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28 de junio de 2009

El tiempo del deseo (reportaje robado)


Hace casi dos meses, exploramos, en estas páginas, el amor visto por Marguerite Duras y Milán Kundera. Hace una semana, Babelia, suplemento de El País, publicó una larga reseña sobre el retorno del amor en la literatura. Lo cual refuerza nuestra idea original: el amor va y viene entre la vida y la literatura; las historias de ensueño y desesperación y nuestras propias percepciones de la unión pasional. Así que reproduzco la nota, en estos días en los que -inexplicablemente- creo que el amor es el primero, el inicial... como el de Enkidu, el de esos poemas instintivos, antes de la palabra.


El tiempo del deseo


por Winston Manrique Sabogal

"Mientras la mimaba / con sus arrumacos / seis días y siete noches, / Enkidu, excitado, / hizo el amor con Lalegre". Es el primer atisbo de amor de la historia de la humanidad en la literatura. Ocurrió hace 35 siglos en las estepas de Uruk, en la baja Mesopotamia, como dan fe las tablillas de La epopeya de Gilgamesh, que narra las aventuras y avatares del rey que no quería morir, y que constituye el primer texto literario del que se tiene noticia. Desde entonces, un rosario de epopeyas, cantares, novelas, cuentos, obras de teatro, poemas y ensayos ha encadenado el tiempo hasta este mismo instante y los siguientes, teniendo al amor muchas veces como protagonista o desencadenante del destino o como pretexto para contar la vida y sus alrededores. Aunque con vaivenes, de tal manera que en los últimos meses ha empezado a rondar el epicentro de la literatura, con personajes que aspiran a heredar un día las resonancias de aquellos que están al principio de estos 3 500 años de páginas literarias.

Enkidu y Lalegre, Paris y Helena, Ulises y Penélope, Fedro, Adán y Eva, Amada y Amado (Cantar de los cantares), Dafnis y Cloe...

Después de unos cuantos años de una relación más o menos distante con los escritores, el amor se ha tomado su revancha. Más de medio centenar de títulos este semestre en España, nacionales y extranjeros, con algunos convertidos en best sellers, prueba que este sentimiento vuelve a latir con fuerza entre los narradores. Y sin prejuicios ni vergüenzas. Pero ,¿por qué esa coincidencia de volver a contar el mundo a través del amor?, ¿acaso una doble reivindicación: por el propio sentimiento y por un género literario visto por algunos como de segunda categoría? Son interrogantes sobre los cuales reflexionan varios de los autores que recientemente han abordado el tema: desde Álvaro Pombo, Ángeles Mastretta, Andrés Trapiello y Lola Beccaría en la narrativa, hasta Jesús Ferrero y José Antonio Marina a través del ensayo, pasando por Paolo Giordano, el italiano revelación con La soledad de los números primos, y el poeta Juan Antonio González Iglesias, y un noveno invitado: William Shakespeare, cuyos Sonetos hablan por sí solos en la celebración de sus 400 años: "O ensáñate si quieres, tiempo anciano: / mi amor será en mis versos siempre joven".

Triste, incoherente y preocupante es la paradoja en la que coinciden los escritores. Porque justo ahora cuando el amor se ha desencorsetado de milenarios prejuicios sociales, religiosos, morales y económicos, de tabúes e incluso ganado batallas de represiones y emancipaciones, hasta alcanzar una libertad ideal, el ser humano está perplejo al sentirse emboscado por tantas opciones de bienestar que le despiertan la sensación de desamparo. Como si saber muy bien qué hacer, mientras contempla cómo sus decepciones adquieren el mismo tamaño de sus ilusiones. Como pigmaliones dispuestos sólo a enamorarse de sus propios sueños.

Asoma así la literatura como celestina del amor y las personas. "Es que la narrativa es particularmente sensible a la situación del mundo y el estado de las cosas. Es imitativa en esencia, y lo que hace ahora es mostrar las fluctuaciones de su tiempo", afirma Álvaro Pombo, quien suele basar sus obras en relaciones sentimentales, como Virginia o el interior del mundo. Una de las fluctuaciones, a la que se refiere el escritor y académico, tiene que ver con que entendemos el mundo peor y vemos el amor como un buen refugio: "En vez de ir hacia fuera, el amor nos lleva dentro de nosotros mismos, ante la complejidad de la vida y la multilateralidad. Y lo que hace la literatura es reflejar todo eso". Da cuenta así de una geografía amorosa en perpetuo cambio según la época, como la de refundación y creación de mitos y leyes que vivió el amor entre la Edad Media y el Renacimiento, cuya herencia llega hasta hoy con títulos inolvidables.

Tristán e Isolda, La Celestina, El libro del buen amor, Romeo y Julieta, Cyrano de Bergerac, Las amistades peligrosas...

Cada época tiene su clase de amor. "Hoy los niños quieren magia cuando el mundo los desafía con la guerra; los adultos, historias de amor en épocas de crisis y guerra. El amor es el exorcismo de los adultos; el sexo, la magia, el abandono", sentencia la mexicana Ángeles Mastretta, autora de Mal de amores, Maridos y Arráncame la vida, cuya versión cinematográfica clausura hoy el I Festival de Granada Cines del Sur. Sí, cada época tiene su clase de amor, y ésta es la de los amores en tránsito. Eso piensa Pombo, para quien "la inestabilidad laboral es correlativa a la inestabilidad emocional". La gente no sabe de qué manera vivir ni enfrentarse a ese amor libre de hoy. En parte por "la sensación permanente de que nos perdemos algo, lo cual lleva a una vida sentimental de picoteo, aunque en el fondo se aspira a lo de siempre, a un amor eterno".

