Por José Antonio Romero Reyes
Barra llena, lluvia afuera. Y diferentes décadas en cada asiento: yo, el más joven; el del extremo quizá treinta y cinco, más allá un cuarentón; en medio, un tostón y, a su lado, un tostón con 10 centavos y algo de morralla (unos sesenta; años más, años menos). Todos en la complacencia de observar las millonarias caderas de Jennifer López, cuando el más exigente sibarita de mis hasta ahora desconocidos se da el lujo de comentar: “¡Está gorda!”. Comienza la ruleta de temas: la política, el futbol, las circunstancias vitales de cada uno, la música de Frank Sinatra, el resumen particular y fácil de cómo se vivió una época. Escucho, es un placer escuchar:
- Eso de la poesía es muy parecido al alcohol: no desemboruca la madeja, pero la deja fija obsesivamente en un punto, a partir de eso comenzamos a ver las cosas de otro modo.
- Exacto. Hasta cierto límite es un medio de socialización y de conocimiento, de la magia y del amor. De hecho, cada cultura le ha asignado un lugar como parte de sus deidades, en cada una la creación del vino está vinculada con el descubrimiento de lo sagrado: las lágrimas de Dionisio para los griegos (ese inmortal que se descubre vulnerable al enfrentarse al amor y a la muerte), los dioses conejo o tochtli que acompañan a los poderes de la magia y de la noche.
- Sí, sí. Aquí se rompen las jerarquías; aquí nadie viene a defender nada sino a descansar, descansar hasta de la misma vida.
Y pienso para mí: “Eso es precisamente la poesía: descansar de la vida, acuciarla hasta mirarla de otro modo, salvarnos de la muerte (¡esa pinche muertecita diaria que nos mata y se clava como espina en el zapato!) y burlarnos del tiempo”.
- Salud, señores.
Afuera, arrecia el aguacero. Chema, el cantinero con espíritu femenino, destierra a J. Lo y a Chente Fernández y nos manda a la más plena nostalgia con Paul Anka, Frank Sinatra… esos monstruos y sus voces llenando a una orquesta entera. Sobra decirlo: seguiremos bebiendo, el tiempo ya se murió y nadie ha de llorar por él. Baco y Apolo son más amigos de lo que parece.
La vida de la bohemia: en ella se han dilapidado fortunas, se restauran y se pierden reputaciones, declinan y se descubren talentos o meros vividores, fantoches… mentirosos de poca astucia. Y sin embargo, qué cerca este ambiente de la hermandad, de las jerarquías abolidas; lejos de la competencia de tomarse en serio o asumirse autoridad alguna. Aquí, sin falsas utopías, hay instantes de auténtica democracia y acogedora diversidad. Una tertulia inteligente sería aquella que logra reunir a gente de todos los lugares y profesiones: pintores, poetas, narradores, músicos, periodistas, matemáticos, ingenieros, albañiles… y en ella se ejerce el derecho a expresarse, a debatir, a vincularse con el mundo. El arte, en su sentido primigenio, era sólo eso: socializar, interpretar el mundo, vincularte a él mediante el entendimiento; era enfrentarte con la vida a través de lo que puedes ofrecer. Luego el intelectual dejó de ser observador para convertirse en académico; el poeta dejó de ser el parroquiano que muestra lo que ve para convertirse en el funcionario público ganador de tal premio, que ha publicado no sé cuántos libros de no sé qué cosa y que a nadie importa; el señor que se toma muy literal aquello del curriculum vitae… en efecto: ese documento es todo su camino.
Para bien o para mal, la bohemia está en crisis. Quizá una pálida forma de recuperar la pluralidad esté en algunos blogs y revistas literarias. Para no desentonar con el tema embriagante que nos ocupa, los invito a visitar Es hora de embriagarse, fieles a aquel poema de Charles Baudelaire en el que se nos pide mantenernos embriagados de poesía, mantenernos sagrados, en diálogo con la vida. No comentaré nada de la tertulia a la que les invito, sólo les dejo la dirección: www.es-hora-de-embriagarse.net.
Están invitados.
- Don Chema, ¡la de la casa, por favor!
* Texto correspondiente a la plana cultural de El Espectador del mes de septiembre.
