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28 de octubre de 2009

Tantas cosas, tan pocas horas


Dice el célebre Murphy que, aunque el año tenga cincuenta y dos fines de semana, las actividades que valen la pena se amontonarán, inevitablemente, en uno solo de ellos. El 6, 7 y 8 de noviembre voy a estar cubriendo el cierre del Séptimo Festival de las Almas, en Valle de Bravo. Sin embargo, el 6 y 7 de noviembre, el Zoológico de Zacango –ubicado en Calimaya, muy cerca de Metepec– ofrecerá un fantástico campamento nocturno. Destinado a todas las personas mayores de 16 años, propone 24 horas de contacto cercano con miles de ejemplares y cientos de especies animales, algunas de las cuales son especialmente activas después del ocaso.

Además, el 6, 7 y 8 de noviembre, Poder Cívico convoca a La Ciudad de las Ideas, una celebración del pensamiento que reúne a humanistas, científicos y filósofos para exponer nuevas visiones alrededor del ser humano en el mundo. Desarrollado como un foro interactivo, se llevará a cabo en el Complejo Cultural de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, razón por la cual es necesario registrarse con antelación. Vale la pena darse la vuelta y hacer el viaje completo: sin duda, Puebla es una de las ciudades más hermosas de la República Mexicana.




* La imagen que acompaña esta entrada proviene de Flickr. La versión original puede encontrarse aquí.

23 de octubre de 2009

Bajo su propio riesgo (reportaje robado)


A los quince años, me salté la fiesta de rigor y me puse a leer Lolita. Desde entonces, dejé de sentirme como bicho raro: había –voluntariamente o no– otro montón de chicas de mi edad que preferían –platónicamente o más– esa oscura aura de los hombres maduros. Además, la hermosa novela de Vladimir Nabokov me enseñó que los atractivos intelectuales funcionan mejor conforme nos ganan los años; que la realidad es una forma general de nombrar –y diseminar– las ficciones particulares; que el auténtico problema de los deseos radica en la acechante certeza de su satisfacción.

Ninguna de estas experiencias –por supuesto– me invitó a despertar una sexualidad temprana, mucho menos a extraviarme en los brazos de otros lectores que, fascinados por el candoroso recuerdo nínfulas antiguas, se ofrecieron a personificar a Humbert Humbert. Lo cual quiere decir que, en estas cuestiones de interpretación artística, es necesario poner dos conceptos por delante. El primero, que todo lo que aparece en una obra de arte pertenece a la naturaleza humana: el sexo, el crimen y la crueldad resultan tan nuestros como la bondad, la virtud y la riqueza espiritual. El segundo, que toda experiencia artística se asume bajo el propio riesgo: si no estamos de acuerdo con lo que estamos leyendo, es mejor cerrar el libro y donarlo a la biblioteca más cercana. Así como siempre hay un roto para un descosido, hay una obra de arte para cada sujeto, con la condición de que se encuentre dispuesto a ejercer su criterio –que no es poca cosa–.

Por estas razones, leer una nota como la que aparece a continuación me provoca perplejidad: mientras no aceptemos nuestra condición, mientras no aprendamos a observar el arte más allá de la superficie, mientras no aprendamos a relacionarnos con nuestro propio cuerpo –y con el cuerpo de los demás– con la naturalidad que se merece, seguiremos impregnando las obras ajenas de nuestro propio morbo. Y nos perderemos de incontables experiencias estéticas.



¿Debe el arte imitar o regular la moral social?



Por Julio Aguilar

No es uno de los mejores libros de Gabriel García Márquez, pero ya es uno de los más polémicos. Desde su aparición en 2004, Memoria de mis putas tristes ha suscitado un gran debate, pero no por motivos literarios, sino por razones morales. Este relato, en el que un anciano decide celebrar sus 90 años pagando por una noche de sexo con Delgadina, una adolescente de 14 años de la que termina por enamorarse, ha provocado una reacción pocas veces vista en México contra una obra literaria.

Desde 2004, la entonces diputada federal Angélica de la Peña, del Partido de la Revolución Democrática, convocó a boicotear la venta del libro durante un foro sobre explotación sexual infantil organizado por la Cámara de Diputados. Según la diputada, el libro escrito por el Premio Nobel de Literatura es una apología de la pederastia y de la explotación sexual infantil.

El llamado al boicot no prosperó y las críticas contra la novela de García Márquez bajaron de tono hasta que remontaron el pasado 5 de octubre, cuando la activista Teresa Ulloa decidió presentar en Puebla una denuncia penal contra quien resulte responsable por el delito de apología de la prostitución infantil.

