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25 de septiembre de 2010

Inquietudes contemporáneas en Semillas en espera, de Augusto Isla



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Temas provocadores, minuciosas interrogantes y alentadores asombros se conjugan en la obra de Augusto Isla, uno de los escritores mexicanos más lúcidos de la escena literaria de nuestros días. Con un lenguaje ágil, determinado por la brevedad y la profundidad, este autor recurre a todo tipo de detonadores para emprender una aguda reflexión alrededor de las múltiples aristas que configuran nuestra vida, desde el arte hasta política. Así, en Semillas en espera, un volumen publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, reúne treinta y un textos de diferentes procedencias, a través de los cuales se detiene a examinar las luces y las sombras de la existencia humana.

Incluido en la colección Cruce de Milenios, esta colección de artículos y ensayos –de largo aliento y, sin embargo, modestas ambiciones– reúne visiones y convicciones que abarcan desde 1997 hasta 2005, en publicaciones periódicas como Castálida, La Colmena, Portal y La Jornada Semanal. Aunque, a decir del autor, estos textos han pasado por un riguroso proceso de selección y corrección, conservan la frescura de sus circunstancias, vinculadas con lecturas de sucesos concretos: un libro, un comentario de un personaje público, una charla entre amigos, un recuerdo o un hecho histórico parcialmente olvidado estimulan la imaginación de Augusto Isla, quien, entonces, emprende “pequeñas cacerías, juegos de feria con dardos que apuntan a objetos móviles e inciertos”.

De este modo, contemplado como “amasijo de dudas” o “augurio de claridades”, Semillas en espera se estructura alrededor de un punto de vista moral; no obstante, éste se matiza “no en el sentido de alguien que predica valores podridos, sino de quien observa actitudes individuales o colectivas, reveladoras de ambiciones, crueldades, intolerancias y miserias humanas; pero también de afanes, devociones y promesas”. Conjurados por la indiscutible energía de la escritura, estos atisbos de la “pirotecnia cotidiana”, cuyas intensidades dan para “una indagación de toda la vida”, invitan más al debate abierto que a la coincidencia ciega; a la discusión antes que a la condescendencia.

Para ello, concentra su atención en líneas temáticas esencialmente polémicas: el SIDA, el sistema político mexicano, las fallas de los medios de comunicación, el sueño americano, las posibilidades de la civilización posmoderna, la creación literaria y las transformaciones de los espacios urbanos se entrelazan para sugerir un paseo por numerosas inquietudes contemporáneas, de la mano de un intelectual tan preciso como inconforme, dispuesto a penetrar en los laberintos de la argumentación para extraer nuevas preguntas, apenas huellas de conclusiones. Sin duda, una lectura nutritiva, que cautivará la mirada del lector a través del movimiento de la inteligencia.


Augusto Isla, Semillas en espera, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Cruce de Milenios), Toluca, 2005, 207 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

21 de septiembre de 2010

Redescubrimientos urbanos en Tras las huellas del arquitecto Carlos s. Hall, de Sonia Palacios Díaz



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Caminar por una ciudad implica adentrarse en su identidad, en su manera particular de organizar el tiempo y el espacio, en su forma de evocar tanto la historia como el presente, en su modo de concebirse, más allá de la intervención de sus habitantes en un momento determinado. Por ello, la arquitectura desempeña un papel importante, pues no se limita a la construcción de un elemento específico –una catedral, un museo, una casa o un edificio de departamentos–, sino que involucra el desarrollo integral de los espacios urbanos.

Paralelamente, la arquitectura se encuentra signada por su doble propósito: por un lado, convierte una necesidad –la de resguardar a los seres humanos y a sus creaciones de las condiciones climáticas– en una expresión artística, en la cual una concepción estética de la luz, la sombra, la altura y el volumen convive con un conjunto de piezas ornamentales. Por otra parte, éstas se enfocan a un aspecto esencialmente funcional, que se traslada desde establecer un hogar hasta ejercer una profesión de fe; desde organizar el Estado hasta disfrutar del tiempo libre. Así, la ciudad depende de la configuración de sus edificios; por ello, no sorprende constatar el vínculo que existe entre la una y los otros, tampoco entre el nombre de un espacio urbano y el de sus arquitectos.

