RSS

31 de julio de 2010

Controversias y contrastes de la filosofía contemporánea en Y Dios dijo "Yo soy el Diablo", de Jaime García Granados




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- El bien y el mal se complementan, de la misma manera que el silencio y el sonido; la luz y la oscuridad; el orden y el caos. Sus relaciones, misteriosas y contradictorias por momentos, no sólo intrigan a los seres humanos: también les revelan emociones como el placer y la culpa; la iluminación y el vacío; el estremecimiento sagrado y la delectación profana. Más allá de las dicotomías, este conglomerado de contrastes es responsable de la fundación de dos disciplinas esenciales para la civilización: la filosofía y la religión. Tan antiguas como la propia conciencia humana, se han desarrollado alrededor de una historia que aborda tanto el sentido de la vida como sus opciones de trascendencia.

De este modo, sus enfoques se han transformado a lo largo de las centurias y, a partir del siglo XX, han adquirido un tono tan disperso como la fe y las ideas personales. Pese a ello, continúan propagándose pensamientos como los recogidos en Y Dios dijo “Yo soy el diablo”, un libro de Jaime García Granados editado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en Raíz del Hombre y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Este volumen expone, con términos sencillos y argumentos contundentes, una concepción diferente de la filosofía idealista y del racionalismo trágico.

Para ello, comienza con una cita de Arthur Schopenhauer, quien afirma que “una auténtica filosofía será aquella que muestre el dolor, el sufrimiento y la tragedia que habitan en el corazón de la existencia”. No obstante, desde la perspectiva del autor –quien, además, es doctor en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México–, también contiene un elemento gozoso, que conduce inexorablemente a “liberarse de toda ilusión creada por el pensamiento”. Así, mediante el estudio de lenguas y religiones orientales, particularmente de la India, Tíbet, Tailandia, China y Japón, invita a sus lectores a sumergirse sin temores en la realidad, a ir más allá del bálsamo que ofrecen los dogmas para adentrarse en sus enigmas.

De esta manera, Y Dios dijo “Yo soy el Diablo” aspira a formular una filosofía que, lejos de negar el dolor y la miseria humana, se encuentra abierta a la belleza y al placer. Como resultado, “el arte, la ciencia y la filosofía sólo deben ser puentes capaces de encaminar al hombre a su libertad y su realización”; simultáneamente, “éstos consisten en vivir aquí y ahora, sin cielo, sin eternidad, sin salvación, sin premio ni castigo”. Con una perspectiva concreta, sólo centrada en los sucesos presentes, García Granados repasa un espectro de temas contemporáneos, desde el futuro y la inteligencia hasta el arte y el lenguaje, a través de una tendencia integral que, sin duda, se conectará con la participación activa de sus lectores.


Jaime García Granados, Y Dios dijo “Yo soy el Diablo”, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Raíz del Hombre / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 201 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

29 de julio de 2010

Las variaciones del amor y la belleza en El jardín de los eucaliptos, de Umberto Almanza




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- La naturaleza nos alecciona: la implacabilidad de sus leyes nos recuerdan la maravillosa fragilidad de nuestra existencia. Más allá de las tentativas de la civilización, seguimos siendo criaturas certeramente finitas, al arbitrio de ciclos de vida y de muerte. Alrededor de estas premisas, luminosas y angustiantes a un tiempo, Umberto Almanza ofrece El jardín de los eucaliptos, una primera novela que recoge una historia de amor misterioso y, de manera paralela, atestigua una intensa pasión por los movimientos interiores de un árbol tan simbólico como el eucalipto.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en Piedra de Fundación y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este libro reúne, en un relato breve y de enorme belleza, la vasta experiencia de Almanza. Su trato constante con la palabra lo ha llevado a desempeñarse como cantautor, actor, locutor y musicalizador; además, ha sido promotor cultural y docente.

De esta manera, no es extraño que El jardín de los eucaliptos posea un espíritu cercano a la canción popular, sumado a un ritmo lírico que, por momentos, se resuelve en la misma seducción del lenguaje. Así lo señala Marco Aurelio Chávezmaya en el prólogo correspondiente, en el cual también profundiza en las características centrales del texto; de este modo, añade que no se trata solamente de “una bien aceitada pieza verbal, sino de un entramado narrativo pleno de resonancias sensuales”.

