Por Iván Castañeda
Ganadora del Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 2004, la novela Cárcel de árboles, escrita por el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, ofrece una multiplicidad de posibles lecturas. Una, la historia misma. Otra, el uso de las palabras como una metáfora de la represión en un régimen totalitario. La obra brinda también numerosas referencias arquetípicas que promueven la reflexión sobre el encuentro con uno mismo; el libre albedrío; la voluntad y el crimen como rupturas del orden y motores del cambio.
Dedicada a Paul Bowles, quien fue amigo y colaborador de Rey Rosa, Cárcel de árboles se hermana con El cielo protector al mostrar los límites que nos separan del horror. Si en la novela de Bowles el cielo funge como un escudo que nos separa del pavor a lo desconocido, Rey Rosa propone la Selva del Petén como una barrera que oculta un macabro experimento: la reducción del hombre a su forma más primitiva, esa donde está desprovisto de palabras.
En la narración, un grupo de condenados a muerte –posibles disidentes de un sistema tiránico– han sido mutilados: la lengua extirpada, lesionadas las áreas cerebrales del lenguaje y la memoria. No obstante, son capaces de balbucear, emitir sonidos aislados. La doctora Pelcari experimenta con ellos, los condiciona –como al perro de Pavlov– a seguir órdenes recibidas mediante un canto del que son parte.
Día a día los prisioneros emiten una sílaba, una sola, dentro de una frase cantada. Así, cada hombre y cada sílaba se constituyen como una pieza dentro de un sistema que prueba la docilidad del ser humano ante la violencia. El canto es un mensaje cifrado, un condicionante que, a manera de mantra, provoca trances e induce al automatismo.
El libro, narrado en su mayor parte como un diario, se erige como el testimonio que dos prisioneros, dos sílabas, habrían dejado al encontrar papel y lápiz, además de, poco a poco, haber recuperado sus capacidades de lenguaje. Dos hombres llamados YU, que representan la sílaba YU, inician un diálogo escrito y, con éste, una breve y prácticamente infructífera revolución. Como el mismo autor dice: los hombres incapaces de escribir son inofensivos, los capaces, no.
Primera lectura: la maquinaria de un régimen totalitario
La doctora Pelcari obtiene apoyo, financiamiento y reos de cierto país centroamericano. El propósito: probar, a través de un experimento, que la voluntad del hombre es quebrantable. Ratas de laboratorio, eso son los condenados a muerte que el consejero de Estado le procura a la científica; el laberinto, una cárcel de árboles; cada árbol, una celda. La curiosa prisión refleja en pequeña escala lo ocurrido en Guatemala tras innumerables dictaduras y golpes militares. Guatemala, Centroamérica, Latinoamérica, el Mundo. Cualquier aparato absolutista puede verse reflejado en la historia planteada por Rey Rosa; cualquier metáfora de la represión precisa dos mitades: víctima y verdugo.
Víctima: condenados a muerte, disidentes entre los que se encuentra un periodista, YU. Verdugos: una científica auspiciada por un gobierno, guardias. Mitades de un macabro entero. Obligado cada uno de los prisioneros a ejecutar una sílaba dentro del canto hipnótico por medio del cual reciben y aprenden órdenes, representan los engranajes de una maquinaria exprimehombres. Hombres exprimidos por otros. La dictadura, el capitalismo, el libre mercado.
Pero un buen día la maquinaria estalla, uno de los engranajes se zafa. Uno de los prisioneros, YU, encuentra por accidente cuaderno, lápiz y una linterna. YU, sin saber cómo, parece recordar signos y empieza a dibujarlos, con luz, sobre el papel. Sí, con luz. No es gratuito que el autor haya elegido la luz como materia primigenia de escritura de su personaje. Las letras han sido detonantes de un sinfín de cambios. YU escribe: “conforme voy escribiendo, mi mano vacila menos y me parece que veo con más claridad”. Y así es. A medida que el preso recuerda cómo escribir, sus frases se van volviendo más complejas; su pensamiento más lúcido. Así comprende su situación, a través del canto, del cual forma parte, condicionan su pensamiento y lo obligan a obedecer mandatos que ejecuta en una excavación arqueológica.
No hay libre albedrío, todo son comandos por acatar. Sin embargo, cuando YU escribe a escondidas por las noches, su pensamiento se va clarificando, se va apropiando de la realidad, pero no la comprende, por eso busca cambiarla y escribe su plan: “he resuelto poner lápiz y papel al alcance del hombre del árbol vecino, a pesar del riesgo que corro de ser descubierto”. La sublevación ha comenzado.