Con estos enfoques, Sonia Palacios Díaz presenta Tras las huellas del arquitecto Carlos S. Hall. La casa Díaz Gómez Tagle en la ciudad de Toluca, un volumen de investigación publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. A través de una perspectiva gráfica, documental y bibliográfica, enriquecida con testimonios orales, la autora –quien también es especialista en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México– despliega el estudio transdisciplinario de un espacio que forma parte de una historia social, pues representa el pasado y sus opciones de continuidad, desde la rememoración del estilo de vida de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX hasta la adecuación del inmueble a las necesidades contemporáneas.

Para ello, centra su atención en una hermosa casona ubicada en José Vicente Villada 308, cuya construcción corrió a cargo de uno de los arquitectos más importantes de nuestro país. De ascendencia inglesa, Carlos S. Hall interpretó las necesidades de los usuarios para crear formas habitables y construcciones de valor, que aún se encuentran presentes en diversos estados de la República Mexicana, sea en el Palacio de Gobierno de Puebla, estaciones de ferrocarril y fachadas de residencias.

En este caso, el edificio posee características muy particulares, que permiten identificar las diferentes etapas constructivas que se desarrollaron en una época altamente influida por el estilo francés. Al mismo tiempo, el libro aspira a adentrar a sus lectores en la vida privada del Porfiriato, oscilante entre el refinamiento y la miseria. De este modo, se detiene en un amplio contexto urbanístico de Toluca y la existencia provinciana; de sus transformaciones socioeconómicas y sus repercusiones en la ciudad moderna.

Profusamente ilustrado con fotografías de la época, Tras las huellas del arquitecto Carlos S. Hall consigue, entonces, un objetivo doble: mientras se esfuerza por recrear un periodo histórico, plantea la necesaria revaloración de los inmuebles que han sobrevivido al paso del tiempo. En último término, invita a sus lectores a respetar obras arquitectónicas, como encarnación de la identidad de los espacios urbanos y sus habitantes.


Sonia Palacios Díaz, Tras las huellas del arquitecto Carlos S. Hall. La casa Díaz Gómez Tagle en la ciudad de Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Documentos y Testimonios / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

19 de septiembre de 2010

Un viaje por la tradición literaria latinoamericana en El dictador latinoamericano en la narrativa, de Luis Ernesto Pi Orozco



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- A semejanza de toda entidad artística, más allá de su origen y de la evolución de sus propuestas, la tradición literaria latinoamericana se sostiene en un conjunto de arquetipos que incesantemente se transforman. Entre ellos, destacan la noción del buen salvaje, las contradicciones entre civilización y barbarie y las tensiones entre las culturas prehispánicas y la herencia española. Éstos han desembocado en derroteros ricos y diversos, como la discusión entre la historia oficial y los auténticos acontecimientos, de la cual surge, a su vez, la figura de dictadores que, anclados en la naturaleza contrastante del poder, ensombrecen la realidad cotidiana de poblaciones atemorizadas y oprimidas.

En estas fuentes abreva El dictador latinoamericano en la narrativa, un ensayo de Luis Ernesto Pi Orozco que profundiza en la presencia de estos personajes, en un espectro de piezas literarias que van desde los aspectos fundacionales de El matadero, de Esteban Echeverría, hasta su interpretación contemporánea en La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. En este amplio trayecto, que abarca varias décadas y tendencias, también desmenuza los rasgos centrales de Tirano Banderas, de Ramón del Valle-Inclán; Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos; El recurso del método, de Alejo Carpentier; El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez; El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias, y Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, este libro –incluido en Raíz del Hombre y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario– distribuye sus contenidos en dos apartados, los cuales configuran un marco referencial alrededor de una especie de saga que traspasa las fronteras espaciales y temporales para explorar el tema del poder personal y sus vínculos con la sociedad, la política, la economía, la cultura y la mitología nacional que, de manera inevitable, asciende desde la historia oficial. Así, también sondea en la recuperación de la memoria histórica a través de la creación artística, la cual confluye en una consideración particular de la identidad latinoamericana.