Ésa fue la reacción de Ulloa y de otras activistas ante la noticia de que el relato escrito por el Nobel sería adaptado al cine. La historia sería filmada por el director danés Henning Carlsen y el proyecto sería cofinanciado por el gobierno de Puebla. Ante la presión, ese financiamiento público ha sido cancelado y el rodaje se ha pospuesto. Sin embargo, en algunos sectores, continúa vivo el debate sobre la conveniencia de llevar el relato al cine, sobre el contenido moral de Memoria de mis putas tristes e, incluso, sobre un supuesto compromiso que deben asumir los creadores para no incitar a conductas ilícitas.


Los peligros de la piel infantil


Este tipo de debates, de reciente aparición en Hispanoamérica, son recurrentes en otros ámbitos culturales, en particular en el mundo anglosajón. El repudio a la novela Lolita, de Vladimir Nabokov, y a sus adaptaciones al cine quizá sea el caso más célebre, pero hay muchos más.

Justo cuando se inició en México la polémica sobre Memoria de mis putas tristes, estalló en Gran Bretaña la polémica por la exhibición del retrato de una niña desnuda en la Tate Modern Gallery de Londres. Después de recibir denuncias, Scotland Yard sugirió a la institución que retirara la foto incluida en la exposición Pop Life. La imagen, tomada por Richard Prince, reproduce una obra del fotógrafo de modas Garry Gross, quien en 1975 retrató a una niña llamada Brooke Shields para la revista Sugar & Spice. Brooke tenía diez años y desde entonces hacía carrera de la mano de su madre para convertirse en estrella.

La obra, que fue considera una “invitación a los pederastas”, despertó los fantasmas de una sociedad que a veces puede ser muy sensible ante la exhibición de imágenes de niños sexualizados, pero en otras ocasiones puede ser muy permisiva: por ejemplo, cuando Brooke Shields, ya adolescente, posó para la célebre campaña de pantalones vaqueros ¿Sabes lo que hay entre mis Calvin y yo?, con imágenes de Richard Avedon. Si bien las fotografías fueron censuradas en varios lugares, el éxito de la campaña entre la gente de a pie fue rotundo.

Los mismos vientos soplan en países tan lejanos como Australia. Hace un año, la activista Hetty Johnston advertía en los medios de comunicación de su país: “Cuando el arte y la pornografía chocan, no debemos equivocarnos con los niños. Como está claro que algunos en el mundo de las artes son incapaces de hacerlo, nosotros debemos poner un hasta aquí”.

La razón del enojo de Johnston era la publicación del retrato de una niña desnuda en la portada de Art Monthly, una prestigiosa revista que circula en países anglosajones, cuya edición australiana se financia con fondos públicos.

La pequeña modelo fue retratada por su propia madre, la fotógrafa Polixeni Papapetrou, pero ése no fue un atenuante para que Kevin Rudd, el Primer Ministro australiano, opinara: “no puedo tolerar esta cosa... aquí estamos hablando de la inocencia de una pequeñita. Una criatura no puede responder por sí misma sobre si desea ser retratada de esa forma”.

En México, la aparición de organizaciones en defensa de los derechos de la infancia que han hecho suyos el discurso y la teoría de los activistas europeos y estadounidenses, ha comenzado a poner en la agenda informativa los debates sobre la sexualidad de los menores tratada en las artes visuales y la literatura.


Si tuvieras 13 años…


“La moda reciente nos viene del extraño caso del puritanismo gringo. Asombra que el país con la mayor producción de pornografía, de juguetes sexuales, el país donde nació el dark room de los bares gays, sea tan gazmoño en cuanto a la sexualidad adolescente y llegue a ejecutar actos abominables como la condena a una joven de 17 años que se la mamó a su amigo de 16”, comenta Luis González de Alba por correo electrónico, a propósito del tabú que se impone entre los adultos cuando se trata de hablar sobre la vida sexual de los menores de edad.

Echando mano de su formación como psicólogo, González de Alba ha reflexionado en artículos y ensayos sobre “la negación a decidir sobre el empleo del propio cuerpo” que la sociedad contemporánea impone a los niños y adolescentes. “Pero el asunto complicado es otro: no la sexualidad entre adolescentes, sino con adultos. Existen, y conozco de cerca varios casos, adolescentes a quienes les atraen sexualmente los adultos. Es un hecho”, dice el escritor y psicólogo, pero matiza: “Por el contrario, me parece criminal que un adulto, para conseguir una relación sexual con un menor, amenace o use de alguna forma su nivel social superior”.