Éstas se verifican en un sentido muy amplio, pues remiten al espectro de la sensibilidad humana. Los primeros dos apartados, “Caldo de camarón” y “Té de eucalipto”, presentan un repertorio de aromas, sonidos, provocaciones visuales y alusiones táctiles que derivan en un ambiente íntimo, cálido y confesional. Mientras el primero de ellos captura la visión cotidiana de tres voces entrelazadas, apenas diferenciadas por la tipografía y el estilo del discurso, el segundo reproduce un diario agonizante, centrado en la silenciosa evolución de un jardín poblado de recuerdos. En el trayecto, el autor recuerda el descubrimiento del mundo; de esta manera, explora las interacciones entre la vida y la muerte, vinculadas, de acuerdo con los personajes, con “el ritmo dionisiaco de la vida”.

A su vez, éste se traslada de forma simbólica en el eucalipto, que nunca nace ni muere por completo; así, el paisaje cobra una autonomía que también se propaga por “Eucaliptos decapitados”, la tercera parte del libro. En ella, una investigación policial revela los últimos retazos de un relato desgarrador y, en un juego de paralelismos, intenta dilucidar los acontecimientos desarrollados en el jardín, desde la muerte de los amantes hasta el hallazgo de un tercer cuerpo, curiosamente embalsamado.

Con estos elementos, Almanza construye un texto esencialmente dialéctico, en el cual la participación del lector resulta fundamental, no sólo para aprehender un despliegue de evocaciones y metáforas que ponen de manifiesto las expresiones de su sensibilidad, sino para resolver el corazón de los misterios de la trama. Así, El jardín de los eucaliptos se erige como una lectura memorable, que contiene los mejores elementos de la tradición literaria mexicana, desde la relación mística entre la vida y la muerte hasta su superación por medio del amor.



Umberto Almanza, El jardín de los eucaliptos, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Piedra de Fundación / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 74 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

26 de julio de 2010

Los deslumbramientos cotidianos en Visita a Londres, de Agustín Rivera




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Indudablemente, la lectura es un viaje: no sólo abre los ojos ante distintas realidades, también expande la percepción hacia paisajes que no han sido nuestros. Así, en la más pura tradición de Julio Verne, nos conducen sobre la atmósfera y debajo del mar; dentro de la selva y frente al desierto. En una perspectiva tan asombrada como científica, exploradores, conquistadores y sencillos trotamundos se han preocupado por plasmar una visión del planeta más allá de las fronteras, con la esperanza de desvelar los elementos que nos separan y nos unen; en suma, que nos convocan al centro de la naturaleza y la experiencia humana.

Guiada por este espíritu, la colección Ojos de Papel Volando, del Instituto Mexiquense de Cultura, se ha consagrado a recoger los testimonios de algunos viajeros mexicanos que, tinta y papel en mano, han coleccionado sus impresiones sobre los acontecimientos que se desarrollan más allá de nuestro espacio. Visita a Londres, de Agustín Rivera, se ha unido recientemente a esta propuesta, con un aliento inconfundible que se liga con la reflexión histórica, de cara a la formación de la identidad nacional.

Nacido en Lagos de Moreno en 1824, Rivera se definió como uno de los intelectuales más emblemáticos del siglo XIX en nuestro país, cercano a la esfera intelectual de Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano. Abogado, catedrático y sacerdote, se dedicó al estudio de la historia nacional; de esta manera, adquirió una gran sensibilidad para registrar ideas, emociones, formas de vida, tendencias estéticas y observaciones culturales. Con este gran bagaje, se embarcó a Europa en 1867. Ahí, se trasladó a varias ciudades; sin embargo, el impacto más memorable se centró en Londres, una ciudad bella, legendaria y radicalmente distinta a México.

Por estos motivos, a su regreso al terruño natal, escribió Visita a Londres y, en 1874, hizo una edición de autor que, tras una reimpresión de escaso tiraje, permaneció en un largo silencio, hasta que el Instituto Mexiquense de Cultura decidió publicarlo de nuevo. De este modo, con un prefacio de Sergio López Mena y una revisión de estilo que deja al texto acorde con la frescura original, el libro no se limita a registrar los sucesos cotidianos, sino que se adentra en la perpetua niebla londinense, en el color ennegrecido de los tejados, en el carácter reflexivo de los ingleses y en las austeras costumbres locales.

