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11 de agosto de 2009

Entre la inercia y el movimiento: los museos del Estado de México


Por Isabel Estambul

Construido a finales del siglo XIX en el centro histórico de Toluca, el edificio de la Compañía Cervecera Toluca y México (Miguel Hidalgo 201, colonia Santa Clara) constituye un emblema de la capital mexiquense, desde entonces dedicada a la producción industrial. Provisto de una hermosa fachada neoclásica, en la que destacan la sencillez de los ventanales y la sobriedad de las columnas, este inmueble cambió de dueños y destinos hasta que, en 1935, el Grupo Modelo lo convirtió en una bodega de distribución, quizás demasiado elegante para un cometido tan modesto. Sin embargo, esta pieza arquitectónica no perdió su valor histórico y patrimonial, que se tradujo, en años recientes, en una intensa remodelación. Así, tras una inversión cercana a los 40 millones de dólares y una ardua colaboración con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, se transformó en el Museo Modelo de Ciencia e Industria.

Enfocado a la interacción con un público joven, este nuevo espacio cultural entrelaza herramientas de difusión convencionales con elementos innovadores, inspirados en los museos tecnológicos europeos. De este modo, las áreas de exhibiciones temporales y permanentes, que suman 70 mil metros cuadrados, conviven armónicamente con una sala IMAX, un teatro, una biblioteca, una ludoteca, un restaurante familiar, una taberna ecológica y una tienda de regalos; además, se trasladan a un sitio de internet, desde el cual es posible consultar las cédulas informativas diseminadas por el Museo y acceder a un detallado programa de actividades, cuyo diseño integral comprende desde conciertos de música académica hasta conferencias de corte científico, pasando por degustaciones y caravanas artísticas.

Este interés por la retroalimentación y la participación transversal resulta indispensable para comprender la naturaleza del guión museográfico, organizado en una serie de plataformas multimedia. Éstas contribuyen a que los visitantes se involucren con su contenido y descubran una experiencia individual dentro de la memoria colectiva, pues propician un ambiente de aprendizaje abierto, flexible y relajado, sujeto a sus inclinaciones específicas. Sin embargo, sólo se vinculan con dos ejes temáticos, alrededor de los cuales se estructuran distintas alternativas de interpretación: por una parte, los procesos de producción, distribución y comercialización de la cerveza, que engloban los sectores agrícolas, tecnológicos, logísticos y sociales; por otra, los sucesos que subyacen a este conglomerado de saberes, desde la elaboración artesanal de ciertas variedades de cerveza hasta el establecimiento de la Compañía en Toluca. Las dos vías -aparentemente contrarias- se encaminan a demostrar las coincidencias entre las aportaciones humanísticas y el progreso tecnológico; entre el valor identitario de la historia y la aspiración unviersalista de la investigación científica.

Con estos instrumentos, el Museo Modelo de Ciencia e Industria pretende convertirse, mediante la reformulación de los espacios culturales contemporáneos, en un referente nacional para la divulgación, la promoción y el desarrollo de ambas vertientes; por lo tanto, ha fortalecido sus nexos con el sustrato empresarial al que pertenece y, simultáneamente, se ha aproximado a instancias como el Patronato Pro Centro Histórico de Toluca, dedicado a evitar la destrucción de un patrimonio minado por el descuido y la indiferencia. No obstante, estos objetivos sólo podrán comprobarse con la calidad y la continuidad de sus propuestas, aunadas a su habilidad para atraer a un público que, por diversas razones -entre ellas, la desinformación y la falta de difusión-, permanece ajeno al resto de los museos del Estado de México.

