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9 de mayo de 2008

¿Poesía? (notas y editoriales robados)



El pasado 7 de mayo, la Suprema Corte de Justicia ordenó sancionar, con una multa “simbólica” de 50 pesos, al poeta campechano Sergio Hernán Witz Rodríguez, acusado de haber ofendido, en un poema bastante gráfico publicado en una revista de circulación estatal, a los símbolos patrios y a la nación.

La sentencia ha servido para poner de nuevo sobre la mesa dos temas bastante manidos: la libertad de expresión y la eficacia de nuestro sistema judicial. Sin embargo, los lectores de poesía nos vemos obligados a interrogarnos sobre una tercera vertiente: la calidad literaria de “La Patria entre mierda”, la elaboración poética de un texto que, en realidad, no propone nada. Ante los quince minutos de fama de Witz Rodríguez, cabe preguntarse si, de verdad, el grueso de la población (y uno que otro autoproclamado poeta) cree que la poesía es ese cálido flujo directo de las vísceras, lejano a la sensibilidad (que no sensiblería) y al rigor estético e intelectual que ha dado los mejores versos de la literatura contemporánea.

Recogemos, entonces, un par de editoriales aparecidos, con varios años de distancia, en El Universal. Además, hay otros textos disponibles aquí y acá.



Patriótica ridiculez

Por José Antonio Crespo

10 de octubre de 2005

Dos valores importantes de la era moderna suelen entrar en conflicto: la democracia y el nacionalismo. Y no porque sea incompatible aquella forma de gobierno con el sentimiento de identidad u orgullo nacional; por el contrario, el nacionalismo ha sido también nutriente de las democracias modernas.

Pero el nacionalismo también ha sido motor y sustento de regímenes autoritarios de diverso signo. En México se sabe muy bien. Durante el priísmo, opositores y disidentes eran incluso invitados no tan cortésmente a abandonar el país. La defensa de la soberanía fue eficaz coartada para impedir la fiscalización internacional en materia de elecciones o derechos humanos. “El patriotismo es el último refugio del pillo”, decía Samuel Johnson.

Quedan herencias culturales de ese tiempo, al fin reciente, como lo refleja el fallo de la Suprema Corte de la Nación al negar amparo al poeta campechano Sergio Hernán Witz Rodríguez, ganador de varios premios literarios, por emitir en un poema ofensas a la Bandera Nacional, delito tipificado en el artículo 99 del Código Penal que ordena castigar “al que ultraje el escudo de la República o el pabellón nacional, ya sea de palabra o de obra”. Aquí el conflicto es entre la libertad de expresión, elemento esencial de la democracia, y el nacionalismo tradicional que presupone la veneración a los símbolos patrios. La Corte, puede argumentarse, simplemente aplica ese precepto legal que, a mi parecer, es obsoleto, chusco en tiempos de democratización. Habría que eliminarlo (al igual que aquel que penaliza que el Himno Nacional se cante incorrectamente). Y es que bajo esa estrecha óptica habría que repartir múltiples sanciones a escritores, analistas, periodistas y más de un político, por razones similares.

El magistrado Sergio Valls argumentó: “En ese seudopoema no sólo se injuria a la Bandera, sino a la patria misma”. Pero si se penaliza la ofensa a los símbolos patrios e indirectamente a la patria, según dice Valls, por qué no hacerlo a quienes critican a la patria misma, como hacemos muchos analistas y escritores, al condenar diversos actos, no sólo del gobierno ni de la clase política, sino de nuestros conciudadanos en general el pueblo y nuestra idiosincrasia. Cuando afirmamos con o sin razón que los mexicanos (o muchos de nosotros) somos irresponsables, corruptos, apáticos, flojos, ignorantes, irresponsables, tramposos o irracionales, ¿no estamos ofendiendo a la patria misma, formada más por el conjunto de sus habitantes que por un pedazo de tela?

Veamos lo dicho por algunos potenciales “delincuentes”: “La sociedad mexicana es ostentosa, vana, superficial”, Francisco Sosa. “El vicio dominante en la población (mexicana) es la propensión al robo”, Lucas Alamán. “El mexicano no desconfía de tal o cual hombre; su desconfianza no se circunscribe al género humano. Si es comerciante, no cree en los negocios; si es profesionista, no cree en su profesión; si es político, no cree en la política”, Samuel Ramos. “El Himno mexicano nos emociona a nosotros, pero no puede resistir el análisis si uno recuerda esa letra de cruel arrogancia que habla de cañones y sepulcros que se abren”, José Vasconcelos. “De la inmoralidad auténtica, la nuestra es producto directo de la irresponsabilidad, el fraude, el ocultamiento de la verdad, la incompetencia, el latrocinio, el engaño, la torpeza de obras y palabras”, Margarita Michelena. “En México, el sentimiento de nacionalidad es mezquino, carece de autocrítica, de sentido del humor”, José Luis Cuevas.

