 en el Centro de Convenciones de Medellín. Y de nuevo, con futbol al fondo: "Los poetas pensábamos que nadie concurriría, porque a esa misma hora se retransmitía la semifinal de la Copa Libertadores, que jugaba un equipo de Medellín. Para colmo, desde dos horas antes se largó un aguacero inmisericorde sobre la ciudad. Pero ni el futbol ni la lluvia fueron obstáculos para que el aforo fuera completo: más de 6 000 personas".

Además, muchos autores latinoamericanos recuerdan como un hito el festival que tuvo lugar en Caracas en 1997. Por allí pasó durante tres días otro escritor colombiano, Jaime Jaramillo Escobar, para impartir un taller titulado Método fácil y rápido para ser poeta.

El último día, la organización tuvo que poner altavoces fuera del complejo en el que se celebraba el acto: mucha gente había pasado la noche en tiendas de campaña para coger sitio. En opinión de Colinas, "la poesía interesa a más gente de lo que parece. Puede, eso sí, que tenga más lectores que compradores".

Las últimas encuestas sobre hábitos de lectura en España reflejan, en efecto, que tal vez no pase por los libros el futuro de un género que durante siglos representó la esencia misma de la literatura: la novela era un mero entretenimiento. Hoy parece increíble que la poesía fuera tradicionalmente parte decisiva en la formación de cualquier persona culta, incluidos los poderosos de la Tierra.

Según los datos más recientes, referidos a 2008, de la Federación de Gremios de Editores de España, el 80% de los lectores habituales lo son de literatura. De éstos, casi el 95% lo es de narrativa. El resto se lo reparten el ensayo (2.9%), la poesía (1.9%) y el teatro (0.9%). Según los mismos datos, la tirada media de una novela es de 6 700 ejemplares (la mitad en el caso de los títulos más estrictamente literarios). Un libro de poemas es casi un best seller si pasa de 2 000.

"No sé explicar la supuesta contradicción entre que haya lecturas públicas multitudinarias y escasez de lectores, pero intuyo que es apenas una contradicción aparente", dice Darío Jaramillo. "Pienso que los compradores de libros de poesía leen más los libros que compran que los compradores de novelas". Suele decir Francisco Brines, recordando al citado Juan Ramón Jiménez, uno de sus maestros: la poesía no tiene público, tiene lectores. Con todo, parece que también empieza a tener lo primero. Sobre todo gracias a la proliferación en nuestro país de festivales como los de Barcelona, Granada o Córdoba.

En esta última ciudad, surgió hace seis años Cosmopoética, convertido hoy en uno de los festivales literarios de mayor prestigio en España, por el que, durante tres semanas, pasan desde premios Nobel hasta autores emergentes, a los que acude a escuchar cada año una media de 20 000 espectadores. Como recuerda su coordinador, el escritor Carlos Pardo, "dicha, la poesía no asusta tanto como escrita, porque mucha gente la asocia a los penosos exámenes del bachillerato. Las lecturas de poemas muestran muy bien la doble faceta del género: íntima, pero universal, que apela al yo de las sociedades".

No obstante, Pardo insiste en que un festival, por muchos que sean los asistentes, debe mantener "el respeto a la poesía como arte de lo pequeño, el detalle y el matiz". Y se pregunta si no hará falta "una buena dosis de efectismo" para sacudir grandes auditorios: "Muchos autores latinoamericanos me cuentan su sufrimiento para encandilar a un estadio (lo más parecido a un jurado popular) con poemas escritos para un lector, un único tú que apela a lo más íntimo. Y lo pasan mal".

En el fondo, la salida de la poesía fuera de los libros tiene mucho de vuelta al origen. El género nació asociado a la música y los versos son mucho más antiguos que el papel. Y que la escritura. Al hablar de la tradición poética, el académico Francisco Rico, que acaba de publicar la antología bilingüe Mil años de poesía europea, lo expresa así: "Tan importante o más que la letra eran la música, la calidad de la ejecución y la mímica. Regía ahí el mismo principio que certifica que la inmensa mayoría de los aficionados a la ópera o el rock no entiende el italiano ni el inglés".

La subida a los escenarios y su asociación con la música son, precisamente, otros de los canales que están sacando la poesía del terreno de su reserva india. Y lo hacen bajo nombres que tienen sus propios festivales -polipoesía y spoken word-, dos maneras de nombrar un híbrido que conjuga lectura, improvisación, audiovisuales, performance y música. En el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona nació un importante festival polipoético en los años noventa y, actualmente, en La Casa Encendida de Madrid, se celebra anualmente otro más, Yuxtaposiciones.

Silvia Grijalba, que dirige desde hace cinco años el Festival Spoken Word -que empezó desarrollándose en Sevilla, este año se extendió a Gijón y podría seguir sumando sedes en el futuro-, sostiene que su intención ha sido siempre "que la gente le pierda el miedo a la poesía sin perderle el respeto". Al hablar de un evento por el que han pasado nombres como Nick Hornby, Alessandro Baricco, Irving Welsh o Marlango Grijalba insiste en que la música en él es algo secundario: "Nuestro festival es sobre todo literario, no Benicàssim. Pero tampoco sirve que un escritor lleve sólo acompañamiento musical. Por bueno que sean el escritor y el músico. No basta sólo con leer un texto, hay que interpretarlo".

