Por Margarita Hernández Martínez
Tras ochenta años de intensos programas para combatir el analfabetismo y favorecer la lectura; tras la construcción de innumerables bibliotecas y centros culturales; tras la inauguración, año con año, de incontables ferias del libro desperdigadas por todo el territorio nacional, las estadísticas –lo han dicho ya Guillermo Sheridan y Gabriel Zaid– son demoledoras: los mexicanos, poniéndonos optimistas, sólo leen 2.8 libros al año. Tomando en cuenta que el 83% de los lectores se concentran en la población estudiantil de entre 6 y 22 años y que el 90% de sus lecturas corresponden a libros de texto y otros materiales didácticos, el panorama se torna aún más desolador: la literatura, el centro vivo de ese mundo de letras impresas, duerme en las bodegas y los estantes, presa de la abulia y la indiferencia.
Frente a este horizonte carente de expectativas y deslumbramientos, Enrique Villada (San Miguel Almaya, 1964) lanza una exclamación y un susurro: Ensayo de mi dulce gozo, una reunión de ocho disertaciones breves que apenas supera las cincuenta páginas y, sin embargo, consigue abrir un resquicio en las marañas de cifras y dilucidar los orígenes del problema. Aparecido por primera vez en 2001 y reeditado en abril de este año por la Universidad Autónoma del Estado de México, el volumen se consume en la exploración de dos cuestiones fundamentales para comprender las posibles soluciones –y las razones del fracaso– ante el desinterés por la lectura: la pasión por el conocimiento y el sentido de la poesía, específicamente en el contexto contemporáneo.
En primer término, Villada aboga por una concepción cálida, hospitalaria y transversal de la lectura: “Leer es un placer. No estaría mal que lo combináramos con algún otro: con estar en la cama, con tomar chocolate, con estar en la terraza de cara al horizonte”. Desde este punto de vista, la lectura conforma un detonador y un complemento de la sensibilidad, un modo de entrar en contacto con la sustancia y el espíritu de las cosas. Como consecuencia natural, se convierte en una vía para ahondar en nosotros mismos y, en última instancia, en un instrumento destinado a concedernos el discernimiento, la libertad y la ubicuidad.
No obstante, la lectura también implica una disciplina rigurosa y solitaria; más aún, exige renunciar a la superficialidad, al orgullo y a la vanidad. Desde la óptica de un lector auténtico, ávido y apasionado por definición, “buscar un libro supone humildad y reverencia”; es decir, engloba la aceptación de la propia ignorancia y la aspiración a interiorizar los sucesos y los matices del exterior. Considerando estas perspectivas, Villada conversa –pasea, según su propia definición de ensayo– alrededor de la imagen de sor Juana Inés de la Cruz. Aunque su historia es bastante conocida, pocas personas se atreven a aproximarse a su mirada e identificarse con sus afanes y sus preocupaciones. Para la gran mayoría –incluso, por desgracia, para los padres y los profesores–, la lectura continúa siendo una actividad accesoria, definitivamente prescindible, pues la sociedad dicta de manera unilateral las leyes que rigen el pensamiento y la convivencia. El autor de Hojas de octubre lo dice con lapidaria claridad: “legamos constantemente nuestro trabajo de pensar a personas extrañas, queremos que los demás sientan por nosotros, que vivan por nosotros”. Desistimos, entonces, en el intento por transmutar nuestra existencia en “un poema, glorioso, donde todo está justificado”.
Desde estos nuevos conceptos, la lectura se transforma en una experiencia personal, cuya riqueza resulta intransferible. Sus rumbos sólo se esbozan sobre la marcha; sin embargo, se dirigen a vertientes semejantes: el análisis, la reflexión, la síntesis y el placer. Situado en esta propuesta, Villada resume, con sus visiones particulares, los dones centrales de la lectura: “estimula la imaginación, acrecienta el vocabulario, incrementa el lapso de atención, desarrolla las capacidades emocionales, introduce las estructuras y los matices de la lengua”. Así, leer se constituye en el puerto y la terminal de un ciclo de placer, cálido, amoroso y flexible, cuya práctica deriva en goces más profundos, en la alegría de disfrutar de mundos más amplios, tangibles o intangibles.
En un sentido concordante, la poesía, a los ojos de Villada, se halla absurdamente distanciada de la vida de los hombres: en un mundo ajeno a la reflexión y a las sorpresas, “la maravilla, la conmoción, la poesía son locura”. Aunque se trata de una actividad jubilosa, se confunde con el ocio y la inutilidad: ni suma puntos a los currículos académicos ni da para comer; su existencia, además, se encuentra impregnada de rasgos un tanto parasitarios: es, apenas, una incomprensible alternativa de lenguaje entre las palabras de todos los días. Empero, la poesía involucra las resonancias universales de los vocablos, el retorno a la primitiva perplejidad característica de los seres humanos, la precipitación en la sensibilidad y la autenticidad. En última instancia, representa un inconmensurable vehículo de sobrevivencia, una modesta proclamación “de la vida hasta en la muerte”. Por estas razones, el ejercicio de la poesía se envuelve entre claroscuros: la angustia y la ceniza; la dulzura y el gozo.
Con esta última idea, el discurso de Villada se reintegra a las contundentes estadísticas con que empezamos esta reseña. De acuerdo con su Ensayo, el conflicto frente a la lectura no radica en las disfunciones o en los aciertos de los programas de fomento cultural, sino en la apatía y la inconsciencia de los mexicanos, quienes parecen negarse a experimentar cualquier clase de placer, a dejarse asaltar por las posibilidades del asombro. Para el Premio de Poesía Nezahualcóyotl 2002, esto resulta decepcionante y empobrecedor, pues, finalmente, las personas “somos como libros vivientes que deben leerse unos a otros, paladearse entre líneas, comprenderse”. Para eso y para más existen la literatura, la poesía.
* Texto leído en la presentación de Ensayo de mi dulce gozo (2ª ed., UAEM, Toluca, 2008), en el marco de la Décima Feria Nacional de la Industria Editorial, el Disco Compacto y las Artes Gráficas 2008, y publicado en la página cultural del mes de junio.
5 comentarios:
Gracias por compartir esta entrada (la alegria de lo intangible...mejor descripción no podria haber, lo que proyectas y lo que creces a través de la lectura, de esas grietas a otrso mundos...), no sé si cabe resaltar que me resulto interesantisima, gracias por estas entradas que que producen el mismo placer que los dulces a los niños.Saludos
Azúcar, muchísimas gracias por tus comentarios. Esa es la intención de este blog: proponer algunas alternativas para disfrutar de la cultura contemporánea. Además, es un placer escribir acerca de Enrique Villada. Ojalá que con estas palabritas te hayan dado ganas de leer el libro, pues eso es lo más importante.
HOLA SOY ALUMNO DE VILLA, UNA GRAN PERSONAS DE LA CUAL HE ADQUIIDO MUCHO CONOCIMIENTOS EN HORA BUENO FELICITO A MI PROFESOR POR SU OBRA DE ENSAYO DE MI DULCE GOZO, ES UNA GRAN PERSONA Y COMO PROFE UN EJEMPLO A SEGUIR BUENO SUERTE Y ME GUSTO EL BLOGGER. BYE
ATTE: ALEJANDRO
Alejandro, muchas gracias por visitar nuestro blog. Espero que, como en el caso de azúcar morena, estas palabras hayan logrado que se te antoje leer el libro. Enrique Villada es un maestro maravilloso, siempre dispuesto a compartir, dentro y fuera de las aulas. Comparte también con su libro. No dejes de leerlo.
Hola como estan, Mi nombre es Ulises Villada, me andaba pasendo por internet y vi este blog que habla de mi hermano, por que aunque no lo crean es mi hermano y me doy cuenta como hay muchas personas, que lo estiman y han leido sus libros,la verdad me da mucho gusto y me siento orgulloso por el, ya que hay mucha gente que lo quiere y estima espero que sigan leyendo sus libros ya que son muy buenos y ojala algun dia conoscan la clase de persona que es el. Por cierto lean "Whitman El arbol" les va a encantar.
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