Como advirtiera la escritora Dominique Simonnet en la entrevista de La historia más bella del amor, "nuestra época se caracteriza por una exigencia extrema de los individuos en relación con su ideal: la felicidad a cualquier precio". Y pregunta si lo que se esconde es sólo el miedo a ser románticos. Recuerda que "hoy la unidad básica es el individuo, que ya no sacrifica su felicidad individual a la entidad familiar".

Así es como el rostro del amor en los albores del siglo XXI estaría esculpido por ideas y palabras como sobreoferta, mareo, vaivén, Yo, fragilidad, accidental, individualidad, fluctuante, inseguridad, líquido, miedo, disponibilidad, incertidumbre, cobardía, máscara, capricho, picoteo, inquietud, ansiedad, peregrinaje, dolor, intransigencia, volátil. Desencanto. O naufragio según los conceptos más usados por los escritores.

Mientras unos buscan la palabra adecuada para retratarlo y otros la mejor aliada para expresarlo, el amor sigue inasible y reviviendo en la literatura, ante lo cual Mastretta lanza una invitación alegre: "¡Sigamos tejiendo el mito!". Por ahora, tratando de explicar el porqué de esta coincidencia temática en las librerías, que podría resumirse en las siguientes ideas: cambio o reordenación de valores ante el desplazamiento de uno esencial como el amor, vuelta de la esperanza y del derecho a ser feliz después de un siglo XX catastrófico en guerras y culpas como el Holocausto, por la sentimentalización de la sexualidad y respuesta al imperio del individualismo y la soledad. Verdades a medias para Jesús Ferrero, ganador del Premio Anagrama de Ensayo por Las experiencias del deseo, que insiste en que "más que el amor, lo que arrastra al lector a los libros, por carecer de ella, es la búsqueda de la pasión en vista de que es la gran ausente de la historia de ahora". Como si la gente echara en falta aquellas magistrales y telúricas pasiones del siglo XIX y comienzos del XX, de seres en simbiosis con la felicidad y la desdicha creados por autores esenciales para el desarrollo de la novela.

Las hermanas Brontë, Jane Austen, Alejandro Dumas, Gustave Flaubert, León Tolstói, Jorge Isaacs, Eça de Queiroz, Henry James, Leopoldo Alas Clarín...

Sus libros dejan claro que el amor de hoy es un invento nuevo. Paolo Giordano , un fenómeno literario entre los jóvenes por La soledad de los números primos, del que ha vendido más de un millón de ejemplares en Italia y cien mil esta primavera en España, reconoce no tener una perspectiva profunda sobre si el amor se ha mostrado explícitamente en la literatura de los últimos veinte o treinta años, pero de lo que sí está convencido es de que ahora es un hecho llamativo. Recuerda que "la literatura de amor siempre ha estado presente y ha sido el tema de las historias. Aunque todavía hay cierta timidez en algunos a la hora de reconocer que lo tratan, o que se atrevan a decir: 'Mi novela es sobre el amor'". Giordano advierte que hay una tendencia más comercial dirigida especialmente al público joven con visiones estereotipadas, y que probablemente no son de la mejor literatura.

El autor italiano es el penúltimo destello universal de esta tendencia literaria. Las vísperas de este viaje al centro de la narrativa empezaron a notarse en 2001. Fue con la adaptación al cine de El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding, que reforzaría el subgénero del chiclit . En paralelo crecía la novela romántica, con más fuerza en Internet, y aumentaba la literatura emocional, donde destacan nombres como la francesa Anna Gavalda. A mediados de la década, Haruki Murakami empezó a hacerse popular entre los jóvenes gracias a una historia de amor de 1987 y que se tradujo como Tokio Blues, convertido en long seller. A esto siguió un gran movimiento de jóvenes italianos con la novela de Federico Moccia Perdona si te llamo amor, que ha hecho que las parejas imiten su literatura al ir hasta el puente romano de Milvio y colocar un candado en promesa de amor eterno. Casi simultáneamente, en Estados Unidos llegaba el adolescente amor vampírico de Stephenie Meyer y su saga Crepúsculo, cuyos libros figuran entre los más vendidos. Y ahora, La soledad de los números primos refuerza el interés por la temática. Amores audaces, rompedores, glamourosos, periféricos, indecisos, platónicos, mezquinos o libertinos, algunos irrealizables o frustrados o victoriosos después de muchos obstáculos y a la vez contemporáneos como los vividos por parejas de antes de la II Guerra Mundial.

Charles Swan y Odette de Crecy, los matrimonios Ashburnham y Dowell, Lady Chatterley y Mellors, Daisy y Gatsby, Aschenbach y Tadzio, Maurice y Clive y Alec...

Con amores así acaba una época. Con la II Guerra Mundial empieza otra. Y de allí procede parte del brillo que empieza a tener esta temática. Andrés Trapiello , autor de Los confines, reflexiona: "Siguiendo a Adorno: ¿quién se hubiera atrevido a hablar de amor después de Auschwitz? El genocidio y el Gulag supusieron el final de toda forma de idealismo, origen éste como es sabido de todos los totalitarismos. Acaso es ésta la razón de que la felicidad haya estado bajo sospecha en la segunda mitad del siglo XX: por reaccionaria o, peor, por cursi, sin contar con que algunas formas de la felicidad, como la conyugal, arrastraban desde el siglo XIX su propia y descarnada caricatura. Y sin embargo tampoco nos es posible vivir sin esperanza, y el amor, de origen incierto y oscuro, hace de nuestra vida algo luminoso, y según cómo es lo único que hace de nosotros criaturas semejantes a los dioses. El amor y la felicidad se oponen de modo radical a la idea de que esto es un valle de lágrimas. No parece posible ni recomendable un retorno al idealismo, pero nadie tiene derecho a condenarnos a vivir, y mucho menos por moda, en el nihilismo o en una realidad nauseabunda".