En su opinión, la fórmula sirve para que los no habituados a la poesía se acerquen a ella. Y para ganar lectores. Para ello las armas del espectáculo son tan buenas como las mejores: "Recuerdo la actuación de Julian Cope. Fue una mezcla de tradición y punk. Intervino vestido con un pantalón militar y sin camiseta, pero recitó un poema épico perfectamente clásico sobre unos yacimientos megalíticos".

La poesía, en efecto, es más antigua que los libros. Puede que parte de su supervivencia esté en la vuelta a momentos como aquellos en los que, mucho antes siquiera de pensar en escribirla, un griego empezó a darle vueltas en su cabeza a una frase que empezaba: "Cuéntame, Musa...". Y hasta hoy.



* La fotografía que acompaña a este reportaje proviene de Flickr. La versión original puede verse aquí.

De historia, lenguaje y señales (noticia robada)


Cuando me enamoré de la lectura, me enamoré del español. De sus sonidos, de sus pausas, de sus vocales abiertas y festivas, de sus consonantes duras y siseantes. De la forma de sus palabras e, inevitablemente, de su ortografía mediana pero histórica, más sencilla que en francés (entonces insondeable) y más interesante que en inglés (entonces sustituto del esperanto). Con los años, desarrollé una creciente desesperación por las faltas de ortografía que, con un impulso francamente viral, se diseminan por las calles y por los cuadernos de escuela, por la publicidad y por la petulancia ajena. Nunca me he considerado purista; sin embargo, la falta o la abundancia de acentos gráficos -y, en general, el desorden que reina en el uso cotidiano del idioma- atestigua una ignorancia profunda, una negligencia que se escuda en pretextos tan vanos como el uso de mayúsculas (que, además, tienen sus propias reglas), el ahorro de caracteres y la falta de tiempo. En realidad, quien se aventura a poseer su lenguaje -es decir, quien se atreve a conocer, a comprender, a investigar, a preservar su uso y sus tropiezos- también se convierte en dueño de sus pensamientos. Que, en esta época periclitada y azarosa, no es asunto menor.

Por estas razones, una propuesta como la que anuncia El Universal no deja de agradarme. Asombra que, de pronto, nazca una intención tan evidentemente poco lucrativa como repartir tildes por la calle. Sorprende, además, que la idea venga de jóvenes que, como yo, se dedican a la corrección de estilo y a la publicidad. Ello significa dos cosas: primero, que la historia y las reglas de uso del español no se han extraviado por completo, lo que abre la posibilidad de renovar y adaptar nuestro idioma de forma coherente. Segundo, que, campañas disfuncionales de fomento a la lectura aparte, todavía hay gente interesada en las sinuosidades y las intrigas del español. Les dejo la nota (ligeramente editada) aquí, acompañada por la recomendación de leer alguno de los libros de Álex Grijelmo, muy útiles para reforzar el aprecio por nuestra lengua materna.


Jóvenes luchan por recuperar acentos gráficos en la vía pública


Un grupo de jóvenes latinoamericanos ha iniciado una cruzada por la reinserción del acento gráfico en la vía pública, donde señalan su ausencia con un toque de buen humor y rebeldía ante la incorrección ortográfica en las calles. El movimiento nació en junio pasado en México, por iniciativa del joven vasco Pablo Zulaica Parra, y pronto se extendió a Perú y Argentina, donde se multiplican las intervenciones en todo tipo de carteles. Apenas detectan la falta, estos cruzados pegan un acento de papel visible en el que además se explica la regla ortográfica violada.

Cada acto de reivindicación gramatical es fotografiado y las imágenes se suben a los blogs nacionales de la iniciativa Acentos perdidos, donde, además, se generan interesantes debates sobre el español, una iniciativa que también suma adeptos a través de Facebook.

"El principal objetivo es que la gente tome conciencia de la importancia de usar bien nuestra lengua", dijo Rodrigo Maidana, un estudiante de Economía de La Plata, Argentina, que comanda la iniciativa en su país.

Como regla, estos jóvenes solicitan autorización para pegar las tildes, pero, si se trata de anuncios comerciales o políticos, lo hacen sin permiso, pues "semejante afrenta, con tantos ojos responsables de ese mensaje, merece ser visiblemente señalada", dijo Zulaica, redactor publicitario que vive en México.

Falta de educación, desinterés y malas costumbres son algunas de las razones que estos jóvenes descubren para el abandono progresivo de las tildes, agravado por una pésima ortografía entre los publicitarios. Las mayúsculas, por ejemplo, son candidatas usuales a la ausencia de tilde. Ello ocurre por argumentos históricos, como que las máquinas de escribir no permitían su acentuación y que a los impresores se les salían los tipos de la tilde de los rótulos.

A diferencia de otras intervenciones urbanas como los graffiti o los esténciles, estos chicos no actúan furtivamente. "Es bueno que la gente te vea e intercambiar opiniones. La gente se sorprende. Esta cruzada no trata de hacer enojar a nadie, al contrario, trata de sacar una sonrisa y de ayudar a mejorar el uso de nuestra lengua", dijo Maidana, de 18 años.

