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6 de febrero de 2010

Escritores toluqueños: nuevos aires



Por José Luis Herrera Arciniega


No obstante la denominación que lo ha distinguido a partir de 1983, cuando Alejandro Ariceaga colocó a la capital del Estado de México en el mapa cultural de la república, el Centro Toluqueño de Escritores (CTE) se ha conducido alejado de posturas provincianas y, de manera contraria, ha reforzado la pluralidad creativa de un creciente y nutrido grupo de autores, que vienen a ser representativos de los distintos caminos desarrollados dentro del sistema literario local.

En diciembre del año pasado, el CTE eligió a su tercer dirigente en su ya nada breve historia, responsabilidad que habían desempeñado los toluqueños Ariceaga y Eduardo Osorio y que ahora recae en Porfirio Hernández, autor originario de Guadalajara, donde nació en 1969, pero que, al igual que otros integrantes de esta asociación civil, se ha desarrollado profesional y laboralmente en el Estado de México.

Porfirio Hernández es, pues, mexiquense e integrante sobresaliente del colectivo agrupado, no necesariamente con una profunda cohesión, alrededor del CTE. Además de una obra concreta, de la que se pueden mencionar libros como Señales de viaje y Ceniza del esquizo, tiene en su haber proyectos como el suplemento Mapa de piratas –en la década de los noventa fue una de las pocas expresiones que enriquecieron un panorama donde sólo otra publicación semejante, Vitral, había logrado una continuidad sostenida–, el blog Hormigas y una trayectoria laboral significativa en medios de prensa y radiofónicos, normalmente vinculados con la promoción cultural.

Sus cartas credenciales son válidas para la empresa que ahora le toca acometer, luego de las gestiones fundacional de Alejandro Ariceaga y de continuidad que después mantuvo, en difíciles condiciones, Eduardo Osorio, a quien le tocó la hasta ahora principal transformación de este centro de escritores, que dejó de ser un órgano dependiente del Ayuntamiento de Toluca para convertirse en asociación civil. Hay que registrar que el propio Eduardo Osorio fue el primer impulsor de la reciente renovación ocurrida en el CTE y que, sin duda, seguirá siendo uno de sus colaboradores constantes.

El trabajo apenas empieza, dentro de esta corriente de nuevos aires en una singular institución. En principio, la apuesta evidente de Porfirio Hernández radica en aglutinar el esfuerzo de quienes han trabajado al amparo del CTE, volver a acercar a quienes –aparentemente– han estado alejados, pero cuya presencia debe recuperarse en los menesteres literarios propios de este colectivo.

La designación de este novísimo presidente no estuvo exenta del debate; aunque sea discutible el tono un tanto ríspido y capcioso en que éste se dio, no hizo mal, sino que puso sobre la mesa inquietudes legítimas sobre el rumbo que debería seguir esta asociación civil. Claro está, lo fundamental es que mantenga y consolide sus programas de becas y, sobre todo, sus proyectos editoriales, pues éstos son los que le han asegurado su trascendencia histórica dentro de la cultura en el Estado de México y en el país.

Más lo que venga, en un marco de independencia: talleres literarios, presencia en foros públicos, interlocución crítica con las estructuras estatales, sociales y educativas, proyectos periodísticos o en medios electrónicos, etcétera. Trabajo, pues, y una mayor exigencia dentro de las reglas de la disciplina literaria. Cosa de aires nuevos.



* Artículo originalmente publicado en la página cultural de El Espectador, correspondiente a febrero de 2010.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias.
Cabalmente republicanas.

Margarita dijo...

Querido Anónimo:

De nada. Tú sabes por qué.

El otro día te llamé por teléfono sin suerte: creo que sigo sin tener derecho a intervenir de ese modo en tu vida. De todos modos, sólo necesitaba un par de palabras.

¿Ya no vas nunca por mi ínclito lugar de trabajo?

Un abrazo, y gracias de nuevo, hermano republicano.