Como novelista, González de Alba ha tratado la pedofilia en El sol de la tarde, una novela que expone incluso con mayor crudeza que Memoria de mis putas tristes la atracción sexual de un adulto hacia los adolescentes. Sin embargo, el libro no provocó críticas cuando fue publicado en 2003 por Plaza & Janés. Por ironías de la vida, la mayor parte del tiraje fue destruido al poco tiempo, no por su contenido transgresor, sino porque la edición tenía cambios no autorizados por el autor.

¿El novelista hizo una apología de la pedofilia en aquel libro? Él mismo responde: “No es ninguna apología, sino la simple descripción de un personaje que, cuando un joven adulto le ofrece la posibilidad de una relación amorosa, dice con tristeza y sarcasmo: ‘Quisiera ser un homosexual normal… como tú’. El conflicto se da en mi novela, muy claramente, con la exclamación: ‘¡Carajo, David! ¿Por qué no tienes 13 años? ¡Estaría perdidamente enamorado de ti!’”

Para la investigadora Nashieli Ramírez, las obras de arte toman de la realidad costumbres que, en efecto, en el mundo real pueden considerarse como atentatorias contra los derechos de las minorías. Acepta que sólo son reelaboraciones, pero, documentada en estudios sobre el tema, afirma que esas obras ayudan a continuar roles de masculinidad tradicionales, machistas, que reafirman una certeza de poder.

Sin embargo, la coordinadora de la organización Ririki Intervención Social de la Red por los Derechos de la Infancia en México rechaza la censura de cualquier libro o película.

“Hace 20 años no habríamos tenido esta discusión. Es un avance, forma parte del crecimiento de la conciencia de la tolerancia en la sociedad y ante ello no debemos reaccionar así. En todo caso, se puede aprovechar el contenido de esas obras para crear conciencia sobre los problemas en el mundo real; con el mundo de la ficción no hay problema”, explica la activista. “Hay que tener claro que en el caso de Memoria de mis putas tristes lo que detonó el enojo fue que el financiamiento de la película iba a salir del gobierno de Puebla y eso era casi una burla, una provocación del gobernador. Además de que el debate sobre la pedofilia en su obra debe haber sido difícil de comprender desde las referencias culturales de su generación, estoy segura de que el Nobel debió de haberse desconcertado con la reacción que provocó la participación del gobierno poblano en la película si él no sabía eso”, continúa.

“Finalmente, para decidir si leemos o no un libro como Memoria de mis putas tristes hay que recurrir al principio de elección. Si te molesta, no lo leas y no se lo recomiendes a tus hijos, pero la censura, nunca; eso va contra los principios de la tolerancia”, concluye la activista.

Para quienes, a raíz de este debate, han afirmado que los creadores tienen el deber de asumir una posición moral en sus obras, González de Alba, un luchador social en el movimiento estudiantil del 68, que padeció el peso del autoritarismo con la cárcel, responde: “El único compromiso moral que siento al escribir es el de escribir lo mejor que puedo y no hacerme concesiones ni ahorrarme trabajo. Creo que la literatura toca precisamente esos conflictos entre la moral de una época y los problemas personales: si la obra de García Márquez es apología de la paidofilia (prefiero ai, como se escribe en griego, y no e, como se pronuncia, porque suena muy feo en español), entonces debemos concluir, necesariamente, que Madame Bovary y Ana Karenina lo son del adulterio; Crimen y castigo, del homicidio con robo, y Edipo rey, del incesto con parricidio”.




* La imagen que acompaña a esta entrada proviene de la primera adaptación fílmica de Lolita, de Stanley Kubrick.

19 de octubre de 2009

Una invitación (llena de vida y de viento)


David Rosales tiene una voz de viento: ávida y tempestuosa; cálida y serena. Desde hace años, su poesía ha sondeado en el aliento universal de las corrientes particulares; así, ha reconfigurado pasajes bíblicos, tradiciones indígenas, episodios históricos y géneros literarios que, en ocasiones, coquetean con el olvido. Por ello, no hay que perderse la inusual oportunidad de verlo leer en público y asistir a la presentación de Viento del sur, volumen con el cual se hizo merecedor al Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen, concedido por la Universidad Autónoma del Estado de México. La cita es el próximo jueves 22 de octubre, a las 17:00 horas, en el Museo de Numismática del Estado de México (Miguel Hidalgo 506, colonia Centro, a unos pasos de la Alameda de Toluca).



