El pasado 5 de febrero, María Rojo, actriz que actualmente funge como presidenta de la Comisión de Cultura del Senado, lanzó al aire una propuesta oscilante entre el lugar común y la irreverencia: rendir, con el motivo –o el pretexto– de festejar cincuenta años de la publicación de La región más transparente, un homenaje nacional a Carlos Fuentes, quien, además, cumplirá ochenta años el próximo 11 de noviembre.
La iniciativa, recibida y aprobada con “carácter urgente y obvia resolución”, ha provocado reacciones y asentimientos bastante predecibles; no obstante, también ha puesto en evidencia los defectos y las contradicciones de nuestras instituciones culturales. Por ejemplo, el comité organizador deja mucho que desear: presidido por Jorge Volpi y conformado por Josefina Vázquez Mota, Sergio Vela, Enrique Márquez, Consuelo Sáizar, María Teresa Franco, Sealtiel Alatriste y Aurelio González, depende exclusivamente del criterio de funcionarios públicos –que difícilmente han leído completo alguno de los textos del Premio Cervantes 1987– o de académicos –que, por desgracia, no han promovido una labor crítica y sistemática alrededor de la literatura mexicana, más allá de los reconocimientos públicos y las palmaditas en el hombro–. Ello significa que se trata de un homenaje de tendencia oficial, propenso a la entronización irreflexiva y a las alabanzas petrificadoras, lo cual resulta, hasta cierto punto, irónico: basta recordar, primero, los comentarios ácidos y escépticos desencadenados con la publicación de La región más transparente; después, el escándalo protagonizado, en 2001, por una maestra de secundaria, Aura y Carlos Abascal Carranza, entonces Secretario Federal del Trabajo.
Por otro lado, los coloquios académicos, las conferencias magistrales, las lecturas dramatizadas, las presentaciones de libros, las funciones de cine, las representaciones teatrales y los conciertos –que se llevarán a cabo, según el programa difundido hasta este momento, en el Distrito Federal, Guadalajara y Veracruz– no son, precisamente, actividades capaces de favorecer la difusión y la penetración de la obra de Carlos Fuentes entre el público general –sobre todo el más joven, que pocas veces encuentra atractiva la literatura–; más bien, contribuyen a reafirmar –a exaltar, reza el discurso oficial–, con términos grandilocuentes, las aportaciones al patrimonio artístico nacional desde las cuales hay que leer –cuando, en efecto, se leen– La región más transparente, Terra nostra y La muerte de Artemio Cruz.
Y quizás en esta falta de visión para acercar al público a las fuentes literarias originales radica el problema central de este tipo de reconocimientos: es imposible establecer un diálogo sugestivo e interesante alrededor de una novela y un escritor que se desconocen; así, resulta más sencillo recurrir a la palabrería ambigua y vana. En semejantes condiciones, sólo podemos atestiguar ciegas celebraciones que, lejos de sondear en las características ideológicas, simbólicas, técnicas y estéticas de un texto determinado, se contentan con la satisfacción del deber cumplido. Y ante este panorama, el mejor homenaje es –no sólo para Carlos Fuentes, también para Carlos Monsiváis, Alí Chumacero y Octavio Paz– la lectura estimulante y participativa; la interpretación que permita, fuera de retóricas, experimentar los poderes de revelación de la literatura.
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