No creo que quienes así escriben estén afectando “derechos de terceros”, contraviniendo “la paz y seguridad social”, ni perturbando “el orden público” como señala el fallo de la Corte sobre el amparo de Witz. Menos aún que con tales expresiones se afecte “la estabilidad y la seguridad de nuestra nación”, según afirmó la magistrada Olga Sánchez.

Me parece que los tres de los cinco magistrados que condenaron al poeta campechano se envolvieron en la Bandera ultrajada, lanzándose al campo del honor pero cayendo en el del ridículo. A ese paso, cualquier crítica al país o a los mexicanos (que somos la patria de carne y hueso) podría ser considerada como subversiva.

Quienes interpusieron la demanda contra Witz acusaron que con su feo poema “la libertad (de expresión) deja de tener validez individual cuando dañan a terceros y, en este caso, atenta contra nuestra identidad como mexicanos”. ¿De verdad somos tan vulnerables como para que un escrito sin duda de mal gusto y vulgar ponga en riesgo nuestra identidad? Pues habría que acusar a los acusadores por tener una imagen tan deplorable y disminuida de los mexicanos. Eso sí que es una ofensa.

El magistrado José Ramón Cossío, la sangre nueva, la visión joven y moderna de la Corte, dijo que “la libertad de expresión es uno de los pilares de una nación democrática”, en lo cual coincido, pues, al menos en casos como éste, la democracia debe prevalecer por encima de un hediondo y pedestre sentido de nacionalismo.

En todo caso, ¿no es mucho más grave que escribir un mal poema, incurrir desde el poder en corrupción, fraude, tráfico de influencias, represión? Y sin embargo, numerosos perpetradores de tales delitos contra el país pasean tranquilamente, eso sí, llenando sus bocas con discursos de entrega y respeto a la patria.

A la primera provocación entonan, emocionados, el Himno Nacional, aunque no entiendan su obsoleto contenido. Vaya país surrealista éste en el que vivimos, y como dicha expresión bien puede constituir una ofensa a la patria, asumo el riesgo de ser acusado y penalizado legalmente por semejante insulto, que atenta desde luego contra la identidad mexicana y la seguridad nacional.




¡Venga la sentencia!

Editorial EL UNIVERSAL

8 de mayo de 2008


Después de un litigio que absorbió siete años del precioso tiempo de la autoridad judicial, un juez federal impuso una multa de 50 pesos a un poeta que en su opinión ultrajó a la bandera nacional en un poema que escribió y publicó.

Muy pocas personas se habrían interesado en el poema, publicado en Campeche, a no ser por la inusitada publicidad derivada de la denuncia hecha por una asociación civil encabezada por un ex militar.

El juez segundo de distrito, Jesús Bañales Sánchez, radicado en esa entidad, desechó la solicitud de prisión hecha por la Procuraduría General de la República e impuso un castigo simbólico “para desalentar abusos en el ejercicio de la libertad de expresión”, según dijo.

Conocido, el llamado poema “La patria entre mierda”, de sólo 76 palabras, podría ser desdeñado por vulgar y necio, cuando mucho, aunque el artículo 191 del Código Penal Federal prescribe de seis meses a cuatro años de prisión o multa de 50 a 3 mil pesos, o ambas sanciones, a quien ultraje de palabra o de obra al pabellón nacional. En suma, el juez fue benigno.

Hace un siglo, el poeta peruano José Santos Chocano se vio forzado a salir de nuestro país por aludir al escudo nacional mexicano en unos versos: “la serpiente es la traición y el águila la rapiña”.

Estos accesos de patrioterismo, aun justificados por la letra de la ley, parecen desmedidos cuando el Poder Judicial, marcado por controvertidas resoluciones, por decir lo menos, abrumado por rezagos colosales y expuesto por sus espléndidos emolumentos y prebendas, así como por su pretensión de no pagar impuesto sobre nómina ni el suministro de agua, gasta energía en cuestiones adjetivas muy lejanas de los grandes problemas sustantivos que en materia de derecho existen en el país.

Nos sentimos de ese modo inevitablemente reducidos al espacio y al ambiente de los cómicos que hacen chocar con gracia y sarcasmo el código penal en La tremenda Corte.

Los atropellos e injurias a los símbolos nacionales están en otras partes, a la vista de todos, en tanto no logremos un nuevo modelo de convivencia, con un verdadero estado de derecho.

La ley es letra y espíritu, es decir, intención de justicia. Si el poeta Sergio Hernán Witz Rodríguez difícilmente alcanzará la inmortalidad con la calidad actual de su obra, ya obtuvo notoriedad con una condena ridícula, más que simbólica, por lo que fue un exabrupto, no un delito.

Hay otros muchos casos en espera de verdadera justicia.

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