* La versión original de la pintura que acompaña esta entrada puede observarse aquí.

14 de octubre de 2009

Tan sencillo (imagen robada)


Vagando por Flickr, me encontré este cartel, que expresa mucho más que nuestras fallidas campañas de fomento a la lectura. Es hermoso, contundente y sintético: en muy pocas palabras, resume la trayectoria básica del proceso literario e invita a reaccionar frente a él. Así, despoja a la literatura de esa aura pasiva con que la visten desde la educación básica: la convierte en algo asequible, que nos pertenece a todos. Justamente debería ser así: cotidiana, vigorosa y sonriente. ¿Qué esperamos para verla con otros ojos?

10 de octubre de 2009

El Museo Virreinal de Zinacantepec: una época viva (primera parte)



Por Margarita Hernández Martínez

Enclavado en las trepidaciones del paisaje urbano, el Convento Franciscano de San Miguel Zinacantepec (16 de septiembre s/n, Barrio de San Miguel) ha resistido, austero y silencioso, a quinientos años de historia y azares. Construido a mediados del siglo XVI, funcionó, a lo largo del Virreinato, como centro de evangelización y reflexión; de concentración cultural y labor comunitaria. Sin embargo, la Guerra de Reforma suspendió bruscamente su vocación religiosa; décadas más tarde, sus muros de piedra negra, cal y tezontle albergaron al cuartel del ejército zapatista local.

Restablecida la paz, el imponente edificio se transformó en la casa cural de la Parroquia de San Miguel Arcángel, hasta que, en 1976, el gobierno estatal lo restauró y acondicionó como Museo de Arte Virreinal del Valle de Toluca. Inaugurado el 5 de julio de 1980, pasó en pocos años a la administración del Instituto Mexiquense de Cultura. Así, tras un leve ajuste nominal -desde entonces, se llama sencillamente Museo Virreinal de Zinacantepec-, dedica sus espacios a conservar y difundir las características de la vida monacal durante la época colonial. Además, resguarda un repertorio de arte religioso que abarca los matices del siglo XVI al siglo XIX: de la influencia medieval a la apropiación nacionalista; del culto divino al predominio humano; del estremecimiento sagrado a la intuición profana.

De este modo, a través de rutas indirectas y nuevos propósitos, el Museo Virreinal ha recobrado su intención original: concentrar, debatir y comprender las intrincadas relaciones entre dos pueblos esencialmente distintos, tanto en el ámbito cotidiano como en el espiritual. Así, mientras los óleos, los frescos, los retablos, los murales y las esculturas -que suman 376 magníficas piezas- revelan las transformaciones causadas por la evangelización y la penetración cultural, la impresionante biblioteca -que reúne 5 587 libros y documentos parroquiales, cuyas fechas de impresión oscilan entre 1572 y la primera mitad del siglo XX- atrae a especialistas e investigadores. Ello se debe a que, por una parte, esta colección perfila los vaivenes genéticos del español, derivado de las fricciones entre el latín popular, iluminado por fantasías árabes y recuerdos africanos, y el moribundo dialecto oficial, condenado a languidecer entre púlpitos y escritorios.

Por otro lado, su cautivante variedad -pues recoge, también, el acervo de monasterios dominicos y carmelitas- contribuye a precisar el conjunto de ideas que se entrelazaron durante la Colonia: mientras Amadís de Gaula y Palmerín de Inglaterra inflamaban la imaginación ibérica, los franciscanos se establecieron en Nueva España con el deseo de replantear los fundamentos eclesiásticos, más allá de la evidente corrupción europea. De esta forma, emprendieron una ardua búsqueda intelectual que los condujo -por ejemplo- a rastrear la justificación existencial de las poblaciones indígenas en la Biblia y los códices locales, que consiguieron preservar de la intolerancia virreinal. Así, impulsaron un modelo de interacción más auténtico, que se tradujo desde la adaptación de las capillas abiertas, destinadas a oficiar la misa al aire libre -a semejanza del culto en los antiguos centros ceremoniales- hasta la disposición para compartir el pan -literalmente, a juzgar por el horno y las artesas que dominan la cocina- y las circunstancias vitales.