Según Zulaica, de 27 años, el proyecto "tiene un componente lúdico muy importante" y "es una desacademización de lo académico, como un vandalismo suave que conserva todo el rigor en el fondo. Gusta a grafiteros y a editores y lingüistas. Además, tiene un punto de activismo que nos hace sentir que nuestra voz sí puede oirse".

Para los dubitativos, los blogs de Acentos perdidos tienen un enlace a la Ortografía de la Lengua Española de la Real Academia Española. Aún así, estos defensores de la tilde no tienen nada de dogmáticos y hasta se muestran comprensivos con el colombiano Gabriel García Márquez, que, en el primer Congreso Internacional de la Lengua, celebrado en México en 1997, sugirió poner "más uso de razón" en los acentos escritos como parte de su polémica propuesta para "jubilar la ortografía". "García Márquez emitió una opinión que debe respetarse, porque sinceramente a todos nos gustaría una lengua más sencilla, como la que él pide", señaló Maidana, hijo de periodistas y que asegura que "desde chiquito" siempre tuvo "un gran interés por la ortografía".

Como parte de esta iniciativa, la joven peruana Lorena Flores Agüero ha creado el Tildetón, una cita planificada para pegar acentos en las calles que ya se organizó en México y Perú y que próximamente se hará en Argentina.

Acentos perdidos también organiza cruzadas puntuales a favor de la acentuación. La primera se hizo en Lima y tuvo como blanco al logotipo carente de acento gráfico del grupo español Telefónica, al que acusan de ser "uno de los mayores irresponsables en el uso de la tilde".



* Las imágenes que acompañan esta entrada pertenencen a las noticias más recientes de Acentos perdidos.

Asesinos por naturaleza (fragmento alegre y robado)


Hay muchas razones por las que no cocino. Entre ellas, porque temo aterrorizar a los ingredientes con su infame destino: desde sufrir una lenta preparación y desembocar en un plato fracasado hasta pasar por un proceso incomprensible y minucioso (los recetarios son, para mí, un misterio), después del cual no quedan ni migajas. Existe, además, la contraparte. Temo aterrorizar a los potenciales comensales que, en un alarde de innecesaria valentía, se alistan a consumir aquello que cocino, más allá de su sabor, su olor o su textura.

Por eso, inevitablemente, admiro a quienes enfrentan la alquimia culinaria sin miedo y con pasiones. Pensando en ellos y perdiendo el tiempo (el verano es, a pesar del checador y el escritorio, una tregua trepidante), reproduzco aquí el siguiente fragmento de Hacer el agosto, un divertido relato de Marta Sanz publicado en el suplemento estacional de El País.


Hacer el agosto


Parece que comen con apetito. Ella se añusga con el queso en caricia de azafrán. Él se sirve una porción, escasita, de pastel de puerros. Ahora, mientras con la mano derecha se lleva a la boca un pedazo de pastel, mete la izquierda bajo la servilleta. Como si no lo estuviera viendo. Esconde la manita para empuñar la pala de pescado mientras ella, apercibida de la estrategia de su acompañante, disimula untando pan en el jugo de las gambas. No me va a quedar más remedio que volverle a colocar la pipa contra los riñones. Aprovecharé para rellenar sus copas con champán y ordenarles:

-Que no quede nada en los platos.

En cuanto nota el hierro contra la rabadilla, el hombre endereza la espalda y saca la mano de debajo de la servilleta. Después come compulsivamente los restos de los platillos y es como una coreografía porque, en el preciso instante en que mi marido aparece en el salón con los segundos, ellos le reciben arrebañando la última gota de las salsas de los primeros. En los labios lucen la sonrisa que les he recomendado esbozar si pretenden sobrevivir a esta comilona que no será recordada por la desmañada preparación de las viandas. Mi marido es chef y este local nos dio grandes alegrías hasta que los congelados sustituyeron a esas comidas elegantes de las que los hombres de negocios disfrutaban con sus esposas durante las vacaciones veraniegas. Ahora son una pandilla de horteras con bermudas. Viejos nuevos ricos. Poco les ha durado el estilazo a esos imbéciles. El restaurante que mi marido cuidaba con devoción se iba, con los imbéciles, a pique. Se nos pudrían los pescados y las aromáticas verduras, y ese amor que hacía que las creaciones de mi marido fueran excelsas se le iba quedando dentro, ulcerándose, y formándole llagas en la puntita de la lengua y el cielo del paladar. Ahora, sin embargo, está feliz y vocaliza perfectamente para nuestros comensales:

-Los sesos en góndola de hojaldre se comen tibios.

Me coloco detrás del hombre y le clavo, con disimulo, el cañón de la pistola contra la columna vertebral. El tipo sonríe. Mi marido es muy sensible:

-Es un placer guisar para personas que gozan comiendo. Se lo noto en la cara.

La parejita cabecea murmurando "gracias, gracias". Mi marido es un excelente chef pero tiene alma de cántaro y, sin mí, no llegaría ni a la esquina. Yo soy la que un día tras otro busca por la calle una pareja aparente, la encañona, le ata la servilleta al cuello, la instruye para que su comportamiento sea correcto. No se trata de hacer el agosto, sino de que mi marido no pierda la ilusión.