Palabras que recuerdan que la historia del amor es la historia de una tragedia. De un desencuentro entre los deseos y la realidad. Quizá porque, como escribiera Gabriel García Márquez, "la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices, sino los contrariados". Mastretta afirma que con el pasar de los años se olvidó algo elemental: la magia y el mito. Y ahí es donde entran los escritores como grandes oteadores de la vida, porque, dice la novelista mexicana, "el amor es único, nos pasa por encima y luego desaparece, y a partir de ese instante o años construimos historias novelescas para atrapar el mito que a todos interesa". Lo cierto es que tras la II Guerra, y a mediados del siglo pasado, la literatura dio pocos amores legendarios, pero los surgidos fueron creados por autores casi más famosos por otros temas que dejaron en estas novelas una entrañable sombra de tristeza.

Graham Greene y El fin del romance, Julio Cortázar y Rayuela, Yasunari Kawabata y País de nieve, José Donoso y El lugar sin límites, Ernesto Sábato y El túnel, Mario Vargas Llosa y La tía Julia y el escribidor...

En la actualidad, el escritor va tomando el pulso de la realidad como un rastreador indio que pone el oído en la vía del tren, asegura Lola Beccaría, ganadora del Azorín con El arte de perder. Y lo que los autores oyen, agrega la novelista, "es que la crisis ha dejado al descubierto que somos nada sin objetos materiales. Pero esa desnudez es buena porque nos refugiamos en los valores universales. Anhelamos el contacto humano tras el cansancio de una sobreoferta del bienestar. Hemos descubierto que el amor no tiene alternativa, porque no hay nada en la gastronomía del ser humano como el sentimiento amoroso".

Desencanto y banalización. Es la pareja de conceptos que preside las palabras de Juan Antonio González Iglesias, que prepara su poesía reunida en Del lado del amor y ganador del Premio Loewe 2007 por Eros es más. "Hay personas que concentran su vida en todo lo que no es el amor y en los últimos tiempos se han encontrado con un cierto desencanto por esos otros valores, incluida la sexualidad como tal. Hay una banalización del amor difícil de frenar porque los jóvenes ya están formados en ese vértigo que la narrativa y la poesía tratan de advertir". Para el poeta, ahora que el amor ha quedado desvinculado de ciertas cosas tiene que volver al primer plano. Para ello sugiere una reconstrucción de una teoría independiente de la religión y de la moral tradicional: "Es el momento de una reeducación amorosa que debe ser poética y literaria".

Sobre las rutas que han desviado el tema del amor hacia el sexo y la sexualidad, el filósofo José Antonio Marina considera que ahora hay un camino de vuelta. Autor de Palabras de amor, una antología de la correspondencia amorosa entre escritores, Marina dice que cuando escribió El rompecabezas de la sexualidad creyó detectar una nueva "sentimentalización de la sexualidad, tras un interés por la sexualidad a secas, producida a partir de los sesenta, como un fenómeno liberador". Añade que las grandes encuestas sobre valores que se hacen en Occidente recogen que la mayoría de la población, cercana al 95%, piensa que las relaciones amorosas son el camino más transitable hacia la felicidad. "Es posible, aunque lo digo con toda cautela, que estos dos aspectos hayan influido en el fenómeno y el renacer del amor en el epicentro de la literatura". Aunque justo antes de este presente, algunos de los libros que han entrado en la memoria colectiva hablan de épocas lejanas y cercanas recorriendo los laberintos del amor con preocupaciones actuales, ya sea con personajes reales o ficticios.

Bélver Yin y Nitya Yang de Bélver Yin, Florentino Ariza y Fermina Daza de El amor en los tiempos del cólera, el conde Laszlo Almasy y Katharine de El paciente inglés, Hervé Joncourt y Hélène y la joven japonesa de Seda, Joe y Violet y Dorcas de Jazz, Cecilia Tallis y Robbie Turner de Expiación , Ennis del Mar y Jack Twist de Brokeback Mountain...

De amores censurados, de amores peligrosos, de amores sobrenaturales, de amores aventureros, de amores despechados y de muchos más trata la oferta de títulos recientes. Incluso exploran nuevos territorios y trazan coordenadas de su mundo en el ciberespacio. Un atajo donde se ve "la necesidad de hallar esa alma gemela en un catálogo de ofertas sentimentales que es en sí misma una paradoja", asegura Beccaría, que abordó estas relaciones en su novela. Para la autora gallega es como si se estuviera haciendo el camino de vuelta a casa: "Como Ulises, que encuentra los cantos de sirena y muchas cosas más que retrasan su regreso junto a Penélope. Pues ahora los escritores hemos cogido el barco rumbo a Ítaca, que es el amor, oyendo cantos de sirena y contándolo a los lectores junto con los otros desvíos, pero dejando claro el destino y el puerto de llegada". Una idea a reforzar por el alto grado de individualismo actual.

En ese Yo sobredimensionado anida parte de la realidad y de la literatura que es imitativa. José Antonio Marina cree que se vive un momento interesante de creación amorosa: "El individualismo actual, el énfasis en la autonomía y la realización personal, que ha triunfado por muy buenas razones, está dificultando mucho la 'vinculación amorosa'. No tenemos un sistema sentimental claro para mantener la relación afectiva entre dos personalidades autónomas e independientes, y por ello las relaciones se han fragilizado excesivamente".

Lo que sucede, según Álvaro Pombo, es que "el amor no acaba de salirnos del todo bien porque no terminamos de creer en él". El académico considera que se ha perdido la idea del concepto de persona íntegra: "Ahora somos menos sustanciales y más accidentales". Su imagen es la de que la gente naufraga y los escritores reflejan esas titilaciones y movimientos de rebrillo de los vaivenes de las relaciones contemporáneas.