Para ello, sus páginas se detienen en un variado itinerario, que sugiere la rica dispersión de la cultura inglesa. Así, evoca a la Catedral de San Pablo, la Abadía de Westminster, la Catedral de San Jorge, la Cámara de los Lores, la Torre de Londres, el Palacio de Cristal, el Jardín Zoológico, el Museo Británico, la Galería Nacional de Pintura y el Túnel. Ilustrado con un conjunto de hermosos grabados de Ignacio Martínez –extraídos de Recuerdos de un viaje en América, Europa y África, editado por la Universidad Autónoma de México–, el relato entrelaza los contrastes entre una civilización empeñada en el progreso material y un sistema de vida que anula progresivamente lo más significativo de la condición humana.

En consecuencia, Visita a Londres se erige como las referencias de un viaje didáctico, oscilante entre el pensamiento de finales del siglo XIX –metódico y reposado– y las ideas de la nueva centuria –cambiantes, contradictorias y cada vez más permisivas–. Sus observaciones logran trascender los acentos folcloristas para conformar una atmósfera plena de matices, capaz de constituirse en una lectura tan amena como reflexiva.



Agustín Rivera, Visita a Londres, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Ojos de Papel Volando / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2010, 116 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

25 de julio de 2010

Los abismos humanos en La boutique del misterio, De Dino Buzzati




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- El cuento se caracteriza por su flexibilidad: lo mismo puede condensarse en pocas líneas, deslumbradas por la pasión y la sorpresa, que desplegarse en largas páginas, fascinadas por la vivacidad y el detalle. De esta manera, no se limita a referir los pormenores de una historia –fantástica o cotidiana; anodina o seductora; franca o enigmática–: su estructura también evidencia la percepción del mundo del autor, que puede transcribirse en pinceladas verbales o en vastos paisajes de palabras.

En este panorama –rico y ambivalente a un tiempo–, los cuentos de Dino Buzzati destacan como una de las revoluciones silenciosas de la literatura europea del siglo pasado, signado por la consolidación y la ruptura asistemática de las tradiciones artísticas. Prácticamente desconocidos en Latinoamérica, han vuelto a la circulación en nuestra entidad gracias al trabajo del Instituto Mexiquense de Cultura, que ha publicado La boutique del misterio.

Seleccionadas y traducidas por Guillermo Fernández –uno de los poetas más propositivos de nuestra entidad–, estas narraciones ofrecen una perspectiva renovada de los temores humanos, enfundados en un modelo literario caracterizado por la intuición de la belleza y la precisión del lenguaje. Regidas por “una dimensión artesanal de la escritura” –según acota el prólogo de Italo Calvino–, estas piezas –de distintas extensiones y enfoques estéticos– exploran, a través de ideas convertidas en imágenes concretas, la sencillez de temas tan fundamentales como el asalto de la muerte, el pánico frente a lo desconocido, la revelación de la angustia y el descubrimiento inesperado de la realidad

Para ello, recurren a un manejo maestro de la tensión, proveniente de su gran experiencia periodística y capaz de progresar conforme saltan, claras y directas, las líneas del relato. Así, exigen una intensa participación de los lectores, quienes deben involucrar, más que su imaginación, su forma de comprender la vida, el universo y sus misterios. De este modo, aunque se desarrollan entre extraños laberintos –a veces desoladores; a veces luminosos–, los textos de Dino Buzzati concluyen con un agradable –y memorable– sabor a sorpresa.



Dino Buzzati, La boutique del misterio, Instituto Mexiquense de Cultura (col. La Canción de la Tierra / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 377 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

23 de julio de 2010

La perpetua cotidianidad en Volver al polvo, de Juan Carlos Barreto




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Pese a las transformaciones sociales, la literatura persiste en un conjunto de temas que, en plena Guerra Civil Española, Miguel Hernández resumió en términos sencillos: vida, muerte y amor. De esta manera, sus preocupaciones centrales, desde la poesía épica hasta los versos experimentales, radican –en palabras de Octavio Paz– en la apropiación de “nuestra ración de paraíso”; es decir, en los mínimos instantes en los que la existencia abandona su finitud para convertirse en un presente perpetuo.

