Si la poesía no me prestara sus alas, me habría resignado a continuar de polvo. Pero la ceniza -pregúntenle al Fénix- tiende a ser rebelde. Por eso, estos meses de dolor y de luz -de paz y de cambios- me han regalado tres poemas indelebles, que transcribo a continuación como un recordatorio del tiempo que, en un ritmo ajeno, insiste en agotarse. Como una señal, también, de que la vida transcurre a pesar de todo. El primer texto es de Félix Suárez; el segundo, de Porfirio Barba-Jacob; el tercero, de Jorge Manuel Herrera.
Ésta era la casa: allá crecía el ganado y las vacadas tiernas de leche; más al fondo había un granero, repleto y tibio, abierto siempre para abastecer la mesa y los espléndidos banquetes; y justo aquí, en el umbral, el altar doméstico de nuestros lares, los celosos guardianes, los ingratos y terribles protectores.
Un día de pronto se marcharon, y las ubres del ganado se partieron, se cubrió de sal y de ceniza el campo. No oí a mi padre nunca más cantar, ni a mi madre la volví a mirar cepillándose la oscura trenza.
Una nube de cuervos ensombreció de pronto los tejados. La más dura piedra se volvió caliza y azogue tormentoso el insumiso estanque.
Ésta era la casa. Hoy es un largo y silencioso gemido que me ahoga.
* La fotografía que acompaña a esta entrada es de Jan Saudek y puede verse, también, aquí.
Lares
Ésta era la casa: allá crecía el ganado y las vacadas tiernas de leche; más al fondo había un granero, repleto y tibio, abierto siempre para abastecer la mesa y los espléndidos banquetes; y justo aquí, en el umbral, el altar doméstico de nuestros lares, los celosos guardianes, los ingratos y terribles protectores.
Un día de pronto se marcharon, y las ubres del ganado se partieron, se cubrió de sal y de ceniza el campo. No oí a mi padre nunca más cantar, ni a mi madre la volví a mirar cepillándose la oscura trenza.
Una nube de cuervos ensombreció de pronto los tejados. La más dura piedra se volvió caliza y azogue tormentoso el insumiso estanque.
Ésta era la casa. Hoy es un largo y silencioso gemido que me ahoga.
Canción de la vida profunda
El hombre es cosa vana, variable y ondeante
- Michel de Montaigne
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos
-¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!-,
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pintar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también ¡oh, Tierra! un día... un día... un día
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables.
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos
-¡niñez en el crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!-,
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de obscuro pedernal:
la noche nos sorprende con sus profusas lámparas,
en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pintar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también ¡oh, Tierra! un día... un día... un día
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables.
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!
Aerodinámica
En tu cuerpo soy
Nube
etéreo
palmípedo
y vuelo sobre vuelo
diáspora
torbellino
Mira y siente esas ganas este cóncavo de luz
de mi aromática brea
En tus rincones vuelo
Tan alto sin ir a pique
Sustentándome fijo
En ti
Sobre tus olas...
por que no existe viento en tu grupa que mi norte
¿Lo sientes? Yo te siento
Yo te siento entre mares
Y así es tu cuerpo la marina profunda.
Mi puerto
mi solsticio
y tal vez seas antiaérea ballena
la que duele
Mas luego esta aurora
Sorpréndete
¡Milagro!
Pertenencia
Tu misma y sin pudor
febril preñez
de un cosmos más eterno para alcanzar el pleno
la
dimensión
lo
ingrávido
Nube
etéreo
palmípedo
y vuelo sobre vuelo
diáspora
torbellino
Mira y siente esas ganas este cóncavo de luz
de mi aromática brea
En tus rincones vuelo
Tan alto sin ir a pique
Sustentándome fijo
En ti
Sobre tus olas...
por que no existe viento en tu grupa que mi norte
¿Lo sientes? Yo te siento
Yo te siento entre mares
Y así es tu cuerpo la marina profunda.
Mi puerto
mi solsticio
y tal vez seas antiaérea ballena
la que duele
Mas luego esta aurora
Sorpréndete
¡Milagro!
Pertenencia
Tu misma y sin pudor
febril preñez
de un cosmos más eterno para alcanzar el pleno
la
dimensión
lo
ingrávido
* La fotografía que acompaña a esta entrada es de Jan Saudek y puede verse, también, aquí.
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