Cuando mi marido sale para preparar los postres, vuelvo a servir champán a nuestros clientes. Prefiero que estén borrachos cuando, después de pagar la cuenta, los saque al callejón y los fría a tiros. Como mi marido hace con las croquetas. En el aceite hirviendo. Sin contemplaciones.



* La versión original de la imagen que acompaña a esta entrada puede verse aquí.

12 de agosto de 2009

La última y nos vamos (invitación final)


Estos meses han sido de despedidas y aires nuevos. Los ciclos se van cerrando. El próximo 18 de agosto, a las 18:00 horas, en el Museo - Taller Luis Nishizawa (Nicolás Bravo 305, en el centro de Toluca), Elías Jaramillo y esta escribana presentaremos por última vez Gajos de humo y Antes del polvo. Cerramos este conjunto de lecturas prácticamente como empezamos: con los comentarios de Gerardo Lara y Enrique Villada, sin olvidar el vino, los bocadillos y las conversaciones que nos han acercado a lo largo de estos meses.

Espero que puedan acompañarnos en este último acercamiento, en anticipación a la aparición de dos volúmenes nuevos. También les recuerdo que los libros de Cosmoción se encuentran a la venta en el Centro Toluqueño de Escritores y en las librerías universitarias dependientes de la Universidad Autónoma del Estado de México. No olviden que su apoyo es vital para mantener en movimiento el arte independiente, que estamos verdaderamente orgullosos de representar. Para sacudir por última vez el polvo, les dejo, también, los siguientes poemas:


Tras las bisagras de agosto,
amasijos de viento y de azafranes
amparan el lomo de las aguas.

Y venimos desde el cieno estrecho,
sepulturas de hambre demorada:
sólo cal y fosfato
que infunden azúcar nueva,
pájaros de urdimbre somnolienta.



Asciendo curvaturas en tu vientre:
se encabritan las orquídeas seminales.

Y el hambre se alborota en llamaradas,
se encogen y desmandan los océanos.

Fiel a los númenes de sangre,
agito entre tus piernas siete mares,
recibo de tus voces verticales
combates de vívida disnea:

entre el polvo y la pólvora,
enjambre de agonías que se dispersa.



Recalamos en silencio,
cántaros fundidos
en la pulpa de la tarde:
ciruelos que germinan
entre suaves hendiduras,
verdes treguas
ungidas sobre el tiempo.

Encallamos entre el cieno:
la costura de los mares
que abdican hondo terciopelo.

Templos del arte y el ocio (largo reportaje robado)



La transformación de los museos en recintos de intersección artística no es nueva: nació hace más de cincuenta años y se intensificó en las últimas dos décadas. Y aunque apenas se vislumbra en el panorama cultural mexiquense -como escribió Isabel Estambul en El Espectador-, en Europa -según señalan Fietta Jarque y Anatxu Zabalbeascoa en El País- adquiere tintes nuevos, inclinados hacia la concepción global de la estructura museística, desde el replanteamiento de sus soportes arquitectónicos hasta la inclusión de actividades más cercanas a la creatividad y el entretenimiento. Para establecer mejor este contraste, reproducimos aquí el reportaje aparecido hace unas semanas en Babelia.



Templos del arte y el ocio



Esto sucedió en 1957. La primera exposición importante en varios años estaba a punto de inaugurarse en un señorial museo canadiense, los visitantes esperaban en la puerta impacientes -cuenta Duncan Cameron, entonces nuevo director del Royal Ontario Museum, en su texto ¡Al cuerno con el público!-, cuando entra a verlo presa de la indignación el jefe de las salas. Furioso, expresa su descontento: "Hay que detener esto. Todas esas sandeces en la prensa, en la radio, y toda esa propaganda a propósito de la exposición...". Por lo visto, los empleados del museo habían desarrollado a lo largo de décadas un profundo orgullo por el magnífico brillo del parqué en las salas que ocupaba la muestra y toda esa avalancha de gente que se preveía era una amenaza mortal para su mantenimiento. ¡Había que evitar la afluencia de público!

El museo, una creación del siglo XIX, representaba entonces un estándar de excelencia. La rigidez elitista era una marca de prestigio. Y por eso estas instituciones se convirtieron en una de las bestias negras de la revolución de Mayo del 68, donde surgió el movimiento antimuseo de los años setenta promovido, sobre todo, por los artistas. "No habrá progreso o democratización en las artes hasta que no se queme el Museo del Louvre", se decía en los sectores más radicales europeos. Cameron, uno de los grandes teóricos de la museología del siglo XX, hizo un diagnóstico tajante en su famoso texto El museo: ¿templo o foro? (1972), que empezaba así: "Los museos necesitan desesperadamente una terapia psicológica. Hay abundantes evidencias de crisis en algunas de las mayores instituciones mientras otras están en un avanzado estado de esquizofrenia". El tratamiento ha tenido diversos resultados. Alguno cosmético y otros de fondo. En todo caso, la transformación es notable.