Paralelamente, éstas se repiten, en una especie de reconstrucción escenificada -realista, fiel y, no obstante, museográfica-, en el mobiliario, la ropa, las herramientas y los utensilios diseminados por las celdas, la alacena, la despensa, la cocina, el refectorio y el baptisterio. Los materiales de algunos objetos -entre los que destacan un refrigerador natural y un lavabo de piedra con drenaje incorporado- manifiestan los rasgos de un estilo de vida específico, signado por la simplicidad y el desapego; por el trabajo y la independencia. Sin embargo, en este mar de vestigios vivos, la naturaleza artística se encarna en los testigos de las fiestas: en el baptisterio, a un costado de la capilla abierta, reposa una bella pila bautismal, cuya confección monolítica y rica ornamentación definen su importancia en Latinoamérica. Al mismo tiempo, muestra otra vertiente, más visual y apenas sincrética, de la resignificación del catolicismo español en las manos autóctonas: aunque en el borde superior se teje el cordón franciscano -que evoca, por un lado, los estigmas de Jesucristo; por otro, los votos de humildad y obediencia-, en la curva central se anudan los clavos y la cruz con volutas prehispánicas, plantas y flores de la región. Además, los personajes del Evangelio lucen el mismo rostro que las esculturas indígenas de siglos anteriores.

Esta característica se reproduce en los ángeles que, tímidos y azorados, rodean uno de los frescos más impresionantes del Museo Virreinal: el árbol genealógico de San Francisco de Asís. Realizada alrededor del siglo XVI, esta enorme pintura anuncia, desde la anteportería, la imprevista fecundidad de la pobreza: recostada y pensativa, la imagen del patrono de la orden abre su pecho para ofrecer la vida y las enseñanzas de numerosos personajes ligados a su regla. Con ello, la iconografía reafirma, de manera simbólica, las convicciones que determinaron la conquista espiritual operada en San Miguel Zinacantepec: la oración, el silencio y la soledad interior. A partir de estas directrices, es posible acercarse a las motivaciones profundas de una época llena de contrastes y contradicciones, cuya huella aún se palpa en la vida -la herida- nacional.



La enorme cocina conventual



Detalle de los frescos del pasillo superior



La pila bautismal monolítica, a un costado de la capilla abierta



El árbol genealógico de San Francisco, en la anteportería


(Continúa en el próximo número)

* Artículo aparecido originalmente en la plana cultural de El Espectador, correspondiente al mes de octubre.

9 de octubre de 2009

Una invitación (casi inmediata)


Lumbrales se parece al corazón: se acurruca en el centro del cuerpo, se contrae y se distiende, calla durante meses y de pronto explota. Sin embargo, pervive. Y esta vez, propone un recorrido bastante interesante por la poesía, las artes plásticas, la música y la gastronomía. Sin duda, sigue siendo un espectáculo rico e imprevisible, que vale la pena. Así que les dejo la invitación y el programa.



Lumbrales
Foro Autónomo para el Arte y la Cultura

Sábado 10 de octubre de 2009, 18:00 horas
Calle San Bernardino 102-C,
colonia San Bernardino, Toluca
(entre Constituyentes y Gómez Farías)
Donativo: $60.00



Programa



Presentación de diseño: Lumbrales - Octubre 2009

Entrega de objeto poético: Canciones y tabaco - Letralumbre no. 9

Exposición plástica: Expresando mi libertad, de Karina Bueno Colín

Dibujo mural: Apuntes para una orgía, de Rocco Almanza

Plática sobre historia de la tipografía: Vericuetos de la escritura,
de Juan Carlos Cué

Espacio gastronómico: Alambre ideosphérico, de David Coronado

Lectura de obra: También la noche es claridad, de Félix Suárez

Concierto: Los impresionistas

Declaración del espacio libre para la improvisación



* La fotografía que acompaña a esta entrada pertenece a Jan Saudek. La versión original puede verse aquí.

8 de octubre de 2009

Historias posibles de la literatura (columna robada -y contrastada-)


Me he pasado estas semanas leyendo antologías (quizás así consiga terminar la mía, ese largo trabajo que he escrito, a tropezones, durante dos años). La conclusión es evidente: contribuyen a la invención de la historia literaria, ese referente que -tal vez- sólo sirve para perfilar los márgenes y el canon, las inclusiones y las exclusiones, los grupos etiquetados de las conjunciones eclécticas. Por eso me interesó el siguiente artículo de Javier García-Galiano, publicado por El Universal. Lo transcribo como un recordatorio de las contradicciones entre los sueños inconfesados del escritor, los afanes ciegos del antologador y la magia auténtica -desnuda, indiscutible- de la literatura.