Barra llena, lluvia afuera. Y diferentes décadas en cada asiento: yo, el más joven; el del extremo quizá treinta y cinco, más allá un cuarentón; en medio, un tostón y, a su lado, un tostón con 10 centavos y algo de morralla (unos sesenta; años más, años menos). Todos en la complacencia de observar las millonarias caderas de Jennifer López, cuando el más exigente sibarita de mis hasta ahora desconocidos se da el lujo de comentar: “¡Está gorda!”. Comienza la ruleta de temas: la política, el futbol, las circunstancias vitales de cada uno, la música de Frank Sinatra, el resumen particular y fácil de cómo se vivió una época. Escucho, es un placer escuchar:
- Eso de la poesía es muy parecido al alcohol: no desemboruca la madeja, pero la deja fija obsesivamente en un punto, a partir de eso comenzamos a ver las cosas de otro modo.
- Exacto. Hasta cierto límite es un medio de socialización y de conocimiento, de la magia y del amor. De hecho, cada cultura le ha asignado un lugar como parte de sus deidades, en cada una la creación del vino está vinculada con el descubrimiento de lo sagrado: las lágrimas de Dionisio para los griegos (ese inmortal que se descubre vulnerable al enfrentarse al amor y a la muerte), los dioses conejo o tochtli que acompañan a los poderes de la magia y de la noche.
- Sí, sí. Aquí se rompen las jerarquías; aquí nadie viene a defender nada sino a descansar, descansar hasta de la misma vida.
Y pienso para mí: “Eso es precisamente la poesía: descansar de la vida, acuciarla hasta mirarla de otro modo, salvarnos de la muerte (¡esa pinche muertecita diaria que nos mata y se clava como espina en el zapato!) y burlarnos del tiempo”.
- Salud, señores.
Afuera, arrecia el aguacero. Chema, el cantinero con espíritu femenino, destierra a J. Lo y a Chente Fernández y nos manda a la más plena nostalgia con Paul Anka, Frank Sinatra… esos monstruos y sus voces llenando a una orquesta entera. Sobra decirlo: seguiremos bebiendo, el tiempo ya se murió y nadie ha de llorar por él. Baco y Apolo son más amigos de lo que parece.
La vida de la bohemia: en ella se han dilapidado fortunas, se restauran y se pierden reputaciones, declinan y se descubren talentos o meros vividores, fantoches… mentirosos de poca astucia. Y sin embargo, qué cerca este ambiente de la hermandad, de las jerarquías abolidas; lejos de la competencia de tomarse en serio o asumirse autoridad alguna. Aquí, sin falsas utopías, hay instantes de auténtica democracia y acogedora diversidad. Una tertulia inteligente sería aquella que logra reunir a gente de todos los lugares y profesiones: pintores, poetas, narradores, músicos, periodistas, matemáticos, ingenieros, albañiles… y en ella se ejerce el derecho a expresarse, a debatir, a vincularse con el mundo. El arte, en su sentido primigenio, era sólo eso: socializar, interpretar el mundo, vincularte a él mediante el entendimiento; era enfrentarte con la vida a través de lo que puedes ofrecer. Luego el intelectual dejó de ser observador para convertirse en académico; el poeta dejó de ser el parroquiano que muestra lo que ve para convertirse en el funcionario público ganador de tal premio, que ha publicado no sé cuántos libros de no sé qué cosa y que a nadie importa; el señor que se toma muy literal aquello del curriculum vitae… en efecto: ese documento es todo su camino.
Para bien o para mal, la bohemia está en crisis. Quizá una pálida forma de recuperar la pluralidad esté en algunos blogs y revistas literarias. Para no desentonar con el tema embriagante que nos ocupa, los invito a visitar Es hora de embriagarse, fieles a aquel poema de Charles Baudelaire en el que se nos pide mantenernos embriagados de poesía, mantenernos sagrados, en diálogo con la vida. No comentaré nada de la tertulia a la que les invito, sólo les dejo la dirección: www.es-hora-de-embriagarse.net.
Están invitados.
- Don Chema, ¡la de la casa, por favor!
* Texto correspondiente a la plana cultural de El Espectador del mes de septiembre.
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