Sin llegar a quemar el Louvre (no fue necesario, se reconvirtió), cuarenta años después las exigencias de aquellos jóvenes airados se han llevado hasta extremos que no habrían sido capaces de imaginar. El panorama actual y el del futuro inmediato sitúa a los museos y centros de arte en el epicentro del ocio cultural. Las últimas dos décadas han visto aumentar notablemente el número de visitantes. El año pasado hubo poco más de 14.5 millones de visitantes entre los 37 principales museos del Estado (el Prado es el más visitado con 2 759 000 personas ese año). Como ejemplo comparativo, Francia tuvo en 2007 más de 52 millones de visitantes. El público ha ganado la partida y no hay parqué brillante que resista. Ni director que quiera ese lustre.

Parte de esa atracción masiva del público ha partido del "contenedor". Templo, reclamo, almacén, microciudad o máquina cultural, la evolución de la tipología arquitectónica de los museos corre paralela a los cambios en la obra de un proyectista cuyos trabajos resumen el papel del museo como espejo social. Renzo Piano culminó en 1977 el Centro Pompidou de París. La espectacular máquina tubular que diseñó junto a Richard Rogers supuso una bofetada pop al establishment museístico. La idea de una pinacoteca como templo se desvanecía para dejar paso a una nueva plaza pública que era a la vez mediateca, galería y reclamo arquitectónico. La ambición a la hora de incorporar servicios a la exposición del arte y el componente escultural caracterizaron luego el programa y la arquitectura de muchos de los museos de finales del siglo XX.

En esa doble línea, antiguas pinacotecas como el Louvre fueron incorporando servicios más allá de las necesidades de su colección hasta dotarse incluso con una estación de bomberos propia. Pero, sin duda, el Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, es el rey de los museos-reclamo. Además de atraer turistas transformó su ciudad. Para el ideólogo de ese golpe de efecto, el director del museo Thomas Krens, su ideal de museo era "un parque temático con cuatro atracciones: buena arquitectura, una buena colección permanente; exposiciones primarias y secundarias; y otras diversiones como tiendas y restaurantes". Tras él nada fue lo mismo. Por eso, apenas una década después de su inauguración, esa versión del museo con ambición turística busca renacer en ubicaciones remotas. Un nuevo Louvre de Jean Nouvel y otro Guggenheim del incombustible Gehry pondrán en el mapa a Abu Dhabi. Aunque los edificios trasladen el espectáculo, es evidente que la sorpresa la dará ahora la nueva ubicación (el desierto) más que la calidad de arquitectura o colecciones. Promotores y directores de museos lo saben. Y han decidido jugar ese juego que redefine el papel de los museos.

El propio Piano, de nuevo, se dio cuenta tras finalizar el Pompidou de que el espectáculo sólo funciona cuando hay silencio alrededor. Por eso su siguiente incursión museística, la Menil Collection en Houston (Texas), volvió a inaugurar tipología. Anticipaba la pequeña colección, la exquisitez por encima del espectáculo y un edificio con ambición sostenible que sus posteriores obras, como la Fundación Beyeler en Riehen (Suiza), ampliarían. Frente a las microciudades museísticas, que triunfaron en los ochenta, muchas veces con más ambición política que artística, el siglo XXI intenta recuperar el museo monográfico: las colecciones personales.

Alejados de los recorridos turísticos masificados y, por lo tanto, ajenos al espectáculo, museos como el de Piano o el Centro de Arte y Naturaleza (CDAN) de la Fundación Beulas-Sarrate que Rafael Moneo construyó en Huesca siguen ese dibujo. Huyendo, de nuevo, de las tendencias que él inaugura, Piano ha abierto un nuevo sendero en la continua redefinición que atraviesa la tipología museística. El Museo Paul Klee en Berna funde su cubierta con el paisaje. Ya no busca destacar, quiere integrarse. Y es que hoy el museo-paisaje pretende lo contrario de lo que idearon los edificios esculturales de finales del siglo pasado. Nada anuncia a bombo y platillo que allí hay un tesoro.

Las ubicaciones, alejadas de las ciudades, permiten que los edificios se confundan con una chopera, como sucede con el Museo de la Villa Romana de Olmeda que Ángela García de Paredes e Ignacio García Pedrosa acaban de levantar en Palencia. También el nuevo Louvre de Sanaa (Sejima y Nishizawa) en Lens, al norte de Francia, indica que la sutileza ofrece un espectáculo maduro. En esa línea, Juan Navarro Baldeweg trabaja en el Museo de las Edades del Hombre, en Burgos, y Tuñón y Mansilla redibujan, sin ruido, el entramado del casco viejo cacereño para la colección que la galerista Helga de Alvear cedió a Extremadura.

La remodelación, con una posterior okupación, es otra de las tendencias museísticas actuales. Antiguos inmuebles en desuso, fábricas, iglesias u hospitales han demostrado que pueden tener otra vida. Y un puñado de arquitectos ha optado por okuparlos. En París, Lacaton y Vassal remodelaron el Palais de Tokyo llevando casetas de obra y rampas provisionales como piezas fijas a un edificio de los años treinta. También Arturo Franco transformó con esa estética povera, industrial y brutalista el antiguo Matadero de Legazpi, en Madrid, para que el nuevo inmueble escupiera un aire doblemente rupturista. La temporalidad está presente incluso en edificios de nueva planta, como el nuevo Centro Pompidou que Shigeru Ban culmina en Metz, al este de París.