Estas características se observan en Volver al polvo, un poemario de Juan Carlos Barreto editado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Precedido por un epígrafe de Jaime Sabines, uno de los escritores más influyentes de las letras mexicanas contemporáneas, este volumen explora los pequeños detalles que constituyen “la nostalgia de las cosas simples”.

De este modo, sus páginas inician con “Contraluz”, un texto de largo aliento y actitud introspectiva, oscilante entre la prosa y el verso, en el cual se vislumbra una tendencia definitoria que se prolonga en apartados posteriores. Así, en una atmósfera que tiembla entre la muerte y el sueño, el amor “es nuevo y desconocido”, mientras la ciudad se yergue como un “laberinto descifrado sin sorpresa, árbol caído y olvidado”.

A partir de estos conceptos –que se enriquecen y diversifican a lo largo del libro–, el poeta construye un mundo en el que la reflexión antecede a la acción; así, el ansia contemplativa asociada típicamente con la creación literaria adquiere un tinte contemporáneo, pues los objetos de sus pensamientos son, en efecto, elementos extraídos de la vida cotidiana.

En consecuencia, el paisaje se anima más allá de los movimientos del sujeto lírico: el aire, los edificios, los árboles y los pájaros intervienen activamente para delinear una realidad en la que el vacío cobra la misma importancia que la plenitud. De la misma forma, las estaciones del año, los espejos y las puertas funcionan como símbolos del pasaje entre los acontecimientos más inmediatos –despertar, cocinar, dormir o trabajar– y las regiones del subconsciente, donde habitan los sueños, las esperanzas, los temores y los secretos.

En último término, con un lenguaje fluido y espontáneo, Volver al polvo gira alrededor de la mirada interior, de las posibilidades de diálogo entre la vida –impetuosa y fascinante– y la muerte –angustiante y sigilosa–. Como resultado, se sumerge en la esencia paradójica de la existencia humana, que permite agrupar desde “las cosas de siempre y de nunca” hasta “la luz que sobrevive” tras los gozos y las tormentas. Por estas razones, resulta un volumen de absoluta identificación con sus lectores, pues, a final de cuentas, sólo somos “polvo en este planeta usurpado”.



Juan Carlos Barreto, Volver al polvo, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2008, 83 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

21 de julio de 2010

Reflexión filosófica para el mundo contemporáneo en El evidente velado, de Tomaso Bugossi




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- “Conócete a ti mismo”, sentencia una de las máximas griegas más populares, atribuida a filósofos tan diversos como Heráclito, Sócrates y Pitágoras. Sin embargo, en el veloz mundo contemporáneo, la exploración de la personalidad individual –que deriva, asimismo, en la comprensión de la sociedad en general– se ha tornado más lejana y compleja. Por estas razones, es necesario volver a estas antiguas discusiones, las cuales cobran un aliento indudablemente moderno en El evidente velado, de Tomaso Bugossi, uno de los pensadores más importantes de la Europa del siglo XX.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en las colecciones Raíz del Hombre y Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, este ensayo filosófico reúne las luces de la metafísica con la concreción del idealismo objetivo. De este modo, con un lenguaje sencillo –pero no despojado de conceptos de largo alcance–, aspira a poner de manifiesto la importancia de recomponer al ser humano en sus tres dimensiones más relevantes, que consisten en la unidad entre ser, conocer y actuar. De acuerdo con su autor, el problema de las sociedades de nuestros tiempos surge del divorcio entre el pensamiento, el discurso y la acción, pues la falta de reflexión se traduce, en último término, en la incongruencia y la injusticia.

De ahí nace, entonces, la sugerente paradoja de su título, que evoca tanto lo obvio como lo oculto y, en un contexto más próximo a los planteamientos centrales del texto, se refiere a la cercanía entre Dios y el ser humano. Según Tomaso Bugossi, el hombre se encuentra acuciado por un impulso de complementariedad con las esferas superiores y, para lograrlo “debe develarse”; es decir “empeñarse en la búsqueda de sí mismo”, mediante la razón y los sentidos, ejerciendo su criterio y –aún más– su libertad. De esta manera, el contenido de El evidente velado desafía las posturas fragmentarias de la historia, la ciencia, la tecnología, el progreso y la comunicación; así, demuestra que “el hombre es finito, pero participa del infinito”.