De este modo, el autor –quien es especialista en literatura hispanoamericana por la Universidad Nacional Autónoma de México– ofrece dos vías para comprender este vasto cuerpo de narraciones: como una posibilidad de síntesis histórica, particularmente en la recreación y la reinterpretación de los regímenes dictatoriales que han asolado a América Latina, y como obra artística de confluencia regional, puesto que ha determinado fórmulas estilísticas persistentes, vinculadas a la condición esencial el lenguaje: lo que es posible decir y lo que no, lo que es necesario metaforizar para poner al alcance de los ojos de los lectores.

En último término, El dictador latinoamericano en la narrativa despliega una perspectiva muy interesante alrededor de la cohesión de este tipo de textos en diferentes regiones del continente y, al mismo tiempo, invita a reflexionar alrededor de la absurda pretensión del poder absoluto. Con un lenguaje sencillo, pleno de ejemplos y matices, constituye también una excelente puerta de entrada a obras fundamentales de la literatura en nuestro idioma, más allá de la época contemporánea.


Luis Ernesto Pi Orozco, El dictador latinoamericano en la narrativa, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Raíz del Hombre / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 248 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

17 de septiembre de 2010

La conquista de nuevas libertades en Letras de madera. Sultepec y el periodismo insurgente, de Gerardo Lara González



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Pese a las difíciles circunstancias actuales, resulta imposible imaginar un mundo contemporáneo sin libertad de expresión ni su encarnación cotidiana, el periodismo. No obstante, varios siglos atrás, la información se filtraba en una angustiosa censura, sujeta a los intereses de los gobernantes en turno. Las complejidades técnicas que entraña la elaboración de un periódico, sumadas a la persecución y al clandestinaje, contribuyeron a ensombrecer un panorama que, gracias al esfuerzo de personalidades como José María Cos, fue ganando la luz.

Fragmentos de esta historia se conjugan en Letras de madera. Sultepec y el periodismo insurgente, un volumen de Gerardo Lara González publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura. Incluido en las colecciones Documentos y Testimonios y Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, se detiene, desde la generalidad de la historia de México y el periodismo nacional, en tres vestigios impresos que colaboraron con la construcción de nuestro país. Así, resume los pasos de una gesta profesional y humanística, que consiguió plasmarse en El Ilustrador Nacional, El Despertador Americano y, finalmente, en El Semanario Patriótico Americano.

Estas publicaciones –impresas, parcial o totalmente, en Sultepec, localizado en el sur del Estado de México– representan tres momentos cruciales en la transición de un periodismo controlador a una tentativa concreta por la libertad de expresión. Con un lenguaje directo y una exposición certera de los hechos, el autor –quien también ha trabajado como reportero y coordinador de prensa en diversas empresas de la iniciativa privada– se interna en ellos para confirmar una frase de Saint-Charles: “los periódicos son los mejores instrumentos de la historia de una época”, pues, contemplados desde una perspectiva que entrelaza el pasado con el presente, “son los oráculos de la Sibila escritos en hoja de encina”.

Para reforzar la importancia de este periodo, el libro reproduce algunas notas informativas, las cuales se enriquecen con el contexto en que se desarrollaron. De esta manera, explica que El Despertador Americano, primer periódico esencialmente insurgente, se consagró a atraer adeptos a la causa libertaria, a través de la difusión de los objetivos de la lucha por la Independencia. Su aliento renovador contrastaba de forma muy llamativa con los pocos periódicos coloniales, regidos por la censura y la contradicción; asimismo, su elaboración posee un trasfondo conmovedor, pues era facturada en una imprenta de tipos de madera entintados con añil, hecha a mano por José María Cos.

