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7 de julio de 2008

Ni rencor ni sentimentalismo: Bromas para mi padre, de Eduardo Osorio



Por Margarita Hernández Martínez

I

El pasado quince de junio, las familias dispares se reunieron, los restaurantes se abarrotaron y los centros comerciales devolvieron a la calle a cientos de consumidores atiborrados de paquetes. Sin embargo, nada suaviza la imagen del padre: ni los regalos ostentosamente individuales –en franco contraste con las planchas y lavadoras características del Día de las Madres–, ni las comidas dilatadas y pantagruélicas, acompañadas de copas, Mañanitas y abrazos que no abrigan reconciliaciones permanentes. Como todas las celebraciones de su especie, el Día del Padre –único e indivisible, a diferencia de las múltiples madres que habitan cada cuerpo femenino– se ha convertido en un despliegue de remordimiento mercantil que agita, en ese silencio lleno de fiesta descrito por Octavio Paz, antiguas melancolías, distancias autoritarias y habituales sentimientos de abandono. Petrificado por la vida o desacralizado con la muerte, el padre es la encarnación del diálogo imposible: lo ha experimentado Juan Preciado y lo ha dicho Enriqueta Ochoa (“para poderte hablar / así, de frente, / tuve que echarme toda una vida / a llorar sobre tus huesos”). Habría que proponer otra forma de relacionarse con él, más allá del festejo tradicional y las convenciones.

II

“Un falso cinismo disfrazado de humor asume a pausas la conciencia de la muerte”, anuncia la contraportada de Bromas para mi padre, del escritor mexiquense Eduardo Osorio (Toluca, 1958). No obstante, este brevísimo libro –pues suma apenas 60 páginas y se lee en poco más de 30 minutos– no se estanca en la reformulación de un tema que –nos ha demostrado Pedro Páramo– es más propicio al rencor que a la confesión: el deceso del padre, ausente ya desde la vida. Tampoco muestra afinidades con los doloridos versos de Retorno de Electra, más cercanos a la reformulación íntima de un antiguo mito griego que a la construcción de un imaginario estrictamente personal.

Desde esta perspectiva, los textos contenidos en Bromas para mi padre –oscilantes, por lo demás, entre la minificción y la prosa poética– resultan novedosos en más de un sentido: no sólo expresan el cariño de un hombre por otro, sino que manifiestan el afecto –llano, genuino y nada celebratorio– de un hijo por su padre, independientemente de su fallecimiento. Acorde con estas innovaciones temáticas, Osorio propone una estructura narrativa polifónica, con todos sus jugueteos y contradicciones; sus dudas y paradojas: mientras una voz afirma, clara y contundente, “escribo de ti y de tu muerte sin pudor alguno”; otra, sobrecogida por la angustia general, susurra: “mejor será que me comporte como todos y me ponga a plañir por un desconocido”.

De este modo, ambos personajes –padre inevitablemente muerto; hijo irremisiblemente creador– cobran una nueva textura humana, una especie de vulnerabilidad que los devuelve al terreno de la comunión y el diálogo. Así, la fría figura autoritaria se rompe y muestra “el maquillaje cenizo de [sus] labios rotos, [su] párpado violeta”; en tanto, su descendiente al fin se reconoce e interroga: “¿de quién voy a ser el hijo terrible, pródigo y consentido?”. Estas frases cómicas y consternadas, que abundan a lo largo del texto, son fuente de calurosas ironías (“¿acaso no fuiste tú el primero en comprar una calaverita de azúcar con mi nombre?”), de reproches y disculpas suaves (“¿no podrías morir sin lastimarme?”), de peticiones delicadas y humildes (“¿abrirías tu lápida para invitarme a platicar un rato?”, “¿a qué nube te mando mis recados?”) que transforman el lenguaje destinado al padre en una condensación afectuosa, íntima y enérgica, que aspira, además, a la prolongación en otras generaciones: “si acaso llegaras a mi cama para desquitarte, para jalarme los pies hacia tu mundo, espero despertar y descubrir que no eres tú, sino mi hijo, pidiendo el desayuno”. Con estos elementos, Bromas para mi padre salta sobre los paradigmas y constituye, sin duda, un libro sobre el asombro inherente al verdadero amor, más allá del rencor y el sentimentalismo.

Eduardo Osorio (2004), Bromas para mi padre, Instituto Mexiquense de Cultura / Centro Toluqueño de Escritores, Toluca.


* Texto correspondiente a la plana cultural del mes de julio.

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