Finalmente, vale la pena acotar algunas particularidades de esta edición, que la convierten en una de las más interesantes del Instituto Mexiquense de Cultura. Originalmente escrita en italiano, esta obra fue traducida por Carlos Daniel Lasa, en colaboración con Susana Magdalena y María Broggi de Lasa. Como resultado, este filósofo argentino consiguió una versión muy cercana al texto original, que fue editada en su país natal en dos ocasiones. Para la edición mexicana, la mencionada institución cultural recurrió a un nuevo prólogo –elaborado por José Ricardo Perfecto Sánchez, académico de la Universidad Autónoma del Estado de México– y una revisión de estilo que apela de manera más precisa al contexto de nuestro país. De este modo, El evidente velado no es sólo una puerta a la reflexión, sino que se constituye como un deleite del lenguaje.



Tomaso Bugossi, El evidente velado, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Raíz del Hombre / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2008, 121 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

19 de julio de 2010

Una canción (para celebrar nuevas aperturas)



De pronto, el mundo se abre como las ventanas de René Magritte: revela una realidad idéntica y diversa, con ese mismo aire surreal que se desprende, todos los días, de los cigarrillos y de los árboles que nos rodean. De pronto, se me ocurre aprender un idioma nuevo, meterme otra vez en una imaginación que desconozco y descubrirme inhalando canciones como esta que transcribo, de Einstürzende Neubauten, un grupo de nombre impronunciable y sonidos perfectos, casi familiares (sobre todo ahora, que escucho sin parar a Depeche Mode y me interno en la madeja de mis versos). El mundo sigue abierto, pienso muchas veces, tarareando estribillos electrónicos, recordando que no hay mayor placer que simplemente permanecer viva, anclada en el suelo.



Alles Wieder Offen



Die Gleichungen
Die Rechnungen
Die Fragen und das Meer
Grenze, Mauer, Lachen, Haus
Feindschaft und Visier
Die Karten liegen offen
Wie die Grube
Wie das Grab
Das Ende und die Feuerstelle
Das Geheimnis und die Quelle
Die Schleuse und der Sarg
Und möglicherweise auch das Magengeschwür

Es ist alles wieder offen

Die Zukunft
Die Folge, Nachfolge
Resultat
Tür, Tor, Wein, Hose, Bluse, Hemd und Haar
Die Fontanelle
Schlucht
Die Zukunft und die Bar
Die Runde
Der Schmerz (Das Spiel)
Die offene Marktwirtschaft
Das Messer
Jacques Offenbach

Es ist alles wieder offen

Vorwärts
Rückwärts
Seitwärts
Raus raus raus
Es ist alles wieder offen
wieder offen
wieder alles

Das System
Die Stelle und der Bahnübergang
Zeit, Platz, Buch, Krieg
Briefe, Schrank und Schuh
Dach, Kanal
Der Sieg und der Kamin
Die Geschäfte bleiben offen
Bleiben offen sowieso
Das Angebot ist offen für alle

Es ist alles wieder offen
wir hoffen
wieder alles

Ich lehne mich kurz zur Seite
und erwarte einen kleinen Schub
Ich weiss nicht ob ich heulen sollte...
Was ist offen?
Die Wunde und das Herz

Das Gesicht
Die Kirche
Die Gesellschaft und der Staat
Das Mikrofon
Der Himmel
Die Partnerschaft
Das Wort
Der offene Vollzug

Es ist alles wieder offen


---



Everything Open Again



It’s all open again

The equations
The bills
The questions and the sea
Border, wall, laughter, house
Hostility and visor
The cards laid on the table, open
Like the trench
Like the grave
The end and the fire
The secret and the source
The sluice and the coffin
And maybe also
the stomach ulcer

It is all open again

The future
The sequence, succession
Result
Door, gate, wine, trousers, blouse, shirt and hair
The fontanelle
Gorge
The future and the bar
The circle
The game
Open market economy
The knife
Jacques Offenbach

It’s all open again

Forwards
Backwards
Sideways
Out out out
It’s all open again
open again
all again
The system
The vacancy and the level crossing
Time, space, book, war
Letters, cupboard and shoe
Roof, canal
The victory and the hearth
The shops stay open
Stay open anyway
The offer is open to anyone

It’s all open again
we hope
all again
I lean briefly to one side
and expect a small jolt
I don’t know if I should cry...
What is open?
The wound and the heart

The face
The church
Society and the state
The microphone
The sky
The relationship
The word
The open prison

