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3 de agosto de 2008

Jan Hendrix: al rojo caos y de regreso


Por Margarita Hernández Martínez

I

Una hoja caída murmura el bosque entero. Una leve ondulación del agua pronuncia al mar. Y el balbuceo de los corales anuncia sal lenta en las vértebras, gotas que transfieren su humedad entre esqueletos.

La historia de cada objeto resume la misteriosa completud del mundo: predica, en esa íntima concentración, una clave de intensidad cósmica y un rasgo que, visto de cerca, suspende –o vuelve a proclamar– el caos del universo. Así, la realidad –nunca definitiva y siempre variable– no queda constituida sólo por fragmentos, sino que funciona como un todo plural y dinámico, abierto a la conjunción entre síntesis y formas.

II

Sin embargo, más allá del constante susurro de las cosas, Jan Hendrix (Maasbree, 1949) opina que “la forma no tiene realidad sin el espíritu”. Para este artista plástico, originario de Holanda y avecindado en México desde 1978, ello significa el paso por un proceso creativo destinado a atraer –mediante técnicas que, si bien no resultan sorprendentes de manera aislada, producen una impresión perdurable– la primera voz de los objetos. Así, su obra recurre a la aproximación y al alejamiento; a la concordancia entre forma y fondo; a la diversificación y el enriquecimiento de los materiales; a un modo de mirar que colinda con el acecho; en suma, a un viaje continuo del lenguaje implícito en la imagen al caos y de regreso.

Con estas premisas, su producción se caracteriza por la presencia y el diálogo de dos elementos esenciales: la metáfora –entendida en su sentido primigenio: “traducir o trasladar a otra parte”– y la metamorfosis –definida como “alterar o convertir algo en otra cosa”–. Esta fascinación por el movimiento y la otredad, sumada a una densa capacidad de simbolización y a un interés casi obsesivo por los detalles, constituye, a través de esmalte, laca, metal recortado, papiro, porcelana y papel de algodón, chino, nepalés o japonés, un arte que sólo se detiene ante las orillas, en una región silenciosa que transgrede los límites y se asocia con varias manifestaciones semejantes. Y éstas –otra vez– conversan con la dispersión integral del universo.

En efecto, la gráfica de Jan Hendrix departe con la literatura, condensación verbal de la que ha aprendido la necesaria economía de los signos; con la arquitectura, suma de volúmenes y espacios de los que proviene su inclinación por los fractales, y con la cinematografía, circulación de historias de la cual surgen sus imágenes en secuencias interrumpidas. En última instancia, el objetivo de Hendrix radica en concretar, mediante el trabajo artístico, su exploración en torno al caos y su orden en el lenguaje: la construcción de “un código vegetal”; es decir, de un alfabeto conformado por “elementos naturales”. No obstante, también supone una lectura del cosmos cada vez más concentrada, críptica y personal; así, implica una visión que se distingue por su particularidad y por la soltura interpretativa que concede a los espectadores. Estas características sugieren –de nuevo– una rama frágil que recita el curso del viento.

III

El lenguaje y sus imágenes desvelan la voz oculta de los lugares cotidianos. Lo mismo ocurre con el Museo de la Estampa –ubicado en Plutarco González 305, en el centro de Toluca–, ese recinto que en algunas tardes lluviosas se afirma gris. Sin embargo, desde el pasado 18 de julio y hasta el próximo 31 de agosto, alberga una exclamación roja, resonancia de las búsquedas y los hallazgos de Jan Hendrix.

Rojo es una extraordinaria exposición que reúne, en 46 estampas, los descubrimientos más recientes de su autor. Organizada en cuatro series, denominadas “After nature”, “Malpaís”, “Lanzarote” y “GGM”, conforma un ciclo multifacético alrededor de un solo discurso: el asombro frente a la naturaleza, reflejado en la intensidad de la luz, la eliminación del color y el empleo del alto contraste.

Sin embargo, cada segmento despliega un conjunto de particularidades, las cuales confieren variedad a la muestra. Para comenzar, “After nature”, compuesta por 20 aguatintas, constituye una especie de glosa gráfica de algunas frases de W. G. Sebald (Baviera, 1944), quien escribió un libro con el mismo título. Alrededor de sentencias como “entonces él descubrió que tenía que dibujar a las plantas en su forma más pura”, Hendrix magnifica los detalles y propone una reflexión sobre la sustancia de la vida y del ser humano.

Por otro lado, “Malpaís” y “Lanzarote” presentan dos rostros procedentes del mismo paisaje. El primer caso agrupa un conglomerado de cuadros en formato panorámico que, a través de la perspectiva tradicional de los viajeros de los siglos XVII y XVIII, configura un recorrido minucioso, limpio y exacto por una zona árida, con reminiscencias volcánicas. En cambio, el segundo encarna una visión satelital, abstracta y personal, sobre el paisaje y sus accidentes geográficos. Finalmente, “GGM” engloba las ilustraciones realizadas para una edición especial de “Vivir para contarla”, volumen que recoge las memorias de Gabriel García Márquez.

De este modo, Jan Hendrix brinda, de manera aparentemente fragmentaria –y, no obstante, secuencial–, un vistazo a su propia conformación del cosmos –que es el caos y su reverso–. Para ello, acude a “una mirada que puede ser diagonal o vertical, que abarca todas las posibilidades y ofrece una serie de herramientas con las que medimos, vemos, calculamos y sentimos el paisaje”; sobre todo, con las que verbalizamos nuestra experiencia en el mundo. Desde su perspectiva, la intención de sus creaciones reside en provocar al espectador, al grado de convertirlo en otro artista capaz de complementar la insinuación que se desarrolla ante sus ojos: lo esencial es que cada uno de nosotros piense “aquí falta algo y lo tengo que descubrir, me tengo que quedar pegado hasta que lo encuentre”. Se trata de sentirnos invitados a escuchar la hoja e intuir el bosque, a atender corales y gustar la sal.

Sin duda, la aparición de Rojo en el Museo de la Estampa es un destacable acierto del Instituto Mexiquense de Cultura. Resulta muy interesante observar en nuestra ciudad, ávida de movimientos y actividades auténticamente culturales, la obra de un artista plástico que –literalmente– ha expuesto en medio mundo: sus estampas han recorrido Alemania, Australia, China, Corea, Cuba, España, Estados Unidos, Holanda, Francia, Inglaterra, Indonesia, Japón, Kenia y Yugoslavia. Y no sólo eso: lo han hecho con propuesta y con coraje, dos virtudes que se agradecen en un artista contemporáneo.




* Texto correspondiente a la plana cultural del mes de agosto

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