Por otro lado, la inserción de elementos interactivos en la antigua rigidez del discurso museográfico no se limita a este espacio cultural. El Museo José María Morelos y Pavón (Edificio Central de Rectoría, Instituto Literario 100, colonia Centro), administrado por la Universidad Autónoma del Estado de México, propone un recorrido por la historia mexiquense, desde la época virreinal hasta nuestros días. Sin embargo, esta idea -aparentemente simple y reiterativa- se enriquece desde dos perspectivas. En primer plano, conforma un tramado de trayectorias individuales y colectivas; así, durante la Colonia, evoca la perfección literaria de sor Juana Inés de la Cruz; en la Ilustración, los méritos plásticos de Pedro Patiño; en el Romanticismo, la vocación narrativa de Ignacio Manuel Altamirano; en el Nacionalismo, la iniciativa institucional de Juan Josafat Pichardo. Al mismo tiempo, destaca las contribuciones nacionales de varios institutenses, como Gilberto Owen, Luis Coto, Gustavo Baz Prada, Manuel de Olaguíbel y Maximiliano Ruiz Castañeda. De este modo, insiste -desde una óptica paralela a la del Museo Modelo de Ciencia e Industria- en la consolidación de la conciencia histórica local, todavía fluctuante e indeterminada, como fuente de identidad.

En segundo término, el Museo distribuye su acervo alrededor de siete salas dotadas de imágenes y narraciones sincronizadas, las cuales se complementan -una vez más, a semejanza del Museo Modelo de Ciencia e Industria- con un vasto archivo fotográfico y fonográfico, que atestigua desde los primeros años del Instituto Científico y Literario, signados por la ideología liberal y las revueltas políticas, hasta el ascenso internacional de la Universidad. No obstante, este panorama arraiga en un sustento hondamente tradicional, que se trasluce desde su nombre hasta la exposición permanente de uno de sus mayores bienes culturales: una reproducción facsimilar de Los sentimientos de la nación, documento que resume los principios independentistas mexicanos, aún parcialmente vigentes. A pesar de sus titubeos entre la historia libresca y los acontecimientos actuales, su magnífico guión museográfico -diseñado por Alfonso Sánchez Arteche- se plantea como un organismo abierto, dispuesto a recoger y discutir los hallazgos -tanto humanísticos como tecnológicos- de los jóvenes académicos.

Más allá de su novedad, la inauguración de estos espacios no cae en terreno estéril. El Estado de México alberga una treintena de museos, que encarnan, a su vez, treinta visiones sobre el arte, la cultura y sus interacciones con la sociedad. Oscilantes entre la reconstrucción de edificios civiles y religiosos -como el Museo de la Acuarela (Melchor Ocampo 105, colonia Merced-Alameda), resultado de la remodelación de El Gallito, y el Museo de Bellas Artes (Santos Degollado 102, colonia Centro), instalado en el Convento de la Purísima Concepción de los Carmelitas Descalzos de Nueva España- y la gestación de foros a partir de una obra concreta -como el Museo Leopoldo Flores (Cerro de Coatepec, Ciudad Universitaria), inspirado en la interpretación plástica del mito de Teseo-; entre la conceptualización convencional -como el Museo de Ciencias Naturales (Cerro del Calvario, colonia Matlatzincas), con un catálogo fijo y pocas exposiciones temporales- y la franca interdisciplinariedad -como el Cosmovitral (Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, colonia Centro), provisto de una conjugación de arte monumental y jardines botánicos en un edificio histórico-, estos recintos se imbrican en un reservorio de piezas únicas, de una riqueza tan contrastante que, sin duda, merece mayor atención. Por ello, en un afán por animar la escasa asistencia de un público reticente, también abren sus puertas a conciertos, conferencias, talleres, recitales de danza, montajes teatrales y presentaciones de libros.

De esta manera, buscan estimular el diálogo entre sus visitantes y superar su función primordial, centrada en desplegar colecciones artísticas específicas, para convertirse en señales vivas de la existencia humana, en casas productoras de sentido. Sin embargo, la inconstancia y la calidad variable de sus ofertas -en ocasiones sorprendentes; muchas veces limitadas a espectáculos improvisados- ha desembocado en una inercia silenciosa, difícil de superar. Así, la apertura del Museo Modelo de Ciencia y Tecnología implica un reto de renovación para los espacios preexistentes: mientras éste anuncia su intervención, el próximo año, como sede del Pabellón de las Naciones -un conjunto de exhibiciones temporales que reúne las expresiones artísticas, científicas y culturales de doce países-, aquéllos se encuentran obligados a diversificar el corazón de sus propuestas y, al mismo tiempo, a redefinir el significado de las experiencias culturales, entendidas como movimiento perpetuo, como una larga tentativa para desvelar la certeza y los misterios -la luz y la sombra- de la condición del hombre.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de agosto.

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