Un ejercicio nada fácil, advierte Ángeles Mastretta. "Escribir novelas de amor es caminar por el borde de un acantilado debido a que es muy fácil volverse cursi y estereotipado. Hay que escribir llevando el control de las riendas, conteniéndose, y atento a los desvíos. Como en todos los temas, se han escrito malos libros y eso ha servido para considerar la literatura de amor un género superficial. Y eso es injusto, porque también se han escrito malos libros sobre asuntos como el Holocausto, pero a ellos se les perdona. No hay que olvidar que el amor es algo trascendental". Insiste en que no es una entelequia. Está convencida de que su regreso al corazón de la narrativa es una buena noticia: "Es volver a contar el mundo emocional hacia dentro y para fuera". Como varios de los escritores, recuerda que el amor es la mayor y más imprevisible aventura a que se puede enfrentar el ser humano, como se refleja en algunos de los personajes y parejas literarias recientes.

Virginia y Casimiro, de Álvaro Pombo; Alice y Mattia, de Paolo Giordano; Claudia y Álex, de Andrés Trapiello; Amélie y Rinri, de Amélie Nothomb; Hans y Sophie de Andrés Neuman; Félix y Luz, de Rubén Abella; Sara y Enzo, de Lola Beccaría; Ruth y Mo, de Daniel Vázquez Selles; Mario y Beatriz, de Marta Rivera de la Cruz; Carmela y Lucas, de Marcos Aguinis; Godwin y Lydia, de Roland Vernon; Giacomo y Michela, de Fabio Volo; Sebastián, de Ray Loriga; Naser y Fiore, de Sulaiman Addonia; Step y Babi, de Federico Moccia...

Aventuras que confirman que 35 siglos después siguen vigentes en la literatura las leyes de esa parcela de deseos atisbada en Enkidu y Lalegre del Gilgamesh y Tristán e Isolda, y que los libros se podrían dividir entre los que cuentan la vida a través de historias de personas que se aman y desean y los que no. Como sucede en La vida ante sí, de Romain Gary, pero donde el autor pone en boca de Momo, un niño huérfano, la pregunta que le hace a Hamil, un anciano musulmán, de si se puede vivir sin amor. El hombre guarda silencio, y el niño le reclama la respuesta, a lo que Hamil contesta:

-Eres muy joven, y cuando se es tan joven es mejor no saber ciertas cosas.

-Señor Hamil, ¿se puede vivir sin amor?

-Sí -dijo él, bajando la cabeza como si le diera vergüenza.

La escritura sagrada (y los blogs profanos)


Cuando empecé a escribir, tuve la sensación de comportarme como un iniciado. Las palabras y las letras eran un misterio chiquito, diseminado por la ciudad pero asumido en el intelecto: un código de entrada y salida, que al fin me descifró el interés de los libros viejos. Por estas razones, la escritura siempre me ha parecido comprometedora. De ahí salió mi vocación por la literatura y, luego, mi inclinación profesional por la edición y la corrección de estilo. La escritura, también, se convirtió en una forma de respeto entre el lector, que no es tonto, pero que merece claridad, y el autor, que no tiene derecho a esconder su pobreza en los adornos, en párrafos interminables y abreviaturas incomprensibles.

Por eso, jamás he sido una lectora asidua de los blogs, esas bitácoras que aparecen con el pulso de la idea, muchas veces sin discernimiento previo. Y cuando me planteé la idea de escribir aquí, fue más con la posibilidad de compartir lo que, a final de cuentas, aparece en medios impresos. En nuestros días, la mitad de lo que se publica es fugaz y prescindible, pero, a condición de que se encuentre bien escrito, se salva, se enriquece. Y nos abre puertas. Así que no dejé de empatar con la opinión de José Saramago, publicada a principios de semana en El Universal. Les dejo la nota por aquí, para ver qué opinan.


José Saramago lamenta calidad de blogs


El escritor portugués José Saramago, quien está a punto de publicar un libro con los artículos que escribió para su blog, cree que con la irrupción de estos sitios de internet "a la vez que se escribe más, se está escribiendo peor".

"La práctica del blog ha llevado a la escritura a muchas personas que antes poco o nada escribían. Lástima que muchas de ellas piensen que no merece la pena preocuparse con la calidad de estilo de lo que se escribe", dijo en una entrevista publicada por el diario argentino Clarín.

Saramago reunió los artículos publicados durante los seis primeros meses de su actividad como bloguero en El cuaderno, un libro vetado en Italia por Silvio Berlusconi que refleja el espíritu crítico de su autor.

"Personalmente cuido tanto del texto de un blog como de una página de novela", indicó el premio Nobel portugués, de 86 años, que presentará el libro en un encuentro con blogueros abierto a los internautas del mundo.

En cuanto a su blog, dijo que no le destina "ninguna idea en particular", para luego manifestar que "los sismógrafos no eligen los terremotos, reaccionan a los que van ocurriendo, y el blog es eso, un sismógrafo".

"Aquellos que me han leído saben que pueden encontrarse cada día ante algo totalmente inesperado", remarcó Saramago, quien respondió las preguntas del periódico argentino por correo electrónico desde su casa en Madrid.

El autor de El Evangelio según Jesucristo también sostuvo que no se ha topado con textos que tuviera miedo de publicar y evaluó que "si el blog es un espacio para la reflexión, no debe sorprender que ilumine a quien lo escribe, es una consecuencia lógica".

"Una novela como Ensayo sobre la lucidez es más explícitamente política que todos mis blogs", señaló quien suele reflejar en los escritos que destina a la web sus mayores preocupaciones, como "la crisis del mundo" y "la falta de perspectivas para salir".

"La crisis es la manifestación del caos en que, aunque sin saberlo, sin querer pensar en ello, estábamos instalados desde hacia años. Ahora el castillo de naipes se ha venido abajo: a ver de qué manera construimos para seguir viviendo", agregó.

