Por José Antonio Romero Reyes
Los libros son con facilidad sustancia fetichista: enamoran desde la vista. Se les toma, se les mira desde diferentes partes, se sopesan, se palpa el papel y se calcula de un solo vistazo el buen o mal gusto del editor; a veces se van a la casa pendientes de ser leídos, pero satisfechos de habernos llenado el ojo. Seguramente por eso, la muerte del libro, muy anunciada por los amantes de la tecnología, por convencidos feligreses de la comodidad y de la omnipotencia de la Red, ha sido retrasada durante muchos años.
Los libros son también vanidad esquizofrénica: finamente forrados en piel, con títulos en letras doradas y pagaderos en cómodos abonos a un año; así podrá gozar de un elegante adorno (¡un fino obsequio, caballero!) que rellene los vastos libreros del estudio, licenciado; la barnizadita de cultura que le da un tono distinguido a la casa. Pueden verse con facilidad las pretensiones de un hogar que busca parecer un set de telenovela: libros gruesos y elegantes (que nadie lee), un piano de cola (que nadie sabe tocar –el piano, por supuesto–), pretenciosos floreros (también pagados en abonos) y una enorme mesa de caoba que invade la sala y que no se usa por temor a que se maltrate. Así es la vida cotidiana de los libros en el dulce hogar.
El escritor obsesivo, el lector empedernido, a pesar del desorden y del cotidiano estado en ciernes de sus libros, también tiene a muchos de ellos en la lista de espera… hasta que un día se da por vencido y comprende que no alcanzará a leerlos. Matemáticas elementales nos desengañan: aún viviendo sólo para ello, difícilmente alcanzaremos a leer un poco más de diez mil libros en cuarenta años. Y, cuando la edad comienza a rebasarnos, hay que resignarnos: ser selectivos –muy selectivos– con lo que leemos, o conformarnos con la modesta perspectiva de ser un especialista en determinado tema de determinada rama de determinada materia y de determinado tiempo. ¿Conclusión?: sea por fetichismo, por vanidad o por sincero interés, los libros siempre nos superan, son más grandes que nuestro deseo.
En realidad uno acumula material en el librero no sólo por leer o por distraerse. Todo lo que está allí espera ser consultado, incluso las novelas y los poemarios. El librero ideal tiene de todo, como en el mercado. Sin embargo, resulta casi imposible ser dueño de un mercado; es más viable visitarlo y, mañosamente, esperar a que nos den la prueba de todo lo que venden. La curiosidad es el hambre que padece todo el que compra libros, y hay que asumirla sin vergüenza alguna: consulta lo que te venga en gana. En ese sentido, el Internet sí ha democratizado la visión del libro: vuelve a ser un espacio privado al que entra quien se siente verdaderamente llamado a leer. El libro deja de ser el artículo decorativo; o, exactamente lo contrario, se dispone tranquilamente a serlo, sin ningún remordimiento.
Google, uno de los buscadores en línea más concurridos, en su versión beta –es decir, de demostración–, se propone un ambicioso proyecto que nos permite el paso libre al mercado y sus sabrosas pruebas. Sabemos bien que no vamos al mercado a comernos un kilo de manzanas: golosos por naturaleza, queremos una rebanada y probar todo lo que hay. Google libros, como en el mercado, nos deja hojear los libros que se nos ocurran (gran placer hojear un libro, realizar el refinado fraude de robarle tiempo al librero y desalentarse o interesarse con lo que tenemos en las manos) y, al mismo tiempo, nos permite acceder a libros descatalogados. Y esto nos da un final más feliz y rápido que el de años de afanosos esfuerzos por las librerías de viejo; lo mismo sucede con los escritores que no cuentan con los recursos o con la confianza de los editores para apostar por un novato. No obstante, al final, la realidad y el Internet nos conducen al mismo desengaño: no podemos probar absolutamente todo, el tiempo no alcanza.
La oferta de Google libros es muy interesante, pues entre las bibliotecas participantes se encuentran la Biblioteca Pública de Nueva York, la Biblioteca de Cataluña y la Biblioteca Estatal de Bavaria. Además, cuenta con la colaboración de algunas universidades prestigiosas, como la Universidad de Gante; la Universidad de Keio, en Japón; la Universidad de Mysore, en la India; la Universidad Complutense de Madrid, en España; la Universidad de Oxford, en Inglaterra, y las universidades de Harvard, Princeton, Columbia, Stanford, Cornell, Texas, Virginia, Wisconsin-Madison, Michigan y California, en Estados Unidos. En México, la UNAM ha dispuesto para Google libros todo su catálogo de publicaciones correspondiente a 2007 y se ha comprometido a actualizarlo cada mes. Con estos recursos, ha conseguido digitalizar un millón de volúmenes, cifra que no representa casi nada comparada con los quince millones que pretende recopilar durante la próxima década. Hay libros que sólo dejan mirar y nos dan acceso parcial (de veinte a cien páginas en promedio, suficientes para decir "¡paso sin ver!" o "¡tengo que comprarlo!"); otros materiales, sobre todo de historia, vienen completos y en formato PDF. Bravo por el proyecto, visite Google libros y su hambre será saciada (o estimulada, como todo gran placer).