Historias posibles de la literatura


Las tentaciones de la historia pueden parecer infinitas y quizá se repiten perpetuamente. La pretensión de hacer historia suele resultar muy común y no sólo afecta a aquellos que se obsesionan con el poder e intentan influir en el devenir del universo. Han existido médicos que ambicionaban la posteridad, la buscaron por medio de experimentos atroces y se han disputado frenéticamente el descubrimiento de una vacuna. Ciertos diletantes suelen cultivar a algunos escritores para que les dediquen un libro o han sufragado expediciones geográficas y entomológicas con la esperanza no siempre inconfesada de que se llame a un territorio o a un insecto con su nombre. No ha faltado quien ha supuesto que su recuerdo podía inscribirse en los anales de la humanidad debido a la infamia. Sin embargo, suele ignorarse a aquel que ordenó la quema de la biblioteca de Alejandría.

También los historiadores han sido dominados por esas tentaciones, por lo que a veces han intentado versiones de la historia en las que la relevancia de los hechos depende de la interpretación que les ha conferido el historiador. No sin ironía, algunos historiadores han introducido falsificaciones de la historia, no siempre recurriendo a documentos apócrifos, aunque con frecuencia quienes las perpetran son los que se pretenden sus protagonistas. Finalmente, la historia está hecha asimismo de falsedades.

Entre las tentaciones de la historia se halla la de escribirla. Tampoco la literatura ha prescindido de versiones varias que suelen reducirla a una cronología de publicaciones, a biografías sucintas de escritores, a conjuntar a esos escritores según sus supuestos rasgos estilísticos o su coincidencia en una revista, a conjeturar acerca de la existencia de escuelas y grupos literarios, pues con frecuencia ciertos escritores deben pergeñar teorías acerca de lo que quisieran escribir o se reúnen en pandillas para complementar sus deficiencias; quizá anhelan asegurarse unas páginas en los manuales de literatura infundiendo un movimiento artístico.

Algunas de las formas en las que puede escribirse la historia de la literatura, sin embargo, resultan fascinantes y a veces derivan en obras admirables que terminan por convertirse en parte de la historia de la literatura. No pocas de ellas han propuesto una recreación de los lectores a través del tiempo y de los gustos y las modas de cada época. Otras han sido concebidas por lectores que prefieren prescindir de ciertos rigores académicos para rememorar placenteramente sus lecturas y para omitir con fruición a ciertos escritores.

Quizá toda la literatura podría deducirse de un libro cualquiera. No me refiero a un tratado erudito en el que se cifraran todas las combinaciones posibles de la escritura como en la Biblioteca de Babel de Borges, sino a que un libro procede de otro libro y suele derivarse en otro libro. Sin la segunda parte apócrifa del Quijote firmada por Fernández de Avellaneda, quizá Cervantes no hubiera escrito su segunda parte del Quijote, del cual se han derivado, entre otros, Tristram Shandy de Lawrence Sterne y Simplicimus de Grimmelshausen, de los cuales se han derivado otros libros. Pero el Quijote procedía de otras obras, como el Orlando furioso de Ariosto, que a su vez procedía de otros libros y derivó en libros varios. Un folletín anónimo puede remitir a todos los libros de la misma manera que el Quijote, Gilgamesh o la Ilíada.

A pesar de que los manuales de literatura parecen fundarse en elogios superfluos y sobreentendidos, creo que también podría emprenderse una historia de los libros que se originara en los infundios que suelen prodigarse los escritores. En "Amaos los unos a los otros", uno de los ensayos que conforman el libro Desconsideraciones, Juan García Ponce recordaba algunos odios que se han profesado los escritores como el de Dickens por Thackeray, Hemingway por Sherwood Anderson, que lo había protegido, o Tolstoi por Dostoievski y advertía que "en el amplio Siglo de Oro español el odio y el terrorismo literario estaban en la orden del día de todas las grandes figuras y la historia de afrentas y venganzas podrían llenar varios manuales bastante menos aburridos que los que en general abruman a los estudiantes con sus monótonas fichas". No son pocas las intrigas de café que se ocultan en las novelas de Thomas Mann, Robert Musil y Elias Canetti, no sólo Salvador Novo practicó el epigrama difamatorio, Oscar Wilde no fue el único que recurrió con genialidad cotidiana a la ironía humillante; de las infamias que acostumbran los escritores podría componerse una historia reveladora de la literatura.