17 de junio de 2009

Animando el polvo



Lo reitero: no importa cuántas presentaciones sean. La del 12 de junio fue mucho más íntima, mucho más serena que las anteriores. Por lo mismo, recuerdo que Antes del polvo roza su fin, que está viviendo en otro lado desde hace meses y es necesario ponerse a trabajar en los libros que vienen. Todo se tiñe brusca, luminosamente, de futuro. Les dejo el comunicado de prensa correspondiente, en el que no se respira, sin embargo, el aliento de poemas nuevos.


En el Museo de Numismática

MARGARITA HERNÁNDEZ
PRESENTÓ ANTES DEL POLVO


Toluca, Estado de México.- Preocupado por la difusión de algunas actividades artísticas de raigambre netamente independiente, desde conferencias hasta exposiciones plásticas, el Museo de Numismática del Estado de México, administrado por el Instituto Mexiquense de Cultura, abrió sus puertas a Cosmoción, editorial alternativa formada en julio del año pasado, y a Margarita Hernández, joven poeta mexiquense, quien presentó su primer libro, Antes del polvo.

Acompañada por Elías Jaramillo, poeta y editor fundador de Cosmoción, y Heber Quijano, crítico y escritor galardonado con el Premio Internacional de Poesía “Gilberto Owen”, Margarita Hernández recordó los propósitos iniciales de la editorial –inclinada hacia la libertad y la experimentación, más allá de los criterios escriturales convencionales–; además, destacó la libertad creativa con la cual se concibió y se publicó el libro, la cual le permitió imprimir concisión y congruencia al conjunto de textos, signado por su brevedad y su tendencia hacia la formalidad. Asimismo, agregó que Antes del polvo propone una trayectoria narrativa por la pasión amorosa, puesto que sus tres partes convocan tres momentos sucesivos: el deseo, su consumación y su pérdida.

Por su parte, Heber Quijano subrayó las líneas temáticas del libro, tendientes hacia “la pasión estremecida y lúbrica que vive de sus propias brasas y se encuentra condenada a la extinción y a la muerte de los amantes envueltos en su fragor”. No obstante, señaló que este aliento emocional no le impide acercarse a formas como el endecasílabo, pues, “si bien llega a percibirse su escritura más cerebral de la esencia intempestiva que narra, queda claro que la madurez poética de esta periodista cultural pronto habrá de recoger frutos de gran intensidad”.

Con estos rasgos en mente, citó algunos versos “certeros como dardos, que conmueven y estremecen”, como "déjame viajar al sur / gorjear en su íntimo lenguaje / triscar los frágiles veneros / en que se queman tus arterias”. Momentos después, estas palabras cobraron vida en la voz de su autora, quien concluyó la presentación con la lectura de algunos fragmentos de Antes del polvo.

Nacida en 1985, Margarita Hernández es egresada de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha participado como ponente y organizadora en diversos congresos, talleres y festivales literarios. Ha sido colaboradora en numerosas publicaciones de circulación estatal, nacional e internacional; además, se ha desempeñado como reportera y como coordinadora de la página cultural del semanario El Espectador.

En 2003, ganó la mención honorífica del Cuarto Concurso de Cuento Preuniversitario “Juan Rulfo”, organizado por la Universidad Iberoamericana; en 2007, obtuvo el primer lugar en el Cuarto Concurso Universitario de Poesía, concedido por la Facultad de Medicina de la UAEM. Su primer libro, Antes del polvo, se encuentra a la venta en la Librería del Centro Toluqueño de Escritores (Plaza Fray Andrés de Castro, edificio A, local 9, en los Portales) y en las Librerías Universitarias (Edificio Central de Rectoría y Casa de las Diligencias).

El sabor de las palabras (reportaje robado)


Mis días empiezan con un tour entre papeles y periódicos; así, transcurren entre la constatación de que no soy periodista y amo otro tipo de lecturas, inevitablemente más lentas. Por eso, no dejó de sorprenderme ver esta nota en el El Universal, más cercana a la crónica intelectual de un aspecto cotidiano en un escritor que, desde hace años, me acosa con sus sabias sombras, con su condición de lectura que me debo.


"Una mala comida no se recobra nunca"


Por Adriana Durán Ávila

Por goloso y glotón, Alfonso Reyes, todo un hombre de letras, escribió poemas, obras de teatro y textos alusivos a la gastronomía, un tema que lo marcó desde su nacimiento –el 17 de mayo de 1889–, ya que ese día se festeja a San Pascual Bailón, el patrono de los cocineros.

Desde niño, este regiomontano disfrutaba los platillos cocinados por su nana Emilia, Lili. Una de sus comidas favoritas eran los chiles rellenos de queso –nunca le gustaron los de carne–, así como los huevos rancheros y la carne estilo Monterrey.

A Reyes le fascinaban las toronjas, manzanas y mangos, tanto como las torrejas, las crepas, los huevos reales, las natillas y las cocadas. Tenía un gran amor por las tortillas de harina y el mole de guajolote.

"El sentido suntuario y colorista del mexicano tenía que dar con ese lujoso platillo bizantino, digno de los lienzos del Veronés o, mejor, de los frescos de Rivera; ese plato gigantesco por la intención, enorme por la trascendencia digestiva, que es abultado hasta por el nombre: mole de guajolote. ¡Grandes palabras que sugieren fieros banquetes! Es la pieza de resistencia en nuestra cocina, la piedra de toque del guisar y el comer, y negarse al mole casi puede considerarse como una traición a la Patria", dijo Reyes, quien prefería las cocinas española, francesa, argentina y brasileña.


Un andar entre restaurantes


Reyes era verdadera y orgullosamente gourmet. En uno de sus viajes a París hizo un registro de todos los restaurantes que visitó, con su respectiva crónica y crítica. En las tarjetas aparecen La Tour d’Argent y los patos a la criolla de Chez Beaugé, entre otros.

La nieta del escritor, Alicia Reyes, recuerda que su abuelo frecuentaba los restaurantes Prendes, Embajador y San Ángel Inn, en los que comía o cenaba en compañía de Manuel Sandoval Vallarta, José Gaos y Carlos Fuentes, uno de sus amigos más allegados.

