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10 de septiembre de 2009

A la caza de las palabras


Hace algunos años -antes, incluso, de que existiera este espacio-, los colaboradores de El Espectador nos preguntábamos si sería posible encontrar un escritor valioso en Caza de letras, un virtuality que, copiando al carbón algunas dinámicas propias de los reality shows, se propone mostrar el funcionamiento de un taller literario y eliminar a los participantes mediante la superación de retos escriturales. Los vouyeurs, simplemente, podemos visitar el blog en que se publican los trabajos, hacer comentarios y -como si se tratara de Big Brother- pelearnos con los demás para defender a nuestro autor favorito. Al final, el blog continúa expuesto unos meses, mientras el ganador prepara su libro inaugural.

En un país como el nuestro, tan propicio a desdeñar las artes y a olvidar los acontecimientos importantes, resulta difícil seguirle la pista a los concursantes de las primeras dos ediciones. Sin embargo, en El País, Guadalupe Nettel ofrece un breve recuento, acompañado con las mismas antiguas dudas. Al mismo tiempo, su crónica es una invitación para seguir al virtuality que comenzará en unos meses.


Crónicas de América Latina:
Virtuality literario Caza de letras


¿Dónde y cómo se adquiere el oficio de escritor? ¿Sirven de algo los talleres literarios o son, como muchos imaginan, lugares ominosos donde se pierden la autoestima y la fe en uno mismo? ¿Será cierto, como afirman algunos, que sólo la lectura en soledad confiere las herramientas necesarias para escribir una buena novela? El inicio de Palíndromos, la inquietante película de Todd Solondz, recrea perfectamente la atmósfera de matadero, un poco sádica, un poco abochornada, que suele haber en este tipo de lugares. Debo admitir que en la adolescencia yo era más que afecta a este tipo de tertulias. Entre más crueles, mejor. Me gustaba asistir a las sesiones en que un texto era analizado frase por frase, para extirparle las rimas, las cacofonías y los lugares comunes. Recuerdo que uno de esos profesores tenía por costumbre quedarse dormido en plena clase, mientras sus alumnos leían con tartamudeante timidez su más reciente relato. Otro aseguraba con fingido entusiasmo que el texto sólo necesitaba dos cortes, uno transversal y otro vertical, antes de romper el manuscrito ante la mirada atónita de los participantes. Sin embargo, el hecho de frecuentar estos lugares me permitió descubrir que no todos los talleres son de tipo castrante y despiadado. Algunos sí enseñan con mesura la verdadera autocrítica -tan indispensable a la labor del escritor-; otros, incluso, propician la creatividad.

Son muchos los escritores que frecuentaron durante su juventud talleres literarios y salieron no sólo indemnes, sino victoriosos de ellos. Raymond Carver, por ejemplo, se formó en el taller de John Gardner, quien a partir de entonces se convirtió en su mentor. Muchos poetas asistieron al de Rafael Alberti, quien disfrutaba organizando tertulias para poetas incipientes, tanto en España antes de la guerra como en Argentina y en su visita a México, donde uno de los participantes, por cierto, fue Octavio Paz. Entre los talleres más interesantes de los que he escuchado hablar, está el seminario de escritura creativa que dirigía Allen Ginsberg en el Instituto Naropa de Colorado y el OuLiPo (cuyas siglas significan Taller de Literatura Potencial), uno de los fenómenos más interesantes que han dado las letras francesas del siglo XX, iniciado por Raymond Queneau y el matemático François Le Lyonnais.

Los concursos han jugado también un papel importante en los inicios literarios. Uno de los casos más sonados es el de Cabrera Infante, quien obtuvo con su primera novela, Tres tristes tigres, el Premio Biblioteca Breve. Eduardo Lago debutó como novelista de una forma similar, presentándose al Premio Nadal. No olvidemos que Andrés Neuman se dio a conocer a la edad de veintidós años con la novela Bariloche, finalista del Premio Herralde. Gracias al concurso de nueva novela que organiza el diario Página 12 surgió recientemente Aurora Venturini, autora de Las Primas, novela magnífica y desconcertante, reeditada en España en 2009 por la editorial Caballo de Troya. Esta autora de ochenta y cinco años, que atesora varias novelas inéditas y ya es celebrada por la crítica internacional, habría permanecido en el anonimato hasta el final de sus días de no haber mandado su libro a concurso.

Dentro de las propuestas más novedosas que hay actualmente en nuestro idioma está el Virtuality literario Caza de letras, que inventó el escritor mexicano Sealtiel Alatriste en colaboración con la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se trata de un concurso-taller online en el que pueden participar todas las personas de habla hispana, menores de cuarenta años, sin importar su nacionalidad ni su lugar de residencia. Aparte de la edad y la lengua, el requisito indispensable es contar con un libro de cuentos aún sin terminar, pero avanzado por lo menos en un setenta por ciento. Este Gran Hermano literario, cuya convocatoria está abierta hasta el 14 de septiembre, tiene varias etapas de selección. Los libros y los autores se van descartando poco a poco, de modo que los participantes deben intentar permanecer en activo el mayor tiempo posible. El taller también tiene algo de Second Life, pues para participar en él no sólo es necesario inventar un seudónimo, sino también una biografía apócrifa; es decir, la historia imaginada del personaje que representará al escritor durante su participación en el taller. Como su nombre lo indica, Caza de letras tiene por objetivo descubrir talentos aún desconocidos, darles la oportunidad de trabajar su manuscrito y, quizás, publicar un libro al final del certamen (la edición corre a cuenta de Alfaguara México en coedición con la UNAM). Pero sólo uno de ellos se llevará el premio final, que consiste en cien mil pesos mexicanos.

A diferencia de los talleres literarios clásicos en los que los participantes deben aparecer físicamente, en éste lo único que cuenta es la palabra escrita, incluso la identidad del escritor es ficticia y es probable que esta circunstancia aminore la timidez y el miedo, razones principales que desaniman a un escritor en ciernes a inscribirse en un taller. Todos los editores sueñan con descubrir a esos novelistas de inigualable talento que aún no han publicado nada y los novelistas que aún no han publicado nada suspiran por un editor que reconozca el valor de sus manuscritos y apueste por ellos. ¿Cómo pueden estas dos figuras encontrarse? ¿Existen espacios para ello? Internet, que ha demostrado ser de gran ayuda para la formación de parejas de enamorados, quizás sirva también para propiciar este tipo de encuentros.

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