Con todo, ha sido otra vez Piano, con un invento digno del profesor Franz de Copenhague para la Fundación Emilio y Annabianca Vedova, el que ha vuelto a descolocar la tipología museística. En Venecia, ha reconvertido el antiguo almacén portuario donde Vedova tenía su estudio redefiniendo la relación espacio-tiempo delante de un cuadro. Su aparato robótico permite que sean los cuadros los que paseen. Sin ruido, y sin moverse, un visitante puede ver hasta veinte lienzos en una hora. Se trata de liberar las paredes que son las que hoy delimitan la capacidad del museo y, por lo tanto, el acceso público a las grandes obras de arte. Piano ha querido recuperar el ritual del pintor que, poco a poco, extrae lienzos del almacén para mostrarlos a quienes le visitan. Ha definido su nuevo museo como una máquina leonardesca. Y ha sido así como, en pleno siglo XXI, la cambiante arquitectura de los museos ha recuperado el arte hallando inspiración en un artista del XVI.

La sociedad del espectáculo ha hecho de los museos lugares emblemáticos tanto por su arquitectura como por su contenido. Y sus estrategias para ampliar las fronteras fuera del cubo blanco. Ahora no sólo se pueden visitar las colecciones permanentes, sino exposiciones que atraen a grandes públicos, todo tipo de actividades en torno a ellas (desde fiestas, conciertos y ciclos de cine hasta foros de debates y talleres con niños), servicios (tiendas, librerías, restaurantes) y páginas web cada vez más desarrolladas. Hoy podemos llevar en el bolsillo, en el teléfono móvil, las grandes obras de arte de museos como la National Gallery de Londres (Antenna), con altísima calidad de imagen y explicaciones de expertos o escritores famosos. El Museo del Prado, que lanzó con Google Earth a principios de este año su proyecto de 14 joyas del museo en mega-alta resolución a través del ordenador, tiene previsto una versión para móvil en los próximos meses. La mayoría de los grandes museos ha potenciado su presencia en Internet como una forma de romper las restricciones geográficas, atraer a futuros visitantes de lugares remotos y fidelizar su interés a través de sus contenidos. Muchos de ellos, como el Barbican de Londres, cuelgan en sus páginas conferencias, conciertos, obras de teatro. Son cada vez más frecuentes en las webs las visitas virtuales de las grandes muestras de la temporada o de sus colecciones, pero ahora se proponen llegar a la inteligencia emocional de los internautas.

Hace un par de semanas tuvo lugar en Málaga un encuentro internacional titulado Communicating The Museum, organizado por la agencia de comunicación especializada Agenda. El tema eran las redes sociales y los museos. Facebook y Twitter alojan ya a un número creciente de museos, pero con estrategias muy bien pensadas. El Brooklyn Museum, por ejemplo, se ha volcado en Twitter, donde han optado por la desinstitucionalización. Es decir, no responde "el museo" sino las personas que trabajan en él, con nombres y apellidos. Se trata de convertir a los amigos de la red en potenciales visitantes. Elyse Topalian, jefa de comunicación del Metropolitan Museum de Nueva York (con más de 200 vídeos colgados en YouTube), se siente satisfecha. "Hemos apostado mucho por nuestra web y estamos trabajando en su expansión en las redes sociales. Una experiencia muy positiva surgió cuando nos dimos cuenta de que había miles de fotos de gente en el museo colgadas en Flickr. No podemos hacer nada contra eso, así es que decidimos utilizarlas en una campaña publicitaria y fue un éxito tremendo. En encuestas que hemos hecho entre los jóvenes, nos dicen que ese tipo de iniciativa les habla en su propio lenguaje. Los acerca. Y también los mayores. Nos hace comprender mejor a nuestro público".

Damien Whitmore, del Victoria & Albert Museum de Londres, es categórico. "Los museos no son sólo contenedores de colecciones, son también productores de contenido", afirma. "Lo son a través de las exposiciones y actividades en el museo, pero también en Internet, con todas sus ramificaciones y posibilidades. Cada vez hay más gente que visita las exposiciones a través de la web del museo, pronto podrán hasta ser curators online".

Cecile Vignot, jefa de publicidad de la Réunion des Musées Nationaux de Francia, opina que ahora "los museos son lugares divertidos donde puedes encontrarte de pronto a una bailarina en una sala, o una performance. Hay cine, conferencias. No se trata solamente de recorrer en silencio las salas viendo una sucesión de cuadros u objetos". Señala, como ejemplo, que "los museos se están adecuando a esa forma de vivirlo. Cada vez son más flexibles en los horarios y eso atrae a mucha gente. El Palais de Tokyo abre a diario de mediodía a medianoche y ha sido un éxito. Hace unos meses tuvimos la exposición Picasso et les maitres abierta 80 horas seguidas y a la gente le gustó mucho visitarla de noche".