Posteriormente, la prensa dio un vuelco con El Ilustrador Americano, tendiente a legitimar la causa independentista. Con un equipo más moderno, esta vez ubicado en Tlalpujahua, consiguió editar veintiséis números. Su herencia ideológica se propagó por las páginas de El Semanario Patriótico Americano, que, en sus veintisiete ediciones, sentó las bases de un periodismo tan crítico como propagandístico, naturalmente combativo. Y, de este modo, también transmitió una idea de nuestra nación que, desde entonces, no ha dejado de cambiar. Así, este libro se constituye como una lectura obligada para aquellos que valoran nuestras libertades actuales y desean internarse en las revoluciones paralelas que trajo la Independencia.


Gerardo Lara González, Letras de madera. Sultepec y el periodismo insurgente, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Documentos y Testimonios / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2009, 148 pp.


* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

7 de septiembre de 2010

La dispersión de la ceniza: la destrucción arquitectónica de Toluca



Por Margarita Hernández Martínez


Desde los melancólicos versos de Enrique Carniado –“tacita de plata con olor a sacristía”– hasta las dolorosas imprecaciones de Alonso Guzmán –“ciudad levadiza, huidiza, guanga como el pabilo de una vela derretida”–, Toluca ha experimentado más de una transformación. Sin embargo, este proceso –parcialmente capturado en el dinamismo de sus tradiciones literarias– no se ha verificado en una dirección positiva: generación tras generación, los transeúntes atestiguamos la destrucción de una rica herencia arquitectónica y cultural, acosada por la ignorancia y la indiferencia; la desmemoria y la estandarización.

Si bien el desarrollo industrial ha convertido a esta zona en una de las más activas y populosas del centro del país, con una contribución determinante a la vida económica nacional, también la ha despojado gradualmente de sus posibles fuentes de identidad e, incluso, de sus potenciales atractivos turísticos. Como resultado, la capital del Estado de México se erige apenas como un pueblo de futuros fantasmas, un cúmulo de cenizas impulsadas por un aire incierto. Basta emprender una breve caminata por Sebastián Lerdo de Tejada, entre Nicolás Bravo y Andrés Quintana Roo, para advertir una gran cantidad de inmuebles abandonados, en diferentes estados de descomposición y diversas vertientes del anonimato: casonas de las que sólo subsiste la fachada, naves probablemente industriales invadidas por la humedad y la maleza, paredes desmoronadas que ya no pueden preservar ni instantáneas históricas ni intimidades cotidianas. Éstas contrastan con otros espacios icónicos todavía conservados –a pesar de modificaciones, a veces, inexplicables e inaceptables–, como los Portales, las secciones antiguas del Centro Cultural Mexiquense y los actuales museos de Numismática, de la Acuarela, de Bellas Artes, José María Velasco, Luis Nishizawa y Felipe Santiago Gutiérrez, resguardados por el Instituto Mexiquense de Cultura.

No obstante, más que consignar un fenómeno de pérdida en progreso, este recuento debería impulsar una reflexión alrededor de las causas de la progresiva desaparición de los edificios de Toluca. Éstas se apuntalan en algunas observaciones de Alejandro Rossi, vertidas en su ecléctico e iluminador Manual del distraído: “un mal poema implica un mal poeta y un relato defectuoso supone un escritor inhábil. Una ciudad deshecha remite, por el contrario, a múltiples autores: arquitectos avaros, funcionarios complacientes, especuladores, ciudadanos sumisos y fraccionadores disfrazados de urbanistas. Personajes activos, termitas infatigables que trabajan y roen desde hace años”. El aspecto actual de Toluca, entonces, obedece a una asociación de factores que lo mismo incluye la sucesión de autoridades estatales y municipales que los pobladores de la ciudad, quienes se acostumbran a pasear entre los escombros con una actitud evasiva, oscilante entre la duda y la irreflexión.

