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4 de julio de 2011

María Izquierdo: entre el circo y las alacenas



Por Cristian Lagunas


La obra de María Izquierdo (San Juan de los Lagos, 1902 - Ciudad de México, 1955) constituye un gran paseo por los albores del arte moderno mexicano. Su pintura se convierte en nuestros ojos para mostrar en tonos alegres –y, a veces, densamente oscuros– su infancia y madurez. Gracias a sus pinceladas, podemos apreciar una visión del mundo particular, traducida en temas recurrentes: el circo, los caballos, los paisajes rurales y los objetos cotidianos protagonizan una propuesta, que, si bien no alcanza el millar de lienzos, ha transformado a su creadora en uno de los mayores exponentes de la pintura nacional.

El circo

La infancia de Izquierdo se resume en las pinturas que giran alrededor del circo. Su tía y su abuela la llevaron a una función que la marcó para siempre; así, su interés por la atmósfera circense la animó a pintar payasos, animales, saltimbanquis, trapecistas y escenas típicas de esta forma de entretenimiento, como un interesante lienzo en el que un oso convive con personas. En estas obras, la artista utilizó colores brillantes, colmados de vitalidad.


Caballos

La escritora Elena Poniatowska (París, 1932) afirmó: “nadie ha pintado caballos como María Izquierdo, quien los ve chaparritos y dóciles”. En Hombre con caballo, uno de estos animales abandona el circo para transformarse en la pertenencia de un indígena; en Calvario, atestigua su ruptura emotiva con el también pintor Rufino Tamayo (Oaxaca, 1899 - Ciudad de México, 1991); en Zapata, dos equinos se entristecen frente a una tumba. El ronzal azul es, quizás, uno de sus cuadros más bellos y perturbadores: retrata tres caballos distintos, uno de ellos atado a la rama de un árbol.

Objetos cotidianos

En 1923, tras un periodo de turbulencias emocionales, Izquierdo se instaló en el centro de la Ciudad de México con sus hijos. A finales de la década, ingresó a la Academia de San Carlos y, posteriormente, a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Así, su vida cotidiana se transfiguró en varios cuadros, como La sopera y El teléfono. Guachinango es un esbozo matutino del pescado que cocinaría en la tarde y Orquídeas es una evocación de las flores que decoraban su casa en la Colonia San Rafael. Pese a que algunas de sus obras se clasifican como surrealistas, aquéllas que retratan objetos comunes muestran un trabajo más sencillo, tanto en la forma como en el fondo.

Retratos

Sus pinturas también se inspiran en los rasgos de personas cercanas, como María Asúnsolo y Juan Soriano, quienes posaron para ella en varias ocasiones. Además, dos autorretratos se suman, con un año de diferencia entre sí, a su exploración por el cuerpo humano. El primero de ellos muestra a una mujer elegante y altiva; en el segundo, aparece con aire nostálgico, ojeras y mirada perdida. En el fondo, se despliega un cielo de nubes difusas.

Vida rural

Izquierdo plasmó insistentemente el México alejado del floreciente urbanismo de la capital. Infancia del país es una imagen nostálgica que invita a mirar una comunidad casi deshabitada; Estación tropical emplea tonalidades oscuras para representar la humedad de un pueblo; Troje y Coscomates recurren a los animales de granja para rememorar ambientes rurales. La melancolía por la vida provinciana se aprecia en estos lienzos, que capturan cada detalle para ofrecer una impresión de realismo.

Otros mundos

A partir de 1940, la pintura de Izquierdo se convierte en un portal abierto a la imaginación. En El idilio, una pareja discute bajo una sombrilla, sentada junto a una fuente; al fondo, se extiende un camino interminable, flanqueado por altos árboles. Naturaleza muerta con guachinangos pone a prueba la magnitud del hombre: troncos y pescados abarcan la imagen; en segundo plano, una diminuta casa demuestra la pequeñez de los seres humanos frente al mundo salvaje.

A diferencia de otros pintores de su época –en un periodo marcado por las luchas antiimperialistas y la afirmación de la independencia artística–, Izquierdo no intenta rescatar una identidad perdida; tampoco reproduce la historia nacional. En cambio, observa serenamente la súbita transformación del México moderno. Su trabajo comparte lazos pictóricos con Rufino Tamayo y refleja su ansiedad frente a un escenario cambiante, lleno de angustia existencial. Aunque Antonin Artaud (Marsella, 1896 - París, 1948) opinó que esta profundidad emocional podía pertenecer sólo a la raza indígena y que Izquierdo estaba “comunicándose con las verdaderas fuerzas del alma india”, lo que en realidad hizo fue crear una conexión auténtica a través del pincel, abriéndose para fundar su propio universo, incitando a sus contempladores a sumergirse en él.


* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a julio de 2011.

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