A medida que sigue escribiendo, el texto hace las veces de diario personal. YU se aviva, su pensamiento se vuelve más complejo. Ocurre el efecto que las dictaduras siempre buscan apagar, el cerebro despierta y YU se sabe poderoso frente a los guardias: “recuerdo vagamente el respeto que me infundían cuando apenas comenzaba a usar el cuaderno; ahora no me infunden respeto, sino el más despreciable temor”; “la mirada de los guardias no es inteligente. Contrasta lo complejo de su lengua con la simplicidad de su oficio”. Poder nombrar lo que siente convierte al preso en una pieza rota dentro de la maquinaria opresora. Quedan dos opciones: obstruir el funcionamiento de las otras piezas o ser removido. “Me siento esencialmente superior. Este sentimiento es nuevo; es algo que yo me he ido construyendo, que no me avergüenza y que está íntimamente vinculado al arte de escribir”.
YU escapa de su árbol, no así de su prisión. Su siguiente paso es comprobar si algún otro prisionero es capaz de entender y reaccionar a lo que él escribe. Y lo consigue. Otro YU, otro como él, poco a poco va recordando cómo escribir, poco a poco recobra la capacidad para nombrarlo todo y así entender el mundo, o por lo menos tratar de hacerlo. De este modo, el diario se convierte en el medio por el cual los dos YU se comunican. Para el cambio de voces –de caligrafía, mejor dicho– Rey Rosa se vale de un cambio en la tipografía: el primer YU escribe, el segundo le responde con cursivas:
“Mi resentimiento […] parece querer explicarse a sí mismo, conoce su fin. El conocimiento del objeto de mi odio, para su destrucción podría ser la verdadera meta. La libertad es un concepto vago; la destrucción, no.
La palabra libertad no me parece vaga. Ha causado en mí una sensación particular. Creo que tiene que ver con el pasado. Pero comparto el odio que sientes y estoy de acuerdo en que el averiguar el origen de nuestras cicatrices es nuestra común obligación”.
Los dos YU planean una revuelta y, en el proceso, el primer YU insurrecto mata a un guardia y sólo consigue recrudecer la vigilancia, la represión. No obstante su intento fallido, ambos llegan a una gran conclusión a través de su diálogo escrito, la misma que hace temblar a los sistemas represivos, la misma que los hace censurar, quemar libros, armarse hasta los dientes: “tú y yo, que podemos escribir, podemos expresar y obedecer órdenes propias”.
* Texto publicado originalmente en la página cultural de El Espectador correspondiente al mes de octubre
Ganadora del Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 2004, la novela Cárcel de árboles, escrita por el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, ofrece una multiplicidad de posibles lecturas. Una, la historia misma. Otra, el uso de las palabras como una metáfora de la represión en un régimen totalitario. La obra brinda también numerosas referencias arquetípicas que promueven la reflexión sobre el encuentro con uno mismo; el libre albedrío; la voluntad y el crimen como rupturas del orden y motores del cambio.
Dedicada a Paul Bowles, quien fue amigo y colaborador de Rey Rosa, Cárcel de árboles se hermana con El cielo protector al mostrar los límites que nos separan del horror. Si en la novela de Bowles el cielo funge como un escudo que nos separa del pavor a lo desconocido, Rey Rosa propone la Selva del Petén como una barrera que oculta un macabro experimento: la reducción del hombre a su forma más primitiva, esa donde está desprovisto de palabras.
En la narración, un grupo de condenados a muerte –posibles disidentes de un sistema tiránico– han sido mutilados: la lengua extirpada, lesionadas las áreas cerebrales del lenguaje y la memoria. No obstante, son capaces de balbucear, emitir sonidos aislados. La doctora Pelcari experimenta con ellos, los condiciona –como al perro de Pavlov– a seguir órdenes recibidas mediante un canto del que son parte.
Día a día los prisioneros emiten una sílaba, una sola, dentro de una frase cantada. Así, cada hombre y cada sílaba se constituyen como una pieza dentro de un sistema que prueba la docilidad del ser humano ante la violencia. El canto es un mensaje cifrado, un condicionante que, a manera de mantra, provoca trances e induce al automatismo.
El libro, narrado en su mayor parte como un diario, se erige como el testimonio que dos prisioneros, dos sílabas, habrían dejado al encontrar papel y lápiz, además de, poco a poco, haber recuperado sus capacidades de lenguaje. Dos hombres llamados YU, que representan la sílaba YU, inician un diálogo escrito y, con éste, una breve y prácticamente infructífera revolución. Como el mismo autor dice: los hombres incapaces de escribir son inofensivos, los capaces, no.
Primera lectura: la maquinaria de un régimen totalitario
Cada mitad del mundo
sostiene a la otra,
pero qué sostiene a las dos mitades
- Roberto Juarroz
sostiene a la otra,
pero qué sostiene a las dos mitades
- Roberto Juarroz
La doctora Pelcari obtiene apoyo, financiamiento y reos de cierto país centroamericano. El propósito: probar, a través de un experimento, que la voluntad del hombre es quebrantable. Ratas de laboratorio, eso son los condenados a muerte que el consejero de Estado le procura a la científica; el laberinto, una cárcel de árboles; cada árbol, una celda. La curiosa prisión refleja en pequeña escala lo ocurrido en Guatemala tras innumerables dictaduras y golpes militares. Guatemala, Centroamérica, Latinoamérica, el Mundo. Cualquier aparato absolutista puede verse reflejado en la historia planteada por Rey Rosa; cualquier metáfora de la represión precisa dos mitades: víctima y verdugo.
Víctima: condenados a muerte, disidentes entre los que se encuentra un periodista, YU. Verdugos: una científica auspiciada por un gobierno, guardias. Mitades de un macabro entero. Obligado cada uno de los prisioneros a ejecutar una sílaba dentro del canto hipnótico por medio del cual reciben y aprenden órdenes, representan los engranajes de una maquinaria exprimehombres. Hombres exprimidos por otros. La dictadura, el capitalismo, el libre mercado.
Pero un buen día la maquinaria estalla, uno de los engranajes se zafa. Uno de los prisioneros, YU, encuentra por accidente cuaderno, lápiz y una linterna. YU, sin saber cómo, parece recordar signos y empieza a dibujarlos, con luz, sobre el papel. Sí, con luz. No es gratuito que el autor haya elegido la luz como materia primigenia de escritura de su personaje. Las letras han sido detonantes de un sinfín de cambios. YU escribe: “conforme voy escribiendo, mi mano vacila menos y me parece que veo con más claridad”. Y así es. A medida que el preso recuerda cómo escribir, sus frases se van volviendo más complejas; su pensamiento más lúcido. Así comprende su situación, a través del canto, del cual forma parte, condicionan su pensamiento y lo obligan a obedecer mandatos que ejecuta en una excavación arqueológica.
No hay libre albedrío, todo son comandos por acatar. Sin embargo, cuando YU escribe a escondidas por las noches, su pensamiento se va clarificando, se va apropiando de la realidad, pero no la comprende, por eso busca cambiarla y escribe su plan: “he resuelto poner lápiz y papel al alcance del hombre del árbol vecino, a pesar del riesgo que corro de ser descubierto”. La sublevación ha comenzado.
A medida que sigue escribiendo, el texto hace las veces de diario personal. YU se aviva, su pensamiento se vuelve más complejo. Ocurre el efecto que las dictaduras siempre buscan apagar, el cerebro despierta y YU se sabe poderoso frente a los guardias: “recuerdo vagamente el respeto que me infundían cuando apenas comenzaba a usar el cuaderno; ahora no me infunden respeto, sino el más despreciable temor”; “la mirada de los guardias no es inteligente. Contrasta lo complejo de su lengua con la simplicidad de su oficio”. Poder nombrar lo que siente convierte al preso en una pieza rota dentro de la maquinaria opresora. Quedan dos opciones: obstruir el funcionamiento de las otras piezas o ser removido. “Me siento esencialmente superior. Este sentimiento es nuevo; es algo que yo me he ido construyendo, que no me avergüenza y que está íntimamente vinculado al arte de escribir”.
YU escapa de su árbol, no así de su prisión. Su siguiente paso es comprobar si algún otro prisionero es capaz de entender y reaccionar a lo que él escribe. Y lo consigue. Otro YU, otro como él, poco a poco va recordando cómo escribir, poco a poco recobra la capacidad para nombrarlo todo y así entender el mundo, o por lo menos tratar de hacerlo. De este modo, el diario se convierte en el medio por el cual los dos YU se comunican. Para el cambio de voces –de caligrafía, mejor dicho– Rey Rosa se vale de un cambio en la tipografía: el primer YU escribe, el segundo le responde con cursivas:
“Mi resentimiento […] parece querer explicarse a sí mismo, conoce su fin. El conocimiento del objeto de mi odio, para su destrucción podría ser la verdadera meta. La libertad es un concepto vago; la destrucción, no.
La palabra libertad no me parece vaga. Ha causado en mí una sensación particular. Creo que tiene que ver con el pasado. Pero comparto el odio que sientes y estoy de acuerdo en que el averiguar el origen de nuestras cicatrices es nuestra común obligación”.
Los dos YU planean una revuelta y, en el proceso, el primer YU insurrecto mata a un guardia y sólo consigue recrudecer la vigilancia, la represión. No obstante su intento fallido, ambos llegan a una gran conclusión a través de su diálogo escrito, la misma que hace temblar a los sistemas represivos, la misma que los hace censurar, quemar libros, armarse hasta los dientes: “tú y yo, que podemos escribir, podemos expresar y obedecer órdenes propias”.
(Continúa en el próximo número)
* Texto publicado originalmente en la página cultural de El Espectador correspondiente al mes de octubre
1 comentario:
Gracias por este comentario. Está muy bien escrito y ofrece una opinión reflexionada sobre la experiencia de las víctimas de dictaduras y su manera de rebelarse.
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