De esta manera, los elementos involucrados sostienen una relación tensa que, pese a todo, no es posible calificar como estática. Su impacto intelectual más directo y asequible radica en la literatura local, que se ha entrelazado, de forma abierta o tangencial, con las conversiones de esta urbe indecisa. Desde la demolición de la casa de Enrique Carniado –que, controversias aparte, terminó funcionando como un estacionamiento más, adornado con una placa conmemorativa– hasta las crónicas noveladas que aparecen en Camada maldita, de Alejandro Ariceaga, y El año en que se coronaron los Diablos, de Eduardo Osorio, pasando por las afirmaciones de Alonso Guzmán en La agonía de la marmota, la ciudad también se ha destruido en el lenguaje y, por extensión, en la conciencia colectiva. Vista como una causa perdida, víctima de su propio progreso o camino de paso hacia la Ciudad de México, no deja de configurarse como un territorio nostálgico, cuyo breve esplendor resuena en los orígenes de su decadencia: la súbita pasión industrial, que desplazó la atención de los fastuosos edificios porfirianos, con su depurado estilo neoclásico, y prefirió la producción textil, electrónica, química y alimenticia.

Aunque estas actividades impulsaron el crecimiento de la población –que, décadas más tarde, se tornó desbordado y explosivo– y el desenvolvimiento de una urbe que continuaba oliendo a provincia, también desviaron la atención de sus legados históricos, particularmente en el terreno arquitectónico. Las consecuencias, sin embargo, no se limitan a la destrucción de ejemplares de siglos anteriores, sino que se prolongan en la proliferación de elementos altamente antiestéticos: abundante cableado eléctrico, estridentes bardas publicitarias, serpenteantes vías rápidas que han cercado las pocas construcciones sobrevivientes y han derivado en la existencia de absurdos colectivos como una terminal de autobuses inoperante, como señala Susana Bianconi en Letras Libres. Un ingrediente final para este cóctel de escombros reside en la desaparición de inmuebles enteros, con distintos grados de relevancia para la vida social, cultural, intelectual e, incluso, política de Toluca: el Teatro Coliseo, inaugurado en 1827, y el Teatro Principal, abierto en 1851, entre otras construcciones que han desembocado en jardines mediocres o en estériles planchas de cemento.

Por estas razones, caminar por el centro de Toluca equivale, en muchas ocasiones, a viajar por el vacío. Las lagunas urbanas en que se sumergen muchos de sus edificios antiguos son, más que un recordatorio de bellezas pasadas, un desafío para evitar su destrucción absoluta. Habría que recurrir, en todo caso, a la sensibilidad general, desde las autoridades hasta los habitantes y turistas, para estructuran un proyecto que trascienda las celebraciones fatuas –por ejemplo, las vinculadas con el Bicentenario del inicio de la Independencia– y permita remover la indiferencia: aquilatar el valor real, más allá del actual estado ruinoso, de las construcciones que, en épocas pasadas, identificaron a la capital mexiquense.



Ariceaga, Alejandro (2004), Camada maldita, Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca.
Guzmán, Alonso (2006), La agonía de la marmota, Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.
Osorio, Eduardo (2009), El año en que se coronaron los Diablos, Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal, Toluca.
Rossi, Alejandro (2006), Manual del distraído, Random House / Gandhi, México.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a septiembre de 2010.

2 de septiembre de 2010

Una invitación (para viajar con los sentidos)



Desde hace catorce años, la Federación de Alianzas Francesas de México invita a despegar los ojos de los sueños hollywoodenses y a fijarlos en las múltiples realidades de las artes cinematográficas europeas. El resultado ha sido muy satisfactorio, pues el Tour de Cine Francés llegará a una gran cantidad de ciudades mexicanas, en las cuales propone una selección de lo más interesante de sus producciones nacionales. Metepec no será la excepción y, a partir del 6 de septiembre, presentará un programa variado y atractivo. Habrá que darse una vuelta y viajar con los sentidos alrededor de las visiones recientes de Francia.