Por Margarita Hernández Martínez
Como abril, mayo se anuncia lleno de celebraciones. Así, mientras algunos festejan el primer día con una sensación paradójica –la agenda en blanco en pleno día del trabajo–, otros recuerdan a las madres mexicanas –quienes, liberación femenina aparte, aún son las receptoras favoritas de planchas y lavadoras– y algunos más, a los maestros –cuya labor se encuentra permanentemente enturbiada por el desempeño del SNTE, los resultados de ENLACE y otros demonios profesionales–. De manera contrastante, entre estas fechas consagradas por la costumbre, un grupo de artistas se concentra alrededor de una fiesta marginal, casi subterránea: los primeros veinticinco años del Centro Toluqueño de Escritores.
Puesta en funcionamiento por Alejandro Ariceaga el 10 de mayo de 1983 –“en un día prácticamente incelebrable”, según Eduardo Osorio, su actual presidente–, esta organización cultural se propone captar, estimular y promover la actividad de numerosos escritores, esas “agujas perdidas” entre “incómodos y apabullantes montones de palabras de paja”. Para ello, ha procurado favorecer, a través de distintas vías de comunicación y difusión, la construcción de las tribunas –término que representa su época de formación: un momento de efervescencia, de toma de consciencia respecto con el oficio artístico– necesarias para remover el silencio y la indiferencia en torno a la literatura, pues, desde la perspectiva de su fundador, ésta proviene de una experiencia dialógica y dinámica: “el escritor vive y después trabaja sobre el papel en blanco, en espera de ser leído; más aún: ausculta las reacciones que suscita su obra en los demás. Es participativo. Está para consignar la vida, para señalar y proponer, para inducir estados de ánimo, para intentar cambios”.
Desde esta óptica vivaz y vigorosa, el Centro Toluqueño de Escritores ha consagrado sus esfuerzos a generar resultados concretos, los cuales se han extendido desde la emisión de sus Cuadernos –que, entre 1983 y 1987, a lo largo de dos temporadas y cuarenta números, lograron convertirse en un órgano de difusión y crítica que, visto a la distancia, acentúa el vacío de las publicaciones contemporáneas– hasta la concesión anual e ininterrumpida de las becas literarias más antiguas y con mayor tradición en el Estado de México. Éstas, conjugadas con sus talleres vespertinos (los lunes, de lectura; los miércoles, de poesía; los jueves, de narrativa), han arrojado como resultado poco más de 90 títulos de poesía, narrativa, crónica, ensayo, dramaturgia y prosa poética, muchos de los cuales se hallan ligados a algún autor galardonado con un premio nacional o internacional. Del mismo modo, este fondo editorial se ha enriquecido con la participación de Maricruz Castro Ricalde, Alberto Chimal, Luis Humberto Crosthwaite, José Luis Herrera Arciniega, Flor Cecilia Reyes, Sergio Ernesto Ríos, Félix Suárez, Enrique Villada y Eduardo Villegas.
No obstante, la trayectoria del Centro Toluqueño de Escritores se encuentra salpicada de altibajos. Tras enfrentar múltiples conflictos con diversas autoridades gubernamentales, se ha convertido en una asociación civil, lo cual implica una curiosa combinación de libertad, autonomía y problemas económicos difíciles de solventar, que, desafortunadamente, han mermado sus capacidades de autogestión. De manera paralela, el Centro ha tenido problemas para adaptarse a –y tomar provecho de– las nuevas tecnologías: basta visitar su página de Internet para observar la falta de actualizaciones oportunas.
De esta forma, el paso de cinco lustros se muestra propicio para la cosecha y el balance. Por un lado, resulta una excelente oportunidad para festejar con la publicación conmemorativa de veinticinco libros –nuevos y viejos, originales y antojolías– y de una antología de cuento breve, derivada de la producción, durante ocho años consecutivos, del Festival Internacional de Cuento Brevísimo: los Mil y un Insomnios. Por otro lado, supone la ocasión para un intenso ejercicio crítico: a una generación de distancia, ¿qué papel juega el Centro Toluqueño de Escritores en el ámbito de la cultura local y nacional? ¿Sigue cumpliendo con sus objetivos? ¿Requiere una renovación profunda? Desde un punto de vista amplio e incluyente, constituye todavía una alternativa de formación y de difusión literaria; sin embargo, la cuestión exige un análisis más exhaustivo. Para comenzar, recomendamos darse una vuelta por sus instalaciones y su librería, ubicada en la Plaza Fray Andrés de Castro, edificio A, local 9, en el centro de Toluca. Como en otros momentos, estamos seguros de que la mejor manera de celebrar es abrir los ojos: entregarse a la lectura y a la discusión.
* Texto correspondiente a la plana cultural del mes de mayo.
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