Alicia comenta que a su abuelo también le gustaba ir al Sanborns de los Azulejos, para desayunar con sus amigos, o al Normandie en Paseo de la Reforma.

Y, para acompañar la comida, Reyes prefería el vino tinto de Santo Tomas. Siempre fue reconocido como un buen catador.

"Cuando se nos canse Dios de leyes, normas y sinos, hará de los vinos panes, hará de los panes vinos", escribió.

Reyes también lamentó en sus textos que las costumbres culinarias se alteraran por cuestiones de dietas, la cuenta de las calorías y los motivos estéticos.

"¿Quién no se ha detenido a considerar un instante, con tanto respecto como pavor, aquel régimen gigantesco y propiamente rebela sano de las abuelas? Medio lechoncillo por barba y una botella por cabeza, eran cosas que a nadie espantaba antes de la era del automóvil. Nadie resistiría hoy una tamalada mexicana en toda su tradicional opulencia", señaló el escritor.


Sabores que inspiran


Fundador del Ateneo de la Juventud, junto con los escritores Antonio Caso, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, Reyes realizó notables trabajos como Cuestiones gongorinas (1927), Capítulos de literatura española (1939-1945) y Discurso por Virgilio (1931).

Su texto más conocido en el mundo culinario es Memorias de cocina y bodega, obra en la que se disfruta de un juego literario en torno a una cena.

Este literato, quien fue uno de los primeros en resucitar a Sor Juana Inés de la Cruz, formó un club gastronómico llamado La Cucaña. De acuerdo con la historiadora Ana Benítez Muro, a las reuniones asistían intelectuales, escritores, políticos y gastrónomos invitados en exclusiva.

Inspirado en estas reuniones, años después, el director de teatro Luis de Tavira montó la obra La conspiración de La Cucaña. Al final de la función, los actores ,vestidos de meseros, repartían bocadillos y copas de vino entre el público.

Reyes también inspiró el libro En defensa de la envidia, donde Sealtiel Alatriste relata la disputa entre Alfonso Reyes y Salvador Novo por la mejor cocinera, en una lucha ganada por Novo.

"Una buena comida da tanto placer como la más seductora de las lecturas", aseguraba Reyes –fallecido en diciembre de 1959–. Estaba convencido de que "una mala comida no se recobra nunca".

6 de junio de 2009

Viene la cuarta



No importa cuántas presentaciones haga de Antes del polvo: siempre resulta una experiencia completamente distinta. Y justo cuando creo que ya tengo dominado el discurso público, aparece una pregunta, una apreciación, una mirada que trastoca mi propia percepción del libro. Se contrae, se multiplica, se disgrega. Se va a habitar su propia vida, más luminosa, en otros ojos.

Por esto, Cosmoción y yo estamos contentos de invitarlos a una nueva presentación, el próximo 12 de junio, a las 17:00 horas, en el Museo de Numismática (ubicado en Miguel Hidalgo 506, a unos pasos de la Alameda). En esta ocasión, nos reuniremos con Heber Quijano, también egresado de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México y ganador, hace algunos años, del Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen. La idea es, como siempre, disfrutar con poesía en voz alta, vino de honor, bocadillos y conversaciones. Además, pueden llevarse su ejemplar autografiado y a un precio especial.

No dejen de acompañarnos: recuerden que su participación es esencial para mantener vivo el arte independiente. En estos momentos, Cosmoción ya prepara otros dos volúmenes de poesía, gracias a su participación y su constancia.

Blogs que leo


Anoche, tuve la oportunidad -¿o la obligación?- de asistir a Los sabores de Antonieta, la muestra gastronómica que publicamos aquí hace algunos días. Fue una experiencia extraña y absorbente, llena de disfrute y de historia, pero también de inquietud. Intrigada, investigué sobre Edmundo Escamilla y Yuri de Gortari, responsables de dicha actividad y fundadores de la Escuela de Gastronomía Mexicana. Di, de manera fortuita, con este blog, que me mantuvo entretenida durante horas y, sobre todo, me invitó a revalorar una de esas actividades que jamás practico: la cocina. Habrá que terminarlo de leer y, luego, habrá que ponerse a gozar con uno de los pocos placeres de este mundo salvaje.


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Desde hace meses, he leído con atención las desventuras de Yoani Sánchez, una de las pocas blogueras que realmente tiene algo por decir. Más allá de sus tribulaciones personales, de los conflictos que enfrenta en una Cuba desolada, esta filóloga y periodista se ha dedicado a disectar su realidad con un espíritu crítico que, en países como el nuestro, hace muchísima falta. Escrita en medio de la censura y las contradicciones, esta bitácora - en el sentido más fiel de la palabra- ha merecido diversos premios internacionales, aunque, en realidad, el único que cuenta en estos tiempos es la lectura acuciosa de sus seguidores.

2 de junio de 2009

En el río de las palabras: Jorge Luis Borges y Antoine de Saint-Exupéry


por Margarita Hernández Martínez

El 1 de junio de 1977 –nueve años antes de su fallecimiento, el 14 de junio de 1986–, Jorge Luis Borges ofreció la primera de una serie de conferencias que, años más tarde, verían la luz en un volumen denominado Siete noches. Dictadas en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, estas ponencias representan la condensación –profunda y espontánea– de los temas y los contrastes que animaron su trayectoria literaria: el Oriente y el Occidente; la realidad y la ficción; la vida y la muerte; el sueño y la pesadilla; la luz y la ceguera; la lectura y la escritura; el lenguaje y la poesía.

Por esta razón, Siete noches se desenvuelve entre fragmentos memorables, que resumen las ideas de este escritor argentino y aclaran, en cierta medida, las imágenes que rigen el vasto cuerpo de su obra. En el quinto capítulo, centrado en el lenguaje poético, un Borges conmovido, lúcido hasta la transparencia, afirma: “Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro, literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Y aun para el mismo lector el mismo libro cambia, ya que somos el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, que cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito”.