Los libros son con facilidad sustancia fetichista: enamoran desde la vista. Se les toma, se les mira desde diferentes partes, se sopesan, se palpa el papel y se calcula de un solo vistazo el buen o mal gusto del editor; a veces se van a la casa pendientes de ser leídos, pero satisfechos de habernos llenado el ojo. Seguramente por eso, la muerte del libro, muy anunciada por los amantes de la tecnología, por convencidos feligreses de la comodidad y de la omnipotencia de la Red, ha sido retrasada durante muchos años.
Los libros son también vanidad esquizofrénica: finamente forrados en piel, con títulos en letras doradas y pagaderos en cómodos abonos a un año; así podrá gozar de un elegante adorno (¡un fino obsequio, caballero!) que rellene los vastos libreros del estudio, licenciado; la barnizadita de cultura que le da un tono distinguido a la casa. Pueden verse con facilidad las pretensiones de un hogar que busca parecer un set de telenovela: libros gruesos y elegantes (que nadie lee), un piano de cola (que nadie sabe tocar –el piano, por supuesto–), pretenciosos floreros (también pagados en abonos) y una enorme mesa de caoba que invade la sala y que no se usa por temor a que se maltrate. Así es la vida cotidiana de los libros en el dulce hogar.
El escritor obsesivo, el lector empedernido, a pesar del desorden y del cotidiano estado en ciernes de sus libros, también tiene a muchos de ellos en la lista de espera… hasta que un día se da por vencido y comprende que no alcanzará a leerlos. Matemáticas elementales nos desengañan: aún viviendo sólo para ello, difícilmente alcanzaremos a leer un poco más de diez mil libros en cuarenta años. Y, cuando la edad comienza a rebasarnos, hay que resignarnos: ser selectivos –muy selectivos– con lo que leemos, o conformarnos con la modesta perspectiva de ser un especialista en determinado tema de determinada rama de determinada materia y de determinado tiempo. ¿Conclusión?: sea por fetichismo, por vanidad o por sincero interés, los libros siempre nos superan, son más grandes que nuestro deseo.
En realidad uno acumula material en el librero no sólo por leer o por distraerse. Todo lo que está allí espera ser consultado, incluso las novelas y los poemarios. El librero ideal tiene de todo, como en el mercado. Sin embargo, resulta casi imposible ser dueño de un mercado; es más viable visitarlo y, mañosamente, esperar a que nos den la prueba de todo lo que venden. La curiosidad es el hambre que padece todo el que compra libros, y hay que asumirla sin vergüenza alguna: consulta lo que te venga en gana. En ese sentido, el Internet sí ha democratizado la visión del libro: vuelve a ser un espacio privado al que entra quien se siente verdaderamente llamado a leer. El libro deja de ser el artículo decorativo; o, exactamente lo contrario, se dispone tranquilamente a serlo, sin ningún remordimiento.
Google, uno de los buscadores en línea más concurridos, en su versión beta –es decir, de demostración–, se propone un ambicioso proyecto que nos permite el paso libre al mercado y sus sabrosas pruebas. Sabemos bien que no vamos al mercado a comernos un kilo de manzanas: golosos por naturaleza, queremos una rebanada y probar todo lo que hay. Google libros, como en el mercado, nos deja hojear los libros que se nos ocurran (gran placer hojear un libro, realizar el refinado fraude de robarle tiempo al librero y desalentarse o interesarse con lo que tenemos en las manos) y, al mismo tiempo, nos permite acceder a libros descatalogados. Y esto nos da un final más feliz y rápido que el de años de afanosos esfuerzos por las librerías de viejo; lo mismo sucede con los escritores que no cuentan con los recursos o con la confianza de los editores para apostar por un novato. No obstante, al final, la realidad y el Internet nos conducen al mismo desengaño: no podemos probar absolutamente todo, el tiempo no alcanza.
La oferta de Google libros es muy interesante, pues entre las bibliotecas participantes se encuentran la Biblioteca Pública de Nueva York, la Biblioteca de Cataluña y la Biblioteca Estatal de Bavaria. Además, cuenta con la colaboración de algunas universidades prestigiosas, como la Universidad de Gante; la Universidad de Keio, en Japón; la Universidad de Mysore, en la India; la Universidad Complutense de Madrid, en España; la Universidad de Oxford, en Inglaterra, y las universidades de Harvard, Princeton, Columbia, Stanford, Cornell, Texas, Virginia, Wisconsin-Madison, Michigan y California, en Estados Unidos. En México, la UNAM ha dispuesto para Google libros todo su catálogo de publicaciones correspondiente a 2007 y se ha comprometido a actualizarlo cada mes. Con estos recursos, ha conseguido digitalizar un millón de volúmenes, cifra que no representa casi nada comparada con los quince millones que pretende recopilar durante la próxima década. Hay libros que sólo dejan mirar y nos dan acceso parcial (de veinte a cien páginas en promedio, suficientes para decir "¡paso sin ver!" o "¡tengo que comprarlo!"); otros materiales, sobre todo de historia, vienen completos y en formato PDF. Bravo por el proyecto, visite Google libros y su hambre será saciada (o estimulada, como todo gran placer).
* Texto correspondiente a la página cultural del mes de febrero.
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