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5 de diciembre de 2010

Al calor del pasado: la biblioteca conventual del Museo Virreinal de Zinacantepec




Por Aeri Marín


Inaugurado en junio de 1980 –tras una vida azarosa que lo transformó en casa cural y cuartel zapatista–, el Museo Virreinal de Zinacantepec (16 de septiembre s/n, Barrio de San Miguel) resguarda una colección de arte, objetos y mobiliario que recuerda las oscilaciones iniciales de la historia nacional. Mientras los escudos, las espadas y las armaduras evocan el enfrentamiento entre los caballeros indígenas y los guerreros españoles, los óleos, las esculturas y la ornamentación de los muros ilustran el sincretismo entre el rígido monoteísmo europeo y la múltiple espiritualidad local. Paralelamente, la recuperación de los espacios que –hace quinientos años– pertenecieron al Convento Franciscano de San Miguel preserva la atmósfera característica de las comunidades religiosas en nuestro país, signada por la labor colectiva y la reflexión solitaria.

Para ahondar en este aspecto, el Museo Virreinal alberga una magnífica biblioteca, en la cual se traslucen los debates y las contradicciones que marcaron una época particularmente compleja para la fe católica. Enfrentada a la evangelización –que desveló la existencia de un mundo más allá de la Biblia– y la contrarreforma –que difundió las distintas vertientes del pensamiento humano–, pasó por un intenso proceso de definición y concentración, que se tradujo en manuales, oratorios, cánones y devocionarios destinados a fijar las ceremonias y los ritos propios de esta religión.

De este modo, los 4 587 volúmenes de este reservorio conventual se reúnen alrededor de 43 materias fundamentales, relacionadas con temas de teología, filosofía y hagiografía; apologética, ascética y catequética; derecho civil, eclesiástico y canónico; moral, pastoral y pedagogía; política, simbología e historia. Éstas se desarrollan en un espectro lingüístico que viaja del griego y el latín –idiomas oficiales del imperio, el dogma y la cultura– hasta las primeras manifestaciones del inglés, el francés y el español, emanados de la luminosa fricción entre el registro formal y el habla popular.

Aunque el origen de esta sorprendente colección se encuentra sumido en la incertidumbre –puesto que proviene de cinco siglos de movimiento continuo–, las marcas de propiedad que persisten entre sus páginas –sean de fuego, de lacre o de la propia mano de sus lectores– permiten profundizar en su misteriosa procedencia. Así, el primer acervo del Convento Franciscano de San Miguel se entrelaza con libros extraídos de los monasterios del Carmen de Toluca, del Santo Desierto de México, de San Joaquín de Tacubaya y del Rancho Guadalupe, entre otros. En el transcurso de las décadas, éstos gravitaron por distintos derroteros, desde bodegas oscuras, impropias para su conservación, hasta estanterías alejadas de los ojos del público.

De esta manera, la futura biblioteca conventual permaneció depositada en el Museo de Bellas Artes hasta la fundación de la Dirección de Patrimonio Cultural del Gobierno del Estado de México; entonces, se trasladó a la Biblioteca Pública Municipal de Toluca. Durante varios años, la ausencia de catalogación la mantuvo fuera de las nuevas miradas del público; sin embargo, en 1980, debido a la reformulación del guión del Museo Virreinal, el acervo se fragmentó y se destinó a la reproducción escenográfica de una biblioteca franciscana, en una sala del propio convento.

Pese a esta modificación, los libros funcionaron como un objeto de exposición, más que como un recurso de aprendizaje y de estudio. Por ello, en 2004, un segundo replanteamiento del mencionado guión museográfico impulsó la instalación actual de este acervo bibliográfico, en el fondo del segundo piso del antiguo monasterio. Así, esta labor involucró un largo proceso de identificación, clasificación y restauración, a lo largo del cual el equipo del Museo Virreinal contó con la asesoría técnica de Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México. Finalmente, el 5 de julio de 2005, en medio de las celebraciones para el 25 aniversario de este espacio cultural, la biblioteca conventual abrió sus puertas a académicos e investigadores mexiquenses, mexicanos y extranjeros.

Precisamente, el esfuerzo de historiadores, filósofos, literatos y otros expertos en humanidades ha contribuido a descubrir algunas de las peculiaridades más interesantes de este acervo. Por ejemplo, un hermoso volumen de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino constituye, paralelamente, el libro más antiguo de la biblioteca, del Valle de Toluca y –tal vez– del Estado de México. En el mismo sentido, sus robustos libreros –elaborados con maderas, tintes y resinas correspondientes al mobiliario original– acogen varias copias de sínodos papales, entre los que sobresale un tomo del Concilio de Trento, cuya doble relevancia reside en la justificación de las acciones emprendidas por la Iglesia Católica durante la contrarreforma y en la primera representación de Nueva España en este tipo de asuntos internacionales, la cual corrió a cargo de Vasco de Quiroga.

Estos volúmenes, además, conviven con libros de cantos decorados, una extraordinaria Biblia políglota y una Vulgata que encarna el interés por difundir los estudios teológicos entre las poblaciones letradas, más allá de las fronteras del idioma. Por otro lado, sus particularidades físicas rememoran las condiciones de su manufactura y su traslado a América: a juzgar por algunas señales inscritas en la encuadernación, los largos pliegos de papel de algodón –algunos llegados de contrabando, disimulados entre otras mercancías– fueron cortados y empastados ya en Nueva España. Por esta razón, las tapas están forradas de pieles de ternera, de cerdo o de caballo, justamente la clase de ganado que se hallaba disponible en la región.

Con esta inspiradora variedad de elementos, tanto bibliográficos como sensoriales, la biblioteca conventual del Museo Virreinal de Zinacantepec se revela como un espacio para disfrutar, por un lado, de la vertiente intelectual de un amplio periodo en la historia de nuestro país, desde la Colonia hasta mediados del siglo XX; por otro, del testimonio tangible del tiempo que se escapa inevitablemente. Aunque abre sus puertas de lunes a viernes, de 9:00 a 15:00 horas, para realizar investigaciones en este recinto es necesario programar una cita con anticipación, en el (722) 2 18 25 93.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a diciembre de 2010.

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