Estas líneas revelan, en primera instancia, la actitud amorosa de un lector ante el hecho literario, que se despliega –inevitablemente único e irrepetible– frente a sus ojos. Un libro, desde la perspectiva de Borges, encarna un lenguaje por descubrir; al mismo tiempo, el lenguaje brota de una intención selectiva y misteriosa. De este modo, la fascinación por la lectura no depende de la voluntad humana: los libros contienen y configuran un destino. Paralelamente, en su condición de objetos, los libros existen en todas partes. Formados –más allá de las palabras– por signos de interpretación variable, requieren la concurrencia de nuestros sentidos y nuestra experiencia; de nuestra intuición y nuestros conocimientos previos; de –sobre todo– nuestro asombro y nuestra empatía.

Estas declaraciones resuenan en “La escritura del dios”, cuento recogido en El Aleph, otro volumen esencial para comprender la poética de Borges. Ahí, el narrador, ensimismado en la caligrafía secreta de sus divinidades, descubre la omnipotencia de la lectura en una materia inusual. “Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres [...]. Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de las manchas. Cada ciega jornada me concedía un instante de luz, y así pude fijar en la mente la negras formas que tachaban el pelaje amarillo. Algunas incluían puntos; otras formaban rayas transversales en la cara interior de las piernas; otras, anulares, se repetían. Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra”. El otro, que encierra al mismo, trasluce el origen paradójico en que se asienta la persistencia de la literatura.

Ésta, en segundo término, se inscribe en la capacidad de adaptación y actualización del texto poético. Más allá de las épocas y las edades; más allá de las tendencias estéticas y las preferencias personales, las narraciones y los poemas que sobreviven al oleaje del tiempo poseen una flexibilidad natural. El lenguaje, abierto y sugerente, permite formular toda clase de interpretaciones, y éstas se transforman de acuerdo con el enriquecimiento personal del lector, tanto en el aspecto vital como en el literario. De este modo, cada libro se prolonga infinitamente y vuelve al caudal de la existencia con cada lectura; en consecuencia, depende por completo de la intervención –emocional, espiritual, psíquica e intelectual– de quien lee. No obstante, también desemboca en nuevos significados; su brillo se sujeta a cualidades distintas y se refleja en otras formas de pensamiento. Así, los tintes humorísticos de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se han diluido para dar paso al testimonio de un siglo alegre y tempestuoso; las críticas de El laberinto de la soledad se han suavizado e, incluso, se han convertido en la justificación de algunos patrones de conducta.

También podemos pensar en El Principito, igualmente entrelazado con el primer mes del verano: su autor, Antoine de Saint-Exupéry, nació el 29 de junio de 1900. Considerada convencionalmente un libro infantil, esta fábula –aún– contemporánea reflexiona en torno al sentido de la vida, la amistad y el amor, en contraste con la frialdad característica del mundo adulto. Además, ahonda en la inexorable pérdida de la inocencia, que sobreviene con el contacto humano y el conocimiento del universo. Para ello, recurre a un lenguaje directo y preciso, cuya belleza reside, precisamente, en su capacidad para desarrollarse en cualquier tiempo y espacio. Esta indeterminación desvela las posibilidades interpretativas; asimismo, contribuye a modificar sus significados: de la Segunda Guerra Mundial a la época posmoderna; de la infancia a la madurez, evoca algunas situaciones y valoraciones en metamorfosis permanente y, de manera sorprendentemente espontánea, mantiene un final abierto.

En último término, más allá de la individualidad, Borges y Saint-Exupéry aseguran que en cualquier hombre habita, incandescente, el resto de la humanidad. De este modo, desde nuestra naturaleza humana, nada humano no es ajeno. En consecuencia –y regresando a Siete noches–, “el hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía”. Por tanto, la belleza, afirma el autor de El libro de arena, “es una sensación física, algo que sentimos con todo el cuerpo. No es el resultado de un juicio, no llegamos a ella por medio de reglas”. La apuesta, entonces, radica en despejar nuestra mente, abrir nuestro espíritu y sumergirnos, despojados de miedo, defensas y prejuicios, en el río del arte y la literatura: en el océano de signos y palabras.



* Texto originalmente aparecido en la Agenda Cultural AcéRcaTE de junio, publicación oficial del Instituto Mexiquense de Cultura que puede conseguirse gratuitamente en museos, restaurantes e instituciones educativas de Toluca.

Mario Benedetti o la épica cotidiana

Por Ilsa Hoffmann

A estas alturas se habrá dicho todo: Mario Benedetti, una gran pérdida para la literatura. Mario Benedetti, el último aliento –cálido y gozoso– de una generación combativa. Mario Benedetti, el poeta del compromiso y de la calle; el novelista de la fiebre y la oficina; el silencioso oficiante de los libros. Mario Benedetti, el hombre de las palabras sencillas, cercano a estudiantes y a burócratas; el hombre –no obstante– de los versos arriesgados, tambaleante entre el cielo y el exilio. Así, desde ahora, será difícil escapar de la fría nota informativa, que nos alborotó un domingo con crepúsculos. Será difícil escaparse, también, del lugar común que, con el pretexto de la muerte, instala al poeta en pedestales.

El recuerdo de los muertos nos arriesga al halago y la parálisis. Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 - Montevideo, 2009) lo sabía muy bien cuando, en mayo de 1959, concluyó la escritura de La tregua, quizás su novela más bella y popular, más atractiva en su traslado a otros lenguajes –no olvidemos que, en 1975, la adaptación cinematográfica dirigida por Sergio Renán mereció una nominación al Oscar– y en su capacidad de convocatoria. A la vuelta de los años, este libro tan breve ha logrado actualizarse en distintas generaciones de lectores y, a la luz de una larga trayectoria –en forja entonces; ahora consolidada– ha conseguido evidenciar dos temas que, como transparentes nervaduras, recorren el corpus de este autor uruguayo: el trabajo y el amor.

