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15 de abril de 2011

Sensibilidad y lectura: algunos comentarios de Jorge Luis Borges



Por Aeri Marín


A pocas semanas de celebrar el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor –que fue instaurado por la Unesco con la finalidad de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual–, vale la pena recordar algunos comentarios de Jorge Luis Borges a propósito del disfrute literario: antes que escritor, el también autor de El libro de arena se concebía como un lector ávido y curioso, al mismo tiempo desafiado y fascinado por el hecho estético implicado en las artes. De este modo, en Siete noches –recopilación de una serie de conferencias ofrecidas en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, las cuales giran alrededor de los temas que lo apasionaron durante toda la vida: la poesía, la ceguera, la pesadilla y pasajes de Las mil y una noches y La Divina Comedia–, Borges evoca los elementos sensibles e intelectuales involucrados en el encuentro –gozoso y empático– entre el texto literario y su lector. A continuación, transcribimos algunas de sus ideas:

“[Ralph Waldo] Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro, literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Y aun para el mismo lector, el libro cambia, ya que somos el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura, cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito”.

Con estas palabras, el escritor argentino no sólo rememora el aura de asombro que rodea a la actividad lectora, sino que reafirma su vocación doblemente innovadora: mientras se traduce en la confrontación personal con la riqueza del lenguaje y sus múltiples sentidos –la cual desemboca en el descubrimiento de nuevas posibilidades para comprender e interpretar el mundo–, también conserva la vitalidad generacional del texto. De este modo, las piezas literarias sobreviven al tiempo y engloban percepciones, valores y debates más allá del momento de su creación: a través de la manifestación sensible del lector, se transforman y se diversifican, como lo expresa párrafos más adelante:

“La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro. [Francis Herbert] Bradley dijo que uno de los efectos de la poesía debe ser darnos la impresión, no de descubrir algo nuevo, sino de recordar algo olvidado. Cuando leemos un buen poema pensamos que también nosotros hubiéramos podido escribirlo; que ese poema preexistía en nosotros”. Sin embargo, este momento de alta densidad estética –casi premonitoria–sólo ocurre cuando el texto y el lector entran en una comunión profunda, la cual se verifica espontáneamente con la obra adecuada. Por ello, recomienda apegarse a los libros que, auténticamente, despiertan los sentidos y convocan estas vetas de libertad y receptividad:

“Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no la sienten, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana”. Para finalizar, acota: “El hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, como sentimos una montaña o una bahía”. Así, en última instancia, Borges invita a configurar un concepto de la lectura como un acto de disfrute provocador, de altas confluencias entre los signos y los sentidos; entre el pasado y el presente; entre el interior y el exterior; entre los pensamientos propios y las propuestas ajenas. Aprovechemos las celebraciones del 23 de abril, al mismo tiempo significativas y azarosas, para establecer vasos comunicantes entre nosotros y los demás, mediante la luz esencial de la lectura.


* Texto originalmente publicado en la Agenda Cultural AcéRcaTE, correspondiente a abril de 2011.

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