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8 de septiembre de 2008

Las escalas de la furia: Recursos humanos, de Antonio Ortuño



Por Isabel Estambul

I

En abril del año que corre –y nos corretea–, Almadía, una editorial independiente afincada en Oaxaca, presentó al público una de las antologías más inquietantes de las últimas décadas: Grandes hits. Nueva generación de narradores mexicanos. Prologada y compilada por Tryno Maldonado (Zacatecas, 1977), esta colección de diecinueve cuentos no ha dejado de provocar controversias e incomodidades: sea por la inusual “mecánica de selección” –basada, según su autor, en el Top Ten de MTV–, la discutible habilidad literaria de sus escritores –que ostentan, por cierto, un dejo vagamente elitista– o la dudosa calidad de sus textos –los cuales, dado su carácter inédito, distan de considerarse, al menos en estos días, grandes éxitos comerciales–, parece, más que una auténtica revisión de la actual literatura latinoamericana, un intento precipitado por llegar al canon mediante la subversión.

No obstante, la tentativa de Maldonado no se halla desprovista de aciertos que, de algún modo, justifican su aparición y su lectura. Para comprobarlo, basta ponderar la inclusión de cuentos tan intensos y reveladores como “Ameising”, de Alain-Paul Mallard (México, 1970); “22”, de David Miklos (San Antonio, 1970), y “Muertes sin importancia”, de Eduardo Montagner (Puebla, 1975); además de la presencia de autores sólidos y maduros, como Alberto Chimal (Toluca, 1970), Julieta García González (México, 1970), Mayra Luna (Tijuana, 1974), Guadalupe Nettel (México, 1973), Heriberto Yépez (Tijuana, 1974) y Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976). Debido a estas razones contrapuestas, Grandes hits se convierte, de manera inevitable, en un testigo fiel del espíritu contemporáneo: vacuo o ambicioso; propositivo o contradictorio; consumista o reflexivo, se define por la confusión y sus desorientaciones. Así, constituye un ejercicio de crítica fragmentaria que, cruzado con “peligroso pop” y pretensiones de “banda sonora”, no resulta todavía completamente convincente.

II

Pese a ello, Grandes hits cumple con uno de los propósitos centrales de cualquier antología: enlazar una fracción particular con un corpus completo; los breves datos de determinado autor con una trayectoria más vasta. Y, en el caso de Antonio Ortuño, contribuye a establecer algunos parámetros para, por un lado, alentar la multiplicidad de lecturas, y, por otro, confrontar las reseñas en torno a su obra, que ya han alcanzado espacios tan notorios como Letras Libres o Laberinto. Sin embargo, de manera paralela, esta abundancia de referencias puede tornarse en arma de doble filo, pues también fomenta la propagación de lugares comunes y defensas críticas, las cuales, inevitablemente, le confieren un aura incomprensible. En esta situación se encuentra Recursos humanos, una breve novela de largo aliento, a juzgar por su interés en la precisión argumental y la construcción lingüística.

“Esta es la historia de la guerrilla de un solo hombre”, reza, lapidaria, la contraportada. “Esta es la historia de mi odio”, masculla, rotundo, Gabriel Lynch, el ineludible protagonista. Sin embargo, ambas definiciones resultan insuficientes e incompletas. Más bien, Recursos humanos contiene el relato –cáustico y minucioso– del ascenso y el descenso de un empleado por las escalas de la furia: “así que esto soy ahora”, se interroga, también, con cierta frecuencia e incredulidad. De este modo, su recuento captura los peldaños –toda una gama de grises– entre el supervisor abandonado y el “cerdo” ávido; el hombre vestido con “camisas opacas” y “zapatos despreciables” y el destacado gerente, ataviado con trajes impecables y mujeres ansiosas.

Para llegar a semejante metamorfosis, la voz de Gabriel Lynch enuncia, con verbos precisos y sustantivos contundentes –ajenos a la fría pirotecnia verbal característica de la narrativa reciente–, un auténtico protocolo del odio, la lascivia y la ambición, trepidante entre la decisión, la angustia y la disgregación. A través de estos recursos lingüísticos, Ortuño da cuenta de un largo anhelo egoísta, desde el cual se desencadena una cínica lucha por el poder. Sin embargo, Lynch limita los afanes de sus pugnas, por completo distantes a las aspiraciones guerrilleras, ya que, lejos de buscar la transformación de los sistemas vigentes, desea penetrar en ellos mediante una aparente subversión: “no aspiro a la revolución, sino a otra cosa, que ahora mismo sólo entreveo y que se parece a la autoconservación y a la delincuencia”. Esta sentencia –que, además, suena sospechosamente cercana a la realidad– atestigua, por un lado, la crudeza de la falsa rebeldía contemporánea; por otro, la madurez lingüística de su autor, que, no obstante, aún no alcanza a construir un registro verosímil, acorde con un personaje educado en una “secundaria numerada”.

A pesar de este tropiezo, Ortuño ofrece un conjunto de frases sorprendentes, que, más allá de la simple moralina, manifiestan un punto de quiebre en las creencias de la sociedad moderna: “aunque nos afanemos, con caminatas y aparatos, en fortalecer el cuerpo y ejercitemos la mente con lecturas y discusiones, incluso si enaltecemos nuestro espíritu con la contemplación de obras nobles y edificantes, terminaremos decayendo y muriendo como el resto de las bestias condenadas”. Sus afirmaciones, que brillan en una historia literaria marcada por la irregularidad y la incertidumbre, representan una aleación entre clasicismo y actualidad; entre las alusiones bíblicas y el descarnado lenguaje contemporáneo. Probablemente en ello radica el valor de Recursos humanos; en ello, también, reside su congruencia.

Tryno Maldonado (selección e introducción), Grandes hits. Nueva generación de narradores mexicanos, Almadía, Oaxaca.

Antonio Ortuño (2007), Recursos humanos, Anagrama / Colofón, México.


* Texto correspondiente a la plana cultural de El Espectador del mes de septiembre.

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