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9 de mayo de 2009

Mayo, un festejo de pluralidad


Por Margarita Hernández Martínez

Mayo ofrece toda clase de celebraciones: desde el Día del Trabajo hasta el Día del Maestro; desde el nacimiento de Salvador Dalí hasta la muerte de Felipe Villanueva; desde el triunfo del ejército mexicano en la Batalla de Puebla hasta la llegada de Vasco de Gama al puerto de Calcuta. Pese a sus resonancias históricas e, incluso, tradicionales, ninguno de estos festejos captura con mayor fidelidad la esencia de la sociedad moderna como el Día de la Libertad de Expresión, el 3 de mayo, y el Día Mundial de la Diversidad Cultural, el 23.

El primero de ellos surge como una iniciativa civil y desemboca, afortunadamente, en un programa institucional. El 3 de mayo de 1991, un grupo de periodistas africanos se reunió en Windhoek, capital de Namibia, para participar en un seminario regional centrado en la formación de una prensa independiente y pluralista. Las declaraciones emanadas de este encuentro se convirtieron en los primeros pasos para defender la integridad de los medios de comunicación y, en consecuencia, de las sociedades a las cuales se dirigen.

A partir de estos documentos, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró, el 3 de mayo de 1993, la conmemoración del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Éste, por extensión, se ha convertido en una piedra de toque para evaluar y defender el derecho individual –y general– de emitir toda clase de opiniones, en un marco de independencia y respeto. Por estas razones, en los últimos años, los medios de comunicación han ganado variedad y se han convertido en un mosaico capaz de captar los matices de la existencia humana. Al mismo tiempo, sus canales de acción se han diversificado y han emprendido una interesante travesía del papel a la pantalla plana, que ha jugado un rol crucial en el acceso masivo a la información.

Oscilantes entre el pensamiento privado y la exposición pública, estas transformaciones no se han limitado a satisfacer una necesidad personal –enfocada a formular y transmitir nuestras percepciones del mundo–: han permitido establecer y consolidar la democracia en países de todos los continentes. El reconocimiento oficial de la libertad de expresión ha contribuido, por supuesto, a la difusión de distintas corrientes de pensamiento, alrededor de las cuales se ha erigido un nuevo modelo de discusión y toma de decisiones. En un sentido semejante, los medios de comunicación libres desempeñan una función central en la erradicación de conflictos sociales tan fuertes como el racismo y la xenofobia.

De este modo, la libertad de expresión no se reduce a un privilegio de la prensa, el radio, el internet y la televisión: su rol social resulta mucho más dinámico. Impregnada de una evidente fragilidad –que puede desembocar en nuevas mordazas o en una perjudicial verborrea–, constituye un canal para avivar la curiosidad y la investigación; para externar sus resultados sin mayor preocupación que encontrar los foros de divulgación adecuados; para propiciar el diálogo sin mayor interés que el enriquecimiento intelectual. Por estos motivos, la defensa de la libertad de expresión es también un puente para saltar a la diversidad, que es justamente lo que se celebra el 23 de mayo.

Las sociedades contemporáneas representan el fruto de grandes migraciones, mestizajes imprevisibles y asombrosas circulaciones, desde el ámbito geográfico hasta el espiritual. Por lo tanto, no es casualidad que la cultura haya cobrado una impactante diversidad, la cual se ha sujetado a destinos prácticamente opuestos, desde la uniformidad medieval –responsable, en Europa, del surgimiento de desiertos intelectuales– hasta la multiplicidad moderna –encarnada en la apertura de los medios de comunicación–. Titubeante entre la tradición y la ruptura, entre la renovación y la extinción, la diversidad cultural comprende la memoria viva de los pueblos; en consecuencia, depende del tiempo y del entusiasmo de sus comunidades de origen. Portadora de la fecundidad del espíritu humano, recuerda nuestra capacidad creativa y acentúa las diferencias que, inevitablemente, acrecientan sus riquezas. Por lo tanto, exige una atmósfera de comprensión, de diálogo y, sobre todo, de respeto.

Por estas razones, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó, en 2001, el Día Mundial de la Diversidad Cultural. Inicialmente enfocado a proteger el acervo cultural de las comunidades humanas, ha contribuido al planteamiento de nuevos instrumentos normativos y a la definición de políticas nacionales e internacionales. Así, su auténtica aportación radica en elevar a la diversidad cultural, con todos sus matices, al rango de patrimonio común. De esta manera, ha repercutido en la conservación de danzas, cantos, vestimentas y tradiciones que, frente a la homogeneización y el repliegue identitario, han perdido presencia en sus sociedades de origen.

Por otro lado, el interés de estas medidas no se limita a ponernos en contacto con nuestro pasado; de hecho, ofrecen un panorama más amplio para el futuro. Mientras contribuyen al florecimiento de la democracia y la participación pública –que se derivan, en resumen, de la exposición y la discusión de distintos puntos de vista–, facilitan un clima favorable para la creatividad, pues toda obra humana parte de un sustrato tradicional. En otros términos, la diversidad cultural conjuga las infinitas –e inasibles– variaciones de temas tan antiguos como el amor, la vida y la muerte; paralelamente, engloba las interpretaciones más cotidianas alrededor de estos tópicos.

En una sociedad que encasilla a la cultura en los libros, los conciertos, las obras teatrales y otras manifestaciones inaccesibles y extraordinarias –es decir, aisladas de nuestra vida cotidiana–, el Día Mundial de la Diversidad Cultural destaca como una buena oportunidad para recordar que, en realidad, la cultura reside en nuestra forma de hablar, de vestir, de vivir y de aprehender el mundo; en los trabajos que desempeñamos y en las diversiones que ocupan nuestro tiempo libre; en las casas que habitamos y en los lugares públicos que recorremos; en las palabras que decimos y los silencios que asumimos; en nuestra concepción de la belleza y del arte. Comprender y atesorar las vertientes que asume la cultura y expresarlas de manera libre son, quizás, las únicas vías para acceder hacia una convivencia más armónica, más afortunada, de auténtica luz.


* Texto originalmente aparecido en la Agenda Cultural AcéRcaTE de mayo, publicación oficial del Instituto Mexiquense de Cultura que puede conseguirse gratuitamente en museos, restaurantes e instituciones educativas de Toluca.

* La fotografía corresponde al Monumento a la Libertad de Expresión erigido en Málaga, España. La imagen original puede verse aquí.

1 comentario:

Christian Bueno dijo...

Pequeña precisión sobre una fecha:
Abre los ojos: estás en la sesión plenaria de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Es la tarde del 20 de diciembre de 1993 y el embajador de Guyana, Rudolph Insanally, preside el cuadragésimo octavo periodo de sesiones. Llega el momento en que pide a la asamblea votar el proyecto 2 de decisión presentado por el Consejo Económico y Social sobre la promoción de la libertad de prensa en el mundo. Por unanimidad es aprobado: «3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa», en honor a la Declaración de Windhock, fechada ese mismo día, pero en 1991, en la clausura del seminario de la Unesco en la capital de Namibia para promover una prensa africana plural e independiente que no sea amenazada por el poder público, las presiones económicas y políticas o los obstáculos jurídicos...
Escrito en http://sombrainvisible.blogspot.com/2008/06/mquina-del-tiempo.html