It’s all open again

18 de julio de 2010

La persistencia de un género literario en Galería de gobernadores del soneto, de Otto-Raúl González




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Originalmente concebida para cantarse en espacios públicos y abiertos, la poesía ha asumido infinidad de formas. A lo largo de su historia –tan antigua como la de la propia humanidad–, ha viajado de los moldes clásicos a los versos libres; es decir, de la forja de una tradición –vasta, variada y, a veces, nacionalista– a las tentaciones de la ruptura –transgresora, propositiva y, en ocasiones, hondamente contradictoria–. Así, ha cambiado en las mismas medidas que la sociedad y, más allá de los libros o la voz alta, ha acompañado tanto las gestas heroicas como los deslumbramientos íntimos de hombres y mujeres.

A pesar de estas transformaciones, ha conservado su naturaleza rítmica y, por extensión, ha preservado sus modalidades más clásicas. Es el caso del soneto, el cual aún goza de buena salud entre sus oficiantes. Nacido en la Italia medieval, se ha trasladado a lenguas tan contrastantes como el español y el alemán; paralelamente, ha ganado en complejidad, armonía y belleza. Por estas razones, resulta interesante sumergirse en un volumen como Galería de gobernadores del soneto, una antología seleccionada, prologada y anotada por Otto-Raúl González, uno de los autores latinoamericanos más prolíficos de las últimas décadas.

Concentrado en las propuestas de un conjunto de poetas hispanoamericanos, este libro, publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, reúne voces tan diversas como Rafael Alberti, Guadalupe Amor, Juana de Asbaje y Ramírez, Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos, Federico García Lorca, Garcilaso de la Vega, Miguel Hernández, Luis de Góngora, Gabriela Mistral, José Emilio Pacheco, Octavio Paz, Carlos Pellicer, Francisco de Quevedo, Alfonso Reyes y César Vallejo, entre otros. De este modo, muestra un panorama general –tanto histórico como geográfico– de esta forma poética en nuestra lengua; así, también desvela los distintos mecanismos para crear piezas artísticas a través de una estructura prefigurada, pero altamente flexible.

Para enriquecer este espectro más allá de la asunción de una forma literaria, Otto-Raúl González también recurre a un amplio abanico de líneas temáticas, que viajan desde el misticismo y la religión hasta la infaltable pasión amorosa. Al mismo tiempo, cobran un aire contemporáneo con ideas como el avance tecnológico y la galopante transformación del mundo. Con estos elementos, justamente, el libro se transforma en una auténtica galería: un pasaje interior, largo y luminoso, en el cual es posible encontrar todo tipo de objetos, texturas y sensaciones. Sin duda, estas páginas se convierten en una caja de sorpresas, que abrirá la imaginación y la sensibilidad de los amantes de la lírica.



Otto-Raúl González, Galería de gobernadores del soneto, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Raíz del Hombre), Toluca, 2002, 275 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

El misticismo cotidiano el El dolor de los iluminados, de Lizbeth Padilla




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Desde nuestro nacimiento, el primer asombro es la luz. A lo largo de los años, acechados por la sorpresa, nos dejamos deslumbrar por las brasas de la existencia: el descubrimiento de amor, la divinidad y la pasión intelectual. Estos elementos se condensan en El dolor de los iluminados, un volumen de poesía de Lizbeth Padilla que recorre, con un lenguaje bello y enigmático, los intrincados laberintos entre el misticismo y la vida cotidiana.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, el volumen comienza con un breve epígrafe de John Milton que evoca la frágil relación entre la luz y la mirada humana. A través de versos sentenciosos de largo aliento –“la luz es una gota que besa la intimidad del ojo”–, la autora de Ritual de juegos efímeros centra su discurso en el espíritu contradictorio que anima todo deslumbramiento, desde la quemadura del deseo hasta el silencio de la plenitud; desde la profundidad de la mitología hasta la intensidad de la vida moderna.

Para ello, recurre a una variedad de voces, las cuales se despliegan en cuatro apartados unitarios, que comparten hilos temáticos y difieren en intenciones. Así, la primera sección, denominada “Las suplicantes”, describe “la terrible obediencia de las heroínas”; es decir, los destinos sagrados de Judith, Medea, Perséfone, Casandra, Cleopatra y Medusa, entre otros personajes que, más allá de las divergencias de sus fuentes, permanecen unidos alrededor de las bendiciones y los estragos del llamado divino. De este modo, titubeantes entre el luto y la alegría, con el alma expuesta ante el amor y el designio de los dioses, estas mujeres relatan su contacto con los frutos amargos de la sabiduría.

