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4 de diciembre de 2007

La máquina de los deseos o cuando navegar es naufragar




Por José Antonio Romero Reyes


“Sólo existe la lucha por recobrar lo que se ha perdido”
T. S. Elliot.


Thomas Stearns Eliot hoy podría ser nuestro bisabuelo: nació en l888 y se extinguió en l965, dejando problemas pendientes para esa máquina de deseos que es la humanidad. A pesar de los años, Eliot resulta más vigente que nunca; desde entonces se vivía la maquinización del individuo, el hombre masa, el prototipo del vacío y prepotente hombre americano. El abuelo Eliot, hombre conservador mas no gazmoño, deja en su poesía la evidencia de la sinrazón y la soledad humana, del sinsentido del hombre moderno en busca de más placeres de los que puede disfrutar y de falta de honestidad ante nuestra propia realidad.

El que redacta estas tímidas líneas podría salir de su ensimismamiento citando versos y anécdotas del abuelo que aparece en el epígrafe, y con ello tendría la plena seguridad de no impacientar o aburrir a sus lectores; sin embargo, me acompaño de él para presentarle una nueva máquina de los deseos, un juguetito bastante entretenido y tan vasto que nunca pierde su novedad, pues todos los días nos deja la promesa de conocer una nueva función o truco del famoso muñequito cumplidor de deseos. Sí, estoy hablando de la Red, el Internet, la Web, o como mejor le conozca.

El Internet, es bien sabido, cubre una necesidad de comunicación y de información. A diferencia de los mass media, la Red se nos ofrece como la self media; el espacio que forma en gran medida el propio usuario, el rincón de libertad donde nuestros deseos se cumplen ante nuestros ojos con tan sólo teclear las palabras mágicas en el ordenador y (¡cataplum-cataplam, chum, cham!) ¡aparece lo que buscamos! En su intento de adaptarse a nuestras necesidades particulares, la Red ofrece la enciclopedia electrónica o Wikipedia (bien usada, no hay ningún delito en darle crédito de fuente de consulta. Lo malo, como en todo, es depender totalmente de ella), o bien, los blogs o bitácoras electrónicas; una forma más se encuentra en las listas de correos. El genio de la Red nos ha concedido tres deseos para no perdernos en el mar de la información; sin embargo, cada deseo se termina pronto y nos muestra que a cada maravilla del juguetito siempre le hace falta más.

Doy un giro a la nostalgia y pienso, junto al abuelo Eliot, en Séneca, en los moralistas castellanos, en el mismo Gabriel Zaid y hasta en aquella rara avis de mi amigo sacerdote, cuya dote principal era ser un osado crítico y gran pensador; todos recordarían: “tenemos más de los que podemos disfrutar”. La máquina de los deseos, el Internet, nos muestra la gran paradoja: nunca se había tenido tantos satisfactores, tanta información, acceso a mundos tan lejanos, compañías cada vez más afines a nosotros y, sin embargo, como en el principio de los tiempos, no somos felices; el conocimiento se ha trivializado, todo está al alcance de un clic.

Quizá el mayor desencanto ocurre cuando la pitonisa Google nos avasalla con una cantidad enorme de datos, de los cuales descubrimos que muchos son basura y que no tenemos toda la semana para abundar en toda la información ni la valentía para arriesgarse a recibir a un extraño visitante llamado virus. Bien hacía Eliot al cuestionarse acerca del conocimiento que perdemos en la información, de la sabiduría que se pierde entre el mar de novedades y datos; nos une la esperanza de que la gran falacia de la Red nos saque del miedo de existir. Un esfuerzo más para poner un poco de orden a ese lío que se ha vuelto buscar información en Internet, aparece con el buscador kratia.com, el cual promete estar sostenido por los usuarios, que elimina sitios spam, ilegales o de poca calidad; así, si usted busca “revistas literarias electrónicas” obtiene la modesta cantidad de cincuenta páginas, algunas de ellas nos llevan a nuevos enlaces; de esta forma, se obtiene una selección más cuidadosa que en otros buscadores, navegar ya no se vuelve un naufragio entre informaciones.

Los buscadores tradicionales, al igual que cualquier empresa, tienen sus bemoles. Lo que aparece en los resultados después de que se escribe una palabra en el buscador, se supone que son las páginas que más han sido consultadas por los usuarios (popularidad que de ninguna manera es respaldo de calidad), pero también hay quien paga porque sus contenidos o sus páginas aparezcan en los primeros resultados y tengan mayores posibilidades de ser visitadas; otros ocultos cerebros pudientes, sencillamente, censuran información que consideran inconveniente. Al final, la gran Red, la máquina de deseos, sólo nos ofrece una lista preparada por una máquina cuyos resultados están determinados, o al menos influidos, por las recomendaciones de la gente con mayores recursos económicos. Kratia.com pretende, tal como su nombre promete, paliar un poco esta problemática de medios que ya se presenta con visos de competencia desleal, sólo que el gran prestidigitador dejaría de serlo si nos mostrara las argucias de sus mejores trucos. Sería un suicidio y un mal negocio.

Y, por salud mental, matemos a todos los ídolos aunque cueste vivir sin certezas. Quiero decir, así como en los primeros años de la tele se pedía que la apagáramos una temporada, lo mismo puede decirse del Internet; quizá algo primordial en estos tiempos sea reflexionar un poco sobre lo que se ve. Ya lo advertía el invitado de hoy, T. S. Eliot:

¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas
brotan de este cascajo?
Hijo de hombre,
tú no puedes decirlo, ni imaginarlo, pues sólo conoces
un cúmulo de imágenes donde reverbera el sol.


* Texto correspondiente a la plana cultural de diciembre.


** La imagen, extraída de la Paleta gráfica de Agustín Espina, se llama Navegar.

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