Asia está en el punto de mira estratégico, tanto para el mercado del arte como para la expansión de una serie de museos. Jerome Sans, fundador del Palais de Tokyo junto a Nicolas Bourriaud, está ahora al frente del centro de arte más rompedor de Pekín, el Ullens Center for Contemporary Art (UCCA). "Para mí es la gran aventura", dice Sans. "China es ahora mismo el lugar más vibrante del mundo. La mayoría de los museos de aquí se guían por los antiguos modelos occidentales, pero están dispuestos a hacer algo nuevo, sobre todo algo nuevo en China y creado por los chinos. Quieren entender quiénes son estos artistas de otras partes del mundo, de los que todo el mundo habla, y entender su lenguaje plástico. Jugamos un papel pedagógico muy importante en ese sentido", continúa. "Pero China no es el único lugar en el que el arte contemporáneo atrae tanto la atención. Están los países árabes, India y América Latina. Estoy seguro de que en los próximos años se desarrollarán en estos sitios sorprendentes instituciones de arte actual".

El museo global, una especie de gran archivo sin fronteras, es un planteamiento que se hace Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, de Madrid. "Si el paradigma económico centrado en el dinero fácil y la especulación no se sustenta, es también evidente que la cultura basada en la primacía del edificio y del espectáculo sobre el programa ha dejado de tener validez y que la necesidad de inventar otros modelos es imperiosa", afirma. "La formulación del nuevo museo es inviable sin un cambio institucional que acarree mutaciones estructurales, de gestión y ordenación jurídica. El museo debe saber generar y asociarse con la esfera de lo Común, esto es, un espacio que va más allá de lo institucional, y que no es público ni privado, aunque mantiene dimensiones de ambos. Es el espacio de una cierta anonimidad, que genera significados, emerge de la actividad social y se transforma colectivamente. Para ello es esencial romper la dinámica de franquicias que tanto atrae a los responsables de los museos y pensar en una especie de archivo universal, de confederación de instituciones en las que no sólo se compartan las obras que albergan sus centros, sino, sobre todo, las experiencias y relatos que se generan a su alrededor. O lo que es lo mismo, que se garantice el acceso de forma no expropiable a los recursos que los museos producen. Sólo de este modo podremos decir que el yo en plural no depende de nuestro acceso al otro, sino de nuestra implicación en el mundo con los otros".

11 de agosto de 2009

Entre la inercia y el movimiento: los museos del Estado de México


Por Isabel Estambul

Construido a finales del siglo XIX en el centro histórico de Toluca, el edificio de la Compañía Cervecera Toluca y México (Miguel Hidalgo 201, colonia Santa Clara) constituye un emblema de la capital mexiquense, desde entonces dedicada a la producción industrial. Provisto de una hermosa fachada neoclásica, en la que destacan la sencillez de los ventanales y la sobriedad de las columnas, este inmueble cambió de dueños y destinos hasta que, en 1935, el Grupo Modelo lo convirtió en una bodega de distribución, quizás demasiado elegante para un cometido tan modesto. Sin embargo, esta pieza arquitectónica no perdió su valor histórico y patrimonial, que se tradujo, en años recientes, en una intensa remodelación. Así, tras una inversión cercana a los 40 millones de dólares y una ardua colaboración con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, se transformó en el Museo Modelo de Ciencia e Industria.

Enfocado a la interacción con un público joven, este nuevo espacio cultural entrelaza herramientas de difusión convencionales con elementos innovadores, inspirados en los museos tecnológicos europeos. De este modo, las áreas de exhibiciones temporales y permanentes, que suman 70 mil metros cuadrados, conviven armónicamente con una sala IMAX, un teatro, una biblioteca, una ludoteca, un restaurante familiar, una taberna ecológica y una tienda de regalos; además, se trasladan a un sitio de internet, desde el cual es posible consultar las cédulas informativas diseminadas por el Museo y acceder a un detallado programa de actividades, cuyo diseño integral comprende desde conciertos de música académica hasta conferencias de corte científico, pasando por degustaciones y caravanas artísticas.

Este interés por la retroalimentación y la participación transversal resulta indispensable para comprender la naturaleza del guión museográfico, organizado en una serie de plataformas multimedia. Éstas contribuyen a que los visitantes se involucren con su contenido y descubran una experiencia individual dentro de la memoria colectiva, pues propician un ambiente de aprendizaje abierto, flexible y relajado, sujeto a sus inclinaciones específicas. Sin embargo, sólo se vinculan con dos ejes temáticos, alrededor de los cuales se estructuran distintas alternativas de interpretación: por una parte, los procesos de producción, distribución y comercialización de la cerveza, que engloban los sectores agrícolas, tecnológicos, logísticos y sociales; por otra, los sucesos que subyacen a este conglomerado de saberes, desde la elaboración artesanal de ciertas variedades de cerveza hasta el establecimiento de la Compañía en Toluca. Las dos vías -aparentemente contrarias- se encaminan a demostrar las coincidencias entre las aportaciones humanísticas y el progreso tecnológico; entre el valor identitario de la historia y la aspiración unviersalista de la investigación científica.

Con estos instrumentos, el Museo Modelo de Ciencia e Industria pretende convertirse, mediante la reformulación de los espacios culturales contemporáneos, en un referente nacional para la divulgación, la promoción y el desarrollo de ambas vertientes; por lo tanto, ha fortalecido sus nexos con el sustrato empresarial al que pertenece y, simultáneamente, se ha aproximado a instancias como el Patronato Pro Centro Histórico de Toluca, dedicado a evitar la destrucción de un patrimonio minado por el descuido y la indiferencia. No obstante, estos objetivos sólo podrán comprobarse con la calidad y la continuidad de sus propuestas, aunadas a su habilidad para atraer a un público que, por diversas razones -entre ellas, la desinformación y la falta de difusión-, permanece ajeno al resto de los museos del Estado de México.

