Por Margarita Hernández Martínez
Aunque el pasado 12 de noviembre cumplió 359 años, sor Juana Inés de la Cruz no luce vieja: nos sigue mirando, desde el lienzo de Miguel Cabrera, con gesto resuelto, ojos serenos y sonrisa satisfecha. En una actitud que duda entre la sabiduría y la devoción –una mano reposa en un libro, la otra sostiene un rosario–, parece recordarnos que la discusión tejida en torno a su figura no se encuentra zanjada, no obstante los ríos de tinta que circulan a su alrededor.
Pese a que ocupa un lugar sólido en la literatura novohispana –lo cual, al mismo tiempo que la arriesga a la petrificación, le garantiza cierto reconocimiento institucional–, la vasta obra artística producida por Juana Inés de Asuaje y Ramírez de Santillana (que no Asbaje, según indican algunos análisis paleográficos recientes) ejemplifica, con una viveza que se ha prolongado por centurias, el salto del silencio de la celda al bullicio de la cultura popular. A semejanza de la figura de Frida Kahlo –quien, con motivo del primer centenario de su nacimiento, ha tolerado, con la trivialización que ello implica, homenajes, exposiciones, zapatos deportivos y desfiles de moda–, la imagen de la autora de Inundación castálida ha recorrido distintos ámbitos de la vida nacional y se ha instalado en la memoria colectiva mexicana. Desde el papel moneda –¿quién no recuerda los billetes de 1000 pesos que, debido a la inflación, se transformaron en piezas metálicas de valor escaso?– hasta los pliegos que constituyen uno de los textos mayores, tanto en extensión como en profundidad, de Octavio Paz –Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, editado en 1982 por el Fondo de Cultura Económica–, el nombre y el rostro de la monja jerónima han vencido los años y reencarnado en calles, parques, universidades, centros culturales y asociaciones civiles tan distantes a la realidad de su época como El clóset de sor Juana, organización lésbica afincada en México desde 1992. Incluso, han inspirado innumerables actividades artísticas, como el recientemente anunciado Festival Internacional “sor Juana, Musa de los Volcanes”, organizado por el Instituto Mexiquense de Cultura y el Consejo de la Cultura de Tepetlixpa, el cual servirá para recordar, el próximo mes de abril, su 342 aniversario luctuoso.
Sin embargo, esta presencia constante en las expresiones culturales oficiales se traduce en un arma de doble filo: si bien contribuye a afianzarla en el recuerdo popular, también la sumerge en una confusión de mitos y estereotipos en la que profundiza, en una interesante colección de ensayos, Alejandro Soriano Vallès. Estas circunstancias han impedido el discernimiento y la evaluación de los rasgos de una mujer que vivió intensamente su tiempo y cuya trayectoria intelectual sólo puede comprenderse desde una rigurosa revisión de su contexto –tarea que, premios y distinciones aparte, nadie ha emprendido–. Mientras esto ocurre, quienes usamos los billetes impresos con su efigie nos descubrimos ante una obra que ni siquiera ha comenzado a apreciarse: quizás en esa falta de crítica radique la perpetua juventud de Juana Inés. Por estas razones, querido lector, más que provocarlo para que asista a cualquier actividad conmemorativa, lo invitamos a visitar las librerías de Toluca –increíblemente, los libros de sor Juana aún pueblan sus catálogos– o, si lo prefiere, la Biblioteca Cervantes, donde encontrará una selección de poemas y textos dramáticos.
* Texto correspondiente a la plana cultural de diciembre.
** Las imágenes corresponden a un billete de 1 000 pesos emitido hace unos quince años y al retrato de sor Juana pintado por Miguel Cabrera.
Aunque el pasado 12 de noviembre cumplió 359 años, sor Juana Inés de la Cruz no luce vieja: nos sigue mirando, desde el lienzo de Miguel Cabrera, con gesto resuelto, ojos serenos y sonrisa satisfecha. En una actitud que duda entre la sabiduría y la devoción –una mano reposa en un libro, la otra sostiene un rosario–, parece recordarnos que la discusión tejida en torno a su figura no se encuentra zanjada, no obstante los ríos de tinta que circulan a su alrededor.
Pese a que ocupa un lugar sólido en la literatura novohispana –lo cual, al mismo tiempo que la arriesga a la petrificación, le garantiza cierto reconocimiento institucional–, la vasta obra artística producida por Juana Inés de Asuaje y Ramírez de Santillana (que no Asbaje, según indican algunos análisis paleográficos recientes) ejemplifica, con una viveza que se ha prolongado por centurias, el salto del silencio de la celda al bullicio de la cultura popular. A semejanza de la figura de Frida Kahlo –quien, con motivo del primer centenario de su nacimiento, ha tolerado, con la trivialización que ello implica, homenajes, exposiciones, zapatos deportivos y desfiles de moda–, la imagen de la autora de Inundación castálida ha recorrido distintos ámbitos de la vida nacional y se ha instalado en la memoria colectiva mexicana. Desde el papel moneda –¿quién no recuerda los billetes de 1000 pesos que, debido a la inflación, se transformaron en piezas metálicas de valor escaso?– hasta los pliegos que constituyen uno de los textos mayores, tanto en extensión como en profundidad, de Octavio Paz –Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, editado en 1982 por el Fondo de Cultura Económica–, el nombre y el rostro de la monja jerónima han vencido los años y reencarnado en calles, parques, universidades, centros culturales y asociaciones civiles tan distantes a la realidad de su época como El clóset de sor Juana, organización lésbica afincada en México desde 1992. Incluso, han inspirado innumerables actividades artísticas, como el recientemente anunciado Festival Internacional “sor Juana, Musa de los Volcanes”, organizado por el Instituto Mexiquense de Cultura y el Consejo de la Cultura de Tepetlixpa, el cual servirá para recordar, el próximo mes de abril, su 342 aniversario luctuoso.
Sin embargo, esta presencia constante en las expresiones culturales oficiales se traduce en un arma de doble filo: si bien contribuye a afianzarla en el recuerdo popular, también la sumerge en una confusión de mitos y estereotipos en la que profundiza, en una interesante colección de ensayos, Alejandro Soriano Vallès. Estas circunstancias han impedido el discernimiento y la evaluación de los rasgos de una mujer que vivió intensamente su tiempo y cuya trayectoria intelectual sólo puede comprenderse desde una rigurosa revisión de su contexto –tarea que, premios y distinciones aparte, nadie ha emprendido–. Mientras esto ocurre, quienes usamos los billetes impresos con su efigie nos descubrimos ante una obra que ni siquiera ha comenzado a apreciarse: quizás en esa falta de crítica radique la perpetua juventud de Juana Inés. Por estas razones, querido lector, más que provocarlo para que asista a cualquier actividad conmemorativa, lo invitamos a visitar las librerías de Toluca –increíblemente, los libros de sor Juana aún pueblan sus catálogos– o, si lo prefiere, la Biblioteca Cervantes, donde encontrará una selección de poemas y textos dramáticos.
* Texto correspondiente a la plana cultural de diciembre.
** Las imágenes corresponden a un billete de 1 000 pesos emitido hace unos quince años y al retrato de sor Juana pintado por Miguel Cabrera.
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