Páginas más adelante, en “La vidente ceguera”, las presencias de Jorge Luis Borges, John Milton, Wolfgang von Goethe y Johann Sebastian Bach exploran esta misma vertiente; sin embargo, los poemas aspiran a desvelar las iluminaciones del arte a pesar de la anulación de los sentidos. Confluyentes en su capacidad para percibir más allá de los puntos de vista convencionales, el clamor de sus voces contrasta con el contenido de “Los que guardan silencio”, apartado en el cual la sensualidad y el erotismo trascienden la pura belleza física para desembocar en el hallazgo de la inteligencia y la virtud.

Así, tras identificar a “la luz como último tálamo para reposar”, la sección final, titulada “Las videncias”, ahonda en la naturaleza como la expresión de la divinidad; de esta manera, se detiene en la expansión del tiempo, el espacio y la percepción poética; en la continua conversión del mundo en movimiento. En consecuencia, mientras “el templo es el cuerpo”, su agudo contraste con la esencia de la divinidad “nos aturde / nos arroja a las playas del silencio”.

Con esta diversidad de elementos, El dolor de los iluminados se constituye en una trama de palabras fundidas en una impresión sensorial duradera. Los cincuenta y cuatro poemas que agrupa Lizbeth Padilla en este volumen se sumergen por igual en el furor místico y en la urgencia amorosa, desde sus perspectivas míticas hasta sus matices épicos. Por ello, a pesar de su denso hálito perturbador, se define como un recordatorio de que “todo grita la condición efímera del mundo”. Por esta razón, hay que disfrutar sus sagrados desalientos y su terrible belleza, más allá del momento inmediato.



Lizbeth Padilla, El dolor de los iluminados, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2008, 87 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

6 de julio de 2010

Conversiones literarias (sabio cómic robado)



Sin palabras: este cómic tiene toda la razón. Antes que otra cosa, simplemente hay que leer.

4 de julio de 2010

Las palabras en guerra: José Saramago y Carlos Monsiváis



Por Aeri Marín


La muerte ronda en bocanadas: por ello, no resulta extraño aquel adagio que, con un ánimo resignado y fatalista, reza que las vidas se esfuman de tres en tres. Presagio de números perfectos o consuelo ante la previsible soledad, se cumple de vez en cuando en la comunidad artística y cultural, que no deja de estremecerse ante las vertiginosas transformaciones de un panorama de personalidades que, minado por los años, se despoja de su cuerpo para emerger sólo en la luz.

De este modo, junio ha caducado con dos desapariciones memorables, no sólo por el calibre de la escritura de José Saramago (Azinhaga, 1922 - Tías, 2010) y Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 1938 - 2010), sino por su denso arraigo entre las multitudes. Más allá del –siempre aparente– divorcio entre la creación poética –entendida en su sentido más amplio: traducción estética de una visión particular del mundo, trascendente al lenguaje y su medio de expresión– y la vida cotidiana, las reacciones ante ambos decesos manifiestan que, aún en esta época confusa y trepidante, existe un espacio para la crítica y la reflexión.

En efecto, sin ambas vocaciones de acción y pensamiento, la aportación de estos intelectuales resultaría sencillamente incomprensible. Centrados en su tiempo y en su espacio, lograron producir un estilo propio –colmado de lucidez, convicción y fortaleza–, en el cual se transparentan las inquietudes naturales del siglo más avasallante y contradictorio de la historia. De esta manera, en un conjunto literario que se extiende por varias décadas –aún excluyendo su dilatada obra periodística, Saramago comenzó a publicar en 1947, mientras que los primeros libros de Monsiváis aparecieron en 1969–, se debatieron alrededor de temas tan controversiales –y fundamentales– como la organización política y los conflictos sociales derivados de ella; la religión y su inevitable conversión en dogmatismo; el origen de la ciudad moderna y sus alternativas de convivencia y de alienación; las conductas sociales y su transformación en diversas clases de discriminación; la riqueza de la cultura popular y su confrontación con las artes académicas; los contrastes y las injusticias surgidos en el mundo contemporáneo.

