por José Antonio Romero Reyes
Un grupo de casi recién egresados de diferentes facultades de la Universidad Autónoma del Estado de México se reunió para algo más que soñar, para pensar un proyecto de más alcance que una revista literaria estudiantil: “sí se puede hacer ruido… hay que levantar polvo y sacudir los estantes viejos de eso que algunos acomodaticios llaman cultura”, pensaron estos jóvenes. Y la criatura nació en los puestos de periódicos en febrero de 2008. La llamaron Polvareda.
A pesar del carácter multidisciplinario de Polvareda –o precisamente por ello–, uno puede leerla de un tirón y encontrarse con sorpresas: plumas con fuerza expresiva como la de Miguel García Conejo, que deja verdadera curiosidad por leer a Fernando del Paso; voces tan dispersas que uno no acaba de comprender cuál era la hipótesis de lectura que pretendía provocar en el lector (al final de mi viaje al tianguis, ¿con qué me quedo?, ¿con el descubrimiento de que aún hay recursos pecuarios en el Estado?, ¿con la idea de que la policía es prepotente porque aplica el bando municipal que prohíbe consumir bebidas alcohólicas en la calle?, ¿con qué?); voces originales, voces más formales y voces capaces de hacernos abordar ámbitos interesantes, como los de la joyería Hasset o los de las diferencias entre mexicanos y noruegos –asunto que parece trivial, pero que genera amplias reflexiones sobre nuestra sociedad–. Asimismo, existe un espacio para la ciencia y la tecnología, para temas educativos, para la música y el cómic, para las finanzas y la antropología… un rico cóctel y un amplio campo por explotar.
Si pudiera definirse con pocas palabras, diría que Polvareda nació con espíritu de adolescente: muestra desenfadadamente sus atrevimientos, sus genialidades y sus balbuceos, a veces se atropella en su deseo de abarcar más y más. Ya veremos qué le depara el futuro a esta publicación independiente de emprendedores universitarios. Por el momento, toda la suerte.
* Texto correspondiente a la página cultural del mes de marzo.
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