Por otro lado, la inserción de elementos interactivos en la antigua rigidez del discurso museográfico no se limita a este espacio cultural. El Museo José María Morelos y Pavón (Edificio Central de Rectoría, Instituto Literario 100, colonia Centro), administrado por la Universidad Autónoma del Estado de México, propone un recorrido por la historia mexiquense, desde la época virreinal hasta nuestros días. Sin embargo, esta idea -aparentemente simple y reiterativa- se enriquece desde dos perspectivas. En primer plano, conforma un tramado de trayectorias individuales y colectivas; así, durante la Colonia, evoca la perfección literaria de sor Juana Inés de la Cruz; en la Ilustración, los méritos plásticos de Pedro Patiño; en el Romanticismo, la vocación narrativa de Ignacio Manuel Altamirano; en el Nacionalismo, la iniciativa institucional de Juan Josafat Pichardo. Al mismo tiempo, destaca las contribuciones nacionales de varios institutenses, como Gilberto Owen, Luis Coto, Gustavo Baz Prada, Manuel de Olaguíbel y Maximiliano Ruiz Castañeda. De este modo, insiste -desde una óptica paralela a la del Museo Modelo de Ciencia e Industria- en la consolidación de la conciencia histórica local, todavía fluctuante e indeterminada, como fuente de identidad.

En segundo término, el Museo distribuye su acervo alrededor de siete salas dotadas de imágenes y narraciones sincronizadas, las cuales se complementan -una vez más, a semejanza del Museo Modelo de Ciencia e Industria- con un vasto archivo fotográfico y fonográfico, que atestigua desde los primeros años del Instituto Científico y Literario, signados por la ideología liberal y las revueltas políticas, hasta el ascenso internacional de la Universidad. No obstante, este panorama arraiga en un sustento hondamente tradicional, que se trasluce desde su nombre hasta la exposición permanente de uno de sus mayores bienes culturales: una reproducción facsimilar de Los sentimientos de la nación, documento que resume los principios independentistas mexicanos, aún parcialmente vigentes. A pesar de sus titubeos entre la historia libresca y los acontecimientos actuales, su magnífico guión museográfico -diseñado por Alfonso Sánchez Arteche- se plantea como un organismo abierto, dispuesto a recoger y discutir los hallazgos -tanto humanísticos como tecnológicos- de los jóvenes académicos.

Más allá de su novedad, la inauguración de estos espacios no cae en terreno estéril. El Estado de México alberga una treintena de museos, que encarnan, a su vez, treinta visiones sobre el arte, la cultura y sus interacciones con la sociedad. Oscilantes entre la reconstrucción de edificios civiles y religiosos -como el Museo de la Acuarela (Melchor Ocampo 105, colonia Merced-Alameda), resultado de la remodelación de El Gallito, y el Museo de Bellas Artes (Santos Degollado 102, colonia Centro), instalado en el Convento de la Purísima Concepción de los Carmelitas Descalzos de Nueva España- y la gestación de foros a partir de una obra concreta -como el Museo Leopoldo Flores (Cerro de Coatepec, Ciudad Universitaria), inspirado en la interpretación plástica del mito de Teseo-; entre la conceptualización convencional -como el Museo de Ciencias Naturales (Cerro del Calvario, colonia Matlatzincas), con un catálogo fijo y pocas exposiciones temporales- y la franca interdisciplinariedad -como el Cosmovitral (Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, colonia Centro), provisto de una conjugación de arte monumental y jardines botánicos en un edificio histórico-, estos recintos se imbrican en un reservorio de piezas únicas, de una riqueza tan contrastante que, sin duda, merece mayor atención. Por ello, en un afán por animar la escasa asistencia de un público reticente, también abren sus puertas a conciertos, conferencias, talleres, recitales de danza, montajes teatrales y presentaciones de libros.

De esta manera, buscan estimular el diálogo entre sus visitantes y superar su función primordial, centrada en desplegar colecciones artísticas específicas, para convertirse en señales vivas de la existencia humana, en casas productoras de sentido. Sin embargo, la inconstancia y la calidad variable de sus ofertas -en ocasiones sorprendentes; muchas veces limitadas a espectáculos improvisados- ha desembocado en una inercia silenciosa, difícil de superar. Así, la apertura del Museo Modelo de Ciencia y Tecnología implica un reto de renovación para los espacios preexistentes: mientras éste anuncia su intervención, el próximo año, como sede del Pabellón de las Naciones -un conjunto de exhibiciones temporales que reúne las expresiones artísticas, científicas y culturales de doce países-, aquéllos se encuentran obligados a diversificar el corazón de sus propuestas y, al mismo tiempo, a redefinir el significado de las experiencias culturales, entendidas como movimiento perpetuo, como una larga tentativa para desvelar la certeza y los misterios -la luz y la sombra- de la condición del hombre.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de agosto.