El primero representa, de manera condensada y luminosa, las tribulaciones comunes del ser humano contemporáneo, atrapado en ciudades estériles y labores rutinarias. Perseguido por la inevitable consciencia de sus fracasos –la viudez prematura, la lejanía de los hijos, el corazón anulado–, Martín Santomé registra, en un triste diario íntimo, la grisalla que antecede a su jubilación. El escenario se centra en una oficina como cualquier otra: personas recluidas en los deseos y las necesidades de otros, dispuestas a renunciar a sus sueños a favor de una estabilidad pasajera. La perspectiva del ocio, sin embargo, se desvanece frente a los ojos de Santomé: tras veinticinco años de sacrificios y abdicaciones, descubre que la vida se ha tornado insípida, ajena a todos los placeres.

Pese a ello, su impulso escritural transmite, por un lado, un anhelo de permanencia; por otro, supone el inicio de una especie de épica cotidiana –reforzada, más allá de La tregua, en libros como Poemas de la oficina y Poemas del hoyporhoy–. Ésta se halla regida por la exploración de la cotidianidad y el descubrimiento de momentos epifánicos, en los cuales el universo –desde el interior hasta el exterior– puede saltar y convertirse en otro.

Ambos elementos se conjugan en el carácter público y dialéctico que anima el lenguaje de Benedetti, abierto a las numerosas puertas que, irrevocablemente, somos los demás. No obstante, también posee un alto sentido estético: la simplicidad lexical se traduce en imágenes de una belleza deslumbrante, exentas de obviedad y alejadas de la vacía pirotecnia verbal que explota de vez en cuando en las librerías. Como resultado, la voz de Martín Santomé –desde un enfoque de constante introspección– encarna un discurso de sinceridad apesadumbrada, sólo truncado con la aparición de Laura Avellaneda.

La introducción de este personaje supone la imbricación del amor en la rutina diaria. A lo largo de las páginas, Santomé se interroga sobre su origen, su desarrollo, sus obstáculos y motivaciones. Sus hallazgos añaden luz a una concepción particular de las emociones humanas, reveladas, para Benedetti, en gestos sencillos, que procuran escapar del discurso grandilocuente y lírico que, desde hace siglos, acompaña a las manifestaciones amorosas.

De este modo, Avellaneda y Santomé escapan de las convenciones por partida doble: mientras experimentan una relación contrariada, acechada por la diferencia de edades y el ambiente burocrático; expresan las mismas ilusiones e inquietudes que el resto de las personas. En consecuencia, se sitúan en un espacio distante a los héroes y a los amantes tradicionales; más bien, ahondan en los rasgos esenciales de la poesía de Benedetti: la fijación coloquial, la pulcritud y la cercanía que tanto se han consignado en estos días.

Densamente arraigada en la educación sentimental de miles de lectores, la poesía de Benedetti se ubica en las proximidades terrestres y, de modo consistente, niega las tendencias altamente retóricas a favor de una inmediatez expresiva que, de manera paralela, desarrollaron Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, 1926 - Ciudad de México, 1999) y José Hierro (Madrid, 1922 - 2002). No en vano apunta, en Poemas del hoyporhoy: “siempre escribí en la cama / mejor que en los ferrocarriles”. Con estos versos, puntualiza que no es necesario emprender grandes viajes –como en el ampuloso romanticismo– para propiciar el encuentro poético. La poesía, entonces, constituye el reflejo de circunstancias inmediatas; sin embargo, todavía aspira a una intención universal. Así, desde el amor, el miedo, la soledad, la indignación y la nostalgia de un solo hombre, las voces que convergen en su actividad creativa configuran un destino general, cíclico e infinito.

Al mismo tiempo, la poesía de Benedetti recuerda, con una firmeza vista pocas veces, la misión primigenia de este género literario: el canto colectivo. Centrado en –y, más allá, comprometido con– una realidad latinoamericana en permanente metamorfosis –intermitente entre la duda y el exilio; la injusticia y la incertidumbre; el nacionalismo y la pérdida–, el escritor uruguayo logra que sus palabras se conviertan en los susurros y las exclamaciones de una multitud indeterminada que ama y goza; que sufre y muere.

Desesperanzados pero entusiastas; amorosos pero contenidos, sus poemas evocan lo mejor y lo peor de la naturaleza humana; las contradicciones de la sociedad y de la historia; las alternancias entre el sueño y la pesadilla. Sus oscilaciones entre la temerosa concreción y el inasible ideal se aclaran en sus propias sentencias: “siempre escribo pensando en el futuro / pero el futuro / se quedó sin magia”. Con ello, funda una poesía inspirada en la resistencia; sin embargo, ésta trasciende su basamento social para remover la indiferencia personal, tal vez más demoledora que el desempleo, el hambre y la miseria.

Pero no tanto como la muerte, que, en muchas ocasiones, se tiñe de una inocencia callada y absoluta: “la muerte es sólo un niño / de cara triste / un niño / sin motivo / sin miedo / sin fervor / un pobre niño viejo / que se parece a Dios”. Falla o azar, cesión biológica o transición espiritual, la muerte es, en este mundo construido por Benedetti, una alterativa para seguir viviendo. Y así, la próxima vez que usted quiera palpar su sedosa transparencia, sólo basta abrir un libro. Abrir el lenguaje que, tímida, luminosamente –en él más que nunca– sigue siendo de nosotros.



Mario Benedetti (2007), La tregua, Suma de Letras (Punto de Lectura), México (1959).
__________ (2002), Poemas de la oficina. Poemas del hoyporhoy, Suma de Letras (Punto de Lectura), México (1953-1961).



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de junio.