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3 de septiembre de 2007

Multiplicación de los espacios





Por Aeri Marín

Construido con la finalidad de promover e investigar múltiples cosmovisiones desde una perspectiva ajena a toda convención, el Museo Universitario Leopoldo Flores conforma un auténtico bastión para la variedad de manifestaciones culturales gestadas durante el último lustro. Inicialmente destinado para la exhibición de algunas series iconográficas del afamado pintor mexiquense cuyo apelativo ostenta –El hilo de Ariadna y El rojo brota desde fuera, entre otras–, sus espacios trascienden su consigna primigenia y logran conjugar los sobresaltos del asombro con la excitación del reto.

Esta afortunada conjunción resulta perceptible desde su exterior: el Museo se ubica en la cima del Cerro de Coatepec, al costado de La liberación del hombre contemporáneo, un vasto mural atmosférico constituido por una inconmensurable cantidad de pintura aplicada en alrededor de diez mil metros cuadrados de roca y en la totalidad de las gradas del estadio deportivo de la Universidad Autónoma del Estado de México. Dichos aspectos, además, confluyen en su disposición interna: el concepto museográfico aprovecha las sinuosidades topográficas circundantes para producir un recorrido impredecible –pleno de espirales descendentes y ventanas que juguetean con la luz–, acorde con las atrevidas propuestas estéticas del artista oriundo de Tenancingo.

El año pasado, como reconocimiento a estas singularidades, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Secretaría de Educación Pública concedieron al Museo la oportunidad de acceder al Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural de los Estados. Esta colaboración posibilitó la inauguración, durante la primera quincena de agosto, de tres espacios esenciales para el desempeño de este joven recinto: un centro de documentación –que conservará los numerosos repertorios bibliográficos, hemerográficos y visuales relacionados con las obras artísticas depositadas en el Museo, el cual podrá consultarse a través de la red de bibliotecas de la Universidad–, una bodega de acervo –que cobijará, bajo un estricto control de las condiciones de humedad, temperatura e iluminación, los trabajos donados por Leopoldo Flores– y un taller de restauración –que funcionará como centro de diagnóstico y preservación de los objetos culturales pertenecientes a la Universidad–. El resultado de estas labores ha añadido 357 metros cuadrados al edificio original y ha contribuido a completar un ciclo de transformaciones iniciado hace poco más de un año, con la instalación de seis kioscos interactivos que permiten profundizar en la vida y los procesos creativos de Leopoldo Flores.

Estas herramientas facilitarán el cuidado de este reducto para las artes y, por tanto, ayudarán a resguardar y difundir uno de sus propósitos centrales: conducir a los visitantes del Museo (quienes pueden asistir de viernes a domingo, de 10:00 a 18:00 horas, por una módica suma de $10) por una experiencia estética y cognitiva concordante con las aspiraciones del pintor que le da nombre, encaminadas a contemplar y comprender el arte –por extensión, el mundo– no como un objeto decorativo ni didáctico, sino como una entidad ligada a los conflictos existenciales que fundan la humanidad.



* Artículo originalmente aparecido en la página cultural correspondiente al mes de septiembre.

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