Así, se consagraron a la exploración de una realidad tan compleja como absurda, la cual acometieron más allá de la palabra escrita; por lo tanto, penetraron en el radio, la televisión y la prensa con una constancia y un entusiasmo infrecuentes. De ahí, entonces, que se hayan desempeñado como autores de presencia pública, con un poder de convocatoria casi ausente en sus coetáneos.

En este contexto común, no obstante, vale la pena establecer algunos contrastes y diferencias. Expositor de una narrativa poderosa, Saramago profundizó en las situaciones límite de la humanidad, desde una epidemia de ceguera hasta el colapso de los fundamentos de la fe católica –razón por la cual, hasta su muerte, el Vaticano lo ha calificado de “populista extremista” e “ideólogo antirreligioso”–. Con un estilo austero, pero hondamente innovador –que transitó, primero, por los derroteros de la poesía portuguesa–, llegó a la madurez de su lenguaje literario con una amalgama de novelas y ensayos cuya construcción minuciosa no opaca, en absoluto, la claridad de sus propuestas. La desigualdad, la guerra, las depredaciones del capitalismo y la parálisis de los dogmas se entretejen en sus páginas con una sensibilidad que, en algunos momentos, se ha transfigurado en simpatía frente a movimientos como la lucha indígena mexicana. De este modo, el –hasta ahora– único Premio Nobel portugués encarna el aliento universalista que caracteriza al arte contemporáneo: arraigado en su centro geográfico y cultural, pero capaz de extenderse a derroteros nuevos.

De manera semejante, a través de crónicas tan entretenidas como cáusticas, Carlos Monsiváis saltó frecuentemente del oficio periodístico a la imaginación literaria; de los intrigantes secretos de la Ciudad de México a los fulgurantes problemas de todo el país. Desde su triple marginalidad –que, ahora sabemos, abarcaba aspectos sociales, religiosos y sexuales–, este narrador de extraordinaria memoria y gran bagaje cultural transformó al humor en una vía de conocimiento e inteligencia crítica; de forma paralela, renovó los modelos más recurrentes del ensayo, entretejiendo un conglomerado de elementos históricos, narrativos y poéticos. Provisto de un afán por participar activamente a favor de toda clase de minorías, Sergio Pitol (Puebla, 1933) lo consideraba “un polígrafo en perpetua expansión, un sindicato de escritores, una legión de heterónimos que por excentricidad firman con el mismo nombre”, mientras que Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) opinaba que “no parecía un escritor, sino un territorio mental en movimiento: enciclopédico, múltiple, infatigablemente urbano”.

De hecho, su amplísima capacidad de observación, sumada a su innegable atracción por el monstruo urbano en que se ha metamorfoseado la Ciudad de México, lo condujo a sondear, más que un mapa geográfico y demográfico, en un estudio que, en último término, penetró en la incomprensible sociedad mexicana para reconciliar las manifestaciones recientes de la cultura popular –como la figura de Pedro Infante, la pasión por el cine y la invasión de medios de comunicación en el pensamiento de los mexicanos– con una vida académica que florece para extinguirse en una actitud cercana al autismo. Así, más allá de las expresiones asociadas a su presencia –que le atribuyen una originalidad e irreverencia identificable con el mismo siglo XX–, puso de manifiesto los contrastes que rigen nuestra existencia.

Hace varias décadas, Charles Bukowski (Andernach, 1920 - Los Ángeles, 1994), un escritor que encarnó sus propias polémicas, afirmó que un poema es, en esencia, una ciudad en guerra. Apelando nuevamente a la definición general de la actividad artística, el vasto trabajo de José Saramago y Carlos Monsiváis se constituye como un campo de batallas ideológicas, en el que el único triunfador posible es, justamente, el entendimiento del lector. Por ello, resulta necesario recordar que la supervivencia de su obra depende, exclusivamente, de los lectores que somos hoy y que seremos en el futuro. Y de nuestra disposición para internarnos en nuevas visiones, que despejen y provoquen otras interrogantes.



* Artículo originalmente publicado en la plana cultural de El Espectador, para julio de 2010. La imagen que acompaña a esta entrada es un clásico de René Magritte que recuerda, inevitablemente, que la realidad desborda la intimidad de las palabras.