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18 de julio de 2010

El misticismo cotidiano el El dolor de los iluminados, de Lizbeth Padilla




Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Desde nuestro nacimiento, el primer asombro es la luz. A lo largo de los años, acechados por la sorpresa, nos dejamos deslumbrar por las brasas de la existencia: el descubrimiento de amor, la divinidad y la pasión intelectual. Estos elementos se condensan en El dolor de los iluminados, un volumen de poesía de Lizbeth Padilla que recorre, con un lenguaje bello y enigmático, los intrincados laberintos entre el misticismo y la vida cotidiana.

Publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, el volumen comienza con un breve epígrafe de John Milton que evoca la frágil relación entre la luz y la mirada humana. A través de versos sentenciosos de largo aliento –“la luz es una gota que besa la intimidad del ojo”–, la autora de Ritual de juegos efímeros centra su discurso en el espíritu contradictorio que anima todo deslumbramiento, desde la quemadura del deseo hasta el silencio de la plenitud; desde la profundidad de la mitología hasta la intensidad de la vida moderna.

Para ello, recurre a una variedad de voces, las cuales se despliegan en cuatro apartados unitarios, que comparten hilos temáticos y difieren en intenciones. Así, la primera sección, denominada “Las suplicantes”, describe “la terrible obediencia de las heroínas”; es decir, los destinos sagrados de Judith, Medea, Perséfone, Casandra, Cleopatra y Medusa, entre otros personajes que, más allá de las divergencias de sus fuentes, permanecen unidos alrededor de las bendiciones y los estragos del llamado divino. De este modo, titubeantes entre el luto y la alegría, con el alma expuesta ante el amor y el designio de los dioses, estas mujeres relatan su contacto con los frutos amargos de la sabiduría.

Páginas más adelante, en “La vidente ceguera”, las presencias de Jorge Luis Borges, John Milton, Wolfgang von Goethe y Johann Sebastian Bach exploran esta misma vertiente; sin embargo, los poemas aspiran a desvelar las iluminaciones del arte a pesar de la anulación de los sentidos. Confluyentes en su capacidad para percibir más allá de los puntos de vista convencionales, el clamor de sus voces contrasta con el contenido de “Los que guardan silencio”, apartado en el cual la sensualidad y el erotismo trascienden la pura belleza física para desembocar en el hallazgo de la inteligencia y la virtud.

Así, tras identificar a “la luz como último tálamo para reposar”, la sección final, titulada “Las videncias”, ahonda en la naturaleza como la expresión de la divinidad; de esta manera, se detiene en la expansión del tiempo, el espacio y la percepción poética; en la continua conversión del mundo en movimiento. En consecuencia, mientras “el templo es el cuerpo”, su agudo contraste con la esencia de la divinidad “nos aturde / nos arroja a las playas del silencio”.

Con esta diversidad de elementos, El dolor de los iluminados se constituye en una trama de palabras fundidas en una impresión sensorial duradera. Los cincuenta y cuatro poemas que agrupa Lizbeth Padilla en este volumen se sumergen por igual en el furor místico y en la urgencia amorosa, desde sus perspectivas míticas hasta sus matices épicos. Por ello, a pesar de su denso hálito perturbador, se define como un recordatorio de que “todo grita la condición efímera del mundo”. Por esta razón, hay que disfrutar sus sagrados desalientos y su terrible belleza, más allá del momento inmediato.



Lizbeth Padilla, El dolor de los iluminados, Instituto Mexiquense de Cultura (col. El Corazón y los Confines / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2008, 87 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

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