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5 de abril de 2009

Amar a los libros


Por Enrique Villada

La lectura es un acto amoroso, de convivencia, de diálogo con el otro. Involucra todos los sentidos; es caricia, depuración de sentimientos. Se lee un rostro, el cielo, la mano; el cuerpo mismo es un pliego de señales.

Pero los libros de papel son invaluables, objetos hermosos que pueden llevarse a todas partes. Viven al alcance de la mano y, sin embargo, resultan tan lejanos. Se tiene con ellos frecuentemente una relación absurda, de compromiso. Abomino el trato que se da con ellos en las escuelas, en las que se convierten en obligación, en mero requisito. Los libros son vistos como vías a la información, no al placer ni a la paciencia.

Si algo me da risa es la promesa de la lectura rápida. Hay métodos que lo proponen. Es tanto como promover una fórmula para comer a toda velocidad, a cinco platillos por minuto, o una técnica para meditar en cinco minutos y sin esfuerzo. Creo que pronto escribiré un libro que se titule Método de lectura lentísima. Sé que a casi nadie le interesará, pero a los que decidan rumiar, como decía Nietzsche, tal vez les resulte grato.

Andar lento, vivir la eternidad de un día, meditar, anclarse en el corazón es la lectura. Para los programas llenos de nombres y de fechas, tal definición no sirve. Para los que van corriendo en busca de un título, tampoco. Los placeres más grandes no se dan a los que tienen prisa. Quien quiere leer un libro debe volverse un fino degustador, un caprichoso aristócrata, hedonista y aprendiz.

Ahora que quieren cambiar, con maquillaje, la educación en nuestro país, sugiero la vuelta al sentido común: a la calidad humana, antes que a la palabrería insustancial; al amor a la palabra, por encima de la retórica del político de moda; a la lección del silencio, antes que a la urgencia por hablar sin decir.

Si fuera posible la lección elemental de amar a un libro, desarmarlo, volverlo a armar, con paciencia y cuidado, habría una revolución. Tal vez no toleraríamos horas vacías de radio y televisión en las que se difunde el mal gusto, la grosería y la mentira. Seríamos atentos lectores del ser amado, recorreríamos los planetas infinitos que nos habitan. Viviríamos, comeríamos y dormiríamos con todo lo que somos.

Pues cuando todos quieren tener algo, los lectores simplemente quieren ser. Aventureros intemporales, diseccionan su interior para descubrirse a cada paso, sin prejuicios. En contraste, adentrarse en un libro es, para las mentalidades cuadradas, aburrimiento, malestar o, cuando mucho, acumulación de créditos para reclamar, en esta carrera a ciegas, un puesto, un poco de poder.

A veces creo que me equivoqué de mundo, que voy al revés, pero me agrada la idea de la lectura en voz alta, la conversación ante una taza de café, mirar a los ojos, estrechar una mano. No soporto el ruido, la incomunicación, las multitudes donde campea la soledad. Quisiera que triunfara la belleza, la libertad, la verdad. El poeta lucha por los más altos valores: la eternidad y el absoluto. Por eso, antes de que esta construcción mecánica se derrumbe, abramos un libro, o mejor, abramos nuestros corazones al día que comienza.



* Texto originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente al mes de abril.

2 comentarios:

porfirio dijo...

¡Qué hermoso texto! Trnasmite la sosegada alegría del que está acostumbrado a disfrutar de los libros, de la lectura, con la parsimonia de un diletante. Ese ritmo de lectura al que alude, es quizás la base de su escritura: una voz tranquila, casi sentenciosa, que apela a la virtud.
Saludos al poeta Villada y a la editora Margarita.

Margarita dijo...

Porfirio:

Como siempre, es un placer contarte entre nuestros lectores. Yo también estoy segura de que el texto refleja la sosegada pasión por la lectura de Enrique. Y, más allá, nos recuerda que la lectura es existencia, no pantanosa quietud.

Saludos también a ti, esperamos seguir coincidiendo por acá.