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7 de julio de 2008

Efraín Bartolomé y el canto sagrado



Por Heber Quijano

Al leer Ojo de jaguar de Efraín Bartolomé (1950), la fuerza expresiva con que el poeta de Ocosingo habla de la selva y del ambiente monzónico genera un impacto intenso, un rugido destellante. Quién puede pararse en medio de la selva sin sentirse pequeño ante su majestuosidad. Minúsculos roedores cibernéticos como somos quienes ya vivimos con un ratón en la mano, que es casi un apéndice de nuestro cuerpo, poco podremos entender de la importancia vital y metafísica de los espacios abiertos, verdes y sin luz eléctrica.

Sin embargo, la selva de Bartolomé no es la selva lacandona de hoy, que vive en una intensa depredación matricida. No, la selva de Bartolomé no es solamente la selva tupida, indómita, que siempre ofrece su venas a los animales o a los peregrinos, sino “el oro real: el privilegio de vivir en el Edén, en el Paraíso, en el Galaad”. De esa manera, podemos ver cómo confluyen dos fuerzas ineludibles: Ojo de jaguar “es […] un intento por recuperar el Paraíso perdido de la infancia, que ha sido incinerado en los altares del progreso”. Ese Paraíso es ambas cosas a la vez: la selva y la infancia, y ambas han sido pervertidas por las fuerzas destructoras de la máquina, la ciudad y el consumo.

Para Efraín Bartolomé, la poesía se convierte en una forma de regresar a la región fantástica y uterina que es la selva y, al mismo tiempo, a la vida, aunque también lleva consigo una militancia mítica y un grito de guerra, con la palabra por delante. Así, en la entrevista que le hizo Juan Domingo Argüelles, podemos percibir por qué Bartolomé entiende la poesía como “la invocación de la Gran Diosa desde lo más profundo del corazón humano. Hundir el lápiz afilado hasta el fondo del corazón sombrío y escribir con sangre o luz lo que tengas que decir a la Diosa”.

Su poesía es un canto que crea, de la nada, el cosmos; un canto capaz de aprehenderlo y entenderlo, como lectores y como habitantes de su propia inmensidad: “¡arrodíllate Sol, te estoy nombrando!”. Un verso de tal magnitud puede hacernos pensar en la sentencia en la cual Huidobro equipara al poeta con un pequeño dios y orillarnos a percibir el universo de dos formas: la vital y la verbal. Ya Julio Cortázar hacía decir a sus extravagantes personajes del Club de la Serpiente, en Rayuela, que “lenguaje quiere decir residencia en una realidad”, ello podría develarnos el afán estético de Ojo de jaguar y quizás un poco del espíritu poético de Efraín Bartolomé. Sin embargo, lo mejor es estar inmiscuidos entre sus versos y su aliteraciones, quizá acechados por un jaguar diurno o por una acacia húmeda.

Efraín Bartolomé (1994), Agua lustral. Poesía 1982-1987, Conaculta, México.

Juan Domingo Argüelles (1997), Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé, Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca.



* Texto